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Hoy no he ido a la oficina. Cuatro días seguidos sin trabajar dan para mucho. El sábado estuve en casa de J. Compartimos unos momentos increíbles. Vivir en la ciudad no es comparable al campo. Sin embargo, de esas horas que viví entre amigos lo más fascinante fue, curiosamente, pasear entre árboles, por un caminito que últimamente han habilitado para los aficionados a las bicicletas. La otra mitad del camino, paralela, es para ir a pie.

Vi un pastor con dos perros, madre e hijo, cuidando de un número indefinido de enormes y despistadas vacas que ni siquiera me miraron. El color de los ojos de los perros y sus pelajes habitaban el color variable de la tierra. Y estaban henchidos de la abundante y feliz energía de ésta.

Pero volviendo a lo fascinante... eso llegó al pasar por debajo de unos postes de alta tensión. Eran muchos y el ruido de la electricidad circulando entre ellos, sobre nuestras cabezas, me dejó perpleja. Parecía un enorme ruido de abejas zumbando sobre mi, ocupando todo mi espacio. En ese momento perdí la noción de mi pequeño yo. Ya sé que puede parecer algo baladí, pero cada vez que lo recuerdo me sigue pareciendo igual de increíble.

El contraste a ese instante que yo percibí casi como de ciencia ficción llegó un poco más tarde, cuando una mujer bastante mayor lanzó una rosa roja, desde su huerto, mientras caminábamos, y me alcanzó poco después entre las manos. Su aroma apenas era perceptible, pero su símbolo se me clavó en el corazón. Ahora que no me ve nadie sonrío agradecida. Le sonrío al sol y al viento. Y a la electricidad circulando a borbotones, a pesar de mi. Y a los coches que circulaban a lo lejos, ajenos a la magia.

Al volver a casa, llega la reflexión. Me gusta muchísimo el campo, pero lo eléctrico me recuerda que mi Bilbao, siempre crepita eléctrica, gris o azul, cuando me envuelve. Y la prefiero a ella, a pesar de la seducción del verde y las raíces de la vida que nos sustenta.


Y hoy, víspera de un día señalado para el recuerdo, saludo a la noche y a las flores que viajan para volver a la tierra. Vuelvan las flores a las flores. Vuelvan a la tierra.

Desde mi corazón, con amor, a los que añoro. Maite zaituztet.


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Texto agregado el 31-10-2005, y leído por 338 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-05-2014 es como el eterno retorno que nos lleva al origen con su enigmática fragancia :) atanasio
20-04-2009 Como yo prefiero el campo y la natura serena de mi infancia, aprecio esta lectura que me llevó para esos lados del recuerdo, como esa rosa roja lanzada desde un huerto. Hermosos los versos vascos, y qué extraña escritura, que al oído deben sonar muy bien. Saludos! manndrugo
13-03-2006 Como a Pilar, también me gusta tu manera diferente de mirar el mundo circundante. He escuchado tantas veces, sobre la bicicleta, ese crepitar... ese zumbido..., y casi siempre he aumentado el ritmo de pedalada. akim
31-01-2006 "...Ahora que no me ve nadie sonrío agradecida"...por tu reflexión. Siempre me acerco a tus textos con la certeza del disfrute.Me gusta tu forma de mirar la vida, y cómo lu cuentas. entrelineas
01-01-2006 El campo es bonito, pero bilbao lo llevas en la sangre. 5* JoseSkeptic
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