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Depredación
















Un nuevo amanecer surgía desde las frondosas montañas que rodeaban a un pequeño campo llamado Bajanico. Era el primer día de la temporada de verano. La brisa estaba prácticamente ausente, lo cual hacía que sus habitantes se despertaran. En los cincuenta años que tenía de fundado aquel fructífero campo, nunca habían sentido un calor tan sofocante. Muchos de ellos se mostraban preocupados. Esta era la primera vez que hacía tanto calor a esta hora del día. Eran las seis y el calor que resultaba ser mayor que el de las primeras horas de la tarde. Uno a uno iban saliendo de sus pequeñas casas de madera para saber lo que estaba sucediendo. Veían como los fuertes rayos del sol les impedía verlo.
-Algo extraño está sucediendo, puedo percibirlo. Decía Anardo, un fructífero agricultor y también uno de los fundadores de Bajanico.
-Gregorio, ¿Qué esta pasando? Le pregunto Juana su esposa, quien estaba vestida con una bata de dormir color blanco. Su pelo lucía alborotado y en sus ojos tenía aún ojeras.
-No lo se. Entra a la casa y que no se te ocurra volver a salir en esa facha. Iré a investigar. Algo extraño está pasando.
-Toma, tal vez la vayas a necesitar. Le decía Juana mientras le entregaba una pistola niquelada de 9 mms.
-Espero que no.
-Patrón, patrón, ¿Qué ocurre? Le pregunto Fulgencio uno de sus empleados.
-No lo se. Regresa por tu arma. Luego ve y despierta a los demás. Les dices que se dispersen e investiguen. Tan pronto sepan lo que ocurre me lo hacen saber.

Gregorio caminaba con cierta cautela a través de aquellas carreteras y caminos vecinales cubiertos de un polvo que parecía estar detenido por el tiempo. Sus pisadas eran firmes y en cada una de ellas se aseguraba de no pisar cualquier objeto que pudiera delatar su ubicación. La idea de que un ser maligno invocaba un conjuro para atraer la sequía al pueblo le parecía algo lógico y justificable. Teniendo en cuenta todas las muestras de envidia que les mostraban que no trabajaban para el.











El resplandor del sol les producía mucho calor. El sudor se deslizaba por sus camisas de mangas cortas hasta pegárseles al cuerpo. Algunos hasta llegaron a pensar que dicho conjuro se efectuaba desde una de sus casas. Sentían que sus cosechas estaban en peligro. Esto en realidad era en lo único que podían pensar. Fueron muchos los intentos infortunios que realizaron algunos empresarios de la ciudad con cosechas del mismo tipo de las nuestras. En cada carretera y camino vecinal que recorrían anhelaban encontrar la repuesta a este terrible calor que cada vez mas obtenía mayor fuerza. El cielo se encontraba completamente despejado. No había ni siquiera una nube. Solo veían aquel cielo de azul intenso acompañado de un sol que les iluminaba el día mucho más de lo normal.

Los demás habitantes fueron despertados por el calor de los techos de sus casas, los cuales eran de zinc. Así como también por la escasez de aire que existía en cada uno de los espacios de sus casas. Salían hacia las calles con la intención de recuperarse de aquel sofocante calor. Otros para enterarse del porque el clima sufrió un cambio tan drástico. La mayoría de las personas mayores de setenta años fueron los que se vieron mas afectados. Algunos de ellos se desmayaban.
-Patrón, las montañas se incendian, hay fuego en las montañas. Le decía Felipe otro de sus empleados.
-¿Fuego?
-Si. Todavía es pequeño, pero se mantiene ganando fuerza.
-¿Quién lo hizo?
-No lo se. Creo que fue el calor del sol.
-Busca a Fulgencio y dile que le avise a todas las personas del pueblo. Luego ve al almacén y toma uno de los camiones de agua. Yo iré por el otro. Nos reuniremos en las montañas. Date prisa creo que nos que poco tiempo para apagarlo.
-De acuerdo, allá nos vemos.
-¿Gregorio, que esta pasando? Le pregunto Juana al momento de llegar a la casa para tomar las llaves del almacén.
-Hay un incendio en las montañas.
-Si dices que hay un incendio, ¿Por qué el humo aun no llega?












-Fulgencio me dijo que el incendio apenas esta comenzando. Además el poco aire que hay, quizás influya en que se retrase en llegar. Si el incendio se torna incontrolable es seguro que azotara nuestras casas. Tú y los muchachos tienen que guardar en las mochilas todo lo imprescindible. Aún no sabemos a que nos enfrentamos.
-¿Y si los chicos me preguntan? ¿Qué les diré?
-Si te preguntan que esta sucediendo, solo diles la verdad. Claro de una amanera que no se sientan llenos de miedo. Luego de que empaquen nuestras cosas diríjanse a la playa. Sin importar lo que suceda no regresen al campo. Me esperan en uno de los barcos. Allá nos reuniremos.
-Esta bien. Si notas que el incendio se mantiene creciendo no dudes en ir a la playa.
-Así será. Te lo prometo.

Detrás de la casa había un pequeño establo donde tenía a su caballo favorito. Lo ensillo y salio galopando velozmente. Tomo un atajo para llegar lo más pronto posible. Este era un pequeña y estrecho camino vecinal, el cual es utilizado por sus habitantes, ya fuera a pie o en caballo. A medida que avanzaba observaba los rostros de todas esas personas que tenían sus casas en aquel camino. Expresaban preocupación, miedo y en algunas hasta desesperación. También veía como algunos se mostraban impotentes al no poder hacer nada por salvar a sus padres de lo que ya consideraban una maldición. Varios de ellos intentaron detenerlo para que acudiera en busca de una ayuda que lograra sobreponerlos de aquel terrible suceso. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Gregorio ni siquiera pensó en socorrerlos, tenía muy claro que si el fuego se propagara traería consecuencias fatales al pueblo. No solo por las cosechas que continuaban sembradas, sino también por sus habitantes.
-No pierdan la cordura, intentamos salvarlos. Les decía mientras se alejaba inimterrupidamente.

Diez minutos más tarde Gregorio llego al almacén. Allá estaba Felipe quien al recordar que no tenia llave para abrir el almacén, no tuvo de otra que esperar por su patrón.












-¿Felipe, por que no te has ido? Le pregunto con la voz alta y enojada.
-Como voy a entrar, si no tengo una copia de las llaves.
-Coño Felipe no seas pendejo. En situaciones extremas no se piensa, se actúa con el sentido común. Que no ves que la vida de muchas personas corren peligro. Carajo, ya eres padre de familia, no crees que ya es hora de que te pongas los pantalones. Le reprochaba mientras abría los candados.
-Tienes razón, a veces el instinto es lo más indicado para actuar con rapidez.

Los tres candados que aseguraban aquella enorme puerta doble, abrieron fácilmente. Adentro del almacén estaban los dos camiones de agua con los que intentarían apagar el fuego. Cada uno tenía un tanque de agua que abarcaba toda la cama de los camiones. También una manguera por donde el agua salía a presión. Al lado de ellos se encontraba los dos tanques de reserva, los cuales solo eran utilizados en la temporada de primavera. Donde la lluvia se escaseaba.
-Felipe toma la llave del camión. Estaciónalo delante del tanque de reserva. Engánchalo con la cadena que esta detrás del asiento. No podremos regresar por ellos. Le decía Gregorio mientras estacionaba su camión delante del tanque de agua que le correspondía.
-La idea es buena, pero el peso de los dos tanques hará que los camiones pierdan velocidad.
-Lo se, pero es un riesgo que tendremos que correr.

Las cadenas fueron colocadas sin ningún tipo de inconveniente. Eran las seis y media de la mañana. Aquella ausencia del viento que percibieron cuando se levantaron había desaparecido. Ahora el viento se podía sentir fuerte y constante. No venia solo, traía consigo aquella enorme capa de humo que observaban desde la carretera que tomaron para llegar a las montañas. Esta se encontraba un poco aislada del campo. Una distancia de aproximadamente quinientos metros la separaba. Su tamaño era extenso y no tenia curvas. Concluía en una casa campestre de Gregorio, la cual estaba próxima a las montañas. Sabían que si tomarían una de las carreteras del campo podrían llegar más rápido, pero el gentío que saldría de sus casas en dirección a la playa los haría perder más tiempo.











Quince minutos mas tarde lograron llegar a la casa campestre. Observaban como el fuego continuaba su propagación por todas las cosechas que abarcaban las montañas. Todo el humo que este producía se dirigía en dirección al campo. Gregorio y Felipe cubrieron su nariz con una mascarilla que se encontraba también en el área del asiento trasero del conductor. Abrieron las llaves de presión a plena capacidad y la dirigían hacia las áreas que esta alcanzaba. El agua que recibía el fuego no se comparaba con la fuerza del mismo. Este no mostraba ninguna vulnerabilidad. Su paso depredador sobre aquellas tierras fértiles se fortalecía cada vez más. Gregorio y Felipe veían como la principal fuente de ingreso del campo se destruía poco a poco.
-Este fuego es incontrolable. Vamos a desencadenar los tanques de reservas de los camiones. Cuanto antes lleguemos al pueblo mejor. Decía Gregorio manteniendo su mirada sobre aquellas tierras en las que tanto trabajo.
-Patrón nuestras tierras. Dijo Felipe con la mirada triste y en voz alta.
-Se que es duro, pero no podemos quedarnos a intentar lo que ya es imposible. Nuestra gente nos necesita. Tenemos que irnos ahora.

Los tanques de reserva fueron liberados y se dirigieron al campo en busca de las personas que aun no se marchaban. Tomaron una carretera que concluía con la principal. Avanzaban a toda velocidad, dejando atrás la razón de sus desgracias. La propagación del humo les dificultaba mirar el entorno. También se consumía poco a poco la poca brisa que aun existía en el campo. Esto les hizo pensar que la posibilidad de que las personas ancianas podrían estar muertas. Sin embargo, no perdían la fe esta era su única aliada.

Faltando unos cien metros para llegar a la carretera principal escucharon una fuerte explosión. Esta provenía de la casa campestre. Los seis tanques de gas que estaban en el garaje fueron incendiados por el fuego. Esto hizo que se propagará con mayor intensidad.
-¿hay alguien aquí? ¿Me escuchan? Decía Gregorio desde un altavoces que tenia instalado en el camión.
-Venimos a socorrerlos. El incendio se acerca. Decía Felipe con una voz alta y aguda.












Quince minutos después el incendio había llegado al pueblo. La humareda hizo prácticamente imposible que Gregorio y Felipe continuaran con la búsqueda. Ambos tenían recorrida la mitad del pueblo. La presencia de una vida humana pidiendo ayuda pidiendo ayuda nunca la escucharon. Por lo que tuvieron que irse antes de que el incendio los alcanzara. Mientras se dirigían a la playa velozmente observaban desde el espejo retrovisor de sus asientos como el incendio les quemaba sus casas, sus pertenencias y todos los lugares que formaron parte de sus vidas.

Los habitantes del campo observaban desde los barcos pesqueros como Gregorio y Felipe luchaban por no ser alcanzados por el incendio. Solo ellos quedaban en el pueblo, los ancianos fueron socorridos por sus padres y en algunos casos por sus nietos. Los barcos estaban listos para partir, solo esperaban que ellos lograran sobrevivir. Y así sucedió, pudieron llegar a la playa antes de que el incendio acabara por completo con las casas del campo.

Una pequeña y vaga sonrisa mostraron Gregorio y Felipe cuando vieron lo cerca que estaban de llegar a la playa. Se detuvieron justo en la orilla. Se desmontaron de los camiones sin pensar en los cosas de valor que llevaban allí. Solo les importaba darse un chapuzón entre las olas de aquella hermosa playa, antes de reunirse con sus familiares. Sus primeras pisadas bastaron para hacerles saber lo calienta que estaba el agua. Por lo que tuvieron que continuar corriendo hasta llegar a los barcos.

Mientras subían por las escaleras de soga de los barcos, escucharon otra explosión. Esta provenía de los camiones, los cuales también se incendiaron. Fue entonces cuando el incendio termino con su recorrido depredador. Sin embargo, el incendio seguía intacto. Sin el acercamiento de unas nubes que pudieran bajar la temperatura del sol.

Emprendieron un viaje en el que buscarían un lugar que les permitiera empezar de nuevo. Se dirigieron al sur, manteniendo sus miradas en aquel incendio que había acabado con la paz de sus vidas.

Texto agregado el 08-12-2005, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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