Siento el placer de recorrer esta autopista bendita, suave, sin obstáculos ni rugosidades, pradera de suave seda que electrifica mi cuerpo, viaje desalado por las alturas del sacrificio para precipitarme a los abismos tormentosos del placer, me hundo en un océano de meditaciones, respiro aliviado en alguna dársena y renuevo mi impulso para proyectarme sobre cimas de suave nieve, me acometen los temblores y convulsiones mientras amaso las blanduras y voy develando los secretos tras las sedas que como sutil manto recubren el delicioso espectáculo. Me encabrito, enloquezco, muero y renazco y desde un volcán de labios sensuales emerge un ejército de avecitas canoras emitiendo sus débiles gemidos. ¡Ay que pasión de explorador redomado! ¡Ay que sinceridad de mi cuerpo al permitirse el asalto de las sinuosidades que lo enloquecen a uno hasta hacerle parir lágrimas de queja! Es el tibio e inútil reclamo por el tránsito tan breve desde la cima de la gloria al ocaso más absoluto y desde los manantiales de la frescura al averno de la sinrazón. Que le voy a hacer querida mía, si es tu cuerpo la puerta que me impulsa al reino de la premura, en donde son las urgencias las que acometen mis deseos. Luego quedo tendido en las arenas candentes invocándote, invocándote siempre, hasta que el deseo se rinde y da paso a los más desbocados sueños. Mira lo que has hecho con mi vida, que ni durmiendo puedo desatarme de ti…