A eso remitiste el sentido de todo, a la protección de la carne, velar por sus intereses. Pensaste que en ella podrías sustentar la razón de la existencia, la sublimación de la Bestia, el regocijo de los mortales, en la mortaja del espíritu expansivo que adormece. Cuando te metes al baño a observar tu rostro frente al espejo, como si fuera un reloj que te susurra desde otras dimensiones.

La complacencia tuya, al observar como te rodeaba la gente, para respirar de tu aire. El gusto de ver que la materia aún traduce su misterio en el magnetismo desconsiderado y egoísta, pues asúmelo, lo único que te interesaba realmente, era graficar de modo patente como las miradas aún te seguían, el ver como el dinero se les asomaba en el bolsillo; el regocijarte al ver que la billetera no era lo único que les abultaba el pantalón.

Y has de recordar también, el día que te fuiste del hogar, dejando a tus tres niños con los ojos enormes y untados en lágrimas, al no entender que hacía su mamá con dos maletas. Porque no te dio el coraje para llevártelos, carne de tu carne. Estabas más interesada en rescatar lo que sentiste haber perdido de tu juventud, la delicia del jolgorio y el coqueteo constante, sentir nuevamente la ausencia de responsabilidad y el relajo diario, siendo el lunes y el domingo prácticamente lo mismo. Ellos no te odian, pero cuando recuerdan la escena de esa mañana de primavera, se les nubla la vista.

Me duele que te escudes en el miedo a la soledad, para justificar el hecho de que hayas transformado tu cama en un ring de cuatro perillas, sin contar la infinidad de veces que te vieron en autos, en buses, ascensores, estacionamientos y miradores. El sentir que tan solo en la carne te podías sentir acompañada. Que el espíritu se te durmió o acaso lo narcotizaste. Si, quizás fue eso.

Y recuerda una cosa, si acaso lloré noche tras noche, no fue por no tenerte en mi cama, fue porque no pude evitar que cayeses en un pozo sin fondo, no pude evitar que te hicieses daño, no pude evitar que te autodestruyeras lentamente.

¿Qué si me quisiste?

No, no lo creo. Lo tuyo fue compasión, al verme tan pendiente de ti. Compasión.
Con Dios ya tuve bastante.

Amanece. Se han abierto las puertas del confesionario; el rocío cubre los campos.