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Agradeció que hiciera frío esa mañana. No le importó caminar, como si a cada paso le exigiera a su cuerpo que respirara hondo, para que las bocanadas de aire calmaran un poco la angustia. “Controlate Juana, controlate”. Pensaba.

Ya no valía la pena ir con “las chicas” a verlo entrenar, o improvisar un fútbol femenino. Y pensar que ella las había convencido. “Es el chico del kiosco”, había dicho. Un día, él le había comentado que jugaba al fútbol todos los sábados. Ella, como quien no quiere la cosa, dijo que iría, conciente de que había sido una auto invitación, provocada por los nervios o por la revolución de las hormonas. “Cómo sos tan obvia, tonta”. Por no volver a hablar sólo del clima, él dijo, casi inaudible:
Si sigue lloviendo así, nos perdemos el campeonato seguro. La charla duró los minutos estrictamente necesarios, mientras el buscaba cambio de $50 para unos Marlboro veinte. “Sos tonta Juana eh…¿a quién se le ocurre comprar puchos con 50? Por lo menos te veo unos minutos más”, sonrió. Pero tenía miedo de que esos pensamientos se le reflejaran en la cara.

Así, Juana se las ingenió para arrastrar a todas sus amigas a la canchas. Ella no sabía ni el nombre de el que le vendía cigarrillos todas las mañanas. “La verdad que fumo mucho”, se excusaba, como para tener algo que decirle. Aunque en realidad, cada vez que lo veía la nicotina le daba ganas de vomitar.
Después de tres semanas consecutivas de mirarlo de reojo, decidió que su plan había sido grotesco y se frustró por haberse ilusionado con una persona a la cual no podía ni hablarle sin temblar. Para colmo, había altas posibilidades de que la hubiera visto meter un gol en contra. No estaba segura, ni quería saberlo.

“No te vayas ¿Nunca le vas a hablar?”, insistían sus amigas.
“Me parece ya hice el ridículo demasiadas veces”, respondía Juana, y señalaba sus moretones, que eran lo único que había conseguido por su atolondrada incursión en el deporte.

Caminaba rápido. Repasaba qué otros kioscos tenía camino a su casa. Definitivamente no podía volver ahí. La ansiedad la consumía.
“Ey”, ¿querés un cigarrillo?-le grita el chico del kiosco a la vez que corre para ponerse a la par- “Me parece que lo necesitás, agrega mientras le palmea el hombro, con un guiño cómplice.

Texto agregado el 21-11-2005, y leído por 221 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-11-2005 Muy bueno... luto13_
21-11-2005 ¡Es muy tierno!, me encantó ***** Iwan-al-Tarsh
 
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