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Inicio / Cuenteros Locales / Ophelia_Plath / CUANDO LA MUJER SANTA TENGA MIEDO DEL PURGATORIO,LLEGARÁ A LA ESQUINA DE LA TRAICIÓN DE LA INOCENCIA

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Quebrantahuesos hecho para la clase de Literatura.
Texto construido a partir de párrafos escogidos de 8 diferentes libros, que se dan a conocer al término.





CUANDO LA MUJER SANTA TENGA MIEDO DEL PURGATORIO, LLEGARÁ A LA ESQUINA DE LA TRAICIÓN DE LA INOCENCIA.

En esa casa solía pasar largas temporadas porque sus padres andaban muy ocupados con la juventud, la vida social y el éxito. Sólo cuando se percataron que ya estaba crecida, cuando le vieron asomar la edad, los senos, el vello, las curvas, pusieron en plena vigencia la patria potestad para mandarla a estudiar a Europa, como se estilaba en ese tiempo entre la gente de linaje.1 Linaje, sí, pero ya destartalado.

Hija de un inglés venido a menos y de una salamanquina, ella –de cuerpo menudo y piel clara– tenía, además, la particularidad –envidiable o no– de ser la única prostituta2 de los alrededores.

Deliberadamente había tomado esta decisión con el fin de no seguir los parámetros de ser igual a la muñeca barbie que lee noticias por televisión sin que se le mueva un pelo, aunque estalle por los aires el Golfo Pérsico.3

Ella se podía transformar en la charratera de un uniforme castrense, como en el pañuelo que engalanaba el terno de un parlamentario invadido por el deseo y carente de todo sentimiento. La Diosa tampoco tiene corazón, su beso es un roce nasal en labios de mármol.3

Aunque sobre todo, ella era un cuerpo, pero como tal no tenía desperdicio ya que iba en su carrera de auto-afirmación limpiando de una la monstruosa pesadilla de una asquerosa presión, de su desarticulada conciencia.4

Cierto día, un forastero se apareció por la cantina –donde ella trabajaba–. Se trataba de un hombre joven de rostro angulado y labios pálidos; y aunque traía su traje con chaleco todo entierrado, se notaba que era de calidad. Apenas terminó de comer, el forastero se fue a sentar al mesón, pidió un trago. Cuando le tocó su turno, pagó su consumo y se encaminó hacia la casa donde ella se encontraba.2

Con esa minifalda apretada y esos globos de tetas que se le arrancaban por el escotazo y ese largo cabello sedoso que se alisaba, no pudo más que aprecer toda una hembra en celo esperando a su macho.5

En la concavidad húmeda lo sintió chapotear, moverse, despertar y corcoveando agradecido de ese franelo lingual. Es un trabajo de amor, reflexionaba al escuchar la respiración agitada de él, en la inconsistencia etílica.

Con la finura de una geisha, lo empuñó estrayéndolo de su boca, lo miró erguirse frente a su cara y con la lengua afilada en una flecha, dibujó con un cosquilleo baboso el aro mora de la calva reluciente. Es un arte de amor, se repetía incansable, oliendo los vapores de macho etrusco que exhalaba ese hongo lunar.4

Más tarde, apaciguada, sin poder dormir, evocaba la sensación animal, el instinto posesionándose, imperativo de la razón, contruyéndose la imagen de ella misma –se vio tan claramente– aparecida de pronto en su imaginación.

Le dolió el vientre. El dolor se convirtió paulatinamente en rabia. Rabia desconocida brotando de la imagen1 de ella misma, perdida en esa cama llena de jugos que no era lo que ella esperaba para sí misma.

Y tal vez por su culpa, en verdad, aunque hasta ahora no ha querido admitirlo, ella hace rato que ha comenzado a sentirse sola y desamparada en el mundo...6

La realidad que la circundaba no era la que ella quería. «Ya me golpeó una vez. Y con eso basta»7, pensó.

Decidió salir de ahí. Romper con lo establecido que debía sentir y renacer en una nueva concepción, para formarse de nuevo ella misma, en un vómito galáctico que le supusiera salir de allí y no volver, sino que re-vivir.

No hubo reproches ni quejas. Ella era dueña de su estómago y de su vagina.8



TEXTOS

1. «La mujer habitada», de Gioconda Belli.
2. «Los trenes se van al purgatorio», de Hernán Rivera Letelier.
3. «La esquina es mi corazón», de Pedro Lemebel.
4. «Montevideanos», de Mario Benedetti.
5. «Tengo miedo torero», de Pedro Lemebel.
6. «Santa María de las flores negras» de Hernán Rivera Letelier.
7. «La traición de Rita Hayworth», de Manuel Puig.
8. «Cuando ya no importe» de Juan Carlos Onetti.

Texto agregado el 19-11-2005, y leído por 217 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-11-2005 Muy bien elegidos, y bien encadenados, eso demuestra una gran habilidad, si eso haces con lo ajeno, cómo lo harás con lo propio raulinno
 
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