Mirando a través del balcón de tus ciegos ojos, el tiempo camina sin prisa por un sendero pedregoso y sin más compañía que la eterna soledad. Las horas muertas van quedando en la cuneta, nadie vuelve la mirada, nadie las entierra, nadie las vela. Lágrimas negras marcan el lugar donde descansan, charcos oscuros, reverso de espejos manchados de plomizo cielo.

En tu vieja mecedora acunas otro atardecer rojizo, crujiendo en cada balanceo, las resecas hojas que dejan desnudo el árbol de tu esperanza. Tus manos se abrazan queriendo conservar los recuerdos perdidos en el abismo, como agua derramada al mar. Tu boca entreabierta y tus labios resecos, añoran un húmedo beso. Beso que murió en el camino, beso que un día regó tu cuerpo haciendo brotar lágrimas de felicidad.

Duerme anciana, duerme. Acalla tus penas, toma mi mano y ven. Reposa tu sueño en el corazón de una nube, deja que tu alma cabalgue sobre las olas, que un soplo de eternidad te envuelva y el aroma de tu amor perdure a la marchita flor.