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Solían quedar allí, en el Valle de los Enebros. Eran cinco, un número, para ellos, mágico. Se reunían de forma especial cada ciclo lunar, cada veintiocho días aproximadamente. Entonces comenzaban su ritual. Eran algo parecido a brujos, pero con la particularidad de que sus dotes eran naturales, los cinco eran herederos de un gran poder, el mismo que les había unido. Uno de ellos, Jose, era el “líder” de aquel grupo, decisión que se tomó sobre la base de sus poderes. Éste también había sido proclamado así por ser el séptimo hijo de un séptimo hijo. La mayoría de los participantes habían descubierto y perfeccionado su magia gracias al poder que emanaba aquella unión. Además de Jose, también estaban Ramón, Luís, Sergio y Adrián. Era un grupo totalmente masculino, no había cabida para las chicas, no por desprecio, sino por escasez de aficionadas al tema. Ya llevaban un buen tiempo haciendo aquellas reuniones, practicando aquella magia en secreto. Eran unos rituales muy particulares que precisaban la presencia de los cinco para poder ejercer sobre la materia de una forma notable. El ritual comenzaba con unas pequeñas oraciones al Señor del Mal, en algunos casos rindiéndole pleitesía; proseguía con una extraña danza que daba paso a la manipulación de los elementos, creando pequeñas tormentas, terremotos, alteraciones del terreno... ; a continuación liberaban sus cuellos a la noche y se poseían unos a otros, daban su sangre y recibían la de los demás, entrando en un estado de inconsciencia parcial. Con esto terminaba el ritual, con esto se despedían hasta el próximo ciclo lunar. La Luna era su único confidente y bajo ella expresaban sus deseos, objetivos y pensamientos más profundos. Como aliada tenían a la noche, madre de sus vidas y vida de sus días, ninguno de ellos era visto sin el arrope del gran manto negro. Puede que pasaran desapercibidos, que no se les notase, pero no podían renunciar a lo que eran: Vampiros. No es cierto que no puedan ver la luz del Sol, únicamente les resulta molesta y prefieren la noche, les da más vitalidad. No temen al ajo, ni a los crucifijos, ni al agua bendita... son partícipes de otra religión, simplemente. Cada uno goza de su modesto trabajo, ya sea en la recepción de un hotel, de guardia de seguridad en algún cementerio de coches o en cualquier pub de la zona. Lo que sí es cierto es que se alimentan de sangre y prefieren la humana. Ese era el motivo que les había reunido esa noche en el Valle de los Enebros. Un festín. Ya tenían seleccionadas las presas, y se disponían a darles caza. No eran escrupulosos y, aunque preferían la sangre femenina, según ellos más dulce, no le hacían ascos a los hombres, en algunos casos su sangre era muy sabrosa y colmaba con más intensidad su apetito. Era cierto que, como ellos, habían algunos más en el pueblo y en todo el mundo, pero aquel círculo sólo lo ocupaban ellos y no dejaban entrar a nadie, ellos eran especiales.
Se prepararon para la caza, esta noche no tenían ganas de correr demasiado y habían buscado un blanco fácil, era un grupo de jóvenes de entre dieciocho y veintitantos años que solían quedar en el pub donde trabajaba Adrián, eran puntuales y cada dos semanas Adrián los había visto y estudiado uno a uno. Como iban llegando lentamente y se sentaban tras pedir su consumición, cuando lo hacían en una de las mesas de arriba. Sergio había conseguido adentrarse en este grupillo y él sería quien conduciría los corderitos a las fauces del lobo. Estaba todo preparado, Adrián ya estaba en la barra y Sergio había quedado a las diez, llegaría media hora tarde como siempre... los demás, incluido Jose esperaban en el parque del pueblo más próximo al lugar, no les daría tiempo ni a respirar y no sospechaban nada. Sonó el reloj, era la hora. Diez y media en punto, Sergio entra por la puerta, echa una leve mirada acompañada de una aún más leve sonrisa a Adrián, saluda con la mano a sus víctimas y sube con un fajo de papeles en la mano... el tiempo transcurre despacio, van a dar las doce, este es el momento idóneo...
- Me voy, es tarde ¿alguien se viene... ? – Sergio sabe que no es necesario que todos le digan que sí, sólo con tres se conforma, habrá para todos...
- Yo. Mañana tengo que trabajar... – Antonio, es el primero en apuntarse a su último viaje.
- Venga, yo también me voy, ¿me puedes acercar a casa... ? – Miguel, es el segundo plato.
- Sí, claro. Me pilla de paso... – la boca se le va haciendo agua a Sergio.
- Yo también me voy contigo ¿vale? – Marina, exquisito postre, nada como una dulce mujer para acabar el festín.
- Bueno, pues nos vemos... hasta luego. – Se despide Sergio. Acertadas sus palabras, pues es el único que volverá. Así se ha decidido.
Los cuatro desaparecen por la puerta, suben al coche de Sergio y este se dirige hacia el parque insinuando que tiene un par de litronas y no quiere que se le echen a perder. Una excusa innecesaria por su parte, pero así evitará que su menú se ponga nervioso. Adrián da el relevo a la chica que le sustituye en el pub y se dirige al encuentro... el coche se para, silencio, bajan, se abalanzan sobre ellos, la sangre salpica por todos lados, la cena está servida... Nadie, ni siquiera ellos, lo hubiese imaginado. Antonio fue el primero y luego Marina... Sergio, horrorizado, intentó huir en vano. Los demás, a excepción de Jose, cayeron en sus hambrientas fauces. Miguel no tardó en animarse y unirse a aquella apoteósica culminación de su plan. Hacía semanas que habían conseguido captar la atención de Sergio y le habían estudiado muy detalladamente. Siempre llegaba tarde a sus reuniones en aquel bar, media hora, el tiempo suficiente para concretar movimientos sin ser advertida su condición sobrehumana. Devoradores de carne, devastadores de cementerios, necrófilos empedernidos y sedientos de putrefacción... su coraza humana les protegía en el día de las miradas ajenas, en la noche se despojaban de su capullo y las “mariposas” salían de caza... alguna oveja descarriada, algún perro atropellado en la carretera, algún noctámbulo gatito... o algún murciélago chupasangre... el último en ver la clara Luna fue Sergio que sonriendo se dirigió a Antonio:
- Nos habéis cazado... cof, cof... os subestimamos... – y murió escupiendo lo que tanto había deseado. Un charco rojo nació a su lado.
- Aún nos queda uno... – dijo Marina mientras Antonio y Miguel comían
- ...él nos traerá más. Su comida es buena. – Antonio dejó de saborear durante unos segundos aquella ansiada cena para evocar el sentido del verdadero círculo... – Guardadle algo, él lo merece más que nadie...
A la mañana siguiente no quedarían más que huesos y finos restos de carne pegada a la estructura ósea. El rojo de la sangre regaría de vida los jardines de aquel parque. Mientras las tres figuras volvían a sus corazas humanas y se escondían en su eterno cubil, se ocultarían... hasta que Jose les volviese a suministrar alimento.

Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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