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“Esto, señores, no es un ensayo general.
Esto es la vida.”


J. BERNARD SHAW

“¿Y tú dices conocer lo que es el miedo?
Crees saberlo, sí, pero yo lo pongo en duda.
Cuando estás en un refugio y por doquier caen
[las bombas.
Y en derredor las casas arden como otras tantas
[antorchas
Experimentas, sin duda, espanto y miedo.
Porque momentos tales son horrorosos
[mientras duran.
Mas la sirena anuncia que ya todo está bien.
Aspiras hondo. La tensión pasa de largo.
Pero el auténtico miedo es una piedra en el pecho.
Una piedra. ¿Me oyes? Eso es, nada menos.”


SPRAJ (MIEDO)
ILYA SELVISNSKY
POETA RUSO CONTEMPORÁNEO
COMBATIENTE EN LA II GUERRA MUNDIAL






1

Llegó cinco minutos antes. Para asegurarse de estar en horario. Muchas veces se había hecho trampa con eso del horario. Sabotaje. El sabotaje a sí mismo era cosa común, y tan absurda. Un día, cuando necesitó sacarse de adentro aquello que lo carcomía como el ácido corroe las cañerías de una casa cuando hay que destaparlas, sólo entonces, empezó a llegar puntual a las sesiones de terapia.
Al principio no le resultaba ni fácil ni grato ir a la Locóloga (¿estaría enterada ella cuántos pacientes le ponían el mismo mote a sus terapeutas?) La vieja le movía el piso y le rompía la armadura.
Lo hacía llorar.
Nada se aprecia en este mundo hasta que uno empieza a carecer de lo que no supo apreciar. Y él había aprendido a apreciar el tiempo de terapia cuando las carencias se empecinaban en atormentarlo.
¿Había aprendido a apreciar el tiempo?
Se habituó a llegar cinco minutos antes. El primer día llegó y tocó el timbre de la de la Vieja Gorda Bruja y esperó a que alguien le abriese la puerta. Nadie contestó. Insistió, esta vez con un timbrazo más prolongado. Nadie contestó ni le abrió la puerta.
La Vieja Gorda Bruja, como la vida, no tenía ni apuro, ni sala de espera, ni recepcionista. Había que esperar en la calle. En días soleados. Con lluvia torrencial. Expuesto al tórrido sol de febrero o zapateando para desentumecerse en las gélidas mañanas de agosto.
Aunque el día fuera diáfano o desapacible, había que esperar afuera.
Otro timbrazo.
"¡Viva la bola!", pensó. Un dicho de chicos. Los hijos hablaban de esa manera. Con el desparpajo y la naturalidad que sólo los niños parecen ser capaces de manejar con absoluta fluidez.
¿Estaría en la casa? Sí. Tenía que estar. ¿Y si se había ido? ¡Ah, no! Si se había ido y lo había hecho venir en balde, lo iba a escuchar. Las consultas eran caras. El tiempo que le insumía ir hasta allá, valía. Era tiempo perdido. ¿Perdido? La duda. Otra vez la duda. Pero si se había ido, iba a escuchar El Gran Sermón del Paciente Ofendido. Lo menos que podía haber hecho la Vieja Bruja si había tenido que salir con urgencia –¿qué otra razón puede llevar a un terapeuta a irse y dejar colgado a un paciente?– era avisarle. Tendría que haber llamado a la oficina para avisarle.
Miró su Rolex, impaciente. Sólo habían pasado dos minutos. ¿Y si la Vieja Bruja estaba adentro esperando que fuera la hora? ¿Qué más le daba abrirle dos minutos antes?
–Cuando crean estar seguros de algo –les decía a sus alumnos en las clases de filosofía–, cuando crean estar seguros que están seguros de lo que están pensando o sintiendo; cuando crean tener la absoluta certeza de que ese algo es en verdad así y no de otra manera, entonces siéntense en otro lugar y miren desde otro ángulo. Entonces, van a comprobar cuáles son las diferencias.
”Entonces, cuando vean y crean con certeza que es diferente, la certidumbre se va a empecinar en confundirlos otra vez, como un viejo prestidigitador cruel. En ese momento se van a decir –quizás– que no era así, como pensaban antes. Que es así, como lo ven ahora. Pero el así anterior... ¿sigue siendo igual?
“Ese es el momento de volver a cambiar de lugar y mirar desde otro ángulo la misma realidad. Porque las cosas no se ven iguales desde diferentes lugares. Lo decía Ortega y Gasset, cuando hablaba del diferente cristal que todos tenemos delante de los ojos. Lo aseguraba Doña Filosofía y lo creía él, tanto como creía que cuando pensaba, también existía, a partir de Descartes que el muy cagueta había quedado bien con Dios, con la Patria, con la Filosofía y –lo que era más importante– con la Santa Inquisición porque si no le hubiera encontrado la salida con el cogito ergo sum hubiera terminado comprobando qué siente una tira de asado en la parrilla. De paso, y casi sin quererlo, también había quedado en excelentes relaciones con la posteridad. ¿Lo ven claro?”
Así era él. Don Sabelotodo. El Maestro Ciruela. El Plomo de Filosofía II. El que desataba las más encontradas pasiones entre los alumnos. Amores efímeros que duraban lo que un semestre. Odios persistentes, cuando volvían a llevárselo por delante en Ética. Admiración genuina o irritación sin concesiones. Cualquier cosa era mejor que la indiferencia, esa auténtica asesina del amor.
–¿Está presente realmente la señorita rubia (cuyo apellido no recuerdo) en la clase por más que yo no pueda verla desde aquí, porque el pelilargo que tiene adelante me dificulta la visión con su hirsuta pelambrera? –preguntaba, esperando respuestas–. Claaaaaaro que está –se contestaba a sí mismo y a los demás, y los acicateaba–: Y si la señorita sabe que esta clase sirve para algo más que para calentar la silla, mostrar las estupendas piernas que tiene y hacer algún que otro levante, me está escuchando aunque yo no la vea”.
A veces se permitía dudar y preguntarse por esa necesidad de encontrarle el punto flaco a los demás, abochornarlos, y meterles el dedo en la llaga. La mayor parte de las veces no encontraba respuesta.
Algunas otras veces, se mentía.
–En resumen, queridos párvulos, duden. Du-den. En la duda está el truco. Con la duda, viene la luz. Con la luz, la claridad mental. Con la claridad mental, la libertad para pensar, para hacer, para ser. Ser. Quizá sea la duda, y no otra cosa, lo que nos diferencia de las bestias de la selva. La capacidad de dudar y de amar. Sí, de amar. Todo y al mismo tiempo y con interrelación, es el motor del crecimiento. Y el crecimiento, señoritas y señores educandos, es lo que les va a permitir afrontar el momento decisivo, sea éste cual fuere. El crecer es lo que les va a permitir enfrentar a la Señora de la Guadaña con resignación, sobre el final de sus vidas.
”Si no han crecido, sin no se han transformado en librepensadores, si no han podido decidir ni siquiera en una de las tantas encrucijadas de caminos que no conducen a ningún lado, pero que hay que caminar, si sólo han vegetado y adquirido... entonces, queridos ya estarán muertos, aunque no se den cuenta. A menudo los muertos no advierten que ya no respiran. ¿Conocen alguno que pueda rebatir este punto?”
Era duro. Sabía que a sus espaldas los alumnos lo consideraban el hijo de puta más duro de toda la facultad. El conocía a muchos idiotas que andaban por ahí, dando vueltas por el mundo, con las manos lo suficientemente rápidas como para aferrar las pelotas a un tigre. Cierto. Tan cierto como que ni siquiera uno de esos imbéciles era capaz de seguir apretando cuando el tigre comenzaba a ponerse fastidioso y a tirar zarpazos y dentelladas para todos lados. Parafraseando a ese seudónimo que había cobrado vida para reclamarle a su creador que lo dejara perpetuarse y se negaba a desaparecer así, sin más, por voluntad de un editor.
Hijo de puta, sí. Pero justo. Había vivido obsesionándose por el equilibrio y la justicia. Los alumnos lo sabían, lo reconocían y lo apreciaban. Aunque de vez en cuando por lo bajo –por lo general en los exámenes– le deslizaran una puteadita.
No inferir. Esa era la Consigna Suprema.
Entonces cómo podía ser que él, precisamente él, estuviera dale-que-le-meto haciendo una inferencia detrás de la otra, parado delante de la puerta de la casa de su Locóloga, consultando otra vez si las manecillas del Rolex se habían desplazado. Claro que se habían movido. Un minuto. Faltaba sólo un minuto para la hora de su sesión de cuarenta minutos (ni uno más, ni uno menos), que tenía que aprovechar al máximo. Si uno se lo pensaba mejor, siempre era una cuestión de tiempo.
La vida era una mera cuestión de tiempo.
El sufrimiento era sólo tiempo padecido y la felicidad una chispita de tiempo gozado. Si hasta la traición era una cuestión de fechas. Y eso no lo había inventado él. Se lo había espetado Talleyrand al Zar Alejandro cuando se le fue a quejar que Sajonia no podía integrar el Congreso de Viena porque los prusianos y los sajones se habían aliado al enano cabrón –como todos los corsos– de Napoleón, olvidando en esa oportunidad que él había hecho lo propio tiempo antes. Como que el mismo Talleyrand había sido ministro de Napoleón, y antes de eso cura en los tiempos de Luis XVI, pero prefería olvidarse con el correr del tiempo. Olvidadizo el franchute. Casi un jodido amnésico. También se había olvidado de la mujer a la que había dejado un poquitín preñadita en una noche de juerga, y que el hijo nacido de aquella unión había sido bendecido con el genio del arte y se llamó Delacroix y que iba a dar mucho que hablar per se y no por haber tenido un padre traidor y algo olvidadizo, pero que al fin y al cabo había salvado a Francia. Quizás todo era una cuestión de tiempo.
¿Y por qué no le abría la puerta?
En ese momento escuchó los pasos suaves, casi deslizantes y amortiguados que llegaban desde el otro lado de la puerta. Ruidos soft, apagados por las estridencias de la calle, el estrépito de la vida ciudadana cotidiana.
Había llegado el momento. No el momento. El Momento.
The show time fox. A las quince y treinta. Tres y media p.m. Sharp. Ninguna otra palabra lo expresaba mejor que esa. Tenía que ser anglosajona, carajo. Sharp. Quería decir justo en ése momento. Ni un segundo antes, ni uno después. Como la hora del té en Londres.
Justo a tiempo.

(continuará)

Texto agregado el 05-10-2005, y leído por 171 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
17-11-2005 !Vaya clase!!!, me encantarìa ser la alumna de aquel profesor!!!!!, tienes la habilidad de manejar el pensamiento ajeno y llevarlo a donde tu quieras. te felicito, esto està buenìsimo y seguro se pondrà mejor, voy por la segunda parte.... munda
25-10-2005 magistral perfil de los personajes, un dibujo perfecto con solo dos pinceladas. la historia camina, sonrie, coquetea con la historia y estoy absolutamente ávida de continuar. mariamorena
07-10-2005 ESPECTACULAR,ME GUSTA COMO NOS LLEVAS DE UN LADO AL OTRO SIN DETERNER NUNCA LA MIRADA DE LO QUE NARRAS ***** lagunita
 
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