Hoy pienso que todo terminó, y murieron en la memoria los recuerdos más lejanos.

Cuando se cumplió un año de aquél último sexo contigo, en una cocina. Y no dijiste nada.
Cuando las llamadas por teléfono se distancian cada vez más de nuestras mentes.

Y se pierden los rastros como la sangre en una tarde de las más nevadas.
No queda más que recordar la violencia de sacarte la ropa con deseo, y mirar hacia fuera, el olor a sudores que brotaban de la ciudad.

Hoy, cuando solamente el serrucho es mi aliado para trazar planes. Y las flores renunciaron a todo
intento de ser mis cómplices.

Los chocolates se derriten en mis ojos como cada beso que olvidé en tus labios para siempre. Allí quedaron, nadie más podrá probarlos.

Mis sábanas se endurecen con una rapidez avasallante. Bajo el alero del frío y de las rocas que de tu corazón me llegan como lluvia.

Tan seco está mi cuerpo que de soledad escupo arena. Una arena escandalosamente árida, que se parece a todas las lágrimas que por ti he dejado.

Se me pasa la vida en heladas brisas y segundos, no recuperaré jamás toda la experiencia que he perdido.

De repente se me cruzan sombras que tapan el frondoso bosque de mi mente. Se marchita la última flor al regarla con hierro y con mi llanto.

Y es tan ácida la tierra de mi vida, que no crece sino una multitud de arbustos de desesperanza.
Cada uno alimentado con tu olvido y mi deseo de tenerte arrimada y tibia en mi oscuro lecho.

Cada minuto se perfilan tus pechos y un cabello largo en la nitidez de mi retina.
Y una abundancia contrapuesta de fertilidad y muerte me recoge.

Y mientras agoniza el espíritu de los más pacientes de la vida, me alimento imaginando el ritmo de esas caderas, tus caderas sobre las mías.
Con esa transpiración que supongo ahora tenía sabor a manzana y a canela.

Se extiende un país completo de tierras metálicas que parecen prolongarse. Y se perpetuan en el gélido invierno que cruza mi alma parte a parte hasta su núcleo.

Así, voy a fumar las nubes y beber los arroyos de deseos que imagine, hasta despertar en otro cuento más soñado y verdadero.

El Coronel