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Inicio / Cuenteros Locales / elcorinto / HISTORIAS DESAN GERVASIO. Episodio 10

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"El día de Santa Eugenia, la víspera de la Cruz
por la vera del Guadalchico, viene el rey andaluz...
El conde don Pedro cabalga a su encuentro
Con capitanes, infantes, vasallos y siervos
Los moros son tropa, mas de mil y quinientos
Don Pedro trae a pocos, pero leales y fieros.
El día de Santa Eugenia, la víspera de la Cruz
A los llanos de Carposa llega el rey andaluz..."


Juan Lucas se levanta de la silla. Pasea, piensa, compone. Lee lo que ha escrito. Hace mucho calor. Mucho calor. La lluvia no ha refrescado nada el ambiente. Antes peor, lo ha hecho insoportable. Se pone la camisa y sale a la calle, por la puerta falsa (la puerta de las mujeres).
La calle está bastante concurrida. Junto a cada puerta, se agrupan corros de personas sentadas al fresco, desgranado conversaciones quedas, a media voz, que interrumpen al paso de cualquiera, para intercalar saludos y “con Dios”. Juan Lucas baja la calle, camino de la plaza. Un vinillo de Arquímedes me ayudará a conciliar el sueño.
Tras los muros de un patio, una radio suena como en un recuerdo. Una copla se acerca flotando:

"En la fuente de piedra, como cada mañana
Junto a los cinco robles, hay tres hermanas
Tres hermanas mocitas, tres lindas flores
Cada una, una fruta de frescos sabores

Niña, si me entregas la fruta de tus amores
Te doy mis riquezas, mi vida y honores
Nada tienes que quiera, ni siquiera tu imperio
Si te entrego mi fruta te daría un misterio

La noche, la luna, la sierpe, la rama
El lobo, la vida, la senda, la espada
La risa, la tierra, el agua, el trueno
El diente, el hueso, láudano y veneno
La fuente, la piedra, el roble, la carne
La fruta, el cuervo, el cántaro, la sangre

En la fuente de piedra, como cada mañana
No puedes hallarlas, las tres hermanas."


La canción se diluye con la noche. Una vez en la plaza, Juan Lucas se dirige al bar de Arquímedes. Entra. Dos ancianos, al fondo del local, interrumpen su conversación. Se murmuran unas palabras el uno al otro, mirando hacia Juan Lucas, y ambos se ríen, mostrando unas bocas despobladas de dientes. Juan Lucas se acerca a la barra. De entre las cortinillas, sale Sara, el arriero.

- Hombre, hola- saluda cordial Juan Lucas. Sara no responde.- Hacía tiempo que no le veía....¿qué?, ¿cómo va todo?
- Bien- contesta Sara
- Me alegro... esteeee... ¿te ocupas tu hoy del bar?, ¿está enfermo Arquímedes?
- No, él no
- Ya... él no... ¿entonces su mujer?
- Arquímedes no tiene mujer
- Vaaale, entonces ¿por qué no esta Arquímedes hoy en el bar?
- Su hijo. El hijo de Arquímedes está enfermo.
- Vaya por Dios, ¿y que le pasa?
- Una sombra
- ¿Una sombra?
- Si.
- Una sombra, por supuesto, una sombra. Mira, Sara, me tiraría hablando contigo unos trece años, ya lo sabes, pero, ¿por qué no me pones un vaso de ese vinito que tiene Arquímedes en esa frasca?.

Sara pone un vaso que llena despacio. Vaya un elemento, piensa Juan Lucas. Juan Lucas bebe un sorbo. El vino se transforma en una fiesta en su paladar. Cuando me vaya, tendré que llevarme una o dos botellitas de esta joya, piensa Juan Lucas.
Deja vagar la vista por el bar. El reloj de la pared continúa parado en las cuatro menos cuarto. El de su muñeca también. En ese momento entran Felipe y Roque. Felipe huele fuertemente a gasolina. Roque no huele a nada. Roque y Felipe le ven, y se acercan amigables.

- Hombre, si esta aquí Juan Pedro- dice Felipe
- Juan Lucas
- ¿cómo dice?
- Que me llamo Juan Lucas, no Juan Pedro
- Eso, eso, Juan Lucas, claro. Hacia tiempo que no le veía. ¿cuándo fue?, ¿hace cuatro días?.
- Mas o menos, no sabría decirle... últimamente los días me parecen semanas.
- Si, a mi me pasa igual. A veces no se si las cosas me han ocurrido ayer, o hace una semana, o nunca y las he soñado. Eso es porque ya estoy mas cerca del hoyo cada día..., pero bueno. Mira Roque, te voy a presentar al inquilino de la señorita. Esta aquí para escribir, ¿no?
- Si, mas o menos
- ¿y ha escrito mucho?
- Bueno, la verdad es que si. Casi llevo once capítulos escritos...
- Eso esta muy bien... y dígame, once capítulos ¿de qué?
- Bueno, de momento solo son once capítulos de historias. No tienen mucha coherencia de momento, ya las ordenaré. De momento solo son unas historias.
- ¿Y porque no nos cuenta una?
- ¿una historia?
- Si, vamos, cuéntenos una. No sea tímido, venga hombre, cuéntenos una historia de esas que usted ha escrito. Venga.
- Hombre, no, déjelo, mejor otro día, ya le he dicho que no están muy bien terminadas, solo son bocetos...
- Vamos, no sea así, cuéntenos una. Le invitamos a un vinito. Sara, ponle un vino aquí a Juan Antonio.
- Juan Lucas
- Lo que sea, lo que sea, ponle un vino, hombre, y otro para nosotros. Este Sara está dormido. A ver si vuelve pronto Arquímedes. Venga Juan Pedro, cuéntenos una historia, y luego le cuento yo otra de unos gallegos, verá como se muere de la risa

Una historia. Juan Lucas repasó mentalmente, en busca de una historia sencillita para que se callaran de una vez, pero se había quedado en blanco. Imposible. No salía ninguna. Así que empezó a improvisar:

“Si bajas por la calle de la Feria, y caminas hacia donde están las huertas que lindan con el río, pasando el pueblo, pasando las huertas, llegaras a una casa que está a la linde. (A la linde del camino y a la linde de una chopera).
Y es una buena casa.
Antigua, pero recia.
Asentada en sólidos cimientos.
La fachada tiene dos plantas. Arriba están las habitaciones, donde trabajan las chicas. Abajo esta la cocina, el salón, el patio, las cuadras y la vivienda de doña Francisca y su marido. La cocina es grande y soleada. El patio está bien cuidado, con geranios en las paredes, la tierra bien barrida, y un pozo encalado en el centro, del que hace años que no sale una gota de agua. En las cuadras, un buey y una mula comparten pesebre. Gallinas tenía, pero se las llevó la fiebre.
En el salón es donde se espera. Esperan los hombres y espera doña Francisca. Doña Francisca es la madama de la casa. Porque su casa es un burdel.
Y es un buen burdel.
La verdad sea dicha
Y eso que a doña Francisca nunca la han ido las excentricidades ni las extravagancias (aunque le gusta que cuando trabaja la llamen Coquette, porque la enseñó el oficio una de Francia que se llamaba así, y que le dejó el nombre en herencia). Le gustan las sabanas limpias, pero prefiere las de algodón a las de seda, porque duran más y se lavan mejor, con menos cuidados.
El marido de doña Francisca cuida los animales y nunca habla. Todo aquello que tenia que decir ya lo dijo en su momento. Así que ahora solo queda callar. Doña Francisca tiene buen carácter casi todos los días, excepto cuando escucha a Gardel en el tocadiscos, que le da la llorona y es un mar de lágrimas, y cuando se toma un par de anisetes, que le da la pegona, y cobra hasta el gato. Como he dicho, aparte de esos días, doña Francisca suele tener muy buen carácter.
Pero hoy no.
Y eso que ni ha sonado Gardel (el tocadiscos vibra, y hay que ponerle encima un ladrillo para que suene), ni ha probado una gota de anisete.
Hoy doña Francisca está preocupada.
Muy preocupada
Porque a esta negrita de piel de ébano y voz de madera, se le ha muerto un cliente entre las piernas.
Y, evidentemente, allí no se le puede dejar. Ni es plan de llamar a los civiles. Y mucho menos al cura. A ese ni de lejos. Así que doña Francisca toma una decisión. Y en mitad de la noche, Laya y Coquette salen con el muerto apoyado en sus hombros. Lo llevarían en el carro de mano, pero si hay que salir corriendo, estorba, y no es plan de dejarlo abandonado (el carro). Atraviesan las huertas, cogen el camino del llano. Dejaran al muerto en la carretera principal, para que lo encuentre algún tratante de grano.
Las mujeres caminan, rodeadas por la noche. La luna casi ni se asoma tras las nubes. Al llegar al crucero, suenan ,lejanas las campanas de la iglesia.
- Son las doce. Medianoche, señora
- Ya se que son las doce, agorera. Y no me llames señora.

De las sombras del crucero sale un hombre. No se le ve la cara. Las mujeres alcanzan a verle una capa que le cubre casi desde los hombros.

- ¿qué lleváis ahí?- pregunta con voz seca
- Uno al que le llegó su hora- responde Francisca
- ¿y a donde lo lleváis?
- A donde su alma pueda descansar.
- ¿Queréis algo de mi?
- Hoy de ti no queremos nada. Pero si lo quisiéramos, iríamos a buscarte.

El hombre vuelve a las sombras. Las mujeres siguen andando.

- Virgencita mía -dice al cabo de unos minutos Francisca, sin dejar de andar- que ese era el diablo, que se aparece en los cruceros.
- El diablo, no hay duda -responde Laya, cuando consigue quitarse el miedo-. ¿Qué es lo que querría ofrecernos?
- La condenación eterna es lo que ofrece ese. Ya le he dicho yo que si algo quisiéramos, ya iríamos nosotras a buscarle.

Y las mujeres siguen, El hombre las ve alejarse desde las sombras del crucero. Cuando están lejos, se enciende temblando un cigarrillo.

-Válgame Dios, por fin se fueron- piensa el hombre- veras cuando cuente que me metí a cagar tras el crucero, y al levantarme me encontré de frente con Las Parcas. Y llevaban el cuerpo de un desgraciado. Madre mía, madre mía, estoy temblando... y por cierto... ¿qué habrán querido decir con eso de que vendrán a buscarme?...”


- ¿Y ya está?- dijo Felipe
- Si, ya está- dijo Juan Lucas.
- ¿Y donde está el chiste?
- Bueno, las mujeres pensaban que hablaban con el diablo, y el hombre pensaba que hablaba...
- Si, pero eso no tiene gracia. Te voy a contar yo una, veras que risa. Resulta que van tres gallegos, que vienen de segar...
- Espera, antes de que la cuentes-Interrumpió Roque- Os voy a contar yo una
- ¿Tu?- se asombró Felipe
- Si, yo
- Pero si tu nunca cuentas historias...
- Hoy si
- vale, vale, a ver, cuenta

Roque bebió su vino, se aclaró la voz y dudó un segundo. Tras otro carraspeo, comenzó a hablar:
“Un hombre vive solo, y un día, al levantarse, descubre algo bajo una baldosa del pasillo”
Roque guardó silencio. La historia parecía haber acabado.

- ¿Qué descubre bajo la baldosa?- pregunta Felipe
- Una llave. Una llave y un relicario con una foto, una foto de una mujer
- ¿y quien es?
- Ese hombre no lo sabe. No sabe quien es esa mujer. No es una mujer muy bella, pero ese hombre comprende que esta viendo a su amor, y se siente muy desdichado y muy feliz
- ¿Desdichado por que?
- Cuando un hombre está a oscuras mucho tiempo, y de pronto aparece la luz, ese hombre se siente muy desdichado, porque comprende de golpe lo que es la luz y lo que es la oscuridad. La oscuridad ahora es difícil de soportar, y es difícil soportar además la idea de haber vivido tanto tiempo en la oscuridad. Ese hombre podía haber vivido solo toda su vida, pero de pronto, al ver a esa mujer, comprendió realmente lo que significa la soledad. No es difícil estar solo, pero es muy difícil estar sin una persona.
- ¿Y feliz por que?
- Feliz por haberlo descubierto.
- ¿Y va a ir a buscar a esa mujer?
- Todavía no lo sabe.
- Se me ocurre- dijo Juan Lucas- que quizás lo importante no es la foto, sino la llave. Ese hombre podría buscar a la mujer, y podría encontrarla o no, eso daría igual. El caso es que se ha abierto una nueva puerta. Ahora el hombre sabe qué tiene que buscar. Lo que encuentre es lo de menos, pero ahora sabe que debe buscar. Antes se quedaba esperando. Quizás esa llave ha abierto su deseo de encontrar.
- A ver, ¿cómo es eso?- dijo Felipe- ¿solo encuentra el que busca?, pues el otro día me encontré una caja de cerillas, y cuando salí de casa no iba pensando “voy a ver si me encuentro alguna caja de cerillas hoy”.
- A lo mejor necesitabas encontrar la luz- sentenció Sara desde el otro lado de la barra, sin apartar la vista del vaso que estaba secando con extrema parsimonia.
- Pensadlo- siguió Juan Lucas- A lo mejor solamente encontramos las cosas que estamos buscando, precisamente porque las estamos buscando (excepto las cajas de cerillas y esas cosas). Si necesito un martillo y me encuentro una piedra, pensaré que es justo lo que necesito, y no seguiré buscando; pero si necesito comer y me encuentro una piedra, es probable que ni le preste atención. Encontramos porque lo necesitamos, y como lo necesitamos, lo buscamos. Si no buscas nada, no encuentras nada. La mayor parte de las veces ni siquiera nos damos cuenta de que estamos buscando. Al encontrar algo nos sorprendemos, porque es justo lo que necesitábamos, es justo lo que nos faltaba. Creo que ese personaje de tu cuento, no lo sabía, pero estaba buscando eso. Encontró una caja y una llave, y creyó que era una señal que le hablaba de su soledad, pero igual podía haber encontrado un queso de bola debajo de la baldosa, que la conclusión hubiera sido la misma. La señal no es lo que importa, lo que importa es como la entiendes, y la entiendes como necesitas hacerlo.
- ¿Por qué querría nadie esconder un queso de bola bajo una baldosa?. Escuche, Juan Pablo, creo que el vinillo se le está subiendo a la cabeza y ya ve nublado. Saraaaa, vamos hombre, ¿no ves los vasos vacíos?. ¡Pon vino aquí hasta que digamos basta!.

Sara se acercó impasible, con la frasca y tres vasos. Puso un vaso frente a cada hombre. Llenó el primero, despacio, hasta casi el borde. Mantuvo un momento la frasca en el aire, hasta que cayó una gota que se balanceaba en el borde. Llenó el segundo vaso, mirándolo fijamente. Serio. Repitió el ritual de la gota, que esta voz cayó en el mostrador. Sara soltó la frasca. Caminó hasta el otro extremo de la barra, y cogió una bayeta sucia. Volvió hasta la gota. Levantó el vaso, y pasó la bayeta por debajo. Dejó de nuevo el vaso sobre la barra. Volvió a dejar la bayeta donde estaba, al otro lado de la barra. Volvió. Cogió la frasca. Llenó el tercer vaso. Dejó la frasca sobre la barra. Fue hacia el aparador del fondo y cogió un cuarto vaso. Caminó hasta los tres hombres. Dejó el vaso sobre la barra, y lo llenó. Los tres hombres le miraban hacer todos estos pausados movimientos en silencio. Sara cogió el cuarto vaso. Lo miró un rato, lo alzó hasta sus ojos, miró al trasluz. Lo acercó a sus labios. Dio un sorbo, que retuvo en la boca. Lo paladeó y lo tragó despacio. Dejó el vaso en la barra. Carraspeó. Volvió a carraspear.

- Voy a contaros yo una- dijo al fin Sara.
- Vaya, hoy todo el mundo cuenta historias, hasta los mudos.- dijo Felipe, molesto- Venga, hombre, cuenta.
- Por el camino que va a la ermita de San Illan,- entonó Sara, casi salmodiando- pasado el olivar grande y la viña de Lucas, verás que hay un camino que tuerce a la derecha, y que enseguida baja y se pierde entre las zarzas. Si bajas por ese camino y sigues adelante, veras un prado. Y en el centro del prado una loma, y sobre la loma una casa, y en la casa una mujer. Y si tienes sangre en las venas, ver a esa mujer te volverá loco. La llaman la mujer lobo, porque no es de nadie, como los lobos, y vive sola y no quiere cuentas. Y tiene el pelo suelto y negro, como ala de cuervo, y cae sobre sus hombros, que a veces lleva descubiertos. Y cuando el viento juega con sus cabellos y te mira con sus ojos marrones, sientes que harías lo que fuese por tener a esa mujer, porque su belleza es imposible, descarada, arrogante, insoportable, y te penetra con sus ojos, te duerme con su risa, su piel parece lava, y su cuerpo es fuego. Y si vieses a esa mujer, sentirías que ya no puedes ver nada mas hermoso. Y si esa mujer te hablase, sentirías que no puedes dejar de oírla, que quieres que el tiempo se pare, o guardar esas palabras en una botella y beberlas cuando te apetezca. Y esa mujer es tan hermosa que las palabras duelen al describirla. Y ella es la mujer lobo, no lo olvides, y no es de nadie ni quiere cuentas. Y cuando quiere un hombre, lo toma, y cuando se sacia, lo deja. Y cuando la mujer lobo deja a un hombre, el hombre se queda muerto por dentro. Y te diría que no fueses por el camino que atraviesa las zarzas. Pero se que, de todas formas, vas a ir. Así que quédate con esto: cuidado con la mujer lobo.

Sara dejó de hablar. Apuró su vaso. Fue al final de la barra. Cogió el trapo. Limpió el cerco redondo de la barra. Y desapareció en la puerta tras el mostrador. Felipe comenzó a hablar, Roque le discutía algo. Juan Lucas ya no les escuchaba. Pensaba en el camino de la ermita.

Los ancianos desdentados miraron a Juan Lucas, cuchichearon entre ellos (la semilla esta plantada) y se rieron, abriendo mucho sus bocas desnudas.

Fuera brillaba la luna.

Una canción se perdía en la noche

En la fuente de piedra, como cada mañana
No puedes hallarlas, las tres hermanas.



Texto agregado el 30-11-2005, y leído por 236 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-12-2005 ... en reverencia (coñó!!!. yo había pensado en esto, por que no lo escribí????... cabron este, se me adelantó) post-it
 
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