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Al nacer fue el orgullo de sus padres, era la beba más hermosa que se puedan imaginar. Hacía seis meses había nacido Ana, la primita, pero, nada que ver, la otra parecía una lauchita, era feíta, en cambio la Lelletta era “la piu bella”.
El parto había sido terrible, 20 horas de dolores y ¡nadie atendía a la mamá!
Cuando Lella se iba poniendo fuerte y bonita y la mamá se recuperó, comenzó a trabajar nuevamente, la casa estaba apenas empezada, sin revoques, sin pisos; así que mamá y papá se esforzaban mucho para poder vivir dignamente. Elsa era inmigrante y pantalonera de oficio, casi no tenía parientes, por esos días viajar era difícil, no había teléfonos y los únicos primos que tenía estaban bastante lejos. Considerando las condiciones, había que recurrir a los vecinos para que miraran a la beba cuando esta madre heroica entregaba y/o buscaba trabajo en sastrerías del centro, porque por la zona no había. Durante los viajes de mamá, los vecinos se ocupaban, muchas veces había que llevarla a lo de Teresa para que la amamantara, porque la mamá no llegaba a tiempo. Teresa era una toscana muy fina, que ya tenía dos hijos y estaba amamantando a la segunda.
La vida, realmente, era muy difícil, pero, parece que había una clase trabajadora que si se esforzaba tenía el porvenir asegurado. La Lella, creció y se convirtió en una nena perfecta, educada, linda, no daba trabajo, así que los vecinos fueron quedando liberados del cuidado, y la nena se empezó a quedar sola, al principio durmiendo y a medida que la mamá tomaba confianza se quedaba sola a cualquier hora. Era una nena ejemplar, nunca tocaba nada y jugaba horas sentadita sola con algún juguete. Lo bueno era el regreso de mamá. Siempre había algo en los bolsillos: caramelos, algún chocolote o alguna sorpresa comprada en el tren. Esos, sí, eran momentos felices. Lógicamente que también resultó ser un peligro, ya que una criatura de dos o tres años podría interpretar que los bolsillos eran lugares mágicos. Así que, cada vez que mamá se iba. La nena revisaba todos los bolsillos, y algunos veces encontraba alguna golosina parecida a aquellas que le daban de premio por portarse bien. Esto, hizo pensar a la niña que en realidad se merecía esos premios por quedarse sola, sin embargo intuía que eso de buscar por su cuenta no sería bien visto, siendo tan perfecta, así que se cuidó muy bien de mantener en secreto las emocionantes búsquedas.
Un día, siempre hay un día diferente, la nena encontró un paquetito raro, un sobre de papel madera, nunca había encontrado algo así. Lo abrió y su contenido pareció muy atractivo, eran confititos colorados, pequeños y alargados, en la manita de la pequeña, no parecían tan chiquitos, realmente eran atractivos, con un poco de temor se llevó uno a la boca, no era tan rico, un poco duro para masticar pero era dulce y después de todo era el premio ansiado… así que glup… para adentro.
Fue raro. Al despertar estaba en un ambiente desconocido, había hombres con delantal blanco, la cama era dura y alta, hacía frío…, algo no andaba bien, se dio cuenta por la expresión de su madre que parecía expresar: “Si te salvás de esta, te mato” después supo que se había comido el veneno de las lauchas.
Qué lástima, se acabaron los tiempos de encontrar cosas en los bolsillos, una vez puede pasar… pero nunca más. En eso sí era responsable la madre. Por eso, Lella extrañaba encontrar algo rico y ahora sus horas solitarias se hacían difíciles y muy largas, pero siempre hacía la recorrida de sus manitos por todos los bolsillos. Nunca nada. Qué desilusión. Sin embargo, hay un factor, un don, que la persona va desarrollando en las adversidades y en la creatividad basada en la observación y la posibilidad de crear nuevas estrategias.
Si en los bolsillos no había nada, había que buscar en otro lado. Ya estaba un poquito más grande, entonces se subía a sillas para alcanzar las cosas altas, hurgaba en armarios y roperos, cajones… siempre encontraba algo que la entretenía, pero, ojo, antes de que llegara mamá, todo estaba en su lugar.
Este otro día de la historia, la ansiedad se apoderó de la niña, hoy le tocaba estar sola de nuevo, planificó todo, esperaba el momento de la partida para iniciar su búsqueda frenética de algún tesoro o manjar. Mamá tomó su paquete de pantalones con mucho cuidado, iba doblado al medio utilizando el brazo izquierdo a modo de percha, en la otra mano la cartera y las monedas para el colectivo. Un beso, las reiteradas recomendaciones ya sabidas de memoria: “Portáte bien, no le abras a nadie, no toques nada, etc., etc., etc.” Se cierra la puerta y empieza la aventura.
La divina providencia había puesto, esta vez, algo bueno. En el ropero, abajo, en el piso, escondido entre ropa y zapatos: una botella casi llena. La nena, fascinada con el descubrimiento, la adrenalina al máximo nivel, la alegría, el temor, la fantasía salían a borbotones en grandes gesticulaciones. Abrió la botella como pudo, arrancando el corcho con los dientes y lo probó, era dulce, aromático, distinto a todo lo que había tomado en la vida, era picantito, pero dulce, muy dulce. ¡Gracias, ángel de la guardia!, esto sí, que no lo esperaba. Bebió un sorbo, luego otro, luego otro, ¡qué rico! Cerró bien la botella, porque supo que eso demasiado rico y tan bien escondido debía tener un valor singular, guardó la botella como recordaba haberla encontrada y prosiguió con su solitario juego bien gratificada.
Qué raro. Cuando se despertó, se encontró en el mismo lugar que aquel día, lo recordaba muy bien, el día en que la vida se le hizo un poco más complicada. Miró hacia su derecha, allí estaba el médico, al verlo, quien sabe si por el susto o qué, se sintió descompuesta, le dolió el estómago, y así naturalmente como quien saluda, su pequeña boquita expulsa a chorros un líquido amarillento y maloliente que se vierte directo sobre el guardapolvo blanco del médico, que reaccionó como si hubiese visto al mismísimo diablo retrocediendo de un salto hacia atrás. Gran confusión en la sala, miradas que se cruzan, gestos interrogantes, sorpresa, allí ocurrió de todo.
-Señora, ¡Su hija está borracha!
Pero lo bueno de esta historia es que la nena enseguida se recuperó, además le tomó bastante aversión a las bebidas alcohólicas para el resto de su vida, demás está decir que nunca más buscó nada y que su fama de niña perfecta se echó a perder para siempre.
Fin
La mamá se cuidó muy bien de volver a ese médico en circunstancias extrañas.
El padre se hizo adicto al alcohol y bebió a escondidas por muchos años.
La niña quedó como hija única, no bebió nunca más pero fue cómplice silenciosa de su padre. Tiempo m{as tarde. empezó a robarle cigarrillos, y como buen cómplice y conociendo el historial de su hija y como fumaba negros, compraba rubios y los ponía al lado de los suyos, porque entendía que las mujeres no debían fumar cigarrillos negros; pero, eso es otra historia…. O ¿no?

Texto agregado el 08-12-2005, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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