| Ya desde tiempo, sin que se diera cuenta, la veníamos averiguando. Yo tuve otro motivo pa’ escogerla que el que eligió Sermao. Me da risa, ese negrito de verdad que  tiene el corazón de plátano. Si no porque creen que ayer mismito cuando estaba  así a puntito de  secuestrarla, me dejó así, así de cerquitica de tirarle el  guante
 Por los altavoces del parque la radio Institucional inició su transmisión de siempre:
 El himno nacional a las seis  de la mañana
 ─La hora que despierta el mundo, hijos de la revolución, y la chingada─dijo─ y al  muy hijo de puta se le sangró en el alma  la muela  de la patria.
 Mirando para todos lados, jalo marcialmente  su pierna chueca pa´ cuadrarse pronto,  y con la mano al frente, al corazón, como si fuera ya hombre, canto el himno, estrofa por estrofa. Todo por que la patria es como  una muela eterna  que aunque  duela, que aunque se este pudriendo, mi negro,  no se saca.
 Solo por eso es que se  frustró el secuestro, solo por eso es que regresamos hoy pa’ llevarnos el encargo.
 Me da risa  ese quema’o, se los juro. Mire que aprenderse   de memoria la rutina de esta vaina:
 –Por la mañana se levanta a ejercitarse, como si le hiciera falta a la enfermita, desayuna ligero;  su  juguito de toronja, su pan tostado. A las siete en punto entra a la tina, su pelusilla es una mancha sobre su caparazón  blanco de cangrejita.—me dice— pero no hay excitación en su palabra.
 El que se excita soy yo  que la veo atravesar  desnuda y  apresurada por el marco de  la ventana. Pienso que debí ser yo quien la espiara en la bañera, para mirar su pelusita mojada, su sonrojado membrillo de jugosa temporada, para saber por qué  siempre baja tan contenta la muy putita, empapando de su aroma a hembra de mundo el palomar, ese  balcón y toda la  cuadra.
 Así como Ahora que  desciende, sale y pasa con su cara a media cuarta  de nosotros. Sube despacio a su cabriole con  las piernas muy  juntitas, dejando a la rutina de mis noches, el color, el sabor, el jugo  que moja  sus  frescos pantaloncitos
 Nos  sonríe, Sermao endereza la pata, se peina, su corazón a rodajas  se  le cocina  como  un platanito frito porque la  verda’ es que la hembra es regraciada, tiene la nariz así chiquita, como la Amelia, como si no pudieran tener una más grande, como que lo hacen adrede  coño, pa’ no oler la mierda de estas calles, solo el aroma a coco, a limón, a esas frutas con las  que hacemos las galletas en la fabrica.
 Yo se, que no es bueno eso de nadar en lo profundo de lo pendejo-enamora’o, porque hasta este aire a veces  endulza el puerto, le hace por pensar a uno,  que también a veces puede  ser de azúcar muy dulce  la tristeza.
 A demás yo no tengo tiempo pa’ amar a otra mujer que no sea la vieja, ahora lo que importa son los billetitos, pa’ operarla. 50,000 mil mi hijo, eso vale cambiarle el corazón a una madre, así de pequeñita, de flacucha, de tanto que  se pone, que cuando sale al patio, hasta siento que el viento tiene miedo de empujarla.
 Por eso se me ocurrió este plan, pa’ transplantarle un corazón tan blanco, que deje de llorar en los rincones, pa que deje de mentirnos en la oscuridad y decirnos que no es que duela , que es la madrugada coño, la basura de recuerdos metiéndose por la ventana  de sus ojos.
 Yo se que no nos parió, pero nos dio nombre, por eso le digo  a Sermao que se aviente que se deje caer  un día de estos frente a un coche, a lo mejor y  por pasarle la llanta  le arreglan esa zanca y se haga de una buena vez un pinche hombre, y  sea de tropa, allá en la  sierra, donde no pueden  ni  putos, ni los niños,  ni tullidos.
 Nos apropiamos bien, no como esa chingadera de ayer, en los vinos de la tienda. Ahora que lo pienso no más paguemos el encargo, se me ocurre,  buscarme yo  también una  querencia. Un poco de sudor entre la cama y ya de paso una custodia para  Amelia  mientras no estamos, pa que  deje de una vez esta añeja dejar de  andar arrastrando sus pies como  difunta. De verdad que debe ser sabroso de pendejo-enamorarse, despertar y encaramarse a las ancas de una tierna hembra en la mañana.
 —Ya siento que la amo—me dice el banano –y  yo le veo su piel blanca, sus ojitos vivitos de cangreja asustadita.
 Me distrae quizá el regreso, el alboroto de los críos, pero es la mudez de  los grandes lo que me provoca la punzada violenta en el  instinto,  presiento que  alguna sombra me falta por  los cuartos de la casa,  ese quejido menudo en la silla  tan cerca del molino.
 —Se llevaron a tu negra— apenas quiso decir  don Rufino,  como tanteando mi  enojo, como bordeando este  nombre que vale ahora lo mismo que esta sordina a medio basurero.
 
 Por eso   lo apuñale profundo, con el filo de los ojos
 — ¿Qué tanto?
 —Como una  hora
 ─ ¿Y el doctor?
 ─ A ese también, se lo llevaron
 ─ ¿Dejo encargo?
 ─Que te apures, que le pongas corazón no mas, que no hay más tiempo
 ─ ¿Y el donante?
 ─ Que no llegó, que ayer, en la tienda,  algún hijo de perra, le pegó  un tiro.
 Tres horas, 50,000 vainas… pa’ una mierda, ahora solo va servir pa pagar la lloradera
 ─Carpio, chico─me dice el Sermao, pero se quedó pensando en el asiento trasero del cabriole. Se miro nomás todo, con el llanto compungido.
 ─ No hay tiempo pa’ amar y  pa’ la mierda– se siguió diciendo mientras le miraba los ojos tristes a  la Zulema.
 Con  sus ojos  de camaroncito,  se va  fijando en todo, en la tarde muda, en la alegría de los morros, en los perros en silencio,  se fija sin querer queriendo en la medallita de la bienaventurada virgencita de todos los prodigios, después en el palpitar apresurado, en los pechos  finos tiernos de todos los milagros. ─Pa’ la mierda—dice—Pa´ la mierda
 Yo se que es  la muerte lo que endurece su corazón de plátano, que  le hace bajar arrastrando su pata chueca y su dolor de  perro-niño.
 ─Pa´donde vas—que le grito pa pararle la carrera.
 ─Pa’ ya, pa’ dentro
 ─Pos ya pa´ que pendejo— que le digo. Pero parece no oírme y antes de cruzar la puerta que contesta:
 ─Pa’ que va hacer, pendejo, por un cuchillo.
 
 
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