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No hay nada que hacerle. A pesar de haber cerrado con gran cuidado la cortina _pues así la cerro_ los rayos del sol llegan hasta su cama. Luego, como siempre, a los ojos. Y ahí se termino todo. Ese placer de posición horizontal se acabó con los primeros rayos del sol. Gira lentamente la cabeza en dirección de la mesita de luz, su mirada va volteando portarretratos de familia y pastillas antidepresivas para llegar hasta el reloj. Las agujas se encuentran una encima de la otra. La grande aprovecha que dan las 6:30 para marcar su superioridad en altura. Cada día amanece más temprano piensa mientras abre el cajoncito de la mesita de luz y busca una pastilla, revuelve entre cajas de diferentes razas hasta encontrar la indicada. Toma el vaso de agua que aplicadamente deja todas las noches junto a la cama en la ya famosa mesita y traga la pastilla.
Baja de la cama con el pie derecho_ obviamente_ y sin rozar el piso de madera pone primero el pie derecho en la pantufla, luego el izquierdo. Con los pies ya calzados, fuera de peligro camina doce pasos hasta la silla que se encuentra a un costado de la cama y toma de ahí la bata celeste _esa que le hace juego con las pantuflas_ abre las cortinas de par en par para inundar de luz solar su habitación. A su vez abre la ventana_ como lo recomiendan los especialistas.
Un pequeño viaje hasta el baño, abre la canilla, deja correr el agua caliente por unos segundos, mete delicadamente la mano bajo el chorro cristalino, putea, media vuelta a la válvula del agua fría. Ambas manos bajo el agua _ahora tibia_ las junta en forma de recipiente y acto seguido se enjuaga los ojos. Mueren las lagañas de un sueño corto. Agita la espuma de afeitar, vuelca en su mano una montaña de espuma y aplicadamente pinta su rostro. Camuflado de blanco se mira al espejo, zas! La maquinita de afeitar arrasa con la nieve como si fuese una topadora. Igual tarea en el mentón, en el lado izquierdo. En pocos minutos desaparece la nieve y el campo esta despejado. Una lluvia tibia refresca su rostro y todo esta impecable, como ayer, como mañana, como siempre. Seca su rostro con la suave toalla blanca. Ultima tarea en la pileta. Lavarse los dientes. Esos impecables dientes blancos. Desde el fondo del dentífrico apretara, suavemente como si de una mujer se tratara, hasta colmar su cepillo _también celeste_ de pasta dentífrica. Después de cepillar cada rincón de su boca, tomara el vaso que se encuentra a su lado _con agua mineral, por supuesto_ y enjuagara su boca. Rápidamente, pero con sumo cuidado se quitara la bata y la colgara, dejara las pantuflas e ingresara a la ducha. La lluvia caerá sobre su cabeza, en una mano se pondrá shampoo pues la otra la tendrá ocupada, extendida, frente a sus ojos para ver su reloj. Así se bañara, siempre con una mano. De un salto estará fuera de la ducha envuelto en el toallon blanco. Secara cada parte de su cuerpo, especialmente entre los dedos de los pies, ya que le teme a los hongos y le parecen sumamente asquerosos. Tomara la pila de ropa, que acomodo la noche anterior sobre el inodoro, se vestirá. Mirara en el espejo que bien le luce el traje y antes de marcharse a desayunar secara el agua que se filtro entre la cortina y la pared y que formo un pequeño charco en los azulejos.
Al llegar a la cocina pondrá en el microondas tres medialunas de manteca _por la salud, vio_ calentara el café que anoche preparo en su lujosa cafetera. Los minutos, seis precisamente que esperará por el café y medialunas los utiliza para tender la cama de su dormitorio. Se sienta a la mesa, solo con su reloj _otra vez la carrera_ y bebe en tres sorbos la mitad del café, apenas si mordisquea una medialuna cuando se levanta como poseído hacia el baño, nuevamente lavar sus blancos dientes, levantar la tapa del inodoro, orinar, tirar la cadena _jamás lo olvidaría_ tomar su maletín, abrir la puerta, enfrentar el frío matinal _cosa poco importante para el_ Abrir, dar marcha atrás a su auto, salir de el, y cerrar el portón es una tarea de segundos. Ya a bordo de su auto, se mira en el espejo, acomoda su pelo, abre la guantera del auto toma el perfume francés y delicadamente con sus dedos recorre su cuelo _una autocaricia perfumada_
Lo demás será una carrera donde entregara su vida. Luces verdes, rojas y amarillas. No me limpies el vidrio, dije que no lo limpies, no, no tengo una moneda, pero si te dije que no lo limpies. Más luces rojas. Bocinas de atrás. La cabeza de un tipo asomándose desde la ventanilla del auto. El pibe con el balde pidiéndole una moneda a gritos. Luz verde, largaron. Correr ocho minutos a toda velocidad, luz de giro, entrar a la cochera del trabajo. Apagar el motor, mirarse en el espejo y saber que será así mañana, pasado, siempre.

Texto agregado el 19-10-2005, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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