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“¿Quien ha metido este brazo en mi cuerpo conmigo?” Roberto no podía respirar. Cualquier atisbo de movimiento era un imposible. No hubo sangre ni gritos. Solo una extremidad que era suya, pero a la vez no. Era como si ahora él fuera también una victima de sus propias obras de teatro.
Siempre le había divertido, componer personajes macabros era su afición. Aunque siempre había sabido separar la realidad de la ficción. Ahora que todo era desconocido, en soledad, sólo podía pensar, y nada más.
La vida lejos de la sociedad, había despertado fantasías en él. Recordó a aquel gigante de dos cabezas, su interpretación más osada “En la oscuridad de la noche, los árboles temblaban ante las contundentes pisadas de un gigante de dos cabezas. Ellas nunca podían ponerse de acuerdo. Una era rubia y tan narcisista como afeminada, la otra tosca y violenta.”
En su memoria desfilaban pantallazos de los trabajos que le valieran honor y gloria a lo largo de su carrera. No eran muchas. Era un actor del montón, por no decir regular. Ya no importaba cuanto lo habían apreciado o aniquilado las críticas. Estaba sólo. Podía volver a empezar.
Quedaban unos pocos momentos de cordura, porque ni su cuerpo respondía ya.
Tenía hambre, pero no podía comer. Habían pasado, para su noción del tiempo, segundos desde que se encontrara en ese páramo. Todavía no se le había despertado el instinto de supervivencia. Era un manojo de contradicciones. Inseguro, necesitaba que hablaran de él, aunque fuera para criticarlo. Por eso había querido ser actor, para estar en boca de la gente. Necesitaba estar expuesto…su mente no lo dejaba en paz, parecía ser lo único que funcionaba en ese momento. Revolucionada. Toda su vida pasó ante sus ojos. Dicen que eso pasa cuando la muerte esta cerca. Me voy.
Deliraba, si la sociedad ya no existe, no importa, es un molde, demasiado opresivo, y no me deja moverme. Asfixia, puede ser, o tal vez un exceso de reflexión, vana, hueca, las palabras iban perdiendo poco a poco su sentido original. Por repetición, desgastadas. O algo así. Lo que le importaba era el despojo absoluto de las convenciones, que a veces a fuerza de simplificar, reprimen. Se imaginaba lejos, capaz de generar un nuevo consenso.
Pero si estaba solo, bastaba con convencerse a si mismo que debía volver a empezar, como quisiera. Ahora, su razón no valía nada. No podía explicarse a sí mismo porque se estaba ahí, postrado, casi inerte.
Alcanzó apenas a mover su cabeza, todo estaba oscuro. En el silencio total, creyó escuchar una respiración acompasada. ¿Acaso no estaba sólo? Alguien dormía a su lado, pero él no podía extender su brazo para tantear los alrededores.


Texto agregado el 21-11-2005, y leído por 148 visitantes. (0 votos)


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