Entrar en mi casa
ha sido una molestia,
es la angustia que traspasa
la elección de una portera.

Es mi cuerpo que resbala,
en el ocaso de una viga,
esperando un lugar
en donde yace una litera.

Antes que el algarabío
se transforme en insulto
de quien juzga boquiabierta
toda jerga patriotera…

Un paraje en la cocina
dogmatiza al estropajo
que con suma delicadeza
solo busca adquirir tierra.

Traspasando las fronteras,
un período nos espera
de sonido dieciochero...
el cual temblorosamente busca
desaguar el bastimento.

Cuatro segundos
son como tres minutos
y tres minutos como años enteros.
Tal vez es mejor recostarme en el concreto.

En un lapsus de alivio y acoplo,
encuentro las siluetas del colchón que me llama
y me toma,
que entre mis piernas y pie en ancla,
me descalza.

Hasta que mi cuerpo clama
mi defunción de garganta,
y yo, como buen guiñapo
caigo exigido a refrescar el alma.

Eso sí, un camino de lamentos
es atravesar ese desierto
en donde el agua dulce
no es un capricho,
sino bien
el nuevo proyecto.