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Allí estaba, sentada, con su espalda curva, con el pelo de trigo que se depositaba sobre la mesa del bar “Liguria”. Giró su cabeza. La quedé mirando perplejo.
- Constantemente te veo y tú no haces nada-. Dijo ella con voz tenue, triste y entrecortada.
- Perdón, no lo había notado-. Respondí un poco asustado con la impresión de un comentario repentino.

Ahí se encontraba mi gran amor. Sus grandes ojos celestes delatan el secreto de mi vida: la profunda devoción por su persona.
Eres mi niña preciosa, ¿cómo respiraría sin tu aliento, cómo latiría mi corazón sin su ritmo?.
Llamo al mozo, para pedir otro trago, no me escucha, sigue su camino.
- Un “cuba libre” por favor-. Alega ella con seguridad.

Era mi trago favorito. Toma un poco, se levanta, y va al wurlitzer programando nuestra canción favorita. Se construye una pista de baile, y comienza a danzar.

Ven a beber
Conmigo doce copas
Doce campanas
Esta media noche…

No titubeé. La seguí, como aquella vez en que éramos más jóvenes, cuando en un instante del paseo familiar dominical, el tiempo se detuvo para nosotros al escuchar aquella canción, y yo, en pleno parque la saqué a bailar, teniendo como testigo a su familia que nos miraba con alegría. Eramos infinitos a luz del sentimiento, éramos eternos a merced del amor que crecía.
La gente del bar nos miraba como extraños, ella, haciendo caso omiso continuaba danzando. Inclusive, la música se había detenido, y seguíamos en el encuentro de las almas, esperábamos que ellas descendieran del cielo.
Un mozo interrumpe nuestro encuentro romántico tocándole el hombro y pidiendo que desalojáramos, aquel bar no era pista de baile. A pesar de mis alegatos, éste hizo caso omiso a mis bocanadas. Con un gesto, le hice entender a ella que nos fuéramos, pidió disculpas al mozo, tomó su abrigo y bolso y nos dirigimos hacia la salida.
Caminando por Avenida Providencia, hablé todo el rato, las veredas pasaban bajo nosotros, los autos se detenían, no había nadie, éramos únicos, con la Luna como testigo.

- Pasaré a comer un sandwich donde “Don Luis”-. Susurra ella.
- Obvio, de allá somos -. Contesté feliz. Era mi lugar favorito, la comida chatarra de aquel lugar era lejos la mejor. No paré de contemplarla mientras avanzaba decidida a aquel lugar.

Mujer, siempre has sido mi arcángel, no sé cómo, no sé por qué, pero apareces y me recuerdas que vivo por tu amor. Toleras mis excentricidades, mis sueños, te aplazas por este sentimiento. Me fabricaste un mundo sin igual, un planeta según nuestro amor. Tu pelo de trigo continúa acariciando el aire cuando te desplazas, tu luz blanca sigue iluminando tu metro cuadrado, tu sonrisa sigue cautivando a este siervo.
Al llegar pidió mi sandwich favorito. No sé por qué, pero esta vez no comí. Me dediqué a acompañarla y a ver cómo tragaba sin masticar. Se ensuciaba la blusa como siempre, y murmuraba un “que soy tonta”. Nunca dejó de exclamar aquello, cada vez que tenía un pequeño incidente.

- ¿Me encuentras tonta?- Dijo
- Eres muy tonta - le contestaba – te enamoraste de mí. Reí a carcajadas, era un círculo vicioso, siempre era el mismo diálogo.

La besé en la frente y ella ni siquiera me miró.
Mi niña hermosa, ¿cómo no pensar en tí en cada minuto?.
Ella se acarició el rostro, luego sus hombros, cerró los ojos. Nuevamente la besé en la frente. Repentinamente los abrió, comenzaron a lagrimear. Me asusté, puse mi mano sobre la suya.

- No llores, tu carita no se potencia con esa cascada que nace de tus ojos. ¿Qué es lo que te apena?, ¿qué permite que te pongas de tal manera?. Soy tu compañero, ¿lo recuerdas?
- Te echo de menos, amor de mi vida -. Dijo ella, atravesando mi cuerpo con sus ojos, mirando el infinito, aquel que se fija en busca de respuestas.

Recogió nuevamente sus cosas, y partió rauda. La seguí hasta llegar a su lado. Iba sollozando. Por cada lágrima que cae nacía una flor, calle que cruzaba era como si detuviera el tráfico. La estela que dejaba tenía todos los títulos de amor. Era así, un amor en cuerpo de mujer.
- ¿Sabías que los conejos son 100% efectivos? Cada vez que se cruzan, hay conejitos, hartos conejitos -. Le dije.

Siempre hacía lo mismo, hablaba cualquier cosa con tal de hacerla reír, pero esta vez no lo logré. Seguía caminando, murmurando “te amo”. Y yo, con mi cara de bobo la escuchaba.
Al llegar a nuestro hogar cerca del Río Mapocho, busqué las llaves pero no las encontré en mis bolsillos. Ella las tenía, nunca las olvidaba. Al entrar, dejó sus cosas en el sillón, y fue directamente al dormitorio. Se desnudo, mientras, yo admiraba aquella piel que forraba el encanto de lo físico. Se metió dentro de la cama.
- Buenas noches – dijo, cerrando los ojos inmediatamente.

Me deposité a su lado, junto a su espalda. Estaba acurrucada. Puse mi mano sobre su silueta de cintura que formaban las sábanas.
Una luz tenue iluminaba la pieza, un rayo más fuerte dilucidaba su silueta y su brillo enriquecía mi alma.
Como en todas las ocasiones, la oscuridad ya no era tal, comenzaban a emerger las cosas que adornaban aquel cuadrante. Abriendo los ojos, tomó nuestra fotografía que estaba en el velador.
No sabes cómo me encanta cada vez que haces eso, me derriten tus movimientos. ¿Cómo no te das cuenta que en tí el mundo se equilibra?, y yo, tomo tu invitación de amor como un fanático. Eres mi medio pulmón. Eres por quien veo el mundo sobre pétalos de rosas.

- Te echo de menos, sigo amándote con furia -. Susurró.
- Yo te amo, ¿Por qué continúas diciendo eso, rucia?-. Dije
- ¿Por qué tenía que ser así?, ¿Por qué no me esperaste?, ¿qué hizo que te marcharas de tan canalla manera? Me mentiste, dijiste que era para siempre -. Continuó diciendo
- Pero amor…- Preocupado hablé.
- Si sólo me hubieses esperado…Fuiste egoísta, era cosa que me lo pidieras, y hubiésemos marchado juntos. Terminó su comentario no escuchando mis intervenciones.

La envolví con mi brazo.
Te amo, no digas eso, me hieres. ¿Cómo quieres que te complazca?, te traigo la luna, si quieres, desgarro mi corazón con tal de alimentarte con mi sangre. Arranco mis brazos para llegar más allá. ¿Qué sucede?, te siento distinta, es como si no existiese.
La abracé con más fuerza, quise girarla y no pude. La besaba, le grite que la amaba. Y ella como si nada, ni se movió.
Observe a mi alrededor. El dormitorio había cambiado, tenía menos cosas de lo acostumbrado. Mi bata ya no colgaba de la puerta. Ahí, como un destello estremecedor, los recuerdos comenzaron a gobernar mi mente.
Un día, se levantó temprano para ir a trabajar, me trajo el desayuno al dormitorio. Mientras comía, ella se arreglaba. Se despidió con el nexo de beso que daba las fuerzas necesarias para levantar a un dinosaurio con sueño. Era el amor que me mantenía vivo, era aquel sentimiento objetivo de las horas que gobernaban mi cuerpo en este mundo. Me asomé por la ventana que daba a la salida, y la ví partir. Ahí fue cuando sentí un fuerte dolor de cabeza que me hizo desplomar. En sopor la llamé susurrando su nombre con dificultad. Lo último que recuerdo era su pelo de trigo, perfume de amor marchándose por la vereda.
Ahora, encarnado en emoción y en cuerpo de ángel, continúo a merced de este hermoso sentimiento.

Texto agregado el 24-10-2005, y leído por 310 visitantes. (0 votos)


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