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El Abismo.

Nadie puede decir de dónde proviene un libro, y menos que nadie
La persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia , y si
continúan viviendo después de escritos es solo en la medida en
que no pueden entenderse.
Paul Auster. Leviatán.

“...And the Raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door,
And his eyes have all the seeming of a demon s that is dreaming
And the lamp- light o er him streaming throws his shadows on the floor
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted – nevermore!
Edgar Allan Poe. The Raven.

D parpadeó, la luz, aún tenue y opacada por la persiana la cegó. Se forzó a abrir los ojos. La conciencia volvía lentamente, y con ella, los recuerdos.
Trató de fijar la vista en algo. El círculo azul frente a sus ojos. Y, el círculo empezó a cobrar forma, una forma conocida, pensó. Buscó en sus recuerdos, la manija, la manija del placard. El descubrimiento le hizo gracia, pero la siguiente sonrisa fue cortada en seco por un calambre que casi la dejó sin aire.
Esta vez, con más cautela, realizó un reconocimiento mental de sí misma, y de su situación. Se estiró con cuidado. Percibió, por decirlo de algún modo, sus brazos y sus piernas. Se sorprendió de estar haciendo un “inventario”, recordó, entonces, haber visto a algunas madres, que, al darles a su hijo recién nacido, involuntariamente, contaban los dedos de manos y pies a ver si estaban todos. Nuevamente casi se ríe, pero su anterior experiencia le había bastado.
Evidentemente, sus brazos y piernas seguían ahí, podía sentirlos. Inmediatamente la invadió un súbito terror, no podía moverse. Cerró los ojos, tratando de poner orden en su caótica mente.
El corazón le latía a un ritmo feroz, lo sintió retumbar en los oídos, luchó por respirar, el ambiente le pareció opresivo y sofocante.
Nuevamente, en la penumbra, intentó recuperar la lucidez completa, o sumirse en el descanso de la inconsciencia.
Sus esfuerzos, aunque inútiles, debieron resultar excesivos ya que, como si sus deseos pudieran ser oídos, se hundió en el sueño.
Un sueño, extraño, en el vagaba sin rumbo por un páramo desolado, pero al menos, no resultó aterrador. Era de día, pero la luz llegaba hasta ella como protegida por un velo. Sin embargo, no fue capaz de distinguir nubes, ni sol, ni la supuesta fuente de esa luz.
Soñó que caminaba en un planeta desconocido, sobre un suelo firme, color arena. Sin sentido, y sin lógica, pensó. Llevaba una mochila, increíblemente pesada, para qué?. Lo mejor sería, detenerse, revisarla, y guardar solo lo estrictamente necesario. Pero no podía, siguió caminando. Era un desierto?. Como había ido a dar a un desierto?. Aún sin poder ver el sol, el calor comenzó a sofocarla, y el peso, para qué carajo llevaba aquella mochila, tal vez tendría una cantimplora?.
Agua, quería agua, fue consciente de la terrible sed que sentía, pero porque no podía pararse?. El cansancio la venció, cayó al suelo. Apenas pudo poner las manos para amortiguar en parte su caída, protegiéndose la cara. La supuesta arena resultó más dura de lo que hubiera esperado. Ya que estaba en el piso, podría mirar la mochila, pero primero debía girar, para liberarse de la misma, cuyo peso le dificultaba respirar. Logró sacar un brazo, y en un último esfuerzo, giró, quedando de espaldas, con el otro brazo sujeto entre las correas, pero casi libre. Hubiera gritado de felicidad, pero todavía faltaba liberarse del todo de la mochila, y ya no tenía fuerza.
Otra vez paralizada, con los ojos cerrados para defenderse de la luz que comenzaba a quemar, pensó en dormir. Y, pensó que no podía porque ya estaba dormida. Y, quiso reír de lo insólito que resultaba querer dormir estando dormida, y morir de sed soñando con un desierto.
Abrió la boca para reír, para gritar, ya era lo mismo. Ningún sonido salió de ella. No pudo pronunciar palabra, ni siquiera algún ruido. Se iba a morir en el medio de un desierto, en un sueño.
En un segundo pensó como sería estar muerta, y si ya lo estaba y no lo sabía. Viene alguien a decirte “estas muerto”, y así te enterás?. Esperó, y esperó. Pero no vino nadie.
La oscuridad la envolvió de nuevo. Al menos, no había sol cegándola. Por un rato, descansó entre las sombras, inconsciente.
La sed, la maldita sed volvió a obligarla a sentir. A través de sus párpados cerrados, percibió la oscuridad, igual, sin saber porqué, no quería abrir los ojos.
Una celda, era eso, estaba en una celda. Por eso el frío, a pesar de su cuerpo bañado en sudor. Se estaba helando. Qué hacía en una celda?.
Con mucho cuidado, movió su mano izquierda. Sus dedos rozaron un borde, borde de qué?. Un abismo, un pozo?. Mejor quedarse quieta. Donde estaba?. En un calabozo?. La inquisición?. Toledo, murmuraba una voz dentro de su atormentado cerebro. La inquisición, entonces. Por qué?. Trató de comprobar si se encontraba atada, aparentemente no. Igual, a donde iba a ir?.
Y si abría los ojos?. Que cosa tan terrible podría haber. Teóricamente, en una celda, nada. Tanteó nuevamente con la yema de los dedos el borde quien sabe de qué. Solo podía mover los dedos, de esa mano. Comprobó una vez más, intentando descubrir sogas, atadura de alguna clase.
Nada. No había nada hasta donde llegaba a notar, pero no podía moverse. Su mente, aún obnubilada le decía que tenía que haber alguna causa para aquella “parálisis”.
Y la sed, otra vez. Tal vez, tendría que obligarse a abrir los ojos, y observar su prisión. Aún en las cárceles, te dan agua. Excepto que la idea fuera matarte de sed. Estúpido, desechó la ocurrencia por absurda.
Notó lo irregular y costoso de su respiración. Si no estaba atada, podría intentar cambiar de posición. Lo pensó, se concentró en la idea hasta que, lentamente giró su cuerpo que le pareció un bloque de cemento hacia un lado, hasta conseguir que su mano derecha se uniera a la izquierda, cerda del borde peligroso que no se anima a ver.
Su nueva ubicación le facilitó un poco la ardua tarea de respirar. Pero seguía sin decidirse a abrir los ojos. O tal vez, no podía. Si se había movido, podría, supuso. Aunque, un muevo movimiento y podría caer en el pozo que no podía ver. La idea la llenó de terror otra vez.
Quiso despertar, aunque se suponía que ya estaba despierta. Entonces, donde estaba?. Un estremecimiento involuntario recorrió todo su cuerpo. La sensación de estar al borde de un abismo la hizo temblar, al tiempo que le provocó una violenta náusea.
Confesar, eso, había que confesar algo. No recordaba ningún interrogatorio, pero, el terrible dolor en todo el cuerpo, le trajo la idea del potro. Tal vez, tenía un hueso roto, difícil decirlo, porque el dolor se extendía a todos lados.
Toledo, el nombre volvió a su cabeza, trayendo imágenes. Una ciudad imponente, amurallada, enclavada en la montaña. Sin embargo, no podía situar su llegada, ni en qué cárcel se encontraba, menos el porqué. Al contrario, su recuerdo de la ciudad, muy vivo, por otro lado, la hacía parecer más bien una reliquia histórica antes que un centro del terror.
Si tuviera que pensarlo, le parecía recordar claramente, que se acedía a ella por lo que alguna vez fue un puente, sobre un foso, o algo parecido. Las construcciones conservaban el estilo de 500 años atrás. Pero, en ese caso, como cayó prisionera de la inquisición?.
Después de lo que pensó fue un breve sueño, producto del agotamiento, llegó a la conclusión que no parecían importar mucho las razones, tenía que saber donde estaba, como era el lugar, aunque más no fuera, para evitar caer en el pozo, si lo había.
Trató, en vano de recordar el proceso, el interrogatorio, que había dicho, como había llegado hasta esa celda, qué pensaban hacer con ella.
Juntando fuerzas, se movió apenas unos centímetros, intentando acomodarse.
Los prisioneros condenados a muertes, son ejecutados en autos de fe, públicos, por supuesto. Si esa era su suerte, tendría que esperar que éste se realizara, pero porqué no recordaba los cargos. Importaba?. Tal vez, así podría defenderse. Que tontería, si ya la habían interrogado, algo habría dicho, pero qué?.
Además, quería salvarse?. Instintivamente, la respuesta era sí. Se sorprendió, pero así era, pretendía salvarse. No había hecho nada malo, después de todo, o sí?. No lo recordaba.
Mientras, sentía cada vez más frío. Ahora, estaba temblando, y seguía sin atreverse a abrir los ojos. Si tan solo fuera capaz de moverse, aunque sea un poco. Ya había comprobado la falta de sogas que la sostuvieran, y, aparte del supuesto abismo, no habría razón alguna para permanecer inmóvil.
Nueva contradicción entre lo que su mente creía, y lo que “captaba” del medio. Para simplificar, era incapaz de hacer que su cuerpo obedeciera una orden simple, digamos, levantarse, o, al menos, sentarse.
Continuaba con los ojos cerrados, casi como única prueba para sí misma de, encontrarse en “control” de algo en lo que a su cuerpo se refería. Sumado al hecho, en parte, de cierto temor, en cuanto a lo que vería, si se decidía a abrirlos.
De todas formas, pensó, si estaba en un calabozo, lo mejor sería andar con cuidado. Un nuevo temblor recorrió su cuerpo, haciéndola sentir el dolor otra vez, junto con la falta de aire. Instintivamente, buscó a un costado y dio con el inhalador. Se hizo un par de puffs, y lo dejó caer de vuelta.
Otra vez su mente estaba confusa, pero al poco tiempo respiraba mejor.
Evaluó, por las dudas, la posibilidad de estar delirando por fiebre, o algo así, aunque no recordaba haberse sentido así antes.
Estaba acostada de espaldas cuando volvió a despertar. Ni siquiera recordaba haberse quedado dormida, supuso que por el esfuerzo, y tal vez, favorecido al poder respirar sin tanta dificultad.
La situación no parecía haber cambiado gran cosa, excepto por el hecho de sentir que estaba sobre algo blando, demasiado blando para el suelo.
Se obligó a abrir los ojos. Aún la penumbra en la que estaba le produjo un dolor agudo, gritó, en realidad, solo tuvo la intención, en cambio escuchó un gemido casi animal salir de su garganta.
Parpadeando, de a poco, fue teniendo una vista del entorno. Ahora estaba en su habitación, en su cama.
Antes de suspirar de alivio, vio algo “moverse” frente a ella.
Otra vez las náuseas arquearon su cuerpo bañado en sudor. Para asegurarse de estar en su casa, lentamente entre abrió los párpados. En la biblioteca, frente a su cama, unos seres, o mejor, formas, proyectadas por la luz, quiso creer, se movían de un lado a otro.
Apelando a sus últimas fuerzas, dio vuelta en la cama, cerró los ojos repitiendo que nada era real. Para entonces, ignoraba el alcance de la palabra “nada”.
Algo, tal vez el instinto de conservación, le dijo que se quedara quieta, y al rato, por suerte, volvió a sumergirse en la inconsciencia.
Despertó, o creyó hacerlo sobresaltada por un ruido. Su primer pensamiento fue Toledo. A la imagen de la ciudad, le siguió la convicción de estar en poder de la inquisición. Estaba helada, temblando, y esta vez fue su pie el que involuntariamente rozó el borde del abismo.
Entonces, recordó el “ruido” que le había devuelto la consciencia. Con los ojos aún cerrados, trató de concentrarse a ver si se repetía, o si lograba ubicar su origen o significado.
Su convulsionado cerebro creó una imagen, si había un pozo, podía haber..., hasta el pensamiento la llenó de horror. Se obligó a mover un brazo, pero estaba sujeto por algo, sogas?, no estaba segura.
Volvió a prestar atención a los sonidos, si existía un péndulo, de nada serviría ignorarlo. Escuchó inmóvil, en la oscuridad. Una especie de guadaña gigante, movida lentamente por poleas, tiene que producir necesariamente algún sonido. Esperó oír alguna clase de silbido, cortando el aire sofocante de la celda.
Nada, ningún sonido de arriba. Entonces las escuchó, más bien, escuchó el sonido desde abajo, y supo que era, qué lo producía. Ratas, miles debían ser, moviéndose a su alrededor. Si se quedaba quieta, podían pensar que era un cadáver. Tenía que moverse, para espantarlas. Pero estaba atada, o al menos eso creía. Se concentró, y logró mover un pié, el mismo que había tocado el borde resbaloso.
O sea, que le habían dejado libre aunque sea una pierna, tal vez las dos. Quizá sus captores pensaron que estaba demasiado débil para moverse, o no tenía ninguna importancia que lo hiciera, a dónde iba a ir?.
Fue consciente de su ritmo cardíaco acelerado, su respiración era difícil otra vez. Los agudos silbidos provenían de su pecho.
Pensó que su movimiento inesperado había sorprendido a las ratas, alejándolas por un rato. Pero volverían, los animales huelen el miedo, pero qué podía significar para una rata?, sobre todo, una hambrienta, ni hablar de toda una legión como la que debía vivir en el pozo.
Luchó por dominar su miedo. A la idea del potro y el temor de tener un hueso roto, se sumó la sensación de haber estado en una pileta de vidrio molido.
Tuvo un recuerdo con tal nitidez que se sorprendió: su tío decía que iban a morir como gatos o perros envenenados con vidrio molido, pero entonces, ella tendría unos 10 años, máximo. Entonces esperó la muerte, pero no había llegado. Tal vez, ahora, 20 años después, la habían hecho comer vidrio de nuevo, porque no. Demasiado simple, además, la inquisición mataba con vidrio molido?.
A esa altura daba igual, supuso. Pero, y el auto de fe?. Cual podía ser la diferencia entre morir sola, en la oscuridad de un calabozo, y una ejecución pública?. Gran parte del poder que ejercía el Terror, era el espectáculo público.
No les iba a dar ese gusto. A quienes?. Era igual, seguía sin atreverse a abrir los ojos. Estaba agotada, perdió nuevamente el sentido.
Ahora estaba en el carrito de un tren que corría desenfrenado por un circuito de vías, pero donde?. La vieja montaña rusa del Italpark, si. No tenía cinturón de seguridad, ni ninguna protección. Cuando llegara a la cima, se precipitaría en bajada, por una pendiente brusca. No tenía fuerza para sujetarse, se iba a caer. La gente gritaba a su alrededor, pero parecía estar pasándola bien. Ella estaba paralizada de miedo, sabía que iba a caer. Lo mismo pensó 20 años atrás, la última vez que había subido en aquella cosa. Mierda con los boludos que gritaban de contentos, nos vamos a matar todos. Trató de hablar, de decirles, pero las palabras que lograba pronunciar eran apenas un susurro ahogado por los gritos de la multitud. Qué había hecho la otra vez?. Sí, eso, lo recordó, meterse “bajo” el asiento. Pero, ahora, era tan difícil moverse. Igual, lo logró. La bajada en picada la hizo estremecer, escuchó gritos, pero no abrió los ojos, quería que todo terminara. Una oleada violenta de náuseas la invadió, y vomitó, por el borde del carrito. Creyó que le iba a estallar la cabeza, pero entonces, la oscuridad la cubrió otra vez.
Las primeras palabras que escuchó no dejaron de asombrarla. Parecía una clase de oración, el olor de las flores y las velas le revolvió el estómago. Estaba en un pasillo, en penumbra, parecía un velorio, pero de quien?. Caminó por el lugar como si supiera dónde iba, entonces, leyó el nombre en la cartelera del corredor y supo quien había muerto. Sintió lágrimas tibias rodar por sus mejillas, en silencio, se apuró a secarlas con el dorso de su mano, y entró. Ya lo había hecho muchas veces aquella noche, igual, no lo creía. Ahora, no había nadie cerca del féretro, y se aproximó despacio. No era posible, y sin embargo, sí era, ella ya lo sabía.
Estaba sola en la habitación, en el cajón, blanca como si fuera de cera, con esa irrealidad que adquieren las personas al morir estaba Marce. Avanzó unos pasos, hasta ponerse al lado, casi tocando el féretro. Todo tenía una atmósfera de irrealidad, sumada a la sensación de haber hecho esto antes. Afuera, escuchaba el llanto de las chicas. El lugar estaba lleno de coronas, oyó a Vero diciendo: “esto es un horror, a ella no le gustaban las flores...”. Casi no podía respirar, pensó que se iba a desmayar, pero ahí no. Trató de salir a la calle, todo se puso negro y no supo más.
Aún sentía impregnado el olor de las flores cuando despertó. De nuevo en la celda, de espaldas, helada y temblando, cuanto tiempo había pasado?.
Sus verdugos trataban de confundirla?. Con qué objeto?. Tal vez, que cayera al pozo. Otra vez creyó estar atada, al menos, al intentar mover los brazos torpemente, éstos se enredaron en algo. Esperó en silencio para oír a las ratas si volvían. No escuchó nada.
Al rato, comenzó a tranquilizarse, quizá se habían olvidado de ella por el momento, deberían tener otros prisioneros a quienes torturar.
Si abría los ojos, a lo mejor podía encontrar la forma de soltar las ataduras, no parecían muy ajustadas, por otro lado. Eso sí, había que proceder con cuidado a fin de no acercarse al peligroso borde. Primero, calma, no confiar demasiado. Trató de levantar un poco un brazo, que volvió a enredarse. Lo dejó caer, agotada. Evidentemente, las ataduras, fueran lo que fuesen, no eran muy firmes, solo que ella estaba completamente exhausta para librarse de las mismas.
Todavía sentía el olor nauseabundo de las coronas, se habían excedidos los hijos de puta. Pero no se oían ni las ratas, ni el supuesto péndulo bajando, ya era algo.
Juntando valor, decidió abrir los ojos. Al primer intento, el resplandor le provocó lágrimas. Pestañeando lentamente, trató de ver algo. Entre la penumbra logró tener una imagen, no muy clara de lo que la rodeaba. Sombras sin contorno definido se agitaban a su alrededor. Volvió a cerrar los ojos.
Tenía que pensar, ahora no había ratas ni péndulos oscilando sobre su cabeza, que sería lo próximo?. Fantasmas?. Era el colmo, comenzaba a irritarse. Si querían matarla, era mejor que lo hicieran de una vez por todas.
Intentó concentrarse en sus ataduras, más bien parecían una especie de mortaja, como una sábana enorme en la cual estaba enredada. La idea de la mortaja le recordó las flores y le produjo otra oleada de náuseas.
Se obligó a tranquilizarse lo más posible. Logró mover sus piernas, ambas. No estaban atadas, la izquierda volvió a aproximarse peligrosamente al límite del abismo, así que se detuvo.
Se sintió mejor al saber que no estaba dentro de un ataud, incluso, la idea le hizo gracia. De golpe recordó el calabozo, y el supuesto auto de fe, y volvió a temblar aunque no estaba segura si por frío o temor.
Incapaz de dominar los violentos temblores, trató de comprobar su teoría sobre las ataduras. Sus piernas parecían libres, intentó cuidadosamente mover sus brazos. Pesaban como plomo, pero no daban la impresión de estar sostenidos más que por una tela grande, no muy apretada.
La camiseta que llevaba puesta estaba pegada a su cuerpo por la transpiración, creyó no tener zapatos, ni ningún calzado salvo por unas medias.
Estaba de nuevo al borde del agotamiento total. Por un momento, meditó la idea de dejarse caer en el pozo. Igual, ahora que lo había descubierto, no sería una sorpresa. Jugó con esa posibilidad, la evaluó.
Al diablo sus verdugos, todo acabaría pronto..., o..., no..., quien sabe, no podía estar segura de la profundidad del pozo, ni de lo que éste contenía.
Su mente le devolvió una posibilidad: las ratas, para empezar. Si no salían de ahí, de dónde más podrían venir?. Tal vez, eran solo una trampa, liberadas dentro de su celda a propósito, pero con qué objeto?. Asustarla?. Hacerla saltar al abismo?.
Pero, si pretendían eso, les hubiese bastado con arrojarla dentro, apenas tenía fuerza para moverse unos centímetros, no hubiera opuesto demasiada resistencia.
Sin embargo, las cosas no parecían tan fáciles. Ellos no querían tirarla, a caso, querían que fuera ella misma quien saltara. No les iba a dar el gusto, en ese caso.
Como diablos saber qué querían, si no podía recordar un solo interrogatorio?. Ni siquiera, su arresto, o los motivos.
Solo era capaz de evocar la ciudad, sus murallas de piedra emergiendo directamente de la montaña, el puente de acceso. Los viejos edificios, los templos que habían sido sucesivamente, sinagogas, mezquitas e iglesias católicas, en fin, reciclados, reciclados?.
Las calles, muchas demasiado angostas para...para..., un coche?. Extraño, pensó, como si algo no coincidiera, pero no supo qué. Luego, una imagen de ella misma, manejando una espada, de acero toledano, liviana y fuerte a la vez. La pasaba sin dificultad de mano en mano, como lista para un combate.
Recordaba haber hecho una “prueba”, con un muchacho extranjero, pero solo como un ejercicio, no una verdadera lucha.
Deseo tener la espada entonces, aunque dio por descontado que se la hubiesen quitado, era una cosa lógica. De todas formas, aún si ésta estuviera a su lado, dudaba tener energía suficiente no digamos para usarla, no se sentía capaz ni siquiera de poder moverla del suelo.
Cuanto tiempo podía sobrevivir una persona sin agua?. La idea sobrevino así, bruscamente, casi fuera de contexto, aunque, para ser francos, cual era el contexto?.
Tanto da, la pregunta seguía en pié, dado que no tenía una buena respuesta, y otra vez sentía la maldita sed atenazando su garganta.
En tanto, el esfuerzo por moverse, aunque sea un poco, había vuelto a consumir sus escasas energías. Volvió a caer inconsciente.
En el sueño que siguió a su inconsciencia corría en el medio de una jungla tropical, perseguida por un tigre diente de sable. Parte de ella le decía que eso era imposible, que ese bicho se había extinguido miles de años atrás. No obstante, el felino, ignorante en lo tocante a su extinción, continuaba persiguiéndola, aparentemente para hacer de ella su cena. Corría y corría por una densa arboleda, entre plantas gigantes. Varias veces tropezó con alguna raíz demasiado grande (según sus parámetros).
En medio de esa selva inmensa, ya sin aire, seguía, hasta caer en una especie de trampa de sogas, colgante, en lo alto de un árbol. Atrapada en la red, sin embargo, al menos pudo descansar. Vio pasar al tigre enorme bajo su prisión, incluso, rió entre dientes, hasta pensar quien podría ser su nuevo “captor”.
En esa selva, había cazadores después de todo, donde estaba?. Por el momento, a salvo, parecía. En su nueva jaula, finalmente, se durmió, vencida por el cansancio.
Al volver a “despertar”, de vuelta en su celda helada, pensó en lo tonto de ser perseguida por un animal extinto, como si no tuviera suficientes problemas.
Un leve movimiento había vuelto a acercarla al borde del pozo, se estremeció al pensarlo. Su respiración era difícil otra vez, podía escucharla. En realidad, era lo único que oía, los silbidos de su pecho en sus esfuerzos por tomar aire. Y, lo que le pareció, el sonido de las ratas acercándose de nuevo.
Peleó por liberar sus brazos de lo que los sostenía. Las cuerdas estaban bastante sueltas, al moverse logró sacar el brazo derecho de ellas.
Bañada en sudor, y temblando, con un brazo libre, casi rió. Pero, aún respirar era todo un trabajo, y el dolor en el cuerpo le recordaba su destino.
Basta, ya estaba bien, podía oír a las ratas otra vez, ya no tenía fuerzas, ni deseos de pelear. Quiso que todo terminara, pero, entonces, era incapaz de moverse, si quiera, hasta el borde del abismo. Cualquier cosa era mejor que seguir ahí. Confesaría cualquier cosa, lo que quisieran oír. Le daba igual.
Empezó a decir: “Pater noster qui is in caeli.. Las palabras acudían en forma desordenada y casi incomprensible. Fue consciente que parecía murmurar algo, sin saber bien qué...Siguieron apareciendo, en un susurro: “.Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad...”.
Algo en su confusa mente la hizo temblar, qué estaba diciendo?. Una mezcla de plegarias que había escuchado en algún lado, supuso. “Quid facit Sator Arepo?”.
Cada vez más confundida, le pareció escuchar:

“And my body is on fire
And God is never far away...”.

Y, por un largo rato sonó en su cabeza “The mercy seat” de Nick Cave.
Y, en la mezcla insólita de cosas, se le cruzó que una oración en hebreo no era la mejor opción para una cárcel de la inquisición. Igual, estaba casi segura de no haber hablado en voz alta. Por las dudas, permaneció un buen rato tratando de escuchar, en la oscuridad. Nadie vino, bueno, ya era algo, “bueno”.
Solo en ese momento reparó en el extraño hecho de haber nombrado a Dios en tres idiomas diferentes, ninguno el suyo, de paso. Rió entre dientes, raro para una atea practicante.
Aunque, después de todo, si estaba dispuesta a confesar cualquier cosa, en aquellas circunstancias, tal vez no resultaría de más invocar toda la ayuda que fuera posible. Even God, why not?.


Pero, a qué vendrían todas aquellas palabras, ni siquiera estaba segura lo que había querido decir. Plegarias en general, supuso. De por sí, un concepto vago, ni hablar en el estado de caos en que se encontraba su mente.
Nuevamente, y a expensas de un considerable esfuerzo, logró ponerse de costado, en una posición que sintió casi de inmediato mucho más cómoda y en un segundo estaba dormida otra vez.
El sonido que le devolvió la consciencia parecía provenir de su izquierda. Sonaban como voces humanas, una conversación tal vez, la escuchó tratando de prestar atención. Quizá de otra celda?. Hasta donde se le ocurrió, los prisioneros estaban solos, podrían tener visitas?. No llegó a entender lo que decían, pero sonaban bastantes tranquilas, al poco rato, no escuchó más nada.
Estaba de espaldas, si bien no pudo comprobar la existencia de sogas u otra clase de ataduras, seguía sin poder moverse, al menos con facilidad.
Comprobó su respiración, si bien no era perfecta, al menos por el momento los silbidos habían disminuido su intensidad, y aunque con un poco de dificultad, lograba tomar aire suficiente.
Al cabo de un lapso de tiempo que consideró suficiente, aunque no contaba con ningún medio efectivo para medirlo, se decidió a intentar abrir los ojos.
La penumbra que la envolvía, se iba convirtiendo en oscuridad. Entre las sombras, no obstante, creyó distinguir la figura de un hombre. Instintivamente, cerró los ojos y esperó. Nada, no escuchó ningún movimiento, ni siquiera, la respiración de alguien en la celda.
Sin saber porqué, supuso que el intruso no era peligroso. No lo había oído entrar, pero lo atribuyó a su cansancio. Al rato, comenzó a dudar de la existencia del mismo.
Lentamente, se obligó a abrir los ojos otra vez. Él seguía ahí, en un costado, parado inmóvil. Ella volvió a fingir que dormía. No terminaba de comprender la presencia del extraño.
Sin embargo, se fue tranquilizando, aún sin tener un motivo concreto, al tiempo que intentaba concentrarse en algo agradable.
Finalmente, volvió a abrir los ojos, y, con dificultad trató de observarlo. Cuando se acostumbró al débil resplandor que parecía venir desde arriba y a un costado (única fuente de luz), giró despacio la cabeza hacia donde estaba el hombre. Éste, parecía estar atento a sus reacciones.
En un tiempo que le resultó excesivamente largo, se fue aproximando, hasta quedar de pié al lado de donde ella yacía. En ese momento, tuvo consciencia de estar, aparentemente, en una cama, o eso creyó.
Al mismo tiempo, empezó a observar lo que la rodeaba. El extraño silencioso le fue inspirando confianza, se sentó a su lado. Estaba vestido con una especie de túnica gris, con capucha, o era un sombrero?. No estaba segura. Le recordó a alguien. No era un monje, sino alguien amigo. Se quedó cerca, sintió su mano fuerte y serena sobre las suyas, aún temblorosas. El hombre susurró unas palabras, mientras las oía, sin entender del todo lo que escuchaba, se relajó, y lentamente se fue adormeciendo.
Esta vez estaba en una ciudad, al pié de una colina, saliendo de un bosque. Una ciudad amiga, donde estaba a salvo. Su entrada resultaba invisible para los enemigos. La fortaleza no tenía muros de piedra, ni torreones, estaba protegida por la magia. Una magia antigua y poderosa.
Creyó escuchar una voz que decía:
“Seek for the Sword that was broken...”

No pudo entender el resto. Pero estaba casi segura que estaría a salvo. Ahora, mientras sentía paz por primera vez en un largo tiempo, recordó de pronto: “Busca la espada quebrada / que está en Imladris;...”.
Y supo donde estaba, y con quien. Estaba a salvo, y rió entre sueños al descubrir la identidad del misterioso extraño que la rescatara de la celda del abismo.

Texto agregado el 11-10-2003, y leído por 328 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-10-2004 Está muy bueno, le falta una pizquita de pulido. Pero muy bueno! orlandoteran
11-10-2003 Me gustó la trama, si lo trabajaras un poco creo que ganaría mucho. Tus personajes piden más vida, más participación directa... pero es bueno. Borarje
 
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