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¿CUÁL COLOMBIANIDAD?

Por Favián Ortiz (Doctor honoris causa por habladurías de mierda)

Una de las ideas que me agobia y me quita el sueño, es una nueva impostura, un nuevo artificio, ese tan conocido y en boga hasta en boca de los vejestorios más influyentes de nuestro país, es ese término de “colombianidad”. Palabra que se inventaron por estos días, ambigua de origen porque supuestamente dice todo pero no dice nada. Haber me explico, mediante ejemplos de vida de tipejos y otros tantos figurines que por supuesto son de nacionalidad colombiana, se da la definición de lo que somos los colombianos, de todas nuestras virtudes (infinitas y tan actuales como la moda misma) y nuestra capacidad de superación. Otra muestra de “colombianidad” son las manifestaciones culturales, que por supuesto han demostrado ser aprovechables por la industria cultural, y que se pueden proyectar al exterior para abrir un nuevo mercado, es decir desde una manilla hasta una canción. De estos dos modelos, es el primero el que me interesa tratar.

¿Entonces debemos entender que esta nueva palabra, tan llena de connotaciones, lo que encierra es el contenido de lo que somos? Ah si, ya voy entendiendo. Pero todavía me siento un poco confuso. Si, no entiendo mucho, pero espere hago el intento, si ya sé, tan fácil, claro lo que somos es lo que proyectamos al exterior, ah bueno, es nuestra imagen superficial. Pues hablemos de nuestros personajes que destacan internacionalmente para ver como es que es la cosa. Por ejemplo tomemos a Juan Pablo Montoya, el corredor de carros de la Fórmula Uno. De este podemos deducir que somos unos petulantes, sí, porque con unos cuantos triunfos y un poco de reconocimiento se crece, habla mucha mierda y no cree en nadie, ¿entonces quiere decir que somos unos pobres levantados y que no estamos preparados todavía para cosas grandes? Bueno, y si hablamos del otro Juan Pablo (Ángel), el futbolista, quiere decir entonces que somos unos fracasados y además INCOMPETENTES, si en mayúscula porque un tipo al que le pagan muy bien para que haga algo, y no lo hace, en este caso goles, no sirve para nada y mejor que se vaya, que le dé la oportunidad a otro. (Claro que me parece que para ver lo INCOMPETENTES que somos no hay que salirse de Colombia, aquí nomás tenemos a toda esta especie de burócratas y aprovechadores públicos que se la ganan de puro nombre). Pero basta ya de Juanes, mucho Juan por ahí, ¿será que es el nombre de moda? Me tocará cambiar mi nombre por ese, para ver si me va mejor y dejo de estar escribiendo tantas pendejadas.

En que iba, ah si, ahora pasemos a un ejemplo o ejemplar femenino, alguien así como Shakira: una vieja que mantiene a un inútil, hijo de expresidente extranjero que anda con ella de gira en gira, de viaje en viaje, pobrecito, ¡cómo debe sufrir con tanto trajín! ¿Será entonces que “colombianidad” es alcahuetería? Pues claro. No, pero un momento, nosotros somos más que eso. Lo que pasa es que eso es lo que se ve y de lo que nos sentimos orgullosos. Ahora hablemos de lo que no se ve pero que se sabe, incluso es por lo que nos conocieron antes de que nos conocieran gracias a estos paradigmas ya mencionados. Porque la “colombianidad” puede estar contenida en el hecho simbólico de ser aquel desgraciado que sale con la bolsa de basura y la tira en la esquina de de su vecindario, ahí junto al montón, donde otros más previsores que él ya la habían tirado antes. La “colombianidad” puede ser también la envidia, el plagio, la copia, la piratería, la falsificación, ¿o es que vamos a olvidarnos del talento nato que tenemos para darle en la cabeza al prójimo con nuestra creatividad? Porque dejando de lado la humildad, quién si no somos nosotros los que inundamos el mercado de software, música y películas piratas, y es lo mínimo que podemos hacer, así forzamos a las grandes empresas a competir en precios para que en últimas el mayor beneficiado sea al usuario final, obligándolos a compartir al mismo tiempo sus ganancias con estos habilidosos del facsímile. Las falsificaciones hechas en nuestro país son dignas de ser equiparadas a las grandes obras de arte, ¿si falsificamos los euros y ya estaban listos un día antes de ser emitidos? Eso lo que quiere decir es que somos un pueblo “hechao pa´ lante”. Somos geniales para copiar e imitar, muestra de ello es lo que vemos a diario en la televisión con esta invasión de Realities. Según estos, todos queremos ser famosos, es lo único que haría que nuestras miserables existencias valieran la pena, ¡pero si es que todos queremos ser cantantes o actores! y que nuestros maestros sean unos perfectos mediocres, unos mamarrachos sacados del olvido para figurar de nuevo. Pero por supuesto, si es que debemos ser a imagen y semejanza de ellos, porque si para algo somos buenos, es para hacer todo mal. En este punto no quiero que se diga que soy un deslenguado mentiroso y calumniador porque no menciono a esos puntos negros que manchan nuestra inmaculada imagen, me refiero a los que hacen bien las cosas, y de los que no he hablado, ¡pero es que son tan poquitos que no quiero perder el tiempo hablando de minorías! no ven que estoy hablando de la “colombianidad” y ahí si que no caben ellos, pues me refiero al término que incluye a la mayoría, entre los que, por supuesto, me incluyo. Sigamos, bueno, somos buenos imitadores, sin embargo, y ya que me referí a los Realities, sería bueno hacer una recomendación, la cual consiste en hacer estos programas mostrando roles cotidianos, como para poder aplicar ese precepto clásico de “educar divirtiendo”. Y lo que propongo es muy simple, hagamos un Reality de un grupo de atracadores que debe sudarla a diario para conseguir el sustento y que luego se van para otro país, un país como España, a robar, ¿perdón, dije robar? Tal vez quise decir a recuperar lo que allá si se robaron hace más de quinientos años, aunque sea en menor proporción nuestra pretensión, porque nosotros mandamos a un pequeño grupo de ladrones a robar joyas y chucherías que no se compara a las toneladas de riquezas que ellos acumularon después de varios siglos de saqueo. Ah, qué tal, qué creatividad la mía, ahora mismo se me ocurre que también se puede hacer un Reality de secuestradores, u otro de limosneros porque si algo somos aquí es un país limosnero, y cómo pedimos de ayudas a todo el mundo: qué para fumigar las plantaciones de coca, qué para poder hacer la guerra, qué para poderles cumplir con el sueldo a nuestros honorables políticos, en fin… eh que cosa tan tremenda. Se me ocurre una idea mejor aún, un Reality de unos muchachos con la ilusión de poder convertirse en grandes narcotraficantes para salir de la pobreza, conseguir algunas cositas para vivir con menos necesidades y lograr capitalizar algún dinerito extra para las épocas difíciles, es que con la situación tan dura es mejor estar preparado, ¿o no? Estos si serían los Realities de lo cotidiano, tendrían la temática que nos toca a diario, la de la “colombianidad”. Yo no se a ustedes, pero a mi no me convence el discursito en la televisión de Jaime Duque Linares y su “actitud positiva”, es que mi autoestima ya no la levanta nadie después de todo lo que veo que significa esta “colombianidad”, aunque se le abona el cinismo de este señor para estafar con la cantidad de libros que vendió gracias a su programa. Y otra cosa que ya no me satisface después del fracasado discurso de la “autoestima alta” de este falso profeta, es el asunto del Cambio extremo, ¿O será que necesito el kit completo? Umm, debe ser que si no me siento bien después de su infecciosa verborrea televisiva y de la lectura de sus libros, porque estos no tienen garantía ni devolución de dinero como cualquier otro producto, debo recurrir al segundo paso, mejorar mi estima a partir del cambio físico, ¿pero será que si me quedan bien un par de tetas grandes y un mentón con forma de culito, la lipoescultura y la nariz delgada y respingada? Esperemos que así sea para poder llorar de la felicidad y dar gracias a Dios por haber nacido en Colombia o sino, me tocará morirme sin haber alcanzado el “éxito” del que habla este despreciable farsante.

En resumen “colombianidad” sería: alcahuetería, cinismo, envidia, holgazanería, incompetencia, pedantería, charlatanería, fracaso, plagio, imitación, estafa, creatividad delictiva, entre un sinnúmero de cualidades más. Y eso que apenas es lo superficial, es lo que puedo deducir de nuestros embajadores colombianos que sí dejan muy en alto nuestro nombre (perdonen los señores narcotraficantes no mencionados hasta el momento), de lo que veo a diario en las calles (porque soy muy objetivo y no hablo por hablar) y de los casos aislados de delincuencia política. Aislados porque se dice que roban pero vaya y demuéstrelo si es capaz, si es que quiere amanecer frío en un potrero o flotando en las apacibles aguas del río Bogotá. Si esto es así, ¿qué será de lo que tenemos escondido? Toda esa infamia reprimida hipócritamente. Lo mejor sería dejar quieta esta colombianitis crónica y no consolarnos con triunfos ajenos, porque si uno de estos seudoartistas se gana un premio, ¿qué gano yo? ¿o es que eso mejora el nivel de vida del colombiano promedio? Eso es sólo un distractor de idiotas, y mientras tanto aquí seguimos esquivando cagadas de perro cuando caminamos al salir de nuestras casas. Ya no más, dejen quietas las pobres conquistas de colombianos en el exterior, aquí estamos jodidos y lo seguiremos estando aunque un colombiano descubra la cura contra el sida o se gane el Oscar.

Texto agregado el 14-12-2005, y leído por 1389 visitantes. (0 votos)


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