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Inicio / Cuenteros Locales / Cedric / La cabeza de león.

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La gira había sido todo un éxito, pero agotadora. La fama de Pablo como pianista era cada vez mayor, por lo que su presencia era reclamada continuamente por los directores de las principales salas de conciertos del país, que le hacían incluir en su repertorio piezas de difícil ejecución, que el interpretaba con gran maestría.

¡Por fin en casa, a descansar un par de meses! -pensó con satisfacción y alivio- ¡Ya era hora de que me tomase unas vacaciones, para dedicarme a componer, que es lo que realmente me gusta!

Mientras tanto, Jaime, su secretario y ayudante, le había subido el equipaje del coche, al tiempo que le dejaba sobre la mesa la correspondencia, acumulada en el buzón durante el tiempo que había durado la gira.

Allí había de todo: Cartas de admiradores, de gente que le proponía extraños negocios, de mujeres que querían conocerlo personalmente, de jóvenes principantes que le pedían consejo, etc.
Sin embargo, le llamó la atención un sobre, sin remite, escrito a máquina. Lo abrió y se encontró con una carta de poca extensión, redactada en tono amenazador, anunciándole una muerte horrible y violenta a manos de quien enviaba aquella nota, el cual parecía profesarle un enconado odio.
No era la primera vez que recibía un anónimo, pero aquél tenía algo que le hizo intuir que las amenazas iban en serio.
Sobre todo le llamó la atención la firma, que era el dibujo de una cabeza de león.

Llamó a Jaime y le mostró la carta, a lo cual él contestó quitándole importancia:"Hay mucho loco envidioso suelto. Es mejor no hacerle caso".

Sin embargo, Pablo decidió avisar a la Policía, que le remitió a uno de sus agentes. Cuando llegó a la casa y vió el lujo en que vivía el pianista, pensó: "Otro artista que se siente amenazado, esta gente del espectáculo siempre está llena de manías"
Después de examinar el escrito, le preguntó a Pablo si tenía algún enemigo o conocía a alguien que albergara algún resentimiento contra él.

-"No, que yo sepa" - le contestó- "Aunque en el mundo del espectáculo siempre hay envidias por los éxitos ajenos, no deja de ser en el fondo un acicate para esforzarse por una competencia sana, sin tener que recurrir a amenazas a los rivales. Es cierto que en ealguna ocasión he recibido anónimos, pero nunca uno de esta clase."

-"Y su ayudante. ¿Qué puede decirme de él?" - preguntó el policía.

-"¿Jaime? Lo conozco desde mi época de estudiante en el Conservatorio. Aunque era un buen ejecutante y tenía cierto talento para componer, siempre le faltó un toque de suerte, que le negaba la oportunidad de ganar en los concursos a los que se presentaba. Incluso llegamos a coincidir en algunos certámenes, pero nunca conseguía ganar; hasta que, finalmente, tiró la toalla, como se dice vulgarmente."

"Sin embargo, cuando a mi empezaron a irme bien las cosas, me dió lástima y lo contraté de secetario, pues es una persona discreta y ordenada, que me ayuda en resolver bastantes detalles técnicos y burocráticos, que detesto por el tiempo que me hacen perder. Para mi es una persona de total confianza."

El policía tomó nota de todo y no hizo comentario alguno, limitándose a decirle que, si notaba algo extraño en los alrededores le avisara por teléfono a la comisaría, cuyo número le facilitó.

-"¿Sólamente va a hacer éso?" - le preguntó Jaime extrañado.

-"De momento no puedo hacer nada más. Comprenda que se reciben amenazas todos los días. Sin embargo, si vuelve a recibir alguna más, avíseme."

Después de aquello, durante dos o tres días, todo marchó con total normalidad, hasta que con la correspondencia volvió a encontrar otro amenazador anónimo, que decía: "Esta noche será la última", firmado con el dibujo de la cabeza del león.

Tras mostrarle la carta a Jaime, que le dijo que el sobre le había aparecido en el buzón con el resto de la correspondencia diaria, Pablo llamó de nuevo a la Policía, que le volvió a enviar al mismo agente.
En esta ocasión, el funcionario le prometió poner una discreta vigilancia frente a la casa, y le dijo que no se preocupara.

Por la noche, Pablo tenía a la vez miedo e insomnio, por lo que no se decidía a irse a la cama. Finalmente se dirigió a la cocina, con la intención de, tal como acostumbraba, tomarse un vaso de leche caliente antes de retirarse a su cuarto.
Iba a preparárselo personalmente, pues esa noche Jaime se había ausentado para ir a ver a un familiar enfermo, según le había dicho, por lo que se encontraba sólo en casa.

Cuando tomó la botella de la nevera, Pablo oyó unos maullidos lastimeros que le hicieron levantar la vista y ver un gato vagabundo en la repisa de la ventana.
Movido por lástima hacia el pobre animal, le puso un poco de leche en un platito y se lo ofreció al minino, que a poco de empezar a tomársela comenzó a experimentar unas horribles convulsiones, mientras echaba espuma por la boca, hasta quedar rígido por efecto de tan atroz muerte.

Aterrorizado, Pablo llamó a la comisaría, que en muy pocos minutos mandó a su domicilio al agente que llevaba el caso, quien pudo comprobar con asombrados ojos todo lo sucedido.

-"Le ha puesto veneno en la leche" - comentó, mientras olisqueaba la botella- "Mandaré ésto al laboratorio y daré orden de que refuercen la vigilancia."

-"¿No puede usted hacer más?" - dijo Pablo.

-"De momento, no. Pero si cree que va a estar más seguro, tenga ésto" - dijo mientras le entregaba una pequeña pistola- "¿Sabe usted manejarla?".

-"Sí"- respondió Pablo.

-"Pues entonces, descanse y mañana seguiremos investigando. Diré que se lleven el cuerpo del gato y no se preocupe. La casa está vigilada."

El pianista se fué a su habitación y se acostó, pero el nerviosismo le impedía dormir. Por más vueltas que daba en la cama no lograba conciliar el sueño. En uno de aquellos movimientos, de forma accidental, se le disparó la pistola, que había metido debajo de la almohada.
Asustado por el estampido, Pablo se incorporó en la cama, al tiempo que se abría la puerta de la habitación y entraba el policía.

-"¿Qué ha pasado?" - preguntó.

-"Nada, que se me ha disparado la pistola" - respondió Pablo.

-"¿Se ha herido?"

-"No, pero el disparo ha atravesado la almohada."

Por curiosidad, miraron debajo de la cama y allí estaba Jaime.
Su cara era una mueca extraña, mezcla de dolor y de sorpresa. En mitad de la frente tenía el impacto de la bala que lo había matado instantáneamente.
En su mano derecha, crispada por el acto reflejo de una muerte súbita, enpuñaba un afilado cuchillo, en cuyo pomo aparecía esculpida una cabeza de león...

Texto agregado el 30-10-2005, y leído por 152 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-10-2005 Narras muy bien. Tiene suspense. mujer
 
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