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Convencida en avanzar hasta el final, María José – mari como solían llamarla desde que tuvo uso de razón- se aferró con fuerza a la cadena humana de vanguardia que encabezaba la protesta. A dos cuadras de aquel lugar el piquete de carabineros de fuerzas especiales había bloqueado la Alameda a la altura de la Biblioteca Nacional. A su alrededor las pancartas y los lienzos llenos de consignas contra el dictador daban a la columna de activistas la forma de un dragón. Mientras avanzaban decididamente hacia el enfrentamiento los gráficos y camarógrafos se cruzaban desesperados por delante de la columna para tomar el retrato de los políticos que también encabezaban la marcha. María José se sentía una heroína defendiendo sin miedo la causa de los derechos humanos. Al costado de la calle los santiaguinos de terno y corbata trataban desesperadamente de abordar cuanto antes una micro. La fiesta se venía en grande.

Cuando Mari vio avanzar el piquete de carabineros (carros lanza aguas y perros incluidos), notó que la efervescencia en la columna aumentó explosivamente. Los gritos crecieron en intensidad y la adrenalina se disparó a las estrellas. Los diputados top, junto a la cúpula política de los activistas que formaban junto a ella la primera línea, se unieron con más fuerza a través de sus brazos formando una cadena humana, mientras la proximidad de la represión hacía aumentar los latidos a un punto crítico. -“¡Vamos compañeros, vencer o morir!”-, era una de las arengas más templadas que se podían escuchar en aquel frenético instante, tan solo a metros de distancia de las fuerzas especiales.

Cuando finalmente los pacos lanzaron ese grito ensordecedor y arremetieron con furia en dirección a la columna (palos y pistolas en mano) su corazón quedaría para siempre estancado en el cogote.

De pronto y por arte de magia toda la cadena humana de compañeros luchadores y combatientes que segundos antes tuvo a su lado, desapareció, se esfumó. Así sin más, la joven idealista había quedado sola como un espejismo en el desierto parada en plena Alameda, justo antes que el carro lanza aguas con su potente chorro la lanzara de bruces a la vereda de la avenida. Luego sería reventada a palos. Nadie la socorrió, nadie preguntó por ella en la comisaría y al dictador nadie lo movió de su trono.

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Texto agregado el 13-10-2003, y leído por 859 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
14-12-2004 siento un poco de escepticismo al final y quiero dejarte una frase(en este momento no recuerdo su origen):"las utopias son algo, que uno al acercarse dos pasos, ella se aleja dos pasos y si uno se acerca diez pasos, ella se aleja diez pasos, para eso sirven las utopias, para caminar". kenshin
11-06-2004 Ahhhhh tantas marchas... jamàs me pasó nada y estas cosas me dan más ganas de reclamar por nuestras cosas, nuestra educacion. nuestro trabajo, nuestra dignidad. Indignadísima me dejaste! Buen texto, lo repito. Anark
11-06-2004 Excelente... cuánta bronca me dio leerte, me hace recordar a la injusticia de mi propio país... un saludo fraternal. Gracias por compartirlo Anark
30-10-2003 Me recordo a algunas a las que fui. Siempre piensas ¿servira de algo?y ya no me importa, porque lo que no sirve de nada es quedarse sentada en casa. Me encanto como contaste la historia, ese realismo heroico. Un beso. lady_blue
20-10-2003 Es triste pero asi es. "Inflas" muy bien durante practicamente todo el texto un enorme globo de esperanza (me han dado hasta ganas de hacer una pancarta y colgarla en el balcón), pero en un momento lo "pinchas" devolviendome a la realidad y recordandome que nunca hara falta una excusa para que un tirano machaque a alguien que piense distinto a él. Ah, por cierto, el relato me ha encantado. Eddy_Howell
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