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Hay varias maneras de empezar un cuento, “Había una vez...”; “Hace mucho tiempo existió”. Como también hay diferentes tipos de cuentos. Pero este es diferente. Es diferente a todos los existentes. Esto fue verdad, lo sé, esto me sucedió a mí. Y todo empezó ese día, ese, al salir de mi casa, después de pasar por el Obelisco, después de tomar la Diagonal, casi llegando a la plaza de Mayo, fue donde ocurrió. Por ahí, pasaba un grupo de gitanos, y una pequeña gitanita, de menos de diez años, se me acercó y me dijo:
–Por favor ¿Podría darme una moneda? – y extendió su mano.
–Salí – dije corriéndole la mano bruscamente y tirándola al piso, sin querer.
Otra gitana salió del grupo y así se expresó: “Has golpeado a mi hija, ahora verás las consecuencias, que los infortunios caigan sobre ti”. No le presté atención, y seguí caminando. Al llegar a la Plaza de Mayo, busqué la boca del subte de la línea “D”.
En el subte había solo tres personas; una chica, un señor y yo. Estábamos saliendo de Callao, cuando sentí hablar a alguien, observé a mi alrededor; la adolescente escuchaba música y el señor leía, pensé que era mi imaginación, pero volvía a escucharlo, esta vez escuché mi nombre bien claro, alguien me llamaba. Volví a mirar a mi alrededor y lo encontré, pero era el cartel el que me hablaba. Lo contemplé estupefacto, no entendía lo que pasaba. Me fijé si alguien más se había dado cuenta, pero no, era solo yo. Volví a mirar a mi extraño interlocutor, pero no estaba. Repetí mi maniobra, giré para mi izquierda, giré para mi derecha y ahí estaba mirándome, sentado a mi lado, se paró y caminó hasta estar en enfrente mío. Yo lo seguí con la mirada, sin poder expresarme. Estuvimos en silencio unos minutos hasta que él por fin habló:
–¡Pablo!, Hace tanto tiempo, ¡Cuánto tiempo! – dijo mientras me daba un golpecito.
–Yo... yo – no me salían las palabras.
–¿Qué, no me has reconocido? Soy yo, el mismo de siempre – rió el personaje.
En ese momento me di cuenta de que ya deberíamos haber llegado a la estación siguiente, pero no, todo estaba quieto. En el instante que intenté pararme, el pedazo de cartel desapareció, el subte andaba normalmente, y yo estaba ahí parado. Para fortuna mía, el viaje transcurrió sin más inconvenientes, aunque seguía pensando en lo que yo creía ser un sueño y contemplando cartel.
Al llegar a Pueyrredón bajé, salí, caminé por la avenida hasta Córdoba y allí doble hacia Ecuador. Caminando llegué a una estación de servicio. Decidí entrar a comprar cigarrillos a la tienda. Entré. Había cola. Así que me apoyé en una parte del mostrador que estaba libre. Mientras esperaba, miraba el lugar, en eso, vi un pequeño perrito que se me acercaba. Me agaché para acariciarlo. Pero cuando lo toqué, él me habló. Yo quedé sin palabras, era lo mismo que me había pasado en el subte. Al ver que no le respondía me gritó:
–¡Hombre! ¿Qué pasa contigo?
–¿Eh?
– Soy yo, Ramón, tu viejo amigo Ramón, qué ¿Acaso no me has reconocido? – replicó el perro indignado.
–Déjalo, no te reconocerá – dijo el personaje del subte, que había aparecido de la nada.
–Creo que me estoy volviendo loco – dije hablando solo.
–¿Por qué lo crees? – indagó Ramón.
–Seamos realistas, tú eres un perro y tú un pedazo de cartel – seguí.
–Señor ¿Se encuentra bien? – dijo de golpe el encargado de la tienda.
–Sí, simplemente estoy hablando con este perrito.
–¿Qué perrito?
Entonces miré donde debería estar Ramón, pero no estaba. No lo podía creer, me había pasado de nuevo, era... no sé como explicarlo. Lo que sentía era una mezcla de ira con temor y locura, todo junto. Me levanté sin hablar, sin voltearme a pedir mis cigarrillos, nada, simplemente, salí.
Al salir, el mundo se había acelerado. Había demasiada gente, vestida de colores brillantes, que iba y venía. Mujeres, hombres y niños, vestidos de rojo, amarillo y azul. Y de repente todo empezó a girar, los colores se mezclaron y se convirtieron en una enorme masa marrón. Estaba a punto de desmayarme, o morir, realmente no lo sé, pero en toda esa masa marrón, reconocí una figura, la figura de la pequeña gitanita. Al verla me sentí más animado. Corrí a ella, le abracé sus rodillas y le suplique que me ayudase. Yo sabía que no tenía porque hacerlo, la había empujado, pero ella me miró, y dijo: “Ya está bien, mamá, lo perdono” y luego se inclinó hacia mí y me susurró, para que yo solo oyera: “Por favor, no lo hagas otra vez”. La miré sorprendido, y asentí con la cabeza. Después de eso, me desmayé.
Al despertar estaba en mi casa. Miré el reloj, miré el almanaque, era temprano, y era, ese mismo día. No entendía ¿Habría sido un sueño todo eso? Había parecido tan real. Me vestí y salí de mí casa.
Pasé por el obelisco, después tomé la Diagonal, llegué a Plaza de Mayo, tomé el subte y cuando estábamos saliendo de Callao me percaté que éramos solo tres pasajeros, un señor, una adolescente y yo.
Luego miré el cartel: era el mismo que el de mi sueño, no sé si fue mi imaginación, pero creo que me guiñó el ojo. Luego bajé en Pueyrredón, caminé por la avenida hasta Córdoba y desde allí doble hacia el lado de Ecuador. Recorrí el mismo camino que en mi sueño. Llegué a la estación de servicio y allí estaba, el pequeño perrito, mirándome; sí, fijo me miraba. Eché un vistazo alrededor, y allí estaba, la pequeña gitanita, la gitanita de la discordia, entonces, en ese momento comprendí: no había sido un sueño, sino la realidad y me habían dado una segunda oportunidad, no había que desperdiciarla.
La observé unos minutos más, le sonreí. Fui a buscar a Ramón y me volví a casa.

Texto agregado el 26-10-2005, y leído por 231 visitantes. (0 votos)


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