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No escribía bien del todo. Ella lo intentaba, pero sabía que su juventud no le ayudaba a tener ese grado de experiencia que se consigue trabajando duro y a diario durante varios años. Quizás era cierto lo que decían. Podía tener talento pero sus carencias eran mayores y a veces, la mayoría de las veces de hecho, se le pasaban las ganas de escribir. No le disgustaba el roce del papel con su mano y le encantaba la forma en que la pluma cobraba vida propia, para plasmar todo lo que a Ana se le pasaba por la cabeza. En su anterior cumpleaños le regalaron una libreta de aspecto antiguo, hojas amarilleadas por el tiempo y cosidas con fuerte hilo a la rústica tapa que las cubría. También recibió dos plumas, para que en cualquier momento pudiera elegir cuál utilizar, por esto mismo, cada una de ellas tenía una tinta de distinto color. Pese a todo esto, apenas si escribía la cuarta parte de las cosas que se le pasaban por la cabeza. En ese momento recordaba con placer una frase que leyó recientemente en un libro, pues ésta es otra de sus aficiones. Le apasionaba la lectura y podía estar horas y horas leyendo, pensaba que así, quizá pudiera mejorar la rigidez que consideraba tenía su estilo. La frase que recordaba le rondaba en la cabeza, le acosaba, “La justicia no existe, sólo existo Yo”. Parecía no tener sentido si no se supiera el contexto en el que se relataba. Esa frase provenía de un libro que podría clasificarse dentro de la ciencia-ficción, pero no era solamente eso, si no que sus historias transcurrían en un mundo completamente fantástico, mas escrito en tono de ironía y sátira realmente excelente. Pues bien, en este mundo fantástico, la muerte tiene vida, bien, toda la vida que puede tener un ser que se denomina Muerte a sí mismo. Se le puede considerar una representación antropomórfica, es decir, que va por el mundo con su capa, su capucha y su guadaña, sesgando la vida de los que tienen que morir. Teniendo en cuenta esto, “La justicia no existe, sólo existo Yo”, tendría mucho sentido. Ana intentaba ordenar sus pensamientos y tener muy claro el significado exacto de cada una des estas palabras. Sabía que podía perderse en divagaciones y justamente eso es lo que estaba haciendo. Le costaba mantener un rumbo fijo para sus pensamientos y creía que ésa era otra de las razones por las que no le gustaba lo que escribía.
Su principal pregunta era “¿Por qué no existe la justicia?”.
Vivimos en un mundo que parece perfecto, en el que muchos se consideran personas excelentes, pero en realidad, la crueldad es la principal razón para vivir, como ejemplo rápido tenemos a esos pobres hombres o mujeres que han perdido alguno de sus miembros y ya no producen compasión, sino todo lo contrario, la gente los mira, con repugnancia, e incluso con furia e ira, incluso les pegarían allí mismo, si su “civismo” no se lo impidiera.
En ese mismo ejemplo, podía Ana vislumbrar la realidad de la frase pronunciada por la Muerte. No puede haber justicia en un mundo en el que la Maldad es la causa principal de vivir para muchos. Afortunadamente, no para todos, y es en estos últimos en los que deposita Ana toda su confianza.

Unos días ha que Ana fue a la biblioteca. Le encantó ese lugar, sobretodo porque en ella encuentra casi todos los libros que necesita o que le apetece leer. Es una biblioteca de grandes techos de madera, recién construida, pero con esos aires de antigüedad que reflejan todas las viejas construcciones. En ella estaba Ana, tan hermosa como siempre, hojeando un libro que había encontrado sobre mitología celta, que tanto la sorprendía, cuando de pronto, sin previo aviso, se escuchó un grito a medio camino entre el dolor y el llanto. Todos, absolutamente todos, giraron la cabeza. Veían a un chico de unos quince años, de mediana estatura y delgado. Emite otro de esos gritos. La gente lo observaba entre divertida e irritada por la interrupción. Se reían de él, porque ellos no tenían defectos, no tenían una enfermedad que les hacía gritar sin que pudieran evitarlo. Se reían de un pobre chico que había sido marcado desde el día de su nacimiento y que había recibido todos los insultos que puede recibir un niño del resto de compañeros de clase. Había tenido que aguantar toda la crueldad que tienen los humanos cuando aún son pequeños y todavía tenía que seguir aguantando la crueldad del ser humano que lleva consigo cual parásito indestructible.

Ana le observaba, con curiosidad al principio. Emitió otro grito. En ese momento, comprendió su estado, comprendió su enfermedad y por ello observaba a los que tenía a su alrededor. Todos se miraban entre sí y emitían una risita nerviosa, Ana los miraba con severidad, pensaba que no ser reirían tanto si fueran ellos los que estuvieran en la situación de ese pobre muchacho.
Movía la cabeza con un gesto de resignación, pues sabía que no podía hacer nada con la terrible antipatía que regía al ser humano cuando veía a otro que tenía una enfermedad y sabía que ésta es incurable. Tiene presente esa frase que encontró en aquel libro, el otro día y piensa que, por desgracia, es totalmente cierta.

Texto agregado el 12-01-2003, y leído por 327 visitantes. (2 votos)


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