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CRÓNICA DEL ARMAGEDÓN


Para muchos resulta claro que los últimos acontecimientos fueron el resultado de la increíble concentración de poder bélico y económico alrededor de una nación nacida y construida para reinar sobre el resto del mundo. Para otros tantos fue simplemente el cumplimiento de lo escrito desde hacía centurias. El resto quedó convencido de que la destrucción de la civilización fue tan solo el desenlace del gradual deterioro moral, ético y físico del hombre.


Muchas guerras vinieron, mucha destrucción pasó. Pero ninguna como esta guerra que comenzó siendo la declaración del imperio más grande y poderoso de la historia y terminó en una crisis mundial de características titánicas y resultados aún más impredecibles. El ministerio de guerra de los Estados Unidos, eje central del poder alrededor del mundo, punto centrípeto de la más grande capacidad de destrucción y dominación a través de la rendición de los demás pueblos, no dudó en comenzar la gran última guerra que pondría fin a las demás en un torbellino de sangre y fuego que acabaría por desmembrar el imperio recién declarado en cientos de pequeños reinos desarticulados y regidos por la anarquía y el caos, sumidos en gran ignorancia a pesar de la absoluta soberbia de occidente. Se atrevió a colocar un estandarte sobre sus cabezas: “Aquí vive el eje del mal... aquí comienza la última cruzada... in god we trust”.


Para los observadores no hubo duda en ningún momento: tantas fueron las manifestaciones de los concientes, tantas fueron las criticas al método, tantas fueron las mentes que no dudaron que se estaba cometiendo el peor error en la historia, que no podía ser de otra forma. El resultado fue espantoso y el horror vivido verdaderamente no tenia símil en más de seis mil años de equivocaciones históricas.


El día en que el fraude logró que aquel sórdido personaje fuera el director imperial, se selló el destino de la humanidad. George no dudó ni un segundo en seguir llenando sus arcas de oro y poder mediante la aniquilación sistemática, progresiva e impune de los que se atrevieron a enfrentársele. La historia la escriben los ganadores; los derrotados no tienen una segunda oportunidad en la memoria de los hombres. Primero fue Nueva York: el increíble ataque que sufrió el suelo de la ciudad que descansa sobre los montes, que se viste de lino y púrpura, en la que fornican todos los reyes de la tierra, fue el preludio y el aparente cebador de la guerra contra el terror que terminó por liberar los horrores que aun estaban encerrados en la caja de Pandora. A partir de este momento grandes barcos cargados de muerte atracaron en las costas del lugar en donde nació la historia. Los ciegos se aferraron a la nueva realidad y se congratularon porque por fin había llegado la civilización a una tierra sumida en anacrónicas costumbres que incluso llegaban a destruir la integridad de seres humanos, sometiéndolos por caprichos ancestrales. Nada más equivocado: así como no es posible admirar la casa vecina mirando desde las ventanas, tampoco se puede entender a toda una cultura sin adentrarse en sus laberínticos espacios mentales, en su imaginario, haciéndose parte de ella; sin embargo, nuevamente, a pesar de las enseñanzas, el mundo seguía juzgando y criticando lo desconocido. Todo el aparato militar recién llegado al Arab, se quedaría allí por décadas, controlando la que ahora se hacía la mayor riqueza. El contragolpe a tan grande humillación fue la conquista de la tierra de Afgán. Siglos antes, bajo el reinado del anterior imperio, todas esas tierras eran una sola y les pertenecía a los Persas. Esta gente conoce el dolor porque lo han heredado desde que llegaron allí, a través de Egipto, los peregrinos que comenzaron su viaje en los días de Aarón. Los semitas son pueblos, herederos de los conocimientos de patriarcas inmortales, que se alimentan de la escasez, que sobreviven al hambre y la peste, y que se hacen elegidos ellos mismos para lograr un lugar en donde descansar. El romance es parte de su cultura como lo es la ambición parte de la nuestra: las historias que se cuentan desde El Cairo hasta Bagdad hablan de hombres que se entregan ante su mujer, de mujeres que narran mil y un cuentos hasta enamorar a un rey, de lámparas maravillosas que cumplen el deseo del amor al que sepa pedir; nada de eso es fortuito en un pueblo que fue diez veces grande entre los grandes desde tiempos en que Europa toda estaba sumida en la más absoluta oscuridad. Es por esto que cualquier ataque a un lugar santo por derecho, es una agresión demasiado grave que inevitablemente articula poderes ocultos para el entendimiento humano.


El siguiente objetivo fue justamente la capital del gran imperio de Darío I. Había que derrocar a un dictador que llegó al poder a través de la violencia y el miedo para cumplir un sueño de infancia: unificar al Arab. Para lograr esto le declaró la guerra a su patria hermana y para ganar fue armado por el mismo ministerio de guerra, conocido como El Pentágono, al que posteriormente tendría que enfrentarse. En esos años, comenzando la década de los ochenta, nadie dijo nada por las toneladas de gas nervioso que fueron despachadas contra el pueblo de Teherán. Se consolidó la contraparte que iniciaría la batalla final. Años mas tarde, en su afán unificador, este mandatario decidió invadir la más grande reserva petrolera del mundo y con esta decisión entraron en escena, ahora como enemigos, sus antiguos aliados y en tres meses, en una operación bautizada Tormenta del Desierto, fue reducido a cero el tercer ejército más poderoso del mundo. Una década más tarde, con el pretexto de llevar la libertad, El Pentágono agredió el mismo suelo que veinte años antes habían apoyado. Con la agresión llegó la invasión. Con la invasión llegó la unión. Sunitas, Chiítas y Kurdos pusieron fin a sus sutiles diferencias religiosas y, a través de todo el mundo árabe, se logró el derrocamiento de esos gobiernos títeres impuestos por el imperio a pueblos tan dignos. Grandes potencias políticas, con potenciales ejércitos que, unidos, sobrepasarían el poder imperial, hicieron un llamado a la paz para evitar la catástrofe. En la declaración de la guerra, la antigua colonia inglesa dejó claro, también, que el mundo le pertenecía y que, por tanto, utilizaría todo su poder para imponer sus condiciones en cualquier lugar. La Organización de Naciones Unidas, hija directa de la fracasada Liga de Naciones, comenzó a vislumbrar su propia agonía. Los pueblos de todas las culturas iniciaron lo que más tarde se convertiría en una sublevación global, para protestar contra un autoritarismo similar al de Hitler o Stalin: George no se hizo menos que ellos. Un antiguo imperio moderno, ahora venido a menos, protestó enérgicamente y fue así como la nación más grande del mundo, Rusia, comenzó el proceso de polarización y una nueva dicotomía mundial separó a la civilización como lo hizo cincuenta años antes. La guerra se extendió por mucho más que las dos semanas que prometieron George y sus vasallos presentados como aliados. La reacción más catastrófica fue el sabotaje a todos los tanques y todas las torres y todos los conductos del oro negro que hicieron que el oxígeno, el gas vital, escaseara en el planeta entero. El Islam, eje central del Arab, fue el medio para la unión de mil millones de personas repartidas en Asia y África y que conformaron, así, la última guerra religiosa de la historia.


Al mismo tiempo Corea siguió retando, en un lugar no tan distante ahora, a la autoridad de Washington. A pesar de las advertencias de China, George prosiguió con la amenaza y el dictador asiático le respondió. China siempre protegió a sus antiguos territorios porque siempre quedó claro que lo que estaban buscando era la unificación de la antigua gran potencia. Ahora esa nación contaba con la segunda capacidad militar más poderosa de la historia y se sospechaba que, incluso, era más grande su poder que el de la antigua Unión Soviética. China es frontera de India y de Afganistán por el occidente, así que el siguiente acontecimiento también lo involucró totalmente en la confrontación final.


Pakistán, país creado por El Reino Unido en territorio Indio, enfrentó a su vecino en una guerra que desencadenaría un ataque nuclear bilateral. Los mísiles volaron a través de la frontera desde los dos lados y el veneno destructor llegó hasta sus vecinos. China entró en el conflicto tratando de mediar, primero, y atacando por seguridad, después. Corea atacó a Estados Unidos, aprovechando la destrucción iniciada en Irak y la unión del Islam en contra del imperio, y Estados Unidos respondió al ataque llevando a China a cumplir su promesa. Rusia, frontera con todos estos países por el sur, no se hizo esperar. Convocó a una reunión de emergencia para lograr la paz pero fue inútil. La postura más acorde con su desarrollo histórico fue intentar detener la guerra mediante la victoria de sus vecinos y se alió a ellos. Ahora las cargas eran opuestas y el ejército unificado sobrepasaba el poder de las fuerzas imperiales. Por causa de esta agresión Rusia fue expulsada de la OTAN, organización a la que accedió después de la caída del régimen comunista en que estuvo inmersa por mas de setenta años, y en virtud de su gran poderío militar y nuclear remanente. Esta expulsión logró que el resto de Europa se uniera a alguno de los bandos en conflicto: Grecia se alió con Rusia para atacar a su enemigo histórico Turquía. España, aliada desde el comienzo con el imperio, envió a sus reservistas a las fronteras para evitar que Francia iniciara el conflicto desde allí. Francia se unió a Rusia por sus propios intereses, después de hacer sumas y restas. Alemania y todos los países alemanes se unieron a Estados Unidos, su antiguo enemigo mortal. Italia intentó adoptar una posición pasiva pero fue puesta en ultimátum; a última hora optó por el imperio. El resto de pequeñas naciones se unieron a sus vecinos. De esta forma el lejano oriente se unió con el imperio y le declaró la guerra a la coalición del mal, nombre impuesto al ejército unificado. América toda, como era previsible, se unió a Estados Unidos. África, a excepción de algunos países pertenecientes a la common wealth, es islámica por lo que ya estaba definido su futuro.


Lo siguiente fue el desarrollo del caos que imperó en el mundo entero. Las armas tácticas de todos los calibres y todas las clases volaron por el océano a través de toda la rosa de los vientos. Las comunicaciones se vieron afectadas, la vegetación fue destruida, la fauna pereció, la tecnología, con toda su prepotencia, fue reducida a nada. Con la caída de la civilización más grande de la historia cayó también todo su significado y ahora, los sobrevivientes, tienen una segunda oportunidad para comenzar a hacer las cosas mejor. Pero no creo que recuerden nada. La historia la escriben los ganadores, y en una destrucción global nadie gana. Este es el resultado de la soberbia humana.

GUSTAVO ALBERTO MÁRQUEZ RINCÓN

Texto agregado el 03-12-2005, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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