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Reservados todos los derechos de autor ante WIPO y CIPO. Libro en los diferentes paíces de América latina.

Crónicas de Barcelona (l) Fragmento

Cuando Gorka Echavarría ese día del mes de noviembre bajaba lentamente los veinte escalones contándolos uno a uno para llegar al sótano de la Clínica Santa María no sabía a dónde iba ni qué lo estaba esperando al final.
Nunca había vivido algo parecido en su intensa vida y mucho menos en los tantos lugares de diferentes países del mundo donde había logrado sobrevivir.
Cuando descendía los escalones del sótano del edificio se sintió más solo que nunca en este mundo.Podía escuchar muy bien su respiración y los latidos de su corazón a punto de estallar.Las indicaciones del hombre pequeñito, que parecía un duende o un hombre de otro mundo, que lo recibió con amplia risa cuando llegó y sus palabras que aún hoy en día caminando por la Plaza Cataluña en Barcelona escucha como un eco: señor... camine al fondo, luego gire a la izquierda y al final del corredor, a la derecha, baje las escaleras que se encuentran allí y luego encontrará una puerta que permanece abierta de día y de noche. Y Gorka preguntó ingenuamente: ¿por qué la puerta siempre está abierta? Y el hombre le respondió con tímida sonrisa, sin inmutarse y sin cambio alguno en la expresión de su rostro, y como acostumbrado a esas palabras le dijo: allí está la muerte y siempre nos está esperando. Gorka callado lo miró incrédulo al escuchar esas palabras, y respondió impávido y aterrado con palabras entrecortadas: gracias señor, gracias. Se quedó unos segundos pensativo yéndose con la mente al lugar donde vino a este mundo hace 43 años, en un pueblo caluroso en el Valle del Cauca, con un médico que llegó a la casa de su padre a la una de la tarde y se bajó con toda la parsimonia del automóvil Opel, de color verde oliva, un hombre llamado, por cosas del extraño destino, Baltasar de los Ríos, quien golpeó tres veces en la puerta sin prisa alguna. Este médico calvo usaba anteojos redondos, camisa blanca de manga larga, pantalón kaki, maletín y corbatín negros; entró saludando parco por tartamudes de un susto en la infancia y sacó los instrumentos necesarios, los organizó sobre la improvisada mesa y ayudó a la joven mujer a dar el último empujón final para que Gorka empezara su vida y la misión encomendada en este mundo y llegara con un llanto que aún hoy en día no termina después de 43 años.
Caminaba los largos y silenciosos espacios de la Clínica para llegar a las escaleras que lo llevarían al sótano del edificio donde la puerta siempre estaba abierta y lo esperaba la muerte. Descendiendo lentamente las escaleras pensaba cómo reaccionaría frente a lo desconocido. Así, poco a poco, contando los escalones en medio de la semioscuridad y del frío que lo invadía llegó al final de la escalera y allí estaba el cadáver de su único amigo y de su gran héroe después de todo lo vivido y conocido en este mundo. Frente a él estaba su padre, solo en grimas, sin nadie más en este mundo dentro de una bolsa plástica de color azul. Cuando lo vio le impactó lo pequeño que estaba su cuerpo. Parecía el cadáver de un niño. Dudó por un momento que fuera el cuerpo de ese gran hombre que había sido su padre... observó detenidamente todo a su alrededor y vio el cierre metálico de la tula plástica que iba de la cabeza a los pies y sin pensarlo dos veces lo abrió lentamente. Le miró la expresión de la cara, la posición de las manos sobre el pecho, lo tocó y todavía estaba tibio. Le organizó el cabello con ternura, y sonrió al recordar el último corte punk que le había hecho dos semanas antes y que ahora lo acompañaría en su viaje a la eternidad. El cabello blanco estaba aún brillante y Gorka miraba en la expresión de su padre una paz serena y profunda igual que el silencio eterno de las majestuosas montañas y los fértiles valles que con él recorrió cuando era niño. Escuchaba, mientras lo observaba, sin afán alguno los sonidos de las lluvias y los truenos, el ruido de las cañadas y las aguas al caer entre rocas bajando de las montañas, sentía el canto de los pájaros que él le enseñó a distinguir e imitar en las auroras, sintió el olor a tierra mojada; se volvió a quemar en ese instante los pies con el calor de la arena del océano Pacífico cuando él lo llevó a conocer el mar, el canto del nuevo amanecer y de todos los pájaros de sus selvas estaban allí a su lado y ninguna lágrima salió de sus ojos mientras lo abrazaba por última vez. Se acercó a él y lo abrazó de nuevo como tantas veces y... le dijo casi en secreto como aquellos sonidos al amanecer traídos con la nueva brisa: Papá, no te preocupes, tus últimas palabras están guardadas en mi memoria, tu ejemplo de hombre intachable será mi mejor compañero, y recordaré en cada segundo de mi vida lo que hace sólo unas horas me decías: Hijo, de mí dirán todo lo que quieran, podrán hablar lo que quieran, pero nunca podrán decir que fui un hombre corrupto. Que vendí mi conciencia por esos malditos dólares. Nunca podrán decir que fui un contrabandista de armas, de repuestos, de licor, cigarrillos, que fui un prestamista o agiotista, que fui un avaro, un tahúr y mucho menos podrán decir que fui testaferro de mafiosos o políticos ladrones y corruptos que tanta desgracia todos ellos le han traído a nuestros pueblos. Hijo mío, cuanto antes vete de este país de mierda... te lo ruego ahora que mi muerte está muy próxima, no olvides nunca y escríbelo algún día que esto aquí, en este país, toda la vida lo han manejado las putas, los ladrones, los asesinos, los curas maricas, los camanduleros, los criminales, los militares y los políticos corruptos y ladrones de toda la gran puta vida, ¡país de mierda! Hijo mío, andate muy lejos, a la Madre patria, no vuelvas a esta tierra ingrata de ladrones y asesinos en sus instituciones donde los ancianos como yo que trabajamos toda una vida honradamente para hacer patria, sin olvidar a los niños y las otras mujeres ancianas se mueren de hambre y en la ignominia de todas las instituciones del gobierno y no tenemos ni siquiera el derecho a una vejez digna y mucho menos a una muerte tranquila. Ya los ancianos como yo y los otros hombres no nos morimos por las malditas balas asesinas como matan a los jóvenes sino del susto, del terror cotidiano y de la ilimitada tristeza de ver esta arrastrada e inmerecida vergüenza en lo que se convirtieron nuestras instituciones llenas de políticos corruptos y ladrones.
Hijo, cuando estés muy lejos busca a un anciano muy amigo mío, ese hombre es muy justo y sabio, él te ayudará siempre. Se llama Pau, es catalán, y está en todas partes. En España es un gran poeta y él te ayudará a editar tu próxima novela. -Sí papá... así lo haré; le dio un beso en su mejilla como siempre se despedía de él y lo dejó descansar mientras traía lo necesario para esa noche, aunque ya se sabia que de esa noche no pasaría. Unas lágrimas cayeron sobre su rostro y me reí abrazándolo como tantas veces a carcajadas nos reíamos viendo esta moribunda tierra llena de políticos ladrones y hombres asquerosos y mediocres en todas sus instituciones. Esas fueron sus últimas palabras. Y mientras Gorka caminaba cruzando alegremente la Plaza Cataluña, en la ciudad de Barcelona, recordaba con alegría y orgullo las palabras de su padre y reía feliz, y siguió caminando alegre con dirección a la Pensión Tarrazon cerca de las ramblas y donde llevaba ya viviendo muy cómodo unos meses. Gorka miraba que la Navidad se aproximaba con su esperada nochebuena. Los vientos eran más fríos y los días pasaban sin encontrar el anciano Pau que él tanto buscaba. En las tardes se sentaba a tomar café con unos pocos amigos en las ramblas de Barcelona. Vivía en aquellos días en la calle del Hospital con el número 211 de la Pensión Tarrazon. En esa pensión le asignaron la habitación en el tercer piso. No supo por qué le dieron la habitación ahí, era la más grande y con baño privado. Nunca preguntó por qué se la destinaron. Y todos los días entraba en ella tranquilo, alegre, le interesaba solamente que pasaran los días y terminar el proyecto en España y editar su novela. Con el correr de las semanas observó que la gente del barrio, las personas de los cafés vecinos y los de la recepción llamaban al tercer piso "El manicomio feliz". En este piso vivían turistas gringos y europeos, algunos pensionados, también los locos funcionales y productivos de la ciudad. No se sentía incómodo en lo más mínimo al estar compartiendo su vivienda con estas personas. ¡Qué locos ni qué...! esa es la vida. No le importaba nada, hasta se reía más de lo acostumbrado con las locuras de ellos y de las cosas que le contaban. Él era el más joven entre todos, pues algunos de ellos podrían ser su padre o su abuelo; respetando la jerarquía y condición de cada uno de sus compañeros, vivía muy tranquilo y feliz en dicho piso. Estos ancianos soportaban los días y los meses completamente solos. Observaban los días pasar silenciosos sentados en la recepción de la pensión, en la banca de un parque tomando el sol o charlando entre ellos horas y horas repitiendo monólogos interminables en medio de la soledad. A veces se sentaban en el borde de cemento de la ventana de un supermercado a mirar transcurrir las horas. Gorka miraba también con el correr de las semanas que estos ancianos estaban totalmente abandonados en el mundo por parte de las familias y antiguos grupos sociales. Nadie los miraba, nadie los determinaba, nadie los quería. Y pensar que cuando eran jóvenes y bellos eran tenidos en cuenta, pero ahora que estaban inútiles, viejos, muecos, enfermos y, lo peor de todo, en la miseria humana sin poder alguno, ya nadie los miraba.
Cuando la muerte les iba llegando unos la aceptaban muy tranquilos y otros muy angustiados trataban de quedarse en este mundo, y haciendo un esfuerzo sobrehumano por no irse se recuperaban de sus achaques físicos temporalmente, pero al poco tiempo aceptaban que ya no podían más con su cuerpo extenuado y sin pena se marchaban del todo de esta tierra. Sólo en muy pocos se vio el terror. La muerte era para muchos, o para casi todos, un extraordinario triunfo que lograban. Días posteriores al entierro de uno de los ancianos o jóvenes adolescentes que iban muriendo en los diferentes conflictos nos embriagábamos a veces por semanas casi enteras, por la desesperación de la realidad cotidiana. ¿Por qué no? -sé decían los jóvenes y preguntaban los ancianos- ¿A quién le importa nuestra vida?... A nadie.
Gorka se preguntaba el porqué estos ancianos sentían más miedo a la vida, miedo de estar viviendo en este mundo, más temor que a lo desconocido o a la muerte misma. Llenando su curiosidad y tratando de encontrar respuestas se pasaba horas y horas escuchando sus historias y sus vivencias pasadas. Contaban sus sueños fallidos, sus ilusiones idas, sus cansadas quejas, sus llantos ya secos. Quedaba en ellos sólo el cansancio de la violencia, la guerra y la miseria. Otros se conformaban a la dura realidad de saber que no eran eternos y que sus días estaban contados, igual que aquellos a quienes sin compasión alguna otros habían enviado a la muerte con el efímero poder y bombardeos nocturnos acompañados de la tiranía de nuestros sistemas políticos y económicos.
Mientras los días iban pasando los inquilinos del tercer piso, en la Pensión Tarrazon, sabíamos con certeza cuál sería el próximo en morir. Observaba que lo único que les quedó en esta vida a esos ancianos es el reproche a ellos mismos por haber sido unos cobardes. Por no haber sido capaces de levantar la voz de protesta, un grito infinito y universal de reprobación ante tanta injusticia; sin embargo seguíamos tantos años observando en cobarde y cómplice silencio el terror que padecían los otros seres humanos, las mujeres, los ancianos y niños de Colombia, Latinoamérica y África. Y lo más grave para nosotros hoy es sentir que somos o pronto seremos ancianos impotentes para cualquier acto, que dejaremos a nuestros hijos y nietos y a las futuras generaciones un mundo invadido por la maldita violencia y la barbarie en donde lo único que se respira es el horror. Un mundo que no es mundo. Un mundo donde la muerte es lo único grato que ya nos merecemos. Porque lo que no se murió en la guerra se pudrió en ella para siempre. Y para nuestra peor desgracia, en nuestra familia, en nuestra comunidad y nuestro querido país.
Días después en la Pensión y en esas gratas noches cuando estaba con los ancianos escuchando sus historias nos reíamos de nosotros mismos, de nuestras debilidades, achaques y limitaciones físicas. Mientras con las miradas y con palabras soltadas entre los quejidos y dolores insoportables por los diferentes achaques y daños en cada uno de nuestros cansados cuerpos tratábamos de comunicarnos y era penoso aceptar que lo decíamos en medio de los gritos porque casi todos estábamos sordos. A uno de los ancianos le pregunté una noche: Paco, ¿es verdad que tú eres sordo? Y con mirada maliciosa, pasándole despacio una copa de licor en medio de la reunión, dijo: Anda cojones Gorka, ¡Brindemos por tu salud! No preguntes jilipolladas a estas horas de la noche. Y haciendo el gesto de silencio con el dedo en los labios susurrando dijo: ¿Cómo haces ese preguntón a estas horas de la noche cuando ya llevamos tres botellas de whisky y nos hemos fumado dos porros? Soltando la risa el anciano contó entusiasmado lo siguiente: "Sí, mi querido Gorka, decidí volverme sordo después de meditarlo por muchísimo tiempo. Ya tenía una úlcera en el estomago y me habían dado dos infartos. Decidí no escuchar más el mundo exterior. No quería ni quiero escuchar más mentiras a toda hora y en todas partes: la radio, la prensa, la TV, en los cafés y, lo peor de todo, las mentiras de siempre de los políticos corruptos y de los gobiernos mediocres". -Salud Gorka . -Salud todos los presentes esta noche. Y todos brindamos con paco y seguimos escuchando su historia. Majo, escúchame bien... un día cansado de todo, desesperado, y no encontrando personas con quién compartir estas locuras que te cuento sobre la maldita miseria y la irracional violencia en esta tierra triste al igual que en mi vida familiar, viviendo con una mujer como la Antonia, a quien sólo le interesan las pesetas y la monarquía, como a mí, igualmente de bruto, este que te habla, sólo le interesa ahora después de viejo la lotería y el fútbol. Decidí dar un cambio radical a mi vida. Una tarde que me caí en la calle fui llevado inconsciente al Hospital Clínico de urgencias en Barcelona. Le hice creer a los médicos cuando desperté, pero más que todo a la gorda Antonia que estaba a mi lado, llorando desconsolada, que había perdido el oído y que no escuchaba nada. ¡Nada! La Antonia se acostumbró a perder su interlocutor cotidiano y le tocó seguir echando cantaleta sola todo el día en la casa: Paco, ese sordo jilipollas de mi marido que se las pisa y se las pisó toda la vida está sordo. Ya ella no me habla ni discute cuando me viene a pedir las pesetas, así vivo más tranquilo y feliz. Hace años que nos separamos y vivo muy feliz, ahora sólo la recuerdo por las fotos en blanco y negro, de color casi amarillo, de la época cuando la conocí y éramos unos adolescentes y creíamos en el amor. ¡Salud y salud!
Sí, Gorka, aprovecho este momento para preguntarte algo, lo mismo a ustedes los presentes en la reunión-y el anciano nos miró a todos en la habitación-. ¿Dónde está la mujer de Hispanoamérica y el mundo que ha hecho a su alrededor una toma de conciencia en el control de las armas nucleares entre todas las personas cercanas? ¿Dónde está su protesta masiva y total contra la violencia establecida a nivel institucional por muchos gobiernos del mundo y que los hombres bestias y asesinos sólo manejan a su antojo, para matarse los unos a los otros, arrasando con pueblos inocentes como lo hacen hoy en día en muchísimos lugares del mundo sin razón y sin lógica. Sólo por el oro y el petróleo, que son efímera riqueza?
¿Dónde están esas mujeres que buscan y buscamos los hombres honorables hoy en día en el mundo? ¿Dónde están esos seres que creen en la vida divina?, esos seres que sienten en su cuerpo los latidos de un nuevo corazón, el tiempo con sus amaneceres, los murmullos dulces, las canciones de cuna, el sonido del río, el mar, la brisa, tu sonrisa, tu hija, la lluvia, mi hijo, la vida, tu vida, el aire que respiras, tu sangre, los guaduales, el arpa, el bambuco, los sonidos, las montañas, las risas, y la de todos los de este mundo.
¿Dónde están las protestas de la mujer contra aquél ser que destruye sistemáticamente y sin piedad lo que ella creó con tanto amor? ¿Dónde está esa mujer Gorka, dime tú? Todos en la habitación nos quedamos en silencio para seguir escuchando al anciano quien continuó hablando: La vida hoy en día ya no es vida. Es un contrasentido de todo aquello que hace y ha hecho la mujer por tantos siglos y que sin esperanza alguna la mujer dispone como puede y a veces con esfuerzos sobrehumanos para crear y preservar la vida y la alegría en ella y sus congéneres...
¿Por qué ese silencio de la mujer moderna en Hispanoamérica y el mundo contra la violencia ilimitada que existe y ha existido a través de la historia y ejercida sin control alguno por el hombre bruto? Gorka, escúchame bien y todos ustedes aquí esta noche en la reunión.
Es muy triste tener que aceptar, y llegar a la conclusión de que la mujer contemporánea está aceptando y permitiendo como un hecho normal la violencia que se vive y difunde en todo el mundo y que es una barbarie y algo inaceptable en el hombre bestia.
No acepten esa violencia. Nunca la acepten. Decía el anciano con emoción y levantándose de la silla pidió un trago, bebe un poco y dice: -¡Salud todos!, y continúa hablando: Creo que muchísimos hombres al igual que yo y los de esta reunión estamos de acuerdo. Es algo realmente estúpido, sin sentido alguno y un Dios mío... ayúdanos a todos los hombres del mundo a encontrar un camino para el cual podamos todos los hombres de la tierra vivir en armonía el uno con el otro, para que nuestros hijos y sus hijos y todos los niños del mundo puedan vivir mejor, más tranquilos y felices.
Nunca un hombre consciente de que es un ser en evolución se atrevería a manejar un fusil, máquina, tanque o cualquier arma de guerra, de esos que tanto terror y pánico causan en los niños y en los ancianos.
Nunca un hombre debe aceptar manejar un aparato de esos que sólo llevan el odio, la muerte y la miseria humana y el dolor perpetuados en ellos.
Cualquier niño del mundo y de Colombia que ha sentido en carne propia la violencia y la estúpida y horrorosa guerra sabe y comprende perfectamente el terror y la amargura permanente que ella produce en ellos desde el primer instante que escuchan impotentes y aterrorizados esos helicópteros con sus sonidos asesinos. -Y con las últimas palabras de Paco nos quedamos en silencio, meditabundos.
Por el calor del verano la puerta de la habitación de Gorka, en la Pensión, siempre está abierta. Sobre un escritorio prestado tiene una computadora Scanner y dos impresoras. Tiene sus buenos utensilios de trabajo listos en todo momento. En la mañana, desde muy temprano, hacía trabajos en la computadora relacionados con el diseño gráfico, diseñaba afiches, logotipos y cualquier cosa que le permitiera pagar sus gastos y también se inventaba historias para el centenar de personas que llegaban a España pidiendo el refugio o asilo político. Lo mejor de todo es que a veces le tocaba inventar historias sin nunca haber estado en Sierra Leona o en Liberia o en Kenia. Y, peor aún, sin estar familiarizado con el medio ambiente o las circunstancias por las cuales la persona pedía el asilo o el refugio. Sin embargo casi siempre se les dio el asilo a las personas a las cuales les colaboró en la edición de su caso como refugiado.
Así Gorka vivía en Barcelona, durante el día observando y sintiendo la muerte a cada momento, el dolor ajeno y la angustia, el hambre y el llanto cotidianos en los rostros de sus niños, mujeres y ancianos. Y en gente de todos los diferentes países del mundo que llegaban a España.
Veía cómo la gente trataba de escapar de la muerte. Vio asustado y sin poder creer todo el horrible drama de los refugiados y desplazados de la violencia en el mundo. Eso lo traumatizó y lo ponía a pensar en la maldad que hay en el mundo. Nuestra indiferencia y egoísmo ante el dolor ajeno es algo que nunca ha podido entender ni aceptar. Muchas veces Gorka ha pensado, y lo dice a sus pocos amigos: "En este mundo no existe una distribución equitativa de la riqueza, porque el problema del mundo no es de pobreza sino de una distribución más justa y equitativa de los recursos que generan la riqueza".
Por eso al saber cada semana que se nos iba uno de los amigos y de los que asistían a las reuniones y fiestas que hacíamos en la Pensión Tarrazon, me he convencido de lo fugaz que es la vida.
En el fondo de la habitación y entre los ancianos la Marí Carmen grita: "Escuchen todos, me cago en la hostia y todo el Opus Dei completito, con todas sus sucursales en el cielo y con todas sus colonias llenas de maricones en la tierra. Me voy por un rato, a traer más velas antes que se acaben y ¿quién necesita algo de la recepción o qué necesitan? A ver ¿qué es lo que quieren o necesitan para ser felices?".
Ya sabíamos quién sería el próximo a morir esa noche.
Me paro en silencio y camino despacio, muy despacio, hasta la ventana. Quiero sentir la brisa y el olor a mango dulce. Es quizás esa nostalgia por la brisa del Caribe que me lleva a la ventana para viajar con la mente a aquellos lugares donde fui feliz. Miro a través de la ventana y todo es silencio. Siempre encuentro el silencio al final de todo. Siempre. ¿No sé por qué? pero el silencio está allí a cada instante de mi vida.
La calle está tranquila, hay poca gente, y Gorka observa a través de la distancia jóvenes caminando desviados, extasiados, consumiendo hachís por toneladas. Con sus walkman escuchando ese rap y ese rock de la música de mierda gringa, mientras caminan a las conocidas Ramblas de Barcelona. La brisa suavemente entra en la habitación, la siento y la disfruto como cuando tenía doce años y salía por la tarde de cine del teatro Bolívar en la ciudad de Cali y me venía caminando con mis amigos por la avenida Sexta. Ahora sólo escucho a lo lejos que suenan las putas campanas de la iglesia como todos los días, desesperadas buscando clientes arrepentidos y manipulados por el sentimiento de la culpa y por los curas.
Y ¿dónde estarás my darling y mi trucutu? Muchísimas veces se preguntaban los ancianos cuando veíamos pasar las morenas o las rubias escandinavas y que a veces mirábamos por la ventana o desde nuestro balcón. ¿Dónde estás mi amor?, y observábamos con los cuerpos y las risas desdentadas y las ilusiones ya idas con los años, recordando los atardeceres rojos a la orilla del mar o en las montañas con sus sombras entre los árboles buscando lugares dónde terminar el día.
Gorka apenas escuchaba los ancianos con sus quejas del amor lejano y observaba sus miradas que buscaban en aquellos años idos y muchas veces también igual que ellos decía y repetía lo mismo. -¿Dónde estás mi amor...? Cualquier persona que hubiera entrado a la amplía habitación de la Pensión se sorprendería al ver el patético cuadro con estos ancianos, hombres y mujeres de 80 años en promedio de edad, en pequeñas bragas, y con los senos al aire.
Las mujeres en esos calores del insoportable y húmedo verano de Barcelona que iban entrando a la habitación con sus ya descolgados senos en sus cuerpos cansados, los hombres llenos de achaques y con dificultad para caminar.
Seguía mirando fascinado cómo las mujeres ancianas cuando venían a visitarlo en la habitación y en las reuniones que formaba dejaban ver un poco de maquillaje en el rostro y un suave olor a perfume en ellas. Comentábamos con Gorka y los presentes en la habitación lo bien que les quedaba, y les hacíamos bromas con las cuales ellas se llenaban de risas. Así poco a poco iban pasando los días del verano mientras Gorka seguía buscando al anciano aquél sin poder encontrarlo.
En las noches, después de la búsqueda diaria del anciano por los difrentes lugares de Barcelona, era maravilloso mirar cómo las mujeres entraban en las noches sintiendo que iban a cumplir la cita de su vida. La cita esperada con el amante perfecto y que siempre desearon y el hombre o príncipe azul, y el amor que nunca les llegó y que continúan esperándolo. También otras y otros entraban en las noches, y ya tarde, con una sábana medio rota o desteñida, percudida o manchada por los años, el vino, la mugre y las lágrimas del llanto dejado en el pasado con sus esposos debajo de esas sábanas y con las mismas en los desamores o las traiciones y que ahora en forma extraordinaria imitaban con ellas grandiosas togas romanas.
Paco y Gorka mirában una noche los diferentes personajes que entraban con sus sombreros, cachuchas, gorras etc. Y no les importaba un carajo a los ancianos el qué dirán de los otros... o la fiera de su mujer o el tonto de su marido. Ya nada nos importa en la vejez, nos alejamos de todos aquellos prejuicios de clase social. Y que tanto mal junto con los curas, los siquiatras, y los sicólogos, algunos de ellos mentirosos y charlatanes, le han hecho a la gente del común. Entonces para no desentonar del grupo de ancianos Gorka usaba un sombrero sinuano, unos pantalones gigantescos y una camiseta que decía: El último viaje y unas abarcas de campesino. ¡Y qué carajo! Así se pasaba las noches en Barcelona muy feliz caminando de un extremo al otro de la habitación departiendo con mucha calma entre risas y anécdotas, todo lo que necesitaban para pasarla contentos cada noche. Y así cada noche era lo máximo. Porque sabíamos que quizás era la última noche para cada uno de los presentes.
A todos los ancianos Gorka les entregaba licores y elementos para su comodidad, sin distinción de raza o de achaque o clase social, a cada uno de acuerdo a su necesidad. Le alegraba muchísimo ver que los ancianos querían aportar siempre algo. Si no tenían dinero conseguían el extraordinario jamón serrano, traían pan y queso y todo lo compartíamos. Y lo hacíamos felices porque la muerte se nos viene encima y ¡se nos vino! Sin darnos cuenta. ¡Qué carajo!, aceptábamos que nada nos íbamos a llevar de este mundo.
Soy tan feliz, decía el Sergio, después de haber sido millonario, rico en pesetas y dólares, no en devaluados pesos o bolívares, todo lo que tenía lo había invertido en hospitales y escuelas públicas para las clases más necesitadas. Atacado de la risa y bebiendo vino nos decía a todos, ahora soy muy feliz. Hoy en día me levanto más tranquilo que nunca antes. Salgo al café de la esquina, me siento a leer la prensa, puedo tomarme un café y un coñac. Puedo charlar con todos mis amigos, hombres y mujeres; pago algo módico por la excelente calidad de alimentación que me dan. Me conocen, me respetan, me tratan bien y además por la noche me vengo a entretener y hacer vida social con mis amigos en esta pensión, que es mi casa. Y es aquí, en este tercer piso, en el lugar donde más me he reído al final de cuentas en toda mi vida.
Gorka, escúchame. Toda la vida fui muy acomplejado y triste porque no aprendí a bailar. Siempre fui muy torpe para llevar el ritmo de cualquier música o melodía. En mi juventud sufrí muchísimo, y como adulto ni te lo puedes imaginar cómo me afectó siempre el no saber bailar. Ya un hombre viejo y en nuestras reuniones con todos nuestros amigos y amigas, pues... aprendí a moverme con alegría, sin miedo alguno a nadie ni a nada. Y trato de bailar, lleno de risa con la música del colombiano Vives. Hoy por fin, como esta noche, puedo bailar. Por lo menos ya no me da pena y siento muchísima alegría. Que es lo que importa en este mundo. Vivir con alegría, el resto es pura fantasía.
Gorka dejó el anciano por unos minutos y siguió repartiendo las tapas, maní, tabaco, vino y aceitunas, el chorizo con pan, pulpo a la gallega, y sardinas a la vizcaína; la tortilla se la regalaba el dueño del café vecino y era de las que no vendía el día anterior, de los otros cafés de la vecindad conseguía también las famosas tapas y tortillas españolas, y a veces las cambiaba por su libro. Y así siempre ha sido con los ancianos: un anfitrión excelente, como su padre le enseñó a ser cuando era niño. Por lo mismo con él nunca les faltará nada a los ancianos, llevará alegría en cualquier parte donde falte la música. Partiendo desde la música clásica hasta la música cubana y mexicana. Los melancólicos tangos, los bambucos alegres, los emocionantes pasillos y guabinas y también el arpa llanera o la bosanova y zamba brasilera, o la cueca chilena o peruana.
A veces y por compartir con los ancianos les ponía vallenatos. Cuando los quería estimular y que recordaba tiempos pasados en su vida y que le entraba la nostalgia por Latinoamérica les hacía una noche especial de pura música llanera.
Gorka miraba por horas fascinado que siempre se paraban de sus sillas o del sofá donde estaban sentados al escuchar las melodías y sin mirar para ningún lado movían lentamente sus cuerpos al ritmo de la música y cerrando los ojos bailaban recordando aquellos momentos e instantes cuando tuvieron a sus diosas coronadas en momentos de años mozos en sus vidas. Tiempos que fueron jóvenes y bellos y quizás también fueron dueños del mundo por un instante. Aunque sólo hubiera sido el pequeñito y minúsculo mundo de ella y él. Compartiendo juntos esos días llenos de grandes momentos cuando escuchaban "los te quiero", -yo también-, ¿siempre me amarás? -Sí mi vida siempre- ¡júramelo! -Sí amor te lo juro-, ¿me serás siempre fiel mi vida? -¡Sí amor siempre!, -déjame termino la tesis y te doy un hijo. Y todas estas palabras ya lejanas para muchos y los dos en este momento. Y así la vida tuya y la nuestra se les fue y se nos fue, se nos fue... de las manos, escuchando palabras y sonidos en monólogos durante tantos años pasados, ¿recuerdas amor?, esas palabras son sólo palabras, y que hoy forman la parte triste de aquello llamado: El olvido.
Algunas veces que él bailaba entre ellos quería en esos momentos eternizar para todos y para ellas, en la habitación de la reunión en Barcelona esos segundos en los cuales nos sentimos dueños del mundo. Cuando nada nos importaba. Que ellas recuerden cuando eran unas diosas divinas. Unas de las más bellas entre las bellas. Y que los aplausos y la admiración los recibían por doquier. En todas partes. Y sobre todo en las grandes pasarelas y desfiles de la moda efímera llenas de luces y flash. En los grandes recintos académicos de las universidades de Boston, París y Barcelona. En Londres o Singapur las ovacionaban igual que en Caracas o Berlín y en Bogotá, Río o en Madrid, Rosario y Ámsterdam y Ciudad de México o Guadalajara. Amor ausente, Amor mio recuerdas cuando escuchabas los aplausos de los poderosos y que al final eran sólo mediocres que te aplaudían sin parar y reías mucho en esas noches y en aquel entonces y eras la más bella. Que ponías tranquilamente e indiferente el precio al mejor postor y como querías.
Que mirabas segura a todos los hombres, que los dominabas con tu mirada y que de todo creías tener el control. Convencida estabas que podías conquistar el mundo y tenías a tus pies todo, donde y cuando lo querías. Y que sin esconderlo decías al hombre de turno casi en llanto y al final de la noche en medio del licor y la marihuana bajo las luces de neón o en las habitaciones en penumbra llenas de espejos: "Sólo te pido que me quieras un poquito". Era lo que le decías desesperada implorando por el amor ...en esos segundos eternos en ese instante cuando susurrabas al oído, al nuestro, al de todos ellos, y más que todo aquel que no has podido olvidar nunca, nunca: el mío. Tu aliento, tu risa al amanecer como murmullos alegres, y escuchábamos el trinar de pájaros con la aurora, tu sangre, nuestro hijo... aquel que pudo ser y nunca lo fue. "Te quiero más que nadie en este mundo", le decías al hombre aquél cuando hacías en ese entonces tu tesis de grado. Recuerdas cuando juntos besábamos el universo en noches alegres de amaneceres suaves y tibios con olor a guayaba. Allá en la ardiente llanura de la vida. Tu vida, la nuestra, la vida de todos en este mundo. Y que ya hoy en día es tan solo dolor y llanto en tu vejez y en la mía. Cuando también creían ellos dos juntos y solo los dos en medio del canto de las cigarras y los colibríes al mediodía y debajo de los siete gigantescos palos de mango del patio de tu casa, allá en la Yaguara, los dos en medio de besos ardientes y lunas llenas en la noche corta, creíamos equivocadamente que el amor era eterno. Que me serías siempre fiel, antes que él. Y que al oído le decías con ternura: Seré siempre tuya amor... Le hiciste creer que íbamos a ser jóvenes y bellos y que los amaneceres eran siempre nuestros. Lo abrazabas y me hacías sentir dueño del mundo. Lo besabas todo íntegro y le decías: todo lo tuyo es mío amor, y lo mío era todo tuyo. Así lo hacías sentir y te creí ciegamente como un niño. Le hiciste soñar en que todo era nuestro. Que por estar juntos merecíamos todo y nos apropiábamos de todo y del mundo como si fuera nuestro también y sin tener la suficiente madurez y conocimiento, experiencia y sabiduría, para adueñarnos de la brisa con sus atardeceres rojos en la llanura. Sin pensar más en todo lo anterior de su vida, amor, mi dulce amor, por qué ahora que está bailando lentamente y que el cuerpo ya no le responde por los dolores y su rigidez, y que está desdentado y lleno de arrugas, viejo, calvo y que sólo quiere decirte con alegría en su cara, esa que es tu cara también y fue la nuestra, la de ellos, la de nosotros y con sus risas y besos compartidos y alientos tuyos y míos, y que es la vida de todos los aquí presentes en la habitación mía, en Barcelona y en este mundo. Tu mundo, el de tu madre y tus hermanos...y tu familia. Quiere decirte que sólo le quedan las ilusiones de aquellos días cuando lo pusiste a soñar como un niño en un mundo mejor. Un mundo más justo y más solidario para todos los hombres, mujeres ancianos y niños de este mundo. Le enseñaste a construir un mundo sin hambre y sin miseria y me enseñabas a soñar y amar un futuro para los dos.
Para todos, para todo el mundo entero. Le enseñabas a querer el amor en los amaneceres que eran fríos y sólo teníamos un colchón viejo en el piso y cuando todavía no le habían robado las ilusiones y creía en ti. Y todos los presentes en esa habitación de la pensión en Barcelona creíamos en ti. En ese mal llamado Amor... y en el mundo y en la justicia que nos rodeaba. Creía en ti. Cuando era más joven y todavía te esperaba.
Esta noche amor, mi amor de la llanura con amaneceres con olor a fruta dulce y arenas ardientes, cuando quizás nadie te espera... tú, una anciana igual a ellos, y por allá lejos muy lejos de mí y de nosotros aquí pensando y deseando que tu vida y la de ellos no sea dura... Ancianos bolivarianos cuando nadie nos espera ya tampoco ni en ningún lugar y que sólo nos espera la muerte como a todos los ancianos que he conocido y por los otros que cotidianamente comparten conmigo esta habitación y esta fiesta de despedida a ella, hoy en día en esta noche y únicamente esperando la muerte, cada noche es una despedida y un canto a la vida y un rechazo total a la ilimitada violencia que existe en este mundo. Una protesta a este injusto mundo. Un llanto desesperado de alegría por estar con vida en este día. Y en medio de una de esas tantas noches y en una como hoy y pensando en ti, amor de la llanura, ¡Amor Miserable!, Maldito amor... mientras reíamos a carcajadas esperando la muerte sin saber nada de ti durante los últimos años y después de tantos años esperándote sin esperanza alguna y como garzas en la laguna y después de haber bebido licor, y fumado marihuana con los ancianos felices y recordándote como en noches aquellas en la Yaguara, noches de ahora en Barcelona, cuando todos los ancianos y viejos entusiasmados contamos historias atroces como sobrevivientes del "horrible fascismo". Y estando todos felices, riendonos y escuchando música y charlando en la habitación alumbrados con la luz de unas pocas velas entró de repente, ¡Y qué sorpresota y qué susto tan hijo del gran putas! así como en las películas de Hollywood entró un hijo de puta negro, gigantesco, dando unos grandes zancos y con unos pasos inmensos de abuelo negro palenquero. Era de esos negros que de pueblo en pueblo de la costa Caribe y Pacífica de Colombia, en la época de la esclavitud, se vendían en la hoy "Plaza de los Coches" en Cartagena como si fueran relojes baratos de la china entrados de contrabando.
Sin darnos cuenta se nos metió el negro gigantesco que la noche, las sombras y casi oscuridad total de la habitación lo hacían parecer más grande que Satanás, con unos dientes enormes y una gran espalda y brazos con unos músculos que parecían las alas de un murciélago extraterrestre.
Todo el mundo se petrificó al ver ese monstruo negro dentro del pequeño y feliz espacio nuestro. Lo único que se le veía en la oscuridad o le podíamos observar con la poca y difusa luz de las velas que medio iluminaban la amplia habitación eran esos blancos y brillantes colmillos y dientes con carcajadas maléficas.
Ese ser negro entró de sorpresa, riéndose con gran alboroto, y nadie se movió del susto. Todo el mundo se quedó sin modular palabra.
¡Y quietos todos ahí, mis parroquias y presidentes, incluyendo aquellos de los pueblos y culebreros de la Antioquia grande, quieta la Margarita, quieto todo el mundo hijos de puta y... quieta mi Margarita que aquí llegó el negro, ese de Buenaventura a la Barcelona! Y así fue la cosa mis amigos, yo me quedé quieto y aterrorizado. ¡Dios mío esto es un atraco! -O nos va a matar a todos este negro-. Los ancianos de la habitación no podían creer que estuvieran viendo un hombre negro a esas horas en el amanecer de un nuevo día.
Todos estábamos asustados de ver un negro en carne y hueso. Un negro real y no como en las películas de Hollywood. Real no porque fuera de la monarquía española sino todo lo contrario. Este era un negro de verdad en carne y huezo y de aquellos de los llamados esclavos, porque los gloriosos hombres anglosajones les pusieron cadenas, los torturaron, los sacaron de su familia, de su África, y los sometieron y vendieron. Los arrancaron de su medio ambiente a la brava y con violencia los metieron en destartalados barcos y se los llevarón al Nuevo mundo para hacerlos vivir como animales y máquinas de trabajo. El negro que estaba frente a nosotros en la Pensión Tarrazon era uno de esos.
En territorio de la España de Aznar, nada más y nada menos. Y con una gran diferencia que lo caracterizó desde el primer momento que entró en la habitación: este negro parecía el Diablo. Era la reencarnación total de Satanás con toda su legión y su corte de diablos a su alrededor. Mientras hacíamos fuerza para que la brisa no apagara la luz del cabo de la vela que iluminaba el amplio espacio de la habitación donde estábamos. Ese hombre negro se nos perdía en la oscuridad de la noche con sus brincos y nerviosos músculos en su cuerpo de ébano cuando le hablábamos.
Parecía que se burlaba de todos nosotros. Cuando entró preguntó: ¿Oiga parroquias aquí quién se llama Gorka Echavarría? Escúcheme bien, necesito hablar con el Gorka. Por favor parroquias aquí ¿Quién es Gorka? ¡Ayúdeme por favor...! -Volvió a preguntar el hombre negro, precipitado y nervioso. Nadie contestó... nadie. Ni un solo mosco se movió. Sólo se escuchaban los pulmones llenos de enfisema de los fumadores y la tos obligada y amiga inseparable en los ancianos fumadores.
Después de sus palabras todo quedó en silencio. Sólo se escuchaba el sonido de la brisa en las velas derritiéndose y las cansadas respiraciones de los ancianos mientras hacían fuerza para que la brisa no apagara las velas en ese instante porque allí, sí nos llevaba el que nos trajo. Y frente a la sorpresa de este puto negro en la habitación y de improviso, yo muerto del susto cuando preguntó quién era Gorka, sólo me decía... Si le digo que soy yo el Gorka me mata este negro....Y me quedé en silencio.
Ahora sí estábamos muertos del susto y yo aterrorizado al ver ese negro gigantesco y maluco preguntando por el Gorka. Y lo más grave era que no atinaba a pensar en nada con el negro al frente. Estaba paralizado del susto. Luego decía el negro ahora más tranquilo y pausado tratando de convencernos a todos los presentes en la habitación, unos sentados en la cama, otros en el sofá y otros en pequeños asientos y que cada cual había traído desde que comenzó el grupo a reunirse todas las noches desde que llegué a la pensión: miren mis parroquias, -continúo el negro hablando- y con todo su respeto señores aquí presentes, yo soy sobrino de ese gran hombre negro llamado "la Maravilla Gamboa", ese que fue extraordinario futbolista en Colombia.
Todo el mundo seguía en silencio. Porque fuera de Gorka nadie conocía entre los ancianos españoles quién era la Maravilla Gamboa. Y mucho menos le creían al negro su historia. Algo normal en medio del terror que sentíamos. Yo en silencio apenas me dije ...y ahora ¿qué quiere este negro? ¿Ser otra Maravilla más de negro? Y para rematar la cosa es colombiano el negro éste. Y de una le pregunté ¡Oís parroquia! ¿vos de dónde sos? ¿De Puerto Tejada, San Basilio de el Puerto o del Corralito de Piedra? ¿De cuál palenque? Y el negro contestó ya más tranquilo y normalizando el ritmo de su respiración: Yo necesito hablar con Gorka. Pausadamente habló el hombre negro. Sin saber que era él la persona que buscaba y hablándole con acento español le preguntó. Y ¿para qué quiere usted hablar con el Gorka? No, mi señor yo sólo he podido escuchar aquí en Barcelona que el Gorka Echavarría es un maestro. Yo quiero hablar con él porque necesito que él y todos ustedes me ayuden a imprimir ocho mil hojas de esto que es para un amigo poeta y él les paga por adelantado. Yo sólo traigo el mensaje, un gran mensaje y además les quiero decir que estoy recién llegado a Barcelona.
Observando asombrado todos en la habitación al hombre el Gorka le preguntó: ¿Usted cómo se llama? El negro se quedó en silencio pensando y luego respondió mirando a todos los ancianos lentamente. A mí me dicen Guacho. ¿Y eso qué significa?, le preguntó Gorka. Bueno, es que mi nombre en verdad es: Washington... y soltó su risa maléfica y luego se quedó en silencio otra vez. Como si estuviera recordando días de su infancia. El negro empezó a mostrarse tranquilo y sin importarle que estábamos alrededor suyo se adueñó del espacio y se miró tranquilo sus tenis blancos, su overol nuevo, sus brazos musculosos, acomodaba su ancha espalda en la cómoda silla y en el lugar. Parecía que en su silencio estuviera recordando la historia de la raza negra desde el año 1570, cuando empezó el infame comercio de seres humanos hacia Latinoamérica y luego volvió a mirar todo a su alrededor. Nos miró a cada uno con nuestros siete pecados capitales. Miraba las miserias en cada uno de nosotros, los dolores de cada uno y luego con voz segura dijo: Aquí está el dinero para imprimir las copias que necesito y sacó el billete nuevo de veinte mil pesetas. Al mirar el billete nuevo Gorka pensó: ¡qué tal que salga falso ese billete de veinte mil pesetas! Y se quedó mirando al negro. Mirábamos al negro con tremenda desconfianza e incrédulos en la oscuridad con la poca luz de las velas. Sin embargo, al mirar que no iba a existir violencia de parte del hombre negro hacía nosotros los ancianos, ya un poco más tranquilos mirando al hombre a sus ojos, Gorka se armó de valor y, aunque un poco tembloroso, después de unos largos segundos, caminó hacia él y le dijo muy tranquilo con acento de hombre español... ¿Quieres un trago? y el negro respondió sin mirar: Sí, mi señor, pero sin veneno. Y aterrado mirando los ancianos, le pregunté otra vez ¿Cuál veneno? Y el negro respondió muy contento y entre risas: ese veneno que llaman Cocacola. Eso le destruye a uno el estomago, la vida y los dientes. A mí, mi trago que me lo den con chicha o limonada. O con lo que quiera mi señor, y que mi Dios lo bendiga. Y el negro se sentó muy tranquilo otra vez entre Gorka y todos los desconfiados ancianos españoles quienes nunca habían visto un negro tan cerca y menos en una habitación con ellos a estas horas de la madrugada.
Con el negro en la habitación y sentado entre nosotros y después de semejante sorpresa, Gorka tuvo el valor de preguntarle: oiga negro, ¿Cómo llegaste a Barcelona? -¿Que cómo logré llegar a España? Y el negro soltó una carcajada que se escuchó en todo el barrio. Luego dijo sin pena alguna y ya con más confianza, permítame les cuento todo con calma, y se acomodó otra vez en la silla. Y dijo -perdón, ¿cómo se llama usted? Le hizo la pregunta a Gorka. Y le tocó responder al negro y decirle el nombre. Levantándose de su silla le dijo: mi nombre es Gorka Echavarría, y le dio la mano con máxima alegría. El hombre negro respondió muy entusiasmado parándose de la silla ¿por qué hombe usted no me dijo desde un principio que era Gorka? Usted es de Locombia mi parroquia y soltó la carcajada y levantándose me abrazó sintiendo que tocaba mi espalda y cintura por todas partes como si estuviera buscando disimuladamente armas escondidas en mi cuerpo, o quizás como un saludo de reencuentro con su pasado. Luego nos dijo a todos en voz alta: lo andaba buscando señor Gorka por toda Barcelona. Hasta que una mujer llamada Lena me dijo dónde estaba usted en esta ciudad.
Yo lo andaba buscando porque necesito que usted me ayude a imprimir algo muy importante para todos. Y entre risas nos dijo levantando su copa: salud señores, con todo su respeto. Pero... Déjeme primero les cuento, y mirando a todos los presentes el negro habló: lo más importante en mi vida no es cómo logré salir de Colombia y cómo llegué a la Madre patria. Y riéndose después nos dijo que por cierto algunos ancianos en cuchicheo se preguntaban entre ellos ¿de qué se ríe este negro? Lo principal, -continuó el negro hablando- es cómo he logrado sobrevivir aquí en este pueblo grande y haciendo qué. Y para poder estar aquí esta noche, contándoles mi historia. Bueno... y el negro volvió a mirarnos a todos los presentes y seguía riéndose con malicia y mirando muy complacido a los ancianos que apenas se empezaban a medio sentir bien entre sus temores con el intruso al frente. Y nadie se movía. Solo el negro nos entretenía y dominaba totalmente con sus palabras.
Y así empezó su relato: Yo soy del Pacífico de Colombia, de un caserío cerca a Guapí. Un pueblo perdido en la selva, lleno de casas de madera, techos de zinc, con mosquitos y paludismo por cantidades y un calor del infierno. Todos somos negros o casi todos. Allí son muy pocos los blancos. Allá empieza el mundo o también termina.
Señor Gorka, usted es de Colombia y creo que conoce el pueblo y me puede ayudar a describir a los ancianos españoles cómo es la vida en ese lugar y cómo es su medio ambiente. Ah y antes de continuar les quiero pedir excusas otra vez por la forma tan repentina como les entré aquí esta noche en su reunión y sin estar invitado. Sí, por favor... me excusan los presentes si los asusté. Como les iba contando... en esa selva los ríos son grandes, hondos e inmensos y nunca se terminan. Se pierden en el horizonte al caer la tarde con soles rojos en una selva verde majestuosa y profunda. Que sólo en las noches oscuras y en medio de sonidos lejanos y extraños logramos entender que es única en el mundo. También creo que podemos sentir en ese silencio infinito sonidos de cada noche con los cuales nos abraza en el amanecer la presencia del creador de este mundo. De un Dios único al que todavía ningún hombre negro como yo le ha dado estos cinco dedos. -Y el negro mostró sus manos gigantescas y cansadas y muy llenas de callos del duro trabajo.
En ese pueblo perdido en medio de la selva terminé mi bachillerato. Trabajando en el restaurante de mi tía Felicita para pagar mis estudios. Ayudándola como mesero o como cocinero algunas veces. En mis tiempos libres me metía en la casa de mi tía Hipólita todo el día para leer sus libros de cuando fue profesora en el bachillerato. El restaurante de mi tía, ¡ay hombe! es muy bueno y queda en el aeropuerto. Todo el que llega a mi pueblo Guapí conoce el restaurante de mi tía Felicita. Es el mejor que existe allí. La comida es deliciosa y el restaurante siempre está lleno de gente. Desde los funcionarios del gobierno hasta los miembros de todas las fuerzas armadas. Todo el mundo va al restaurante de mi tía. Y así en medio de la vida y haciendo mis estudios un día, hace muchos años, con un par de amigos empezamos a notar en los niños vecinos de mi casa y del barrio y de los alrededores, unas enfermedades muy raras. ¡Ay Dios mío! algo que nunca habíamos visto en Guapí y mucho menos en la región. Algunos niños presentaban problemas en la piel. Cosas raras: manchas, erupciones, tumores, cambios de color, hongos y todo aquello que para mí es indescriptible esta noche. Muchos otros nacían con deformidades y retrasos mentales. En Guapí en los últimos treinta años, y entre mi generación, no existieron esos problemas. Mucho menos los incontables casos de Parkinson y epilepsia entre los niños y los ancianos.
Fueron pasando los años y no solamente yo y mi par de amigos éramos conscientes de esto sino que toda la comunidad empezó a notar y a sentir estas enfermedades raras, nuevas y desconocidas por todos y más aún por el grupo de médicos dirigidos por el doctor Vicente, de Puerto Tejada, que en silencio asustados afrontaban y aceptaban incrédulos esta epidemia creciente como algo fuera de lo común y sin causa alguna, y mucho menos científica, entre la comunidad negra del Pacífico de Colombia que va desde la ciudad de Tumaco hasta Panamá.
Algunos meses más tarde y un día después de muchos años de silencio en el pueblo, en una canoa llegó al embarcadero un respetable y cansado anciano con su mujer. Sudorosos y muy nerviosos contaban que habían visto, hacía muy poco, descargar en la playa del Pacífico de Colombia unas cajas metálicas gigantescas. Ese mismo día, al caer la noche, y cuando regresaba otra vez del mar a su rancho el hombre contaba que vio cuando llegaban en otros barcos y luego a la playa unas máquinas mucho más grandes y que despues manipulaban las cajas o contenedores y las trasportaban unos doscientos metros más adentro ya en tierra firme y muy cerca de su rancho semiescondido entre las grandes palmeras y árboles.
El anciano nos contaba en aquel entonces que vio, incrédulo y asustado, que otras máquinas abrían unos huecos gigantescos en la tierra y después echaban las cajas en ellos y mucha tierra encima, hasta no quedar ninguna de ellas a la vista de persona alguna.
Muy temeroso y pensativo -nos decía- me quedé a los días siguientes, cuando fui nervioso y asustado a ver dónde estaban enterradas las cajas. Sin poderlo creer comprobé que en ese terreno estaba como si nunca se hubiera enterrado nada.
Me fui asustado y corriendo al rancho y le conté a mi negra Margarita lo que había visto y ella me dijo como siempre muy tranquila: Nicolás, para qué te pones a ver cosas raras donde no te han invitado y más si son de esos hombres blancos. Me sirvió la comida mirándome reservada y me acosté muy regañado y preocupado.
Este anciano negro, como cosa extraña y triste, al pasar los meses desapareció sin dejar rastro alguno. Nunca se le ha podido encontrar. Y hoy sólo se escucha el llanto desesperado de su anciana mujer y compañera después de cuarenta años de vida en común, de sus hijos y nietos buscándolo por todo el Pacífico de Colombia.
El negro Washington se queda en silencio unos segundos después del relato y con los ojos cerrados nos dice: ustedes bien conocen que un negro joven es muy desconfiado con todo lo que escucha. Y más si viene del hombre blanco. Porque con todo su respeto les quiero decir que, tan solo mirar la forma en que desaparecen a las personas negras en Colombia y si abrimos bien los ojos y observamos detenidamente cómo vive la raza negra en ese país y en todo el mundo, es más que suficiente la miseria para uno como hombre negro estar arisco con todo el mundo y no creer en la palabra del hombre blanco. Y mucho menos en los monos ojizarcos del norte y sus queridos primos anglosajones quienes nos pusieron las cadenas hace quinientos años.
Pero es que imagínense ustedes aquí presentes señores ancianos en esta reunión, aquí en Barcelona, y con todo su respeto, -el negro para de hablar y nos mira a todos entre risas, levanta su vaso vacío y dice muy tranquilo- a ver denme otro trago por favor con chicha o limonada, por favor señora Chechi, perdón ¿así se llama usted? Sí, por favor deme mi ron con limonada, sin veneno por favor. -Continúa con el relato- ¡Salud a todos! ¡Salud señora! Usted señor Pacho que me escucha con tanta atención que a mí también junto con mi primo Bernardito, pobre hombre, el más pobre de la familia, ya ni dientes ni dolarcitos tiene el pobrecito y ya viejo y negro pues morirá como gallinazo negro. A él y a mí un día que nos tomábamos unos tragos en el rancho de Octavito el sacamuelas del pueblo, y bajo la luz de la coleman nos llegó el rumor que una gran loca, loquísima y que vivía en un palacio grandotote en la capital de Colombia, había autorizado a cambio de no sé qué dolarcitos, de esos verdecitos y de esos que le gustan tanto a Bernardito, mi primo, que ese material radioactivo y desechos de lo que se usa en las Centrales de Energía Nuclear de las más grandes ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, fuera entrado a escondidas de todo el mundo en Colombia y enterrado donde la loca esa, la tremenda loca, la loquísima del palacio creía que nadie se daría cuenta y nadie protestaría.
Que ese hecho pasaría desapercibido en medio de la ignorancia de la raza negra y que si protestábamos algunos de los negros, pues sería más fácil matarnos a los negros malucos y desaparecernos sin rastro alguno. A que ese material radioactivo y altamente perjudicial para la salud humana y del pueblo fuera a ser entrado por otro lugar de Colombia y en la costa norte donde fácilmente las personas observarían entrar eso desconocido y avisar de inmediato a las autoridades y comunidades sobre este gravísimo hecho para la salud de todos los colombianos y latinoamericanos.
Después que desapareció don Nicolás, el anciano aquél y el primero que junto con su esposa dieron la noticia en el pueblo de Guapí sobre estos desechos radioactivos y altamente peligrosos para las comunidades del Pacífico de Colombia, todo aquel que medio habla de este suceso en Guapí, las veredas o las cantinas, la iglesia, o restaurantes, la cancha de fútbol, el aeropuerto, las escuelas desbaratadas y con maestros moribundos y sueldos empeñados o donde sea y en las tales junticas de acción comunal o en cualquier otro lugar, son desaparecidos del todo y sin rastro alguno.
Son centenares los desaparecidos y nadie sabe dónde están. Nadie investiga tampoco porque también será desaparecido.
No sabemos quienes están desapareciendo a estos negros porque son muchos los enemigos que tiene esta raza y son también muchas las Multinacionales y Corporaciones y los grupos armados que quieren que abandonemos las tierras, los asentamientos de las negritudes, para invadir nuestras tierras llenas de oro, platino, bauxita, uranio, y el medio ambiente con mayor biodiversidad que existe en la tierra.
Algunas veces entre los habitantes del caserío de Guapí hemos pensado que esa mujer de la bruja Matilde y demás brujas y decenas de brujos que existen en el pueblo y sus alrededores podrían ser quienes desaparecen a las personas. También escuchamos otros rumores más extraños y que se escuchan selva adentro. Como aquella del negro Ernesto, el cajero del Banco Agrario, que toda su vida fue un prestamista y agiotista sin alma, que en tres días se murió estornudando cada 12 segundos y de pena moral cuando supo que a su hermano menor el Betico lo había dejado seco un murciélago gigantesco que azota desde hace años la comunidad del Baudó y que arrastrándolo por los aires desde la puerta de su rancho como un huracán se lo llevó a más de un kilómetro de distancia por el aire en la temible noche y luego lo depositó suavemente en un playón del río en la curva de la negra Isabel.
Cuentan al otro día que la negra Isabel se levantó muy tranquila esa mañana para hacer una aguapanela, cocinar unos plátanos y fritar el pescado, como era su costumbre. Se encomendó a Dios por su vida, besó el escapulario y la medallita de San Benito con fervor que le había regalado el cura Óscar; prendió el fogón en la parte trasera de su rancho, atizaba los maderos y avivaba la llama tarareando una melodía y entre bostezos miraba también entretenida el río, al igual que todos los días. Y creyó en un instante que estaba alucinando al ver un brillo extraño en el río. A unos cincuenta metros de distancia dentro de las anchas y apacibles aguas. ¡Muy extraño!... -pensó la negra Isabel-, y caminó fuera del fogón. Más rara se sintió cuando vio que eso que brillaba como un espejo parecía llamarla desde el playón. Caminó nerviosa por el camino con dirección a la orilla del río, sacó de entre sus caídos y arrugados senos el escapulario con la imagen de José Gregorio Hernández, la Virgen de Guadalupe y la medallita de oro con la cara de Simon Bolivar y lo besó otra vez sintiéndose invencible en su fe, deseando que las serpientes se alejaran de su camino y no estuvieran por esos lados merodeando en la yerba, porque con la creciente del río y la luna llena de la noche anterior era el momento indicado para que estuvieran por el lugar. Llegando asustada a la orilla del río y dándose la bendición otra vez para mirar mejor lo que la extrañaba, sólo pudo exclamar asustada: Dios mío... ¿qué es eso? Luego caminó un poco más a un pequeño alto en la orilla del río para poder apreciar con mayor claridad lo que había visto con desconcierto desde su rancho y en el corto camino recorrido. Se puso como pudo las destruidas gafas con un solo vidrio plástico de su difunto marido y logró distinguir en la distancia a un hombre muy dormido en la paz eterna entre el brillo de las mansas aguas y las blancas piedras del río. Muy quieto allá en las anchas y titilantes arenas del playón. Asustados y aterrados quedamos nosotros los del grupo de rescate del cadáver cuando fuimos a recogerlo y encontramos al muerto en el playón del río.
El cuerpo estaba en posición muy rara e ilógica, como si se hubiera recostado lentamente y acomodado con toda tranquilidad en un montículo de arena del playón. Este cadáver se nos presentaba como recién bañado y afeitado. Con toda su ropa todavía en él.
Algo sorprendente para todos los que estábamos presentes. Mientras fumábamos y amarrábamos la lancha pudimos observar que el cadáver del hombre negro conservaba aferrada a él una antigua y muy bella cruz de plata en la mano izquierda y en la cual estaban escritas las palabras: Toht.
Terminando mi cigarrillo y mirando eso tan raro en ese cristiano con esa posición en la arena del playón, pude observar como todos los presentes en ese instante del rescate que el rostro del difunto se veía en mucha paz. La expresión del rostro que mostraba nos indicaba que había muerto sin ninguna pena. Mostraba una sonrisa santificada y plena que lo hacían parecer como un iluminado. Como un escogido entre todos los hombres de esta tierra y todos creímos con certeza después de observar detenidamente su cuerpo y su cara en ese instante que quizás estaba predestinado a reencarnar en pocos días en un ser especial. O en un ángel en nuestra vida por venir. En un Cristo negro.
Todos asustados y después de prender otro cigarrillo no sabíamos qué hacer en ese instante y ante este cuerpo negro. Era algo nunca visto por nosotros. También discutimos y estuvimos de acuerdo los del grupo de rescate que este iluminado, este escogido, además de parecer en ese momento un Cristo negro parecía que estuviera despidiéndose muy feliz de la ingratitud, la violencia y la avaricia del hombre blanco en todo el mundo y en toda la historia de este universo.
En horas de la tarde, ya muy cansados y con hambre, al llegar en la lancha al muelle de Guapí nos sorprendió ver la inmensa romería de personas. Nunca se había visto tanta gente para ver un muerto en el pueblo. Aunque este muerto era muy diferente. En ese instante nos encontrábamos con algo desconocido.
No entendimos por qué tanta gente lo esperaba en el embarcadero si horas antes nadie en el caserío sabía de su llegada. -A ver un trago doble por favor ¡Salud para todo los presentes! Como les iba contando, a su entierro vinieron muchos que no lo conocieron en vida. Asistieron todos sus familiares y amigos, hasta los perros de los otros caseríos también vinieron y aullaron en forma extraña a la luna llena dos noches seguidas. En el río los peces brincaban fuera del agua como nunca antes. Algo muy raro y nunca visto con un muerto. Lo más extraño era que todo el mundo quería estar cerca del difunto, conocerlo o alcanzar a tocar su cuerpo. Para así lograr sacar de él y guardar en ellos un poco de paz y tranquilidad que este Cristo negro trasmitía y que sintió toda la gente de Guapí cuando llegamos con su cuerpo.
El entierro fue el más grande que se conozca en la vida de mi caserío y del pueblo. No hubo fiesta como ocurre con los entierros de los niños negros. Por eso cuando un niño negro nace todo el mundo llora. Sabemos que viene a sufrir y a llorar las injusticias del hombre blanco y cuando muere un niño negro todo el mundo canta y es alegría plena porque por fin dejó este triste e injusto mundo del hombre blanco. En el entierro de este hombre hubo silencio por tres días. Parecía una Semana Santa cuando llegamos con los restos, todavía se escuchan en eco las plegarias y sonido interminable de los tambores elevadas al cielo esa noche. Al domingo siguiente del interminable entierro todavía lo lloraban los que lo conocieron, mientras los que no lo conocieron se preguntaban a cada instante y a todos quien era ese hombre, la vida volvió a su rutina normal y no sé por qué también ese mismo día y antes que me desaparecieran a mí como a los centenares de negros que han desaparecido después del entierro decidí salvar mi vida y me entraron ganas de conocer esta España.
Juntando mis ahorros y con recolecta entre los amigos y los conocidos del pueblo y con una rifa que hizo mi tía Felicita de la cruz de plata con el cristo que se le encontró en la mano al hombre negro viajé en un destartalado avión a Bogotá y luego me monté en un lujoso jet para Madrid.
Al llegar al aeropuerto Barajas me preguntó un hombre de la policía o aduana -yo no sé qué era, ya que todos se me parecen- si yo era futbolista. Que en qué equipo iba a jugar. Y yo sin respuesta alguna le seguí la corriente y le respondí de una que en el equipo del Cristo negro. Y el hombre del control en el aeropuerto sorprendido me preguntó que cuál era ese equipo y que de dónde era. Y yo le respondí atacado de la risa nerviosa que me dio, -ay Dios mío si quiera me ayudaste- y le respondí: señor, con todo su respeto... aquel equipo que nadie ha visto jugar todavía aquí en Europa. Por eso vengo a formar un equipo como hay en el pueblo mío, allá en la selva y que llevará como estandarte esta cruz de plata. Y se la mostré con alegría en medio de mis risas en mi mano izquierda levantada como si fuera un trofeo de guerra. El hombre la miró entre asustado y sorprendido con su brillo natural. Sin dejarlo respirar le conté rápido, aún sin salir de su asombro, la historia de la cruz de plata y su cristo en ella. Y cómo el difunto hombre negro la tenía en sus manos cuando lo encontramos en el playón del río. El policía escuchando me observaba atentamente, y en forma muy tranquila me dijo: bienvenido a la Madre patria.
El hombre bajó su cabeza y selló mi pasaporte. Me miró por última vez, medio sorprendido y sin creer todavía y como si fuera un niño triste y muy solitario en este mundo y que recobraba para el resto de su vida la alegría y la paz perdida en esta tierra con aquello que acababa de escuchar y de mirar en ese instante. Y yo por dentro a carcajadas con el cristo de plata que brillaba en la mano como en el playón del río y como si fuera ahora un gigantesco fusil que me había regalado el que se lo ganó en la rifa en el pueblo y que por miedo y pánico al no poder dormir me la regaló apresurado y agradecido de no tener más esa cruz con él.
Después de un largo silencio mientras nos observaba el negro Washington nos dice muy tranquilo y seguro de sí mismo: a mí no me da miedo de los muertos, me da miedo de los vivos. Por eso aquí en España cargo mi cruz conmigo a todo segundo. Y la sacó de su bolsillo y nos mostró la antigua y bella cruz de plata. Los ancianos no podían creer todo esto en medio del miedo que sentían, sin embargo uno de ellos dijo: Chaval, eso se merece un brindis de todos. A ver Gorka un trago y sin veneno todavía para este hombre, -mientras Gorka sirve el trago los ancianos hablan de ellos asustados con esa historia de la cruz y la historia del hombre negro. Continúo con mi relato, -dice el negro Washington. En Madrid, en el aeropuerto, me entró el miedo cuando llegué. Allí todo era muy rápido, la gente anda a las carreras, las parejas se dan besos de despedida como si se fueran a morir poco después, todo es rápido y uno acostumbrado a mi pueblo, allá en la selva que todo se hace cuando uno siente ganas y quiere, pues me entró un miedo y una soledad tremenda, ¡ay madrecita santa, para qué me vine a España!, es lo que me digo a cada instante. Luego salí del aeropuerto muy asustado y perdido, cogí un bus para la terminal de trenes. En ese lugar me puse a esperar a que saliera el tren para Barcelona. En esa gran ciudad de la capital de España sí que me sentí perdido. Y como tenía por destino a Barcelona pues cogí el tren con lo poco que me quedaba para viajar, guardando algo para el hotel aquí cuando llegara. Y aquí me tienen todos. Llegué sólo a sufrir.
Ustedes no saben lo que he llorado aquí en esta ciudad de Barcelona, aquí aprendí a vivir acelerado, así como es la vida en Madrid, encontré lo que no había buscado y nunca quise o soñé. Pero me ha llegado es todo lo que quieren y sueñan los otros hombres del mundo y en especial los blancos. Yo no quería lo que encontré aquí en Barcelona y que ahora en los tres meses que llevo en esta ciudad lo topé tan de repente. Ya les voy a contar qué es... salud todos y espero no les dé miedo con mi historia. -Y todos brindamos por el relato del negro Washington-, ¡ay señor Gorka como estoy de contento de encontrarlo y de estar aquí con ustedes esta noche!
Les quiero decir también que estoy muy arrepentido de haber dejado mi selva ancha y profunda, de haber dejado mi negrita, mi flaquita bella, una mujer sencilla y buena a morir, una hembra bella y fuerte. ¡Ay Dios mío, cómo la extraño! Y cómo me hablaba al oído, escuchar su risa y su voz era mi gloria. Recuerdo que ayudaba a todos los ancianos, como ustedes, ya que trabajaba como enfermera. Los dos pasábamos las horas felices en silencio mirando juntos el río y siempre lo veíamos diferente. Las palmeras tenían su danza mágica en las tardes y la brisa de la tarde nos traía murmullos cotidianos que eran como canciones de cuna y las lluvias de la noche germinaban la vida de todo aquello que sembraba yo en el huerto durante el día. Éramos pobres pero la vida era amable y buena. Mi mujer me quería por lo que yo era. Así no tuviéramos mucho que darnos ni qué comer. Siempre teníamos lo suficiente para los dos y lo poco lo compartíamos. Ella me ayudaba en todas mis decisiones y cuando me enojaba me cantaba canciones y se me pasaba la rabia y así me hacia reír y me olvidaba de todo.
Aquí en España todo el mundo me mira como un animal raro. Aquí me di cuenta de lo que vale en estas tierras un hombre negro y, además, con la marca de ser colombiano. Como para rematar la cosa. En Barcelona la he pasado de pensión en pensión como las putas feas y pobres, me ha tocado vivir con penurias en la llamada Madre patria. Me echaron de la última pensión, según ellos porque gastaba mucha agua. Como me bañaba dos veces al día me preguntaban si estaba enfermo. Cuando allá en mi pueblo, al lado de mi negra, nos bañábamos en el río a toda hora, y en la casa cuando queríamos; teníamos mi negra y yo el agua de los grandes ríos y por eso de todas las pensiones me han echado y puse el récord de 7 pensiones en 21 días. A ver, a ver, a ver, cómo es señor Gorka, señora Chechi y señor Pacho... dónde está mi trago y ¡sírvame uno por el alma de los muertos de este mundo! Salud todos. -Y el negro levantó la copa y todos brindamos por el porvenir.
Desde el fondo del corredor pudimos escuchar la Marí Carmen que regresaba con las velas y venía cantando una canción aquella de Lili Marlen y de los años cuando estuvo en Alemania y le tocó soportar la guerra, venía cantando por el corredor y todos nos pusimos a escuchar la melodía, y al entrar a la habitación dice: ¡Ay hijueputa, qué susto! ¿Quién es este puto negro y qué hace aquí? ¿Oiga cojones de dónde salió este esperpento? ¡Qué susto! Y todos reímos de ver la expresión de la Marí Carmen al encontrar al negro Washington sentado entre nosotros. -Señora perdone el susto que le hice pasar, mi nombre es Washington. El negro levantándose con respeto le dio la mano a la María Carmen. Mi nombre es Marí Carmen, respondió ella. Soy de Sevilla y si no traigo las putas velas nos quedamos sin luz. Majo ¡qué susto el que me has dado!, por poco me orino en los calzones. Y los ancianos reían con la Marí Carmen. Yo, sorprendido con lo vivido esta noche caminaba a la ventana y recordaba algunas cosas que más tarde les contaré.
Bueno, pido la palabra, -dice el negro. Les sigo el relato: así de pensión en pensión me quedé sin dinero y sin saber cómo iba a poder sobrevivir ya que en todas partes me miraban como animal raro. O como le dicen a ciertas cosas feas en Colombia y a la negra Piedad : parece un orangután con cola. Una noche desesperado y después que ya llevaba durmiendo en un parque 10 días y en una hamaca que me traje de Guapí me despertó un anciano. Me asusté mucho porque era un rubio de ojos azules y muy blanco. Cuando lo escuché hablar me sorprendió que fuera tan amable, me invitó a tomar un café, me preguntó si había comido y le dije que no. Me invitó a comer y así entre charla me preguntó si quería una copa de vino. ¡Ay mi diosito santo!, y yo que llevaba varias semanas sin probar una gota de alcohol me pareció como una bendición. Pues les cuento que me tomé dos cartones de eso que llaman tinto y rioja y tranquilamente me fui a dormir otra vez. Quedé de verme con el anciano al otro día. Llegué al parque donde dormía y del morral que siempre cargo como los valientes muchachos, pues volví a sacar mi hamaca y esa noche la colgué de nuevo entre las mismas palmeras que ya conocía y que eran mis dos únicas amigas y que me recordaban a mi tierra y que cada mañana abrazaba porque pensaba en mi negra y en mi selva bella, verde y profunda. Esa noche dormí delicioso. Había quedado con el anciano en que al día siguiente desayunaríamos juntos. A las 6 a. m. me desperté antes que llegara la policía y me fui a las duchas públicas de la playa y me bañé. Fui al café en la Plaza Real donde el anciano me citó y allí lo encontré. Estaba como la noche anterior, amable y muy tranquilo. Me hizo recordar al muerto que había encontrado en el río hace unos meses. Al Cristo negro.

Continua ….
ÓCarlos Echeverry Ramirez (1955)
Colombia
ÓCaer.
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Texto agregado el 10-10-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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