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Las arañas

Padre tiene un instrumento de tortura medieval escondido en el sótano de nuestra casa. Se trata de un viejo artilugio de madera que se parece bastante a un asiento de dentista, pero que además está lleno de poleas, ganchos y abrazaderas de hierro. De los extremos del aparato cuelgan unas cintas de cuero que sirven para sujetar un cuerpo de las muñecas y tobillos y forzarlo a las posiciones más increíbles que se te puedan ocurrir. Mis hermanos y yo lo apodamos “ El predicador”, y por supuesto, le tenemos el suficiente respeto como para no acercarnos demasiado.

Cuando uno se detiene a contemplar al predicador es imposible no imaginarse como habría sido en su época de mayor esplendor. Casi se pueden ver a sus víctimas convertidas en sanguinolentos despojos, con la carne hinchada, los rostros amoratados y la piel lívida y transpirada por el esfuerzo. A ciertas horas de la noche, si uno afina el oído, incluso se pueden escuchar los gritos. Voces fantasmales de hombres y mujeres llorando un tormento patético, clamando a un Dios ausente mientras el verdugo multiplica la fuerza de sus músculos en torniquetes y palancas.

Sabemos que Padre siente orgullo de su juguete. Al principio era solo un capricho pero con el tiempo se ha convertido en un objeto de adoración, un culto enfermo por el cual Padre sería capaz de cualquier cosa. Ha llegado a pasar días enteros encerrado en el sótano, entregado a quien sabe que fantasías. Nos hemos dado cuenta de que El Predicador modifica sus estados de ánimo como si fuera la voz de su conciencia y eso es algo que nos mantiene alerta. A veces, cuando escuchamos a través de la trampa de madera, podemos oírlo rezar en voz baja una jerga absurda que no podemos descifrar y que nos pone los pelos de punta.

La verdad es que odiamos a padre, lo aborrecemos. Pero el nos ha enseñado que el miedo es más fuerte que el odio. El nos ha enseñado eso de muchas maneras distintas, vaya que si. Nos ha causado tanto daño,tanto dolor, que parece reservarnos con vida para algún misterioso plan que sólo él conoce. Como si fuese un chico cruel esperando el momento oportuno para mostrarnos la verdadera medida del dolor.

Si Padre nos hubiera protegido de la peste no estaríamos pudriéndonos día a día.
Ayer fue espantoso, Clara fue castigada por quejarse de noche, entonces Padre perdió los estribos y la llevó al sótano. Luego la sujetó en “El Predicador” y tiró y tiró hasta que le arrancó una pata. El jirón de piel que la sostenía se estiró como si fuese un chicle. Clara lloró un poco al principio pero se compuso enseguida, después juró que nunca más volvería a llorar. ¡Jamás!.

A mi lo que más me preocupa son estas costras, por las noches me pican como el diablo, pero Padre dijo que debía controlar el impulso de rascarme o me colgaría del techo. Yo sé que lo haría. Obedezco todo lo que puedo. Eso es fácil de día, pero por las noches cuando lo único que se puede hacer es pensar, yo tiemblo como una hoja tratando de no sentir la picazón. Casi siempre termino cediendo, acariciando los bordes de mis lastimaduras, mordiéndome los labios. Se siente un ardor desagradable pero después el alivio es tan intenso que vale la pena. Me rasco hasta sacarme los pedazos, sin importar lo que sobrevendrá. Rascarme significa liberarme, me hace olvidar de los malos episodios de la tarde, de la dura disciplina, de las duchas frías, de los golpes.

En general cuando empiezo a rascarme no puedo detenerme, levanto los cascarones de sangre seca, los despego de mi cuerpo y los observo a contraluz, no se si me siento feliz pero debe ser lo más cercano que se puede estar de serlo. Sé que a Padre no le va a gustar nada. Me llevo una cáscara a la boca y la mastico satisfecho, paladeo mi propia sangre seca y sonrío. Antes de dormirme puedo sentir las telas húmedas pegoteándose a mi cuerpo, la sangre nueva que mañana volverá a ser costra y renovará el ciclo de castigos y así.

Esta mañana las cosas tomaron un cariz diferente, apenas había despertado cuando escuché un fuerte portazo dentro de la casa, luego la voz de Padre se elevó en un rugido que me hizo temer lo peor. Había otras personas con él, dos voces desconocidas que discutían entre ellas. Miré a mis hermanos y los vi a todos ellos acurrucados en un rincón del cuarto, cada uno con sus ocho ojos negros abiertos de par en par.

--- ¡Viene por nosotros, Caín. Viene por nosotros y nos va a matar a todos! ---
--- Ssssshhhh!... Eso no va a pasar --- Dije.
--- Te digo que nos va a matar, ayer vi una escopeta escondida en el armario. Y el tipo de la feria ¿te acordás?, dijo que no podía presentarnos en público. ¡No quiso saber nada con nosotros!--- Tarántula estaba aterrada, trepó por la pared y trató de arrancar algunas tablas flojas del techo, sus patas delanteras se movían frenéticamente.

El Pardo se acercó a Tarántula con ese lento andar que lo caracterizaba, su cefalotórax temblaba y se agitaba en pequeños espasmos.
--- No podemos escapar por ahí. La única salida es por la puerta. Si no hacemos algo ahora va a ser nuestro fin ---
--- Tiene razón, Caín, tenemos que pensar rápido! --- Clara se refregó la cabeza. Ahora las voces extrañas sonaban en el pasillo, pero Padre aún estaba en la sala, lo oíamos revolviendo los muebles y dando portazos mientras murmuraba juramentos y maldiciones. Se oyeron ruidos de vidrios rotos contra el piso de cerámica.
Viuda me miró con su media cara humana --- ¡Qué hacemos?---

No llegué a contestarle, los dos desconocidos estaban frente a la puerta de nuestro cuarto.
--- ¿Será cierto lo que dicen en el pueblo? ¿Que son cómo arañas? Mi abuela me contaba esas historias cuando era chico y volvía tarde a casa. Para asustarme, ¿entendés?. Me decía “tené mucho cuidado, Tavito, porque te van a agarrar las arañas del viejo Gaumont y te van a comer como si fueras un grillo”---
--- Y yo que carajo sé, si nunca los ví. Dejá de hablar boludeces y cubrime que voy a mirar. ¡Sácale el seguro te digo, pedazo de idiota!---

El picaporte giró y cuando se abrió la puerta vimos que una cabeza se asomaba con cautela. El desconocido se quedó un segundo entornando los ojos para escrutar en la penumbra, y por suerte eso fue todo lo que necesitó Clara para decidirse. Repentinamente saltó encima del ángulo de la puerta, se sujetó con las patas traseras y colgó cabeza abajo hasta que su rostro quedó justo enfrente del rostro del extraño. No le dio tiempo a gritar, sus colmillos inyectaron el veneno suficiente cómo para aniquilar a un potrillo. El hombre largó una especie de queja y se desplomó con los ojos desorbitados.

Nos precipitamos al pasillo sin pensarlo dos veces, tarántula y Clara arrastrándose por el techo, el Pardo y Viuda por las paredes, yo por el suelo. El segundo hombre nos vio y permaneció con la espalda pegada al empapelado cómo si quisiera fundirse con la casa. Tenía un arma en sus manos pero apuntaba hacia abajo, su mirada estaba cómo desenfocada y un hilo de saliva le caía desde la boca. Cuando pasamos frente a él nos dimos cuenta que se había meado en los pantalones.

Antes de llegar a la sala, la figura de Padre se atravesó en mitad del pasillo y nos cortó el paso. Nos encañonaba con una escopeta de grueso calibre y tenía un fuego de odio en los ojos que no le habíamos visto nunca antes. Nos detuvimos en seco, sin saber que hacer ni para donde escapar. Padre siseó un insulto a través de los dientes y seguidamente disparó contra nosotros. El Pardo chilló y se desprendió de la pared, cayó al piso con un golpe sordo, el cuerpo humeando, una sustancia blancuzca empezó a manar de la herida, se acurrucó a mi lado y agitó dos o tres veces sus largas y peludas patas en rápidas convulsiones. Su muerte fue veloz.

Creo que fue en ese momento cuando enloquecimos todos. Sin pensar en lo que estábamos haciendo nos abalanzamos contra Padre aullando cómo monstruos. En realidad fue bastante fácil derribarlo, Viuda fue la primera en caer sobre él y la primera en picarlo, no una dosis fatal, solo lo necesario para dejarlo fuera de combate. La ponzoña de una viuda negra es la cosa más terrible que puede existir, cuando el veneno entra en el cuerpo provoca espantosos dolores, y luego el infectado pierde la conciencia, penetra en un oscuro sopor nublado de pesadillas que lo atormentan sin tregua. La supervivencia dependerá de la cantidad de toxina y de la fortaleza de la víctima.

Cuando salimos de la casa nos azotó la claridad. Debíamos encontrar un refugio de aquella inconcebible fuente de luz que colgaba del cielo. Siempre fuimos seres lucífugos. No fue fácil arrastrar el pesado cuerpo de Padre a lo largo del pueblo, en medio de tanta luz y personas extrañas que gritaban y corrían en todas direcciones.

Cerca de Mediodía Tarántula encontró lo que estábamos buscando, un viejo puente abandonado en medio de una zona boscosa. Un lugar hermoso y tranquilo. Decidimos quedarnos un tiempo debajo del puente hasta que las cosas en el pueblo se tranquilicen, por primera vez en toda nuestra miserable existencia tenemos una esperanza, y vamos a defenderla hasta las últimas consecuencias. Por el momento no nos preocupamos por conseguir alimentos. Padre cuelga como un péndulo de las vigas del puente, se ve algo estropeado y reseco pero todavía le queda algo de jugo. Ya veremos que hacer cuando comencemos a sentir hambre.

www.elhervidero.blogspot.com

Texto agregado el 05-12-2005, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-06-2006 Muy bueno iorek
 
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