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Cuando tu mejor amigo ya no puede hilar tres palabras juntas porque estuvo dos noches estaqueado al suelo bajo la lluvia polar. Cuando regresa al hogar y ni siquiera cobra conciencia de la ausencia de su voz porque no hay nadie interesardo en preguntarle cómo es que está. Cuando al cabo de un par de años en los que sólo puede comunicarse con el farmacéutico para pedirle unas cuantas dosis del prozac-suyo-decadadía, decide agregarle a un whisky barato unas cuantas –demasiadas- pastillitas y sumergirse en la última de sus pesadillas. Cuando eso sucede, a uno no le quedan demasiadas ganas de tender vínculo con otros.
Mi única hermana se fue del país con la tinta del rollito universitario todavía fresca. Corría el año 84. Mi madre murió cinco años después. Y mi padre senil pasa las noches en un geriátrico que está sobre la Ruta 11. Cada miércoles, a las cinco de la tarde, se toma tres tazas del café molido que le llevo en un termo. Desde el 85, trabajo en el local de sellos. Negocio familiar suficientemente rentable como para cubrir impuestos y alimento; suficientemente ignorado como para que pueda manejarlo solo, sin empleados a mi cargo; y lo más importante: suficientemente calmo como para poder vegetar las ocho horas que me paso dentro suyo.
Estuve dos años y medio casado. Cuando descubrió que había saldado sus deudas de caridad emocional y mis sudores nocturnos ya no la emocionaban suficiente, ella se fue a vivir a otra ciudad con un tipo que hasta ese entonces tenía una tienda a la vuelta de casa. Me dejó una nota sobre la mesa informándome la decisión y una torta de naranja sobre la hornalla. Una imagen muy cinematográfica. Del cine berreta, claro.
Ningún sobresalto. Libros y la voz gastada de Egberto Gismonti, sino: un jazz. Lo único que ella me dejó fue una computadora. Leo los diarios en internet. Y, sinceramente, hasta ahora no me explico qué me llevó a tipearle aquellas letras a Calone, uno de los columnistas de El Diario de la Región. El artículo no era excepcional, ninguna de esas crónicas entre corrosivas y correctas que fuera a incluirse en una antología periodística. Sin embargo, hubo algo que me tocó la fibra de los dedos y le mandé unas líneas. Comenzamos a intercambiar impresiones sobre la realidad circundante. El tipo tenía un humor negro que me impulsaba a responderle.
Sabía sobre mi lo justo y necesario. Todo lo expuesto en estas líneas. A excepción de mi amigo estaqueado-ignorado-drogón-suicida. Cuando se lo conté me preguntó si yo estaba dentro de alguna agrupación de ex combatientes. Escribí: “No. Nunca lo estuve”, y le di Enviar. Respondió: Ok. Dos semanas después me invitó a tomar un café. Acepté. Llegó al bar unos diez minutos tarde, yo ya me había mandado un cortado. Nos dimos un apretón de manos y le pidió al mozo dos cortados en jarro. A los tres minutos de charla me levanté torpemente de la mesa y fui al baño. Vomité cada gota del café hasta que se convirtió en bilis y, mientras mis manos se arrastraban por los azulejos sucios, me froté la frente sudada helada en el hombro. Me escurrí del bar y nunca más volví a escribirle al tipo. Calone tiene exactamente la misma voz que mi amigo muerto. Sólo que él no lo sabe.

Texto agregado el 20-10-2005, y leído por 222 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-05-2007 lo dicho eres buena mujer zerkota
19-03-2006 algo habrá hecho? cuentos_para_vos
27-10-2005 a veces es bueno dejarlo hablar... arcano20
24-10-2005 bravo ... estaba esperando justo un remate así .. y cuando dijiste jazz lo tube que cortinar con thelonius monk .. y claro ... *beso* ... se te quiere pendeja.. focusag
21-10-2005 la voz de quien sólo es letra en la pantalla!!...¿cuántas palabras anónimas podrán tener un efecto parecido al silencio? Aristidemo
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