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Un día cualquiera quise hacer algo distinto y cubriéndome con una blanca sábana me transformé en un aterrador fantasma. Esperé, pues, hasta medianoche y salí dispuesto a entretenerme. La noche era tenebrosa y se prestaba a las mil maravillas para mi perverso propósito. Un anciano apareció después de larga espera. Su caminar era lento y trabajoso, lo que alentó mis más bajas pasiones. Cuando el pobre viejo pasó frente a mí, le lancé un despiadado alarido. El viejo no pareció darse por aludido ya que continuó caminando. Terriblemente herido en mi amor propio de fantasma recién estrenado, salté delante suyo, moviendo mis brazos y manos en un gesto que me pareció aterrador. El viejo se detuvo y sonrió y luego prosiguió caminando. -¡Buaaahhhhh!- le grité con todas mis ganas y una vez más el viejo se detuvo. Esta vez, me miró con atención y luego exclamó: -¡Rodrigo! ¡Primo mío! tratando de abrazarme, gesto que esquivé con maestría, dado que mi dignidad a medio zaherir no hubiera soportado un insulto de tanta magnitud. -¡Que gusto de volver a verte- dijo el viejo, quien, luego de agitar su mano, se perdió en la noche.
Desalentado por esta lamentable situación, creí muy necesario modificar mi estrategia. –Seré más sutil-me dije, ocultándome con apresuramiento ya que una pareja de enamorados me obligo a ponerme a cubierto detrás de unos árboles. Cuando ellos pasaron frente a mí, emití un largo quejido. La pareja se detuvo, ella temblaba y el inspeccionaba. –Debió ser un perro-dijo el muchacho. –Oh Dios mío que susto- exclamó ella. –Nada temas amorcito ya que sólo ha sido el viento. A tal razonamiento rebatí con un aullido estremecedor, riendo para mis adentros. La muchacha saltó aterrorizada a los brazos del joven. –No te preocupes. Ahora tengo la completa certeza que es una sirena de ambulancia-le dijo el muchacho, acariciando los cabellos de la niña. Yo me desgañitaba de la risa, para mis adentros. –No, aquí sucede algo raro. ¡Te suplico que nos vayamos de una buena vez!- la voz de la joven era temblorosa y parecía estar a punto de estallar en sollozos. Mis risas mudas eran estruendosas. -¡Déjanos en paz, alma viviente! ¡Regresa a tu tumba, descansa, descansa! La voz del muchacho me sonó absurdamente estúpida y mis carcajadas tomaron cuerpo cuando la pareja salió disparada. La noche pareció oscurecerse aún más y por ello, me imaginé un pálido Jonás errando en la cavernosa barriga de una ballena. Después de algunos minutos escuché ruido de voces. Me agazapé para no ser visto pero después pensé que ni con mi sábana blanca ello era factible ya que la oscuridad era total. Tres muchachos se acercaban riendo y canturreando. –Esto es más difícil ya que la compañía envalentona- me dije y quitándome la sábana, pincelé mi cuerpo de noche y subí a tientas por un caminillo que me conduciría a un pequeño promontorio. Cuando los jóvenes estuvieron muy cerca, arrojé a sus pies un enorme peñasco. -¡Un alud!- gritó desesperado uno de ellos, -¡huyamos! Los otros rieron a carcajadas y no le dieron importancia al hecho. Enfurecido por mi honor de espectro mancillado, no hice más que gruñir de rabia, lo que uno de los muchachos confundió con el mugido de un buey. -¿Qué hace despierto tan anodino animal a estas horas?- preguntó el chico. –Es el viento- rectifico otro. Cuando comienza a amanecer, este ruge de contento preparando su cuerno matinal- dijo, con un dejo de poesía en sus palabras. El más asustado retrucó -Primero una roca, ahora este extraño rumor ¿Es que no se dan cuenta? ¿No se dan cuenta que estamos a los pies de un volcán que se prepara para hacer erupción? ¡Huyamos! -¡Huyamos!- dijeron los otros y emprendieron las de Villadiego.
No satisfecho con este éxito rotundo, me cubrí de nuevo con la sábana y bajé al plano para aterrorizar a quien se pusiera delante de mi. Un ebrio que venía zigzagueando por el camino, casi tropieza conmigo. Apelando a lo más terrorífico de mi inventario, le lancé a boca de jarro un atroz aullido. El beodo, impávido, me trató de visualizar con su rostro estúpido y esto lo puedo asegurar porque fumaba y la luz del cigarrillo lo iluminaba tenuemente. -¡Soy un espectro!- le grité. -¡Exijo que salgas despavorido! El ebrio chasqueó la lengua y musitó con su vocablo enredado: -Tú vete a tu mausoleo que yo he de acompañarte luego que vacíe unas cuantas damajuanas. Y dicho esto, me apartó bruscamente y prosiguió su errático caminar.
Nuevamente herido en lo más profundo de mi orgullo, me quité violentamente la sábana y me fui a descansar eternamente en mi tumba…






















Texto agregado el 23-11-2005, y leído por 271 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-11-2005 Me encantó cuando dijiste que habías pincelado tu cuerpo de noche, ahí comprendí que eras un real fantasma, lástima que te fuiste, eras divertido. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
23-11-2005 jajajajaja, a lo mejor hubiese salido desnudo, sin la sábana, más de alguna conmoción pudo haber causado. Excelente me he reído de las desventuras del fantasma. anemona
23-11-2005 me ha gustado mucho tu narración, ingeniosa a la par q interesante, jeje ;) Zawa
 
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