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7

Cuando la Contadora Pública abrió la puerta, esperaba un niño. El pensó que con los niños debería ser más fácil.
–No –dijo la voz de ella en su mente–. Es mucho más difícil. Casi no hay DEBE y el HABER potencial desequilibra la ecuación –la mujer no había abierto los labios, pero era su voz y no otra. De eso, no cabía duda.
De pronto lo asaltó la necesidad de confirmar lo que la mujer ya había asegurado:
–Entonces... ¿está todo bien? –preguntó–. ¿Puedo irme tranquilo?
–Absolutamente tranquilo –aseguró ella, ahora abriendo la puerta sin mezquindad. Acto seguido hizo algo más que él no esperaba: acercó su bello rostro y lo besó en los labios. El beso más dulce que recordaba haber recibido de una mujer durante toda su vida. Un beso de amor.
Cuando separó sus labios, por primera vez percibió y experimentó qué significaba sentirse en paz. Verdadera paz. Cruzó el vano de la puerta.
La luz intensa que había bañado al que lo había precedido, lo colmó de felicidad. Salió a la calle de ese barrio indefinible con casas inexistentes, exultante y sereno.
El niño entró en la casa. La puerta se cerró con un leve crujido apenas perceptible.

8

En la sala de espera se habían encontrado todos. Soledad y sus hijas. Su hermano. Su amiga de tantos años. Nadie había tenido el coraje de avisarle a su madre.
Cruzaban alguna que otra palabra en tono bajo, como se supone que debe hablar la gente en la sala de espera de la unidad de terapia intensiva de una clínica de lujo.
El médico que salió de la sala de unidad coronaria los miró antes de acercarse, como si estuviera juntando fuerzas para enfrentarlos a la realidad. Se sentía sobrecogido. Soledad miraba con fijeza la pared. Las hijas –ya no eran las niñas de antes– tenían esa mirada perpleja de quien no comprende muy bien qué está ocurriendo. Su hermano mascaba un chicle porque allí no se podía fumar y observaba con inusual atención el diseño de las baldosas del piso. Su amiga, de a ratos, cruzaba alguna palabra con Soledad. Se habían comunicado rápido, cuando él ya estaba en el quirófano. Se había descompuesto en la oficina, antes de salir para la sesión de terapia semanal. Pero hasta ese día todos lo veían bien. El no se había quejado de ningún dolor. Era extraño.
El médico sintió pesar, y no pudo reprimirlo. No terminaba de acostumbrarse pese a la cantidad de años que hacía el mismo trabajo, que en momentos como ése mostraba el lado desagradable de las cosas. Todas esas personas se le antojaron como la imagen de las Parcas, o las Erinias, esas perras rabiosas del infierno de los griegos, esperando el momento de la cosecha.
–¿Quién es el pariente más directo? –preguntó el cardiólogo, guardando en un bolsillo el barbijo que llevaba colgando del cuello al salir del quirófano.
–Yo soy la mujer –dijo Soledad, encarándolo. Pero todos se acercaron al médico, como pequeñas piezas metálicas atraídas por un invisible campo magnético, pero como si se estuvieran moviendo en cámara lenta.
–¿Cómo está, doctor? –tomó la iniciativa el hermano, sabiendo de antemano que la respuesta iba a ser la peor.
–Lamento tener que informarles que el infarto fue fulminante –murmuró el médico, como si de pronto sintiera vergüenza por no haber podido salvar esa vida. Hizo una pausa para poder abarcarlos a todos con la mirada. –Le estalló el corazón. Cuando llegó aquí ya no podíamos hacer nada. Lo siento...
Siguió hablando, explicando sus razones, pero ninguno lo escuchaba. El silencio era una losa de granito que caía sobre la boca abierta de una sepultura lista para ser sellada. Cuando consiguieron asimilar la idea, Soledad, las hijas, el hermano y la amiga se abrazaron entre sí, como buscando encontrar consuelo y protección en el otro, mientras el cardiólogo guardaba un respetuoso silencio.
Entonces una de las hijas comenzó a llorar y fue el momento de las lágrimas.

Buenos Aires, octubre 1993

¿Vieron? ¡Llegamos al final! ¿Los aburrió la historia? Acepto comentarios y críticas. Quien escribe, ha de tener la valentía de exponerse. Gracias por leerme

© Simon Paterson





Texto agregado el 05-10-2005, y leído por 171 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-10-2005 Carissimo Amico, no imaginas cuánto me he entretenido leyendo este relato. Y entretenido es poco decir, porque hubo de todo. Me paseaste por una vida entera de sensaciones, de quejas e ironías... jaja, qué grato descubrir la ironía de esta forma, la filosofia de la filosofía, de la vida, del ser... atormentado de sentido, mientras se pueda, no? Has sobrevivido a esa lucha, y de qué manera! Qué intenso y cuánta identificación con lo que hace poco decía a uno que me repetía a menudo "ya no sé qué pensar", hasta que me encontró impaciente y le largué desde lo más profundo de mí misma: ¡y para qué pensar si ahora se trata de sentir!! Y lo maté, a pesar mío claro, y ahora me mira con resentimiento. No sabe que en realidad la frase me calzaba mejor a mí que a él, y que -como dice Jung- todo lo inconciente se proyecta... OltreParole
08-10-2005 Sabes venia de leer y no se, si lo presentía, pero tenia algo en ese capitulo que me llevaba por el camino mas sinuoso de la vida, bueno te digo me gusto mucho, sobre todo el modo que tienes de mostrar las cosas y hacerlo placentero, muy bueno y agradable leerte, te felicito y espero seguir,veo que hay de todo, un beso lagunita
 
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