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La fuga


Desembarcó. Porque aunque todos pensaran que él no usaba los medios de los comunes mortales el barco era también para él el único modo de llegar a las lejanas tierras. Lo trajeron consigo desde el primer viaje, y desde el primer viaje se consideró ganador, aunque haya tenido que esperar algunos años para confirmarse dueño sobre todas las tierras y hombres que su imaginario le había regalado desde antes de la depredación concreta. Sus súbditos fueron eficaces y la obra, teniendo en cuenta sus características colosales, fue terminada en un tiempo relativamente corto; como cargada de una fuerza sobrehumana, de un deseo fuera del abanico de las metas naturales del hombre. Su ética fue la ética de la intención y no de la responsabilidad, la elección de los medios era irrelevante mientras garantizara el intento de llegar a un fin que era desconocido a todos. Era uno de esos fines tan fantasiosamente concretos que se vuelven abstractos, de los cuales solo nos llegan pedazos, imágenes, historias que se suman a la construcción de ese enorme ser gigante; tan detalladamente ensamblado que en el mundo real nunca encontrara su reflejo de modo que el hombre sienta terminada la búsqueda.
Ahora el nuevo soberano se paseaba por los lugares que oficialmente estaban bajo su jurisdicción, sin embargo todos sabían que pasaría un poco de tiempo, sangre, sacrificio, sangre, trabajo, sangre, esfuerzo, sangre y un poco mas de sangre antes de que todo estuviera hecho, y no solo teóricamente, controlado. Recorriendo las recientes anexiones de su imperio encontró a su colega, al ultimo patrón de todo lo que era suyo. Naturalmente lo primero fue preguntarse cómo estaba todavía en sus dominios; cómo era posible, si todo símbolo de poder había sido completamente borrado, que él siguiera ahí. Casi inmediatamente notó que, como él mismo, seguramente noble colega no era tan fácil de eliminar y no tenía literalmente adonde ir. Estando las cosas así no quiso desaprovechar la oportunidad que tenía enfrente, o más bien abajo por que el rey vencido yacía a poca distancia: lo saludó casi cordialmente con un tono que era irónico no por parecer cordial, demostrando no serlo de hecho, sino por el simple acto de saludarlo. Negó cualquier posibilidad de tratarlo como a un igual, como a un colega, sabía que cumplían equivalentes funciones pero la fijación de sentirse legítimo absolutamente (donde “absolutamente” significa que la propia legitimidad niega las demás) y la obsesión de unicidad desmeritaba cualquier respeto que él o los súbditos ajenos espontáneamente hubieran podido reservar por su colega. No oyó ni vio señales de respuesta. Sabiéndose escuchado empezó a hablar de lo que sabía del reino caído, admiró poquísimas cosas y pasó rápidamente a los defectos de lo que había sido, de lo que ya no era y que seguiría siendo solo si a él le parecía conveniente.
Habló de excesiva tolerancia con los pueblos derrotados, de exagerada atención por el bienestar popular; aprobando la vocación guerrera no entendía el porqué de tantas tierras sin conquistar. Reconocía y, ocultamente claro está, envidiaba la detallada y simbólica, aunque ricamente material también, veneración organizada para el soberano; encontraba solo un defecto: que fueran en honor de ese pequeño dignatario y no para él, para el único autorizado para cierto tipo de derroches.
Si hubiera podido, yendo atrás en el tiempo, y si no hubiera ido directamente contra sus intereses, le habría aconsejado dar mayor poder a su corte, a sus ministros en contacto con el pueblo. Organizar una red no capilar, sino linfática, de pequeños poderes controlados desde arriba, muy arriba, para entrar en la vida y la mente de todos aplicando el feliz desacelerador de la ignorancia. Ese era el verdadero poder, sin armas materiales que serían dirigidas en cambio contra los demás, como lo acababa de demostrar. Periódicamente un buen escarmiento y una sobrenatural muestra de poder eran suficientes para estar bien pegado al trono. No hacía falta la fuerza, al contrario, la gente debía creerse parte del juego, había que hacerles creer que importaban, que estaban luchando no por una causa justa, sino por la causa, la única posible.
De hecho no era el único engaño, para ser sinceros pocas cosas salvaban su etiqueta de verdad en el mundo que él ponía delante del pueblo, y cuando eran verdad no era por descuido, también en ese caso la idea era inyectada voluntariamente, todo estaba bajo control. Aunque muchas veces los principios que proyectaba coincidían con los propios no siempre era así, libre como era de filtros, de distorsiones, libre - en otras palabras – de sí mismo, conocía la verdad y cuando no le servía la cambiaba.
De hecho su gente estaba convencida de ciertas cosas, tan notoriamente inducidas, que cualquier ser fuera de su esfera de acción coercitiva habría notado que solo un velo de distorsión podría haber convencido a alguien a defenderlas. Era el caso de su manía por recalcar la imagen de ser un rey sólo, único. No solo era ópticamente evidente el contrario (si alguien lo pudiera notar o se atreviera a confesarlo), sino que se empeñaba en combatir quien no siguiera su ejemplo, el único correcto.
Mostraba una cara, notoriamente falsa en condiciones normales, y mandaba a destruir a quien adoptara su cara verdadera, porque la falsa, esa si, era la justa. Por eso aunque no reinaba solo recordaba siempre lo contrario y, aprovechando que el pueblo no notaba la evidente verdad, lo empujaba a la lucha contra las formas de poder que eran como el suyo pero no buscaban mostrar lo opuesto. Su colega, que ahora solo oía callado, era el ejemplo perfecto. En el fondo eran muy parecidos, solo que el vencedor se encargaba de resaltar las diferencias, inexistentes o superficiales, y convocar a la gente a destruir lo diferente.
Todas estas estrategias secretas, más reales que las evidentes, le reveló al perdedor. Realmente no fue una revelación, no había ningún tipo de peligro en descubrir la verdad, nunca nadie se iba a enterar y su trono por algún tiempo iba a estar firme, si iba a haber algún cambio sería solo la expansión.
Dándose cuenta como se vería de arrogante hablando así de seguro de sí mismo se le ocurrió recordar el tiempo que no era nadie, quiso mostrar que algún día había sido pequeño y que solo mucho esfuerzo lo autorizaba a hablar así; no quería parecer un exhibicionista, solo que con su sufrimiento pasado justificaba el placer morboso por disfrutar extrovertidamente sus victorias.
Comenzó entonces a contar con cortos episodios parte de su larga historia. Un inicio humilde y fuera del lugar; con otro tono contó el trasferimiento a una enorme ciudad que, entendiendo su peligro, lo había recibido muy mal para luego aceptarlo como soberano. De episodio en episodio de una historia de solo creciente potencia posiblemente el único oasis de continuidad, hilo conductor o recuerdo que no cambió fue el de su hijo. De hecho era un elemento omnipresente en la narración y prácticamente imposible de entender, difícil saber cuantas veces se lanzó a la destrucción de pueblos, pero nunca vengó la muerte de su príncipe, extrañamente su única reacción fue culpar a su propia gente y recordar todo el tiempo la tragedia. Un ejemplo de esas cosas incomprensibles que cualquiera notaría y que su gente no estaba en capacidad de objetar o ni siquiera percibir.
El monólogo de dos seguía así: él de pie, recorría con la narración sus mejores monumentos, sus triunfos, sus orgullos; tratando de corregir a posteriori (cuando solo servia para escarmentar) a él, postrado, sus actos; sus errores, según el juicio extranjero.
El extranjero seguía hablando y hablando y cada vez más se volvía un zumbido: el fondo musical molesto de sus pensamientos; porque aunque quieto y callado no estaba para nada inactivo, aun durmiendo la mente no se para y él sabia que todavía quedaría algo para hacer. Pensó a su gente y al cambio que les esperaba, los sintió desradicados y sintió abandonarlos; sintió que así ni él mismo tenia razón de ser. Por primera vez se vio moribundo, notó también que podía morir, podía ser obligado a irse para siempre, no sabía sin embargo adonde; nunca antes había creído que existiera un “donde” para ir en un caso tan impensable como este. Miró a la fuente de la intermitencia sonora y lo vio lejos, borroso y alejándose sin moverse; porque era el mismo quien se alejaba. No era rápida la traslación y a donde estuviera yendo no quería ir porque sabía que no existía, no existía un lugar donde él pudiera ir o ser llevado. Solo podía ser donde estaba ahora.
Habló por fin. La primera idea fue debatir todo lo que había oído, pero con pocas frases había entendido que el visitante no era precisamente condescendiente o al menos un paciente interlocutor; se sentía ya casi vacío completamente y era obvio que la decisión tomada había que actuarla a contrarreloj, so pena de descubrir obligadamente el lugar inexistente.
Sacó fuerzas de esa reserva que conscientemente se desconoce, esa que solo funciona cuando se está en el borde, sobre algún lugar. Dijo que no tenía adonde ir y que no se podía quedar en donde el visitante ya reinaba. Era ahora evidente que podía haber un solo gobierno. Entonces actuó. Entró en el vencedor, la víctima dirigió toda su corte dentro del conquistador que a su vez constituía él mismo su propia corte, y que se vio endogenizar el reinado vencido. Fue todo muy rápido o imperceptiblemente lento pero no pudo evitarlo. El conquistador lo negó siempre y se escandalizaba cuando se hacia evidente, pero siempre, hasta cuando ordenaba la extirpación del viejo orden sabia que algo adentro no era como antes. Exageraba el tamaño de sus monumentos, la riqueza de sus ceremonias y otros símbolos de poder; pero en el fondo sabía que, precisamente en el fondo (aunque cada vez menos) había algo extraño que se magnificaba cada vez que creía magnificarse a sí mismo. El nuevo gobernante sabia que con sus vírgenes, santos y con su hijo no podía ser el único, sabia que en tierra de incas no seria el único dios. Sabia que el dios-sol, trayendo consigo la luna, viracocha, rimac, chasca y todos los otros equivalentes de su propia corte, se había escondido dentro de él sin que pudiera hacer nada porque eran el mismo.
Solo después entendió que era la única solución, porque de todos modos, él tampoco sabía a donde pueden ir los dioses de las religiones que ya no existen.

Texto agregado el 20-10-2005, y leído por 188 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-03-2006 supuse que se tratara de algo así, pero es porque una vez me mencionaste algo de éste. Es un buen texto, muy bien narrado, la idea es muy buena, y el final también. Quizás es un poco largo y el lector se empieza a perder un poco (al menos yo, que tengo los ojos un poco cansados por la hora y por tanto rato frente al compu), pero no deja de ser muy bueno. Te dejo mis 5* clais
 
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