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Inicio / Cuenteros Locales / Margo_Gris / El otro Roberto.

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Hacía tiempo que Íngrid no salía a divertirse; Kinesiología en la universidad la había estado absorbiendo mucho en este último semestre, así es que, cuando entre charla y charla con su amiga Marcia, surgió la idea de concurrir aquel viernes por la noche a una fiesta estudiantil en el instituto profesional donde Marcia cursaba estudios, pues... Íngrid aceptó sin chistar... a fin de cuentas –pensó- no le vendría nada de mal un poco de relax.

El lugar correspondía a una antigüa y remosada edificación de la calle “18”, herencia de la vieja aristocracia Santiaguina del barrio República, y hoy convertida en “Casa Central” de aquel centro de estudios.
Ya a esa hora el ambiente estaba animado, cuando ambas amigas ingresaban entrada en mano al gran patio central. Marcia aprovechó de canjear las entradas por unos tragos, mientras Ingrid con la mirada, le daba un detenido reconocimiento al entorno. Fue en ese entonces cuando su mirada se cruzó con la de Roberto; este, era un muchachón alto, delgado, de espaldas anchas y angulosas, semblante entre travieso y seductor.
Roberto se acercó...
... Hola... ¿estudias acá?...
Ingrid:... Hola... eehhh... no... no soy de acá; vine con una amiga que sí estudia acá... Marcia Zerené...
Roberto:... ¡Pero qué casualidad!... ¡somos compañeros con Marcia!...
Ingrid:... ¿Síííí?... mira...
Ingrid se sintió doblemente atraída por la sonrisa y los dientes perfectos de Roberto. Continuaban charlando animadamente, cual viejos conocidos, cuando se aproximó Marcia...
Marcia:...¡Vaya, vaya!... parece que tengo que hacer las presentaciones de rigor... ¡Ingrid te presento a Roberto!, ¡Roberto te presento a Ingrid!...
Los tres sonrieron en complicidad.
El tiempo pasó, entre música, baile, y miradas insinuantes. Roberto le comentó a Ingrid que no se podía quedar mucho tiempo más, ya que alternaba trabajo con estudio, y justamente al día siguiente debía laborar temprano. Intercambiaron teléfonos, acordaron llamarse mutuamente, se despidieron con besos de mejilla y eso fue todo. De ahí en adelante, la fiesta pareció perder brillo para Ingrid...
En los días que siguieron, Ingrid esperó a que Roberto la llamase (ella dudaba en tomar la iniciativa), pero Roberto... no se comunicaba.

¡Pelu!... -así llamaba Marcia a Ingrid- ¡no sabí nah!...
Ingrid: Qué...
Marcia: Este Sábado está de cumpleaños la Sonia Meléndez... una compañera del instituto, y la vamos a festejar en su casa... ¿y adivina quién va a ir?...
Ingrid:... ¿quién?... ¡Roberto!...
Marcia:... ¡sííí loca!... a la pasada escuché que estaba confirmado, por que se comprometió a ponerse con un vehículo, para ir a comprar las cosas esa misma noche...
Ingrid:... ahhh... ¡así es que hay que ir al cumpleaños de tu compañera!...
Marcia: ¡yo creo!...
Ingrid: ¡ya loquilla!... te llamo a la noche pa’ ponernos de acuerdo... si, si... yo te llamo... ya... ¡chao!

La noche del sábado en cuestión, Marcia e Ingrid arribaron a la casa de la festejada, ubicada en un sector de Ñuñoa. Comenzaron los saludos y presentaciones de rigor, y en medio de rostros conocidos y desconocidos, Ingrid buscaba el de Roberto... pero no lo encontraba. Pasó un rato, y en medio de conversaciones varias, unos cuantos cigarrillos, y algunas bromas locales que Ingrid no entendió, alguien mencionó a Roberto... Atenta, Ingrid escrutó los rostros, pero ninguno era el de ”su” Roberto. No obstante notó que llamaban así, a un joven de cabello claro, rostro alargado, sonrisa ancha, flaco y algo desgarbado. Sus miradas se cruzaron; Ingrid era una joven atractiva, y ella lo sabía, como también sabía interpretar las miradas de los hombres...
Con la música y los tragos, la velada se animó, y así fue como este “otro” Roberto de rostro enjuto y cara sonriente abordó a Ingrid:
Roberto: ¡hola!...
Ingrid: hola...
Roberto: ¿bailas?...
Ingrid: bueno...
Y así, Ingrid y Roberto, bailaron, charlaron, rieron, se divirtieron, y se conocieron...
Ingrid:... sabes Roberto... vine a esta fiesta pensando encontrarme con... una persona en especial...
Roberto:... ¿síííí... y quién sería esa persona?...
Ingrid: Roberto... digo... ¡no contigo!... ¡otro Roberto!...(sonrió divertida y algo confusa)...
Roberto:...¿Cómo es eso?...(también sonrió simpático)...
Ingrid:...mira... (y le contó como había conocido a ese otro Roberto, y como había esperado re encontrarlo frustradamente ahora).
Roberto: ¡Ahhhh... ya entiendo! Lo que nadie te dijo, es que en nuestra generación ingresamos dos alumnos con el nombre “Roberto”: Roberto Astudillo, y yo, Roberto Rovira.
Ingrid: ¡Ahhh... ahora entiendo yo también!...(sonrió, y pensó donde estaría Marcia para tomarla por el cuello)...
Ingrid: bueno Roberto Rovira... ¿qué me puedes contar de ti?... soltero, viudo, casado...
Roberto: soy casado...
Ingrid:...¡eres casado!... ¿y tu señora?...
Roberto:... ¡ahhh!... quiso quedarse en la casa a terminar unos cacharros de greda que fabrica... ¡le va bien en eso!...
Ingrid: ...¿y tienen hijos?...
Roberto: ¡Sí... un Robertito chico!...
Ingrid: ...casado y con un hijo... ¿y como se porta este hombre casado y con un hijo?...
Roberto: ...¡bieeen!... ¡soy cumplidor!...- y agregó una sonrisa pícara, a la que Ingrid correspondió-...
Continuaron charlando, bailando, bebiendo de vez en cuando, a veces fumando. Este otro Roberto le agradaba a Ingrid, así es que no se resistió cuando él algo juguetón... la besó.
Era ya de madrugada cuando Roberto e Ingrid disidieron retirarse juntos de la fiesta; Roberto había ofrecido llevarla en su auto. En el camino, se detuvieron en un lugar tranquilo, donde no circulaba nadie, dejando solo la radio del coche encendida para escuchar algo de música. Se besaron, se acariciaron, se abrazaron, y en la estrechez del vehículo fueron soltando sus ropas, en medio de su respiración intensa. Sintieron su piel tibia y desnuda, el calor y humedad de su sexo.
Comenzaba a amanecer, cuando en tácito acuerdo comenzaron a recomponer sus vestimentas, para luego proseguir viaje. Ambos sabían que lo acontecido... no podía ser más que una aventura. Al llegar a casa de Ingrid, se despidieron cordialmente, sin acuerdos, sin promesas, sin esperanzas. Ingrid no intentó volver a verle, tampoco él a ella.

Pasó el tiempo, e Ingrid terminó sus estudios, realizó su práctica y memoria de título en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile –el famoso J.J. Aguirre- donde y al cabo de un tiempo fue contratada.
A veces en el hospital y cuando había tiempo, salía a un gran patio a mirar el sol, las nubes, y el cielo del ocaso; entonces sacaba un cigarrillo, lo encendía, lo fumaba, y mientras contemplaba el horizonte, en ocasiones se preguntaba... ¿qué habrá sido de aquel otro Roberto?

Texto agregado el 04-11-2005, y leído por 97 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-11-2005 logra una buena mezcla entre las nostalgias y los buenos momentos. Felicitaciones! Juan-Selva
 
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