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Abultaba maldiciones entre los ojos. Maldecía entre silencios sus pasos. Con todo y más, se fue en busca de la respuesta a tanta mierda, a tanto cadencioso atardecer sin metáfora alguna. Él no entendía las razones de aquella última razón que lo levantaba, sin embargo, apostó por seguir su intuición, la misma intuición que lo había llevado al desgraciado punto en el que hoy se encontraba. Pero hoy era diferente, incluso el cielo se vestía de azul y gris al mismo tiempo. Él lo miraba un poco sorprendido, un poco irónicamente esperanzado en que aquel extraño firmamento fuese una señal de lo que estaba esperando por años.
- Una de diez – le dijo secamente al hombre del quiosco, mientras sus manos temblorosas cogían el encendedor que llevaba en el bolsillo derecho de la chaqueta. Abrió presurosamente el paquete de cigarrillos, aspiró el humo como quien respira por vez primera. Le hecho una mirada al hombre del quiosco y partió.
Por la calle se cruzó con muchas gentes. Pensaba en lo paradójico de la ciudad. Por una parte – comentaba consigo – hemos llegado a vivir en grandes urbes por la necesidad de protegernos de los agresores, por otra, cada uno de los que hoy me cruzo son una pequeña urbe paseándose entre las otras, con grandes construcciones que intentan simbolizar la solidez interna de la provincia de sí mismos. Todos protegiéndonos de todos, todos solos caminando sin sentido, intentando construir lo más alto para ser vistos, no para ser hermosos. Sólo construcciones – pensó - aún más desesperanzado.
Cruzó la calle como intentando encontrar algo diferente al otro lado de la avenida. En una plazoleta vio a una pareja de estudiantes, escondidos entre las sombras que dan los árboles cuando se mimetizan con los arbustos. Él la manoseaba por debajo de la falda y por debajo de la blusa. Ella lanzaba tímidos y falsos gemidos que alentaban al púber. La carne nos hace soportar, nos esconde por momentos de la nada – pensó entre una histérica sonrisa – nos lleva a resucitar los sueños de gloria que dejamos en la adolescencia, en pleno descubrimiento de la carne. Comenzaba a entender lo que le preparaba aquella tarde de octubre.
La postura altanera que lo caracterizaba se desvaneció en un segundo y decidió volver al departamento. Apagó todas las luces, puso música, tomó una botella de vodka que estaba a medias, prendió un cigarrillo. Salió al balcón. Desde allí observó por largos minutos la ciudad que comenzaba a prender sus luces. Ya anochecía y en ese anochecer se dormían las esperanzas de la respuesta que lo había levantado de la cama esa tarde después de tres semanas. Este es el fin – dijo acompañando la canción que salía desde los parlantes – y se dejó caer desde el noveno piso.
Mientras caía dibujó en su cara una sonrisa y se oyó un grito escalofriante que decía ¡Madre!. Todos se acercaron a ver el cuerpo destruido. Se compadecieron y volvieron a sus vidas de juguete. People are strange sonaba aún en la radio del noveno piso.

Texto agregado el 17-10-2005, y leído por 149 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-10-2005 Resulta muy bueno. Pero me parece ma sun trozo de un relato mayor que un cuento en si. mesias
 
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