TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / vmc_icon / El Dulce Licor de tus Labios

[C:156707]

- ¡Maldita zorra!¿Dónde coño has puesto el mando de la televisión? – Adam estaba furioso, no encontraba lo que buscaba, y Eva, su mujer, siempre era la culpable de todo.
- No... no sé donde está, Adam... lo dejarías anoche por ahí en el sofá o yo que sé... – Eva hablaba entrecortadamente temerosa de la respuesta de su marido, si tenía suerte, no le daría más que una buena bofetada, pero hoy no era uno de los mejores días de Adam, lo notaba.
- ¡Ven aquí zorra! – Adam cogió a su esposa por la nuca y la hizo arrodillarse ante él - ¡Búscalo! – su gran mano apretaba sin compasión el cuello de Eva, mañana volvería a tener moratones.
- No, no, no... por favor Adam, soy tu esposa... – dijo Eva entre sollozos y lágrimas de dolor.
- Ya deberías estar acostumbrada zorra, ¡eres una puta, igual que tu madre! – mientras apretaba, Adam dio un generoso trago de la petaca que guardaba en el bolsillo de la camisa y se limpió en la manga. No soltaba a Eva, nunca la dejaba en paz.
- Por favor... Adam, por favor... – Eva estaba a punto de desmayarse del dolor.

Y casi hubiera sido lo mejor, porque su marido no tardó en levantarla de un tirón y estamparla contra la pared. Luego le quitó la bata y la violó bestialmente mientras le pegaba y lloraba. Por lo visto eso le excitaba. No era la primera vez y seguro que no sería la última que Eva era maltratada por su marido. Todo empezó en el momento en que contrajo matrimonio con él, antes siempre había sido una magnifica persona, le daba paso a todos los sitios como si fuera una dama, le abría la puerta del coche, le hacía caros y esplendorosos regalos, se reían cada vez que salían y disfrutaban muchísimo... pero después... La noche de bodas, Adam le dio tal paliza que pasó la Luna de Miel en el hospital sin poder moverse en un mes, le dijo que había estado deseándolo durante todo el noviazgo y que ahora que le pertenecía se podía permitir el hacerlo cuando le viniese en gana. Fue en ese momento, justamente cuando Eva recibió la primera bofetada de Adam, cuando se dio cuenta de que su pesadilla no había hecho más que empezar. Los meses siguientes fueron durísimos, casi una paliza por semana, luego dos o tres y ahora, todos los días, a cualquier hora era buen momento para pegarle. No le dejaba salir de casa, siempre que Adam salía por cualquier motivo cerraba todas las puertas y se llevaba la única copia que había colgada del cuello. También le había quemado la ropa, toda, decía que si iba siempre en bata siempre estaría dispuesta para follar cuando a él le apeteciese. Eva se pasaba el día limpiando, cocinando, sangrando y siendo violada brutalmente por su esposo. Su cuerpo era todo un cardenal que, como una obra de arte, a Adam le gustaba admirar. Y cuando estaba en casa, Adam se sentaba en el sofá y pasaba las horas viendo la tele, con su petaca de plata llena de whisky y con la botella al lado para recargarla cuando se le agotaba, decía que no le gustaba beber de la botella, que beber de la petaca tenía su ritual y su gracia, era muy maniático respecto a eso. Siempre la llevaba encima excepto algunas veces que obligaba a Eva a que se la recargara, sin mencionar otras muchas cosas a las que la tenía sometida. Aquello era peor que la muerte. Sin modo de comunicarse con el exterior, no tenían teléfono, sin vecinos, su familia tampoco sabía donde vivían. No había manera de escapar de aquella cárcel, incluso las ventanas estaban rejadas. Adam también había tomado todas las medidas contra la posibilidad de un suicidio inesperado de su esposa y esclava.
No habían tenido hijos, Adam no se lo permitía. Incluso una vez, Eva se quedó embarazada y Adam le dio una paliza por haber dejado que eso sucediese. Al poco, abortó de forma natural. Eva no recordaba a Adam como al hombre dulce y cariñoso que siempre había sido antes del matrimonio, sino como a un ogro malvado que no deseaba más que hacerla sufrir y lastimarla. Incluso llegó a pensar que aquel no podía ser el hombre del que se enamoró un día mientras paseaba por el parque a dos manzanas de su casa, no podía ser él. Ahora, tras 5 años de matrimonio, Eva pensaba que su nombre seguramente habría caído en el olvido en la mente de su esposo. Se sentía como un objeto en las manos de un niño, un niño muy malo que sólo piensa en desmontar y destruir aquello que le regalan o compran, un juguete. Muchas veces se preguntaba si acaso sería ella el motivo de aquel comportamiento, pero no podía pensar así, ella no era una bruja, había tratado a Adam con la mayor dulzura con que podía hacerlo y, hasta hacía poco, había seguido intentándolo sin resultado. Luego desistió y se limitó a asumir todo lo que le acontecía. Aquello no era vida. Todos los días, fueran buenos o malos, había paliza. Todos los días era una puta y una zorra. Todos los días era humillada por aquel que decía ser su esposo. Todos los días, sin excepción. Y él se emborrachaba hasta caer inconsciente y aún así ella no se atrevía a hacer nada, le temía, le odiaba y se sentía encerrada, frustrada.
Los días pasaban y aquello solamente evolucionaba a peor, más broncas, más palizas y más borracheras. Todo parecía volverse gris entre aquellas paredes que a Eva se le echaban encima como unas grandes fauces. Prefería estar muerta y de hecho parecía estarlo. Se miraba al espejo y no reconocía el rostro que veía reflejado, demacrado, pálido y lleno de moratones y heridas. Ella, que siempre había gozado de poder elegir hombres a su antojo, de ser la más guapa de su barrio y de tener un cuerpo de locura deseado por todos los jovencitos que la conocían, ahora no era más que un despojo de carne y huesos, piel y huesos más bien. Pero algo se estaba gestando en su interior, una respuesta que andaba buscando y su mente ofuscada no le dejaba entrever que siempre había estado ahí, en algún rincón oculta. Ahora, su mente tramaba, movida por el odio y la desesperación un plan. Acabaría con aquello de una vez por todas. Solamente tenía que esperar el momento, estaría atenta, aguantaría un poco más... pero lo vería caer, sólo tenía que ser paciente...
Un partido en la televisión, Adam mira atento, anuncios preliminares del partido, Barsa-Madrid, inolvidable final de liga. Prepara su chiringuito, tabaco, y whisky, su querida y amada petaca repleta de whisky, pero está vacía, un trago que apura antes de llamar a su adorada esposa. Eva en la cocina preparando su cena.
- ¡Ey, estúpida puta, mueve tu jodido culo y llena la petaca de JB!¡Y trae la cena ya, que tengo hambre cojones!- hoy estaba de buen humor, con suerte no le pegaría hasta el final de la primera parte del partido.
- Ya, ya voy... – Eva, con la cabeza gacha tomó la petaca y dio el plato con la cena a Adam, que gruñó mientras lo tomaba.
- ¡Esto es lo único que sabes hacer, te vas a escapar porque tengo hambre y empieza el partido, pero luego arreglaremos cuentas tu y yo! – Paliza segura, Eva tembló.
Volvió a la cocina, cogió la botella de JB y llenó la mitad de la petaca. Tenía la botella de lejía a mano. Vació un buen chorro en el interior de la petaca, también unas cuantas aspirinas y un poco de veneno para ratas. Lo agitó frenéticamente y completó el resto de la petaca con un poco más de whisky. Olfateó la mezcla y sonrió satisfecha, si no caía con esta probaría con la segunda tanda.
- ¡Trame una cerveza y que esté bien fría, si no tu coño mustió va a saborear el frío cristal mientras te cruzo la cara!- Adam se mostraba divertido. Eva llevó la cerveza, él la aceptó sin rechistar, el partido ya había empezado.
Eva acercó la petaca y la dejó en la mesilla que había junto al sofá y se alejó, no mucho, lo suficiente para ver la reacción de su marido. Adam terminó de cenar, apuró la cerveza y encendió un cigarrillo. La petaca aguardaba. Eva también. Al fin, la tomó y dio el primer trago.
- ¡Arggggggg!- Eva tembló, no le gustó nada el oír eso, se habría dado cuenta, seguro, ahora la mataría. Empezó a ponerse muy nerviosa pero... - ¡Qué mierda más rica nena! – Un suspiro de alivio recorrió el cuerpo de Eva, por un momento pensó que la había pillado.
Pasó la primera parte del partido y Adam no se levantó a pegar a su mujer como hacía de costumbre. Pero seguía allí. Comenzó la segunda parte, bebió un trago. Un gol de su equipo, otro para celebrarlo. Un gol del equipo contrario, un trago para ahogar la pena y llamar mierdas a los de su equipo. Una falta, otro trago... cualquier excusa era buena para beber, igual que cualquier excusa era buena para pegar a su mujer. Apuró la petaca, el último trago. Entonces miró a Eva, no había acabado aún el partido. Se levantó y su cara se retorció. Miró la petaca. Intentó decir algo entre gruñidos. Se tambaleaba. De la boca empezó a brotarle espuma. Eva no se inmutó de la entrada a la cocina. Miró complacida, sonriendo mientras Adam se arrastraba hacía ella. La petaca cayó a un lado. Y Adam se derrumbó. Se acabó la pesadilla.
Eva se adelantó y empezó a golpear a Adam hasta que sangró. Le golpeó el vientre, la cara, las piernas, los brazos. Finalmente se arrodilló junto a él y lloró. Lloró de felicidad, pero también de dolor. Había vivido demasiado tiempo bajo el duro abrigo de aquel hombre, no se arrepentía, iría a la cárcel, pero ninguna cárcel sería peor que aquello. Se secó las lágrimas, desabrochó los dos primeros botones de la camisa de Adam y arrancó la llave. Viviría un poco antes de que la pillaran, viviría todo lo que aquel hombre le había quitado, su vida, su propia vida.


Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]