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Estar sentado es sinónimo de estar entregado. Así es cuando un condenado es ejecutado en la silla eléctrica. Así es también como estoy ahora, sentado y dejando a disposición mi cabeza. Con mis piernas juntas mi torso bien erguido y mis ojos mirando mis ojos, estoy esperando la pregunta que más me aterra. Siento el calor que emana en sudor en mi cuerpo, gracias al manto color verde que me ha puesto. Mis pies no pueden tocar suelo, y me cuesta creer en la realidad. No soy el único que está sentado, a dos metros al costado mío hay otro hombre sentado, pero al cual no pareciera interesarle entregar su cabeza. Puedo ver las manos de mi agresor, no parecen temblar. Es un verdadero profesional, es cosa de ver como maneja el aparato.
Pero no es la cortadora de pelo la que me aterra, sino la navaja. -¿quieres patilla larga o sin patilla?- No, a la verdad esto me estremece. Quisiera que mis piernas que cuelgan se estiren y toquen el suelo para así escaparme. La máquina comienza a funcionar con su ruido mecánico de siempre. Mi nuca es un misterio, pero aún la siento. Mientras veo aparecer la máquina que avanza hacia adelante por el espejo, cierro mis ojos por que una lluvia de pelos amenaza con empapar de lágrimas mis ojos.
El trabajo está casi terminado. Mi corazón palpita. Los ojos del peluquero parecen disfrutar de lo que sucederá. A la altura de mis manos brilla la temible navaja, que lucía con un filo atómico. Sabía además que también la usaría para rasurarme detrás del cuello, pero el sólo hecho de no estar al alcance del espejo me tranquilizaba. El horror se presenta en mis patillas. Tengo mucho miedo de responder, si es con o sin. Estoy convencido que decir “sin” es sencillo, pero no puedo, mi boca está anestesiada. Miro nuevamente la navaja que brilla incesantemente más aún que se han empapado mis ojos. Trato de desviar la mirada, y observo por encima, el enchufe que alimenta a la máquina de cortar pelo. ¡Claro!, la navaja es parte del pasado, la máquina tiene un fino y moderno rasurador eléctrico, al cual no temía. El palpitar de mis sienes por fin se detiene. Miro con arrogancia al frustrado peluquero. Y sonrío.
La máquina se apaga.
¡Hay un corte de luz!

Texto agregado el 06-12-2005, y leído por 212 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-12-2005 El final es muy bueno, pero estaría mejor si la oración final fuese "la máquina se apaga". alumna
06-12-2005 ........................................................................... ........................... (jojo) ........................................................................ Antoniad
 
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