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Nunca me han gustado los ascensores. Tal vez sea por mi maniática forma de vivir o simplemente maña que se adquiere con los años. Más bien pienso que mi odio se debe a su diminuto espacio, no te permite respirar, porque todo el aire que respiras está previamente respirado. Mi exagerado higienismo me llevaba a taparme mis vías respiratorias con mi pañuelo, libre de gérmenes y bacterias.
Tan llenos de espejos, me desesperan, como si no fuera suficiente la cantidad de gente que se aglutina en estos..., como podríamos decirle, lugares? dejémoslos en recintos; Estos recintos se llenan, y más encima por efecto de estos espejos se ve el doble, incluso el triple de gente. Como si fuera poco, la obstrucción de mi aparato respiratorio pasa a sufrir una suerte de sofocación síquica. Es terrible, porque nadie hace nada pero a la vez todos intentan hacer algo, las conversaciones se coartan, son miradas esquivas, cordiales y a veces molestas, en fin cada uno con su forma de expresarse ante un inquietante y hostil recinto que lo único que alcanza a ser es un espacio de transición insignificante al tiempo.
Aquí es dónde mi carácter se vuelve débil, dónde mi cerebro pretende cavilar acontecimientos trascendentes, mostrarme pensante, con preocupación, en apuros, en fin, cuanto necesito un cigarrillo en éste encuentro, pero me está vedado enmascararme, solo mi mente razona y mis muecas me camuflan la incesante incomodidad de sentirme en observación.
Entre reflejos de espejos, tal como un abrir y cerrar de ojos fue como la encontré.
No más alta que lo justo, del talle de un traje y desordenadamente distinguida capturó mi atención de inmediato, apoyada sobre el reflejo del espejo. Me llamó con sus sentidos, fue imposible rechazarla. Su aroma, madera, brazas, fuego, un olor penetrante pero que suavemente recorrió cada sendero en mi organismo.
Su sombra se desdibujaba en un piso, reluciente, lleno de surcos y vetas, me distorsionaban el instante, me indicaban diversas direcciones, un puzle laberíntico en mi pensar, pero yo insistí y contuve el aire para impregnarme de su piel. La timidez me abruma me siento ante el animal feroz de la selva, de esta selva momentánea y atemporal. Me sentí intimidado, me inundaba con pensamientos mágicos, eróticos, eternos. Su rugir era el silencio de su respiración, rítmica, pausada pero sinfónica. Quise estar más cerca, palpar su respiración, acercarme y sentir la tibieza abrigadora de aquella respiración. Los minutos se detuvieron y yo avancé hasta sus labios. Malditos volcanes de pasión!, dulce poción hinchada por besos. Tan frágiles, tan fuertes, humedecidos por tu lava que los tiñe del rojo del atardecer. Como quise besarlos! Me llamas y contesto, contesto con mis ojos, te sonrío con ellos e intento encontrar los tuyos en aquel espacio. Nunca antes la dimensión de un cuadrado me pareció tan cercana y agradable, era pequeño, pero tu lo empequeñecías más y más con tu respiración, como un compás del tiempo que marcaba en mi reloj.

Texto agregado el 01-11-2003, y leído por 335 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-11-2003 AhhhFran, este trabajo está muy bien hecho. Me late que necesita un pequeño estirón se quedó en el piso 19 e iba al 20. es estupenda la descripción de la claustrofobia y la salida de ella. Gracias por compartirlo hache
01-11-2003 Fran, tenía razon quien me leyó este cuento. Es genial, lo he disfrutado mucho. Sigue adelante. Gabrielly
 
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