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Inicio / Cuenteros Locales / alfreditemcaufield / La condición de las señoritas con tetas grandes

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Es así la condición de las señoritas con tetas grandes, o al menos la de ella y las de tantas otras que comparten la misma suerte: dos apetecibles y voluptuosas masas de carne orgullosamente erguidas a la altura del tórax, y la cara de maniquí ninfo-adolescente, siempre ardiendo en una sonrisa inmutable para con los anónimos.
Mañana laboral en un reducto asfixiante qué bien podría ser la sala de conferencias de un hotel, una universidad, o una empresa carnívora que decide declararse proclive al desarrollo humanístico e igualitario de la comunidad. Y ella infaltable.
Pocos trabajos son tan tediosos como el de la seductora por hora, que tiene que hacer equilibrio impostergable sobre sus tacos, procurando no perder la conciencia en el intento, en lugares viciados por el humo del cigarrillo, el aroma del café más barato y la pesadumbre que respiran los centenares de personas en trajes pacatos, que circulan como esperma malogrado en ambientes cerrados y estrechos, donde la luz del sol no tiene bienvenida alguna.
Pero hay que ver lo bien que le queda ese traje negro que le acaricia solemne cada curva del cuerpo. Está acorde a la formalidad de la ocasión, eso sí, pero también invita como sin quererlo a la imaginación perversa y chichonera. Una inocente palmadita en la redondez de ese culo no estaría nada mal, claro que no.
Después de todo si para algo se la contrató fue para que, en los académicos cerebros aletargados de los doctores y licenciados que concurren esta mañana a la conferencia , suene despabiladora la voz de su magnánimo culo vociferando a grito pelado: “Pegame, dale. Pegame, carajo.”
Entonces el cardumen de panzas fofas, cabezas calvas, pitos arrugados, maletines y traje de etiqueta, avanza como energúmeno hacia la ninfa que los espera en la puerta de entrada y los despacha uno por uno al interior del recinto. Primero reciben un cronograma del evento de las mismas manos que salen de ese colosal par de tetas, después entran como vacas arriadas por los perros, pensando en cómo es posible que los botones de esa camisa de blanco inmaculado no salgan disparados como balines, producto de la inmensa presión que ejerce la carne sagrada detrás de la tela.
El licenciado que esta echado con la carne trémula desparramada en un asiento de la primera fila, no puede evitar naufragar en pensamientos libidinosos; es que está convencido de haber visto, a través del escote, el encaje del corpiño heroico que sostiene con esfuerzo el peso de esas dos esferas imposibles que, con mucho gusto, le quedará en el recuerdo para condimentar con algo la avinagrada ensalada de la intimidad matrimonial.
Peor es el caso de ingeniero de la segunda, que está en el delirio del éxtasis y ajeno a las disertación porque creyó adivinar, también en la profundidad del escote, el comienzo de una curvatura rozada que seguramente encontraría su epicentro en la punta de un pezón soberbio y apetecible.
Pero al fin, esto siempre sucede, los pensamientos eréctiles de la comitiva se difuminan como nubes de vapor a medida que las peroratas doctorales se suceden una tras otra. Arena que deja de arder por el lengüetazo frío de la brisa nocturna del mar. Para el caso sería lo mismo que se hable del cooperativismo, o del tráfico sexual de niños en Tailandia, o de las propiedades positivas del grano de soja, que como contravalor tiene la característica de producir flatulencias en quien la consuma.
Hay momentos de lucidez frustrada en los que ella siente en el paladar el perfume barato y dulzón hasta el empalago del mundo al que pertenece sin pertenecer. Sabe que no es más que un anónimo satélite de un desconocido planeta, dentro del universo de protocolo y rectitud que la envuelve; universo que, a la vez, la conserva en stand by y con la belleza parca e impersonal de un muñeco de cera.
Pero al fin, quién sabe, piensa. Tal vez sea sólo una cuestión de tiempo. En el pecho le cosquillea una certeza autoconvincente y esperanzadora. Algún día, como de la nada, dejará de lado su monofasética personalidad pechona y también, ¿por qué no?, comenzará a ser parte de una elite de respetables doctores, ingenieros y licenciados.
Ese día, tiene la plena seguridad, ella también será recibida con la cordialidad y la folletería correspondiente en manos de alguna otra señorita con tetas grandes. Entonces, cuando las miradas de ambas se crucen, su propio orgullo encontrará cobijo en esas descomunales tetas ajenas, sintiéndolas como propias, admirándolas como una muestra cuasi polaroid de su propia trayectoria. Valió la pena, se dirá en ese instante, y antes de irse le regalará a la chica una sonrisa de virgen protectora.
Sonreír, ese arte sí que lo domina a la perfección. Ella puede esbozar cualquier sonrisa en el momento anímico menos indicado. Como ahora, que tiene que improvisar una acartonada mueca de feliz conformidad, en el mismo instante que los señores abandonan el recinto con majestuosidad pomposa, para volver a cálido abrazo de la vida familiar, y pasan a su lado evitándola o mirándola de soslayo, como quien le huye con pavor al único testigo que pueda dar fé de su decadencia, como quien mira aterrado en el espejo de su propia vergüenza.

Texto agregado el 21-10-2005, y leído por 192 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-10-2005 este humor es el que me gusta, el que bajo la risa franca conlleva un retrato feroz de los hechos... bueno de principio a fin... ¡esos hombres de poder tan impotentes! Aristidemo
22-10-2005 Qué mas le pedimos a la sociedad? animalillos que solo tienen ojos para los envases. si es bonito, hasta veneno toman los imbeciles... guasarapo
21-10-2005 Uyy como para seguir enumerando todas las situaciones y los personajes, el esfuerzo que le lleva a alguien que se siente o que no es "nada" fabricarse laetiquete de "alguien". La vida una maravilla, pero los paisajes que dibujan los hombre-mujeres torpes son intolerables. Tu escrito transmitió muy bien ese clima, un mundo de plástico, un ntento vano de huída del vacío, que se cae con un sólo estornudo. Cris Lancy
 
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