EL VUELO DEL AGUILA

-¡Còmo me gustarìa volar!
Ese era el pensamiento que ocupaba la mayor parte del cerebro de Josè y el mayor tiempo disponible que era mucho. Con sus dieciséis años no tenìa otras preoupaciones que pensar en lo que le gustarìa hacer. Eso lo mantenìa con los años ya que desde que era niño soñaba con ser un piloto de aviòn y asì se lo habìa manifestado a sus padres en diversas oportunidades pero, era de una familia de escasos recursos, asì que se contentaba con jugar con avioncitos de papel. Eso sí en el colegio era el que mejor los armaba y sus aviones de papel eran famosos por tener el vuelo màs raudo y duradero que existìa. Hasta le costò una severa amonestaciòn de su maestra de quinto grado cuando uno de sus famosos aviones de ala delta y nariz puntiaguda fue a dar ¡Justamente! sobre el rostro de la Directora que imprevistamente hizo su apariciòn por el aula.
-¿Quièn fue el autor de èsto?
-¡Fue Josè, Señora!
Siempre ha habido y habrà alcahuetes, pero Josè al rubio Russo, eso no se lo perdonó nunca, ni aun de grande.
Pero volviendo al tema, Josè era muy inteligente y libro que caìa en sus manos no lo leìa, lo devoraba y si el tema era aeronàutico, ni hablar, capaz de leerlo cuatro o cinco veces.
Algùn familiar un poco inteligente tuvo la feliz idea de regalarle a Josè para un cumpleaños un libro.
Se trataba nada màs y nada menos que
¡El Aguila solitaria!
Para èl fue como un orgasmo. Su imaginaciòn viajò meses junto a Charles Lindbergh en esa epopeya del viaje a travès del Atlántico sorteando miles de peligros, el cansancio y el sueño.
Asì era Josè, un soñador. Miraba el cielo, buscaba aviones, a veces se dirigìa hasta un aeroclub cercano y se quedaba embobado viendo despegar y aterrizar esas màquinas hermosas pintadas de distintos colores.
-¡Si yo pudiera subirme a una!
No pasò mucho tiempo cuando se presentò la oportunidad. Un tìo poseìa un campo cercano y en èl un aviador de apellido Molfino, dedicado a la fumigaciòn de sembrados, habìa instalado su campamento con una pista de aterrizaje provisoria.
A Molfino le decìan El Loco, pero Josè pensaba que era porque era un hombre de costumbres bohemias, asì que, cuando su tìo le hizo esa pregunta no pensò mucho, o si lo pensò lo hizo con el corazòn y no con la cabeza.
-¡Querès volar con Molfino?
-¡¡Siiiiiiiiii!!
Molfino tenìa un aviòn èl que llamaba la màquina de la primera guerra mundial, esos de doble ala Stirgman y lo habìa bautizado El Àguila Negra.
Primero se sentò en la carlinga de acompañante y se puso el casco de cuero y las antiparras que le ofreciò Molfino, luego despegò.
El despegue fue casi normal, un tanto a los saltos por el desnivel del terreno pero cuando quiso darse cuenta ya estaba en el aire.
¡¡¡Iuuppiiiii!!! ¡Estoy volando!
El grito hizo que Molfino se diera vuelta y sonriera. Comenzò a subir, primero en cìrculos y luego en forma directa. La sensaciòn del viento sobre la cara, el paisaje cada vez màs diminuto y el ronroneo del motor le produjo la certeza que ahì, en el cielo, era el dueño del mundo, era lo que siempre habìa soñado.
Luego el aviòn comenzò a descender, primero suavemente, luego en un àngulo muy pronunciado y cuando estaban cada vez màs cerca del suelo Molfino hizo algo que lo aterrò.
Apagò el motor.
Se acercò peligrosamente a un casco de estancia y casi rozando los àrboles gritò
-¡¡¡Mattocolli!!
Encendiò nuevamente el motor
Otro descenso y otra vez sin motor
Se escuchò del casco
-¿¿Quèèè??
Otro descenso y otra vez apagò el motor.
-¡¡¿¿Cuándo Comenzaaaaamos???
Otra vez lo mismo. Josè estaba color verde.
-¡¡¡Maaañaaanaaa!!
Volviò a encender el motor
Esta vez no volviò a descender, a los gritos le explicò a Josè. ¡Tenìa que saber cuando comenzaba este trabajo!
Luego el vuelo se hizo calmo hasta que aterrizò.
Josè estuvo un lapso de tiempo en la carlinga antes de bajarse.
Caminando dificultosamente con las piernas abiertas su tìo le preguntò.
¿Era muy incòmoda la carlinga?
¡¡Nooo, lo que pasa es que me caguè!!


Tortuga