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TOMÀS

Era evidente que el viejo mendigo estaba tiritando; tiritaba la borrachera, tiritaba el frío, tiritaba su existencia. Líneas finas sin control en un bloque adverso. Frases con significados irrelevantes. Lugares sin puerto en los que arriba la soledad del mar océano.
Aquella brisa era una broma, no podía ser otra cosa que la sonrisa de Dios.
Yo soy Tomàs, el gato callejero, ya he pasado por mis primeras seis vidas. Mi nombre me viene de lejos, ¿quieren creerlo? Tan lejos como está mi origen, mi infancia, si prefieren las denominaciones de origen. No me crié en toneles de roble americano; me parieron en una calle lúgubre y gris, en una ciudad sin alma donde los hombres se engañan unos a otros de un modo miserable y salvaje. Hubiera preferido que la madre me acogiera en su seno desde el principio. La Madre Naturaleza. Pero reservó para mí los despojos de una sociedad humana en decadencia.
Esto no me marcó. A un gato no le marcan cosas tan nimias; un gato vive siempre habitando su propia presencia y viene a este bajo mundo para instruir a otros en el arte del camuflaje y la supervivencia. Porque la vida no es cosa de tiempo ni de remilgos; la vida es el arte de mantener el milagro el mayor tiempo posible, dentro de una calidad aceptable.
No he visto por aquí nada de eso. Sólo mediocridad ambivalente. Esquinas que no conducen a ningún lado y lados que no se comunican con las esquinas.
El marco de las artes sospechosas.
Cuando pasé por allí el viejo agonizaba, pero me dirigió un saludo sincero y me dio una lonchita de jamòn, que me supo a gloria. Creo que era la última que le quedaba.
En sus manos temblorosas tenía una foto; se trataba de una chica muy joven. Pensé que hacía referencia a alguna relación en una vida anterior. Suponiendo que existan vidas anteriores. ¿Lo creen ustedes? ¿Creen que hay vidas en una secuencia infinita a través de las cuales se va mejorando el status? A mí me parece una estupidez. Verán, considero que cada respiración es una existencia individual. Ahora es justo ahora y si no has podido llegar a tiempo, ¿qué quieres que te diga? Inténtalo de nuevo en un momento oportuno. Si llega, claro.
El viejo estaba de vino hasta el culo. Él no respiraba; configuraba una atmósfera a su alrededor plena de gases alcohólicos en los que pretendía respirar, sometiendo a presión el círculo vicioso de sus sueños. Es algo inherente al ser humano. Uno no se conforma con lo que hay: tiene que inventar lo que se supone que ha de venir.
Le llaman filosofía, religión, desarrollo. ¡Qué sé yo!
Lo cierto es que los sueños están siempre detrás de la realidad. Y, cuando la realidad se impone, la gente bosteza. Giran con la música y el erotismo, inventan cuentos y fórmulas matemáticas y diseñan colores para evadir la realidad que se les ha impuesto.
Dios sonríe, como una efigie inmisericorde.
El viejo también reía, y me quiso dejar su legado. Un eructo memorable para los anales de la dispepsia y la informalidad urbana.
No duró mucho; sólo el tiempo en que absorbí aquella loncha de jamón. Luego, se fue con un suspiro largo. Si me preguntan a dónde fue, les diré que no estoy preparado para responder a esa pregunta. Es más; me parece una estupidez intentarlo, una pérdida de tiempo. Mientras el hombre expiraba, Dios sonreía.
Y le parecía normal. La fábrica no para nunca: modela artefactos vivientes sin cesar que siguen pautas interminables y reminiscentes aunque diversas, sin cesar. Y todas mueren. El juego que sigues es el juego que la muerte se traga.
Dios es la sonrisa de la muerte, aunque tengas que nacer para ello.
El asunto que les cuento es que me quedé con la foto entre los dientes, porque aquella foto no me era del todo indiferente. A un gato como yo no se le olvidan las cosas, sólo las relega al olvido si es lo que interesa. Sin embargo, he de decir que lo de la loncha de jamón me llegó muy dentro. Y no hablo sólo de lo confortable que se sintió mi estómago.
Como ustedes comprenderán no tengo una computadora con el programa “photoshop”, o como se llame; no puedo retocar las imágenes de la realidad para configurarlas virtualmente y hacer que parezcan lo que no son. No, no me dedico a eso. Mayormente me gusta la realidad tal y como es: irónica, detestable, barriobajera, indómita, versátil.
La sonrisa de Dios. El caleidoscopio universal que muda las fronteras sospechosas.
Me fui con la foto en los dientes, porque conozco a cierta persona que, si aplicamos un programa como el que he dicho anteriormente y la envejecemos, se parecería mucho al original. Una joven hermosa que llegó a ser una vieja maquillada por el tiempo y la espera de la ilusión.
Vivía debajo de un puente y respiraba con dificultad. Cuando yo llegué allí, el tiempo era húmedo y frío, y silbaba con aires mordaces y altaneros.
Se calentaba al fuego de una hoguera improvisada y comía algo de fiambre al tiempo que trasegaba un “tetra” de vino tinto con avidez inusitada. Hablaba sin palabras de recuerdos, porque sus recuerdos estaban conformados por imágenes que las palabras no podían describir.
Cuando me acerqué me regaló con una loncha de jamón, que me supo a gloria. Yo dejé la foto en el suelo, cerca del fuego. Ella la tomó y se echó a llorar.
¡Qué cosas!
Parece que había escrito algo detrás de la foto y, desde luego, no le resultaba desconocido.
—¡Ah, te has ido, y yo aún sigo aquí! —empezó a decir.
Yo sabía que el espectáculo iba a ser el mismo. Los gatos no nos dejamos llevar por la improvisación.
Supongo que el ritmo de tambores que oí no venía de una fiesta. Supongo que era el corazón de la vieja que se asfixiaba. Y allí se quedó, con la foto entre las manos, cerca del pecho. Yo me fui, buscando algún charco en el que se pudiera navegar. Era evidente que Dios sonreía.
Estoy en un callejón perdido, esperando que alguien me traiga una lonchita de jamón. Me asfixio, siento que ha llegado el final. Estoy húmedo y ágil, podría moverme a cualquier lugar con cualquier intención, pero, ¿para qué? Simplemente me muero.
Observo todo a mí alrededor como estampas que conforman secuencias incomprensibles girando en un espacio y un tiempo que no puedo detectar.
Deben hablar un lenguaje diferente del que yo aprendí. Y, ahora, me acuerdo del viejo y la vieja a los que uní con una desgastada estampa sin contornos definidos.
Es evidente que soy un gato sin recursos. Me llamo Tomàs y quiero dejar memoria; quiero decirles que, todo este tiempo, fui consciente de las cosas, que, por mucho que le demos vueltas, todo es la sonrisa de Dios.
Más allá sólo podemos configurar el espacio virtual de los sueños.
Tortuga

Texto agregado el 14-10-2003, y leído por 212 visitantes. (0 votos)


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