El recuerdo de tu tacto anda suelto por mis manos. Te buscan. Están como amaestradas, y si cierro los ojos imaginan tu piel. No hay caso, van libres, inconscientes.
Andan mis besos perdidos peregrinando hacia tus labios, esa boca perfecta de tantas veces que las dibujé con mi dedo.
Afuera están todos los ruidos de esta ciudad agresiva y me oculto, aterrorizado, en el recuerdo de nuestro mar. Vuelven a mis ojos sus grises de invierno, cuando se viste de frío, y canta más ronco. Andando juntos, abrazados en uno, por una orilla de grava huérfana, vacía de intrusos, nuestra. Sólo nos acompaña un viento Norte, nos trae un diciembre temprano, olor de leña, un contraste preciso para apreciar nuestro calor. Se ve que lo llevamos dentro y surge apenas nos rozamos.
Ya es casi medio día, y nos hemos levantado perezosos, hambrientos. Transitas entre el sueño y el día nuevo, apenas me besas. Me besaste tanto ayer.
He dejado el desayuno en la cama, con ese pan tostado que tanto disfrutas, y el jamón crujiente, y tu café con leche, sin azúcar. Siempre te sirvió de puente entre la noche y la mañana. Enredada en el edredón, sacando apenas la cabeza, devoras. Yo miro tu melena rubia, tus ojos brillando. El primer beso del día. Lo celebro como si de verdad fuese el primero.
Me abrazas, fuerte, lento. Son muy dulces tus abrazos por la mañana. No quieres abandonar la cama, me haces hueco, me arrastras. Mis dedos tocan amantes tu espalda, tu piel se erotiza, tus pezones se encaraman. Transcurren minutos, tal vez horas. Dando esos saltitos en contra del suelo helado, te veo salir desnuda hacia la ducha.
Sonrió. Tú no ves, ni me oyes, el agua me tapa. Rezó y doy gracias al cielo por tenerte tan cerca. Un miedo me recorre el cuerpo, sé que andas de paso.
Vamos a dar ese paseo.