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ECLIPSE


Fue un eclipse de Agua y Tierra, de Fuego y Aire. Fue el sacrificio mortal de todo cuanto llaman vida. Fue algo indescriptible, el último de todos los poderes y acercamientos celestiales. Fue la plataforma a lo que más tarde rompería todos los miedos del amor. Porque no hubo fuerza más poderosa que la que estas dos personas trajeron al mundo.


ELLA

Ella nace victoriosa de un largo parto en las orillas de un lago azul. Pero no vino sola. Su nacimiento dio origen a los primeros copos de nieve que más tarde cubrirían su país por el resto de la eternidad. Ella, hija de mil esfuerzos, de inagotables noches desnudas buscandóla. Ella, mujer dulce, asesina de su madre. Naciendo entre la muerte de la mujer que la trajo al mundo. Ella, indeseada por no ser varón, por no ser el primogénito -de aquella tradicional familia - futuro dueño de su herencia. Y desde esa noche, fue preciosamente guardada, viviendo entre las sombras, en el secreto por no traer sino la desgracia de su sexo y la muerte de la mujer amada de su país.

- Esta hermosa niña traerá consigo el fin de tu apellido, el fin de tu Casa, no sólo por ser hembra, pues las heladas lluvias de fuego blanco asecharán todo el país, acabando con su paso los cultivos, trayendo la muerte de las tierras y los hombres, de tu amada esposa, señor mío. Ya dije yo que su nacimiento prematuro haría mucho daño. Además, mírala: es indudablemente la más bella de todas las mujeres jamás vista, el amor ha sido siempre su desgracia, señor.
Dijo lentamente Moglijan, el consejero de Willarth, el padre de ella, en el momento que le mostraba a la criatura.
Willarth pensó un segundo preocupadamente, y luego dijo:
- Fuertes y siniestras siempre han sido tus palabras, Moglijan, fuertes, siniestras, tristes y desoladoras. Pero ciertas. Nunca has fallado en lo que has predicho aunque tan sólo lleves poco tiempo aquí. ¿Qué debería yo hacer con esta niña?
- No veo solución alguna, mi señor, pues la riqueza de su herencia se verá reducida a polvo. Caerá.
Willarth soltó sus brazos fuertemente y empezó a caminar y dar vueltas en el oscuro corredor alumbrado sólo por una lejana vela.
- ¿Cómo es que me dices eso?
- Si la niña lleva consigo la perdición de su país, la muerte, la infertilidad de la tierra y el fin de su apellido, destrúyala.
Willarth paró y alzó su mirada triste a la gris del hombre, que a pesar de ser tener casi la misma edad que Willarth, aparentaba mucho más.
- ¿Cómo deseas manchar mi Casa con mi propia sangre? No mataré a mi hija. Lárgate.
- Su sangre será su herencia, sólo polvo, mi señor. Respondió Moglijan mientras desaparecía en la oscuridad.
Willarth observó tímidamente a la criatura en los brazos de la criada.
- ¿Cómo la llamará, señor?
- Saia será su nombre, el único que apenas alcanza una parte de su belleza.



ÉL

Él acaricia con su llanto el espeso aire que recorre la cama del cuerpo de su anciano padre. Quien después de oírlo, sonríe y muere. Él se escabulle entre la multitud de hermanos y entre los brazos de su madre buscando algo de afecto. Él ha sido la última esperanza de toda su familia, la última esperanza ahora perdida, pues esperaban a una niña, que trajera la armonía entre los siete, ahora ocho varones. Ahora hay un aire de pesadumbre. El calor es sofocante y el polvo del desierto casi llega hasta sus gargantas. Hay decenas de criados ahuyentando con inmensas hojas de palma el sofocante sol encima de su Casa, otros viajan por agua a diferentes tierras lejanas para humedecer los suelos y las bocas del país.
- Esto jamás había sucedido, señora Thajla – Dijo la criada mientras alimentaba al bebé- ¿cree usted que se deba a esta tragedia?
- Calla tu boca venenosa. ¿Llamas tragedia al último hijo de tu señor?
- Discúlpeme, señora, pero trágicos acontecimientos traerá este niño, está escrito sobre las hojas de todas las hierbas, de todas las palmas, de todo el desierto.
- Lárgate con tus hierbas.
La criada dejó al niño en los brazos del hijo que le seguía.
- Mira a tu hermano, Norbat, es más apuesto que todos ustedes juntos. Dijo la madre sonriente.
- ¿Cuál será su nombre, madre?
- Su nombre será Ávalon Tlaloc Tjaden, Ávalon.



LA HISTORIA


El hielo permanecía helando cuanta criatura existiera. Muchos lo habían dejado todo por ir en busca de climas más cálidos y nuevas vidas. Había otros que permanecían en su tierra, firmes ante el mandato de Willarth, con la cara baja, con pocos aires de esperanza, pero con el firme propósito de no abandonar su país.
Willarth pensaba constantemente en cómo hacer que el hielo fuera un beneficio, que esa lluvia de fuego blanco les ayudara a sobrevivir y a adaptarse. Willarth también pensaba en el próximo mandatario del país. Ya que él no había tenido a un hombre, debería escoger a otra familia digna del futuro del pueblo, o esperar ser invadido. Eso llevaba mucha responsabilidad. O había otra opción: que su hija se casara aún estando muy jóven con algún príncipe o caballero que se lo mereciese. Había muchas cosas que Willarth pensaba constantemente. Y se habían ingeniado la manera de viajar a paises cercanos en poco tiempo gracias a la rapidez y fuerza de unos pocos trineos que se pudieron construír a pesar de la poca leña disponible. Esto los beneficiaba, aunque lentamente se les iba acabando el oro para comprar alimentos, lana y otros artículos.
Saia lo observaba todo, su singular apetito por los libros y la belleza de la naturaleza la acompañaban siempre mientras caminaba rapidamente por los largos corredores de la inmensa casa. Aprendió a leer y a observar aún estando muy pequeña. Era callada, sonriente y podía verse en cualquier rincón, mirando con sus finos, profundos, pícaros y vivaces ojos cuanto movimiento se escondiese allá afuera, donde estaba la gente del pueblo, donde casi nunca podía estar. Eso le encantaba, observar sutilmente el movimiento de las personas. Permanecer horas enteras mirando por las ventanas, leyendo, caminando, tratando de encontrar alivio dentro de los ladrillos. Aún era una niña, hermosa, escasos siete años la acompañaban, absorbiendo cuanta información se le cruzara, aprendiendo a ser la dama del pueblo, la hija del rey.

- ¿Qué buscan sus ojos donde sus pies no tocan suelo, niña?. - Preguntó Moglijan seriamente detrás de ella una tarde. Ella se sobresaltó, aunque estaba acostumbrada a que sus ojos se encontrasen con los opacos de Moglijan, ya sea en los corredores, en las escaleras, en la biblioteca, en el comedor, le causaba cierto aire de desconfianza y pánico- yo también era muy observador cuando era un niño y lo sigo siendo. ¿Qué busca usted ahí afuera?.
- ¿Le serviría de algo saberlo, señor?
- Evadir preguntas de mayores no está bien, no se ve bien y no suena bien. Jamás permanecerás a este mundo, no importa cuantas horas te quedes mirando por las ventanas.
¿Qué lo hacía tan soberbio? ¿Cómo había llegado a ser el consejero Willarth? Habia muchas cosas que Saia se preguntaba, aunque era sólo una niña. Cosas que no eran ni el tiempo ni el momento de saberlas.

Willarth acostumbraba ir cada noche al cuarto de su hija, se le hacía nostálgico ver en ella a su amada esposa y saber que ella era lo único que le debía importar, siendo rey o campesino.
Él entró en la habitación de la niña, tenuemente alumbrada por pequeñas velas, unas a punto de extinguirse y otras apenas comenzando a ardir, todas brindándole a Saia una luz amarilla, haciéndola más hermosa, sonriente, mientras se peinaba, sentada frente al tocador.
- Buenas noches, padre. Dijo ella aún sin levantarse. Él se acercó a ella con una tierna sonrisa y le dio en beso en la frente.
- ¿A sido éste un agradable día para ti?. Preguntó él.
- A sido hermoso, como todos los días de mi vida, blanco, puro, caluroso aquí adentro, en las paredes de esta casa.
- ¿Estudiaste?
- Sí, señor. ¿Cómo te fue a ti?.
- Los días cada vez son más difíciles. Ya sabes que los tiempos han cambiado y no sabemos por qué Dios lo ha hecho, se nos hace difícil creer que de un momento a otro la vida nos dé éstos giros. Si antes gran parte de nuestras riquezas era debido a la rica agricultura de estas tierras, debemos buscar la manera de sacarle provecho a este nuevo clima. Lo hemos hecho durante siete años. No podemos abandonar lo que tenemos aquí.
- Desearía que estuvieses feliz.
- Soy feliz sabiendo que tú lo eres, hija mía. A propósito, mañana viene a visitarnos Thajla, mujer de un país del sur. Parece ser que ellos también han sido acosados por las variaciones de los cielos. Es una posibilidad buena, nos podríamos beneficiar unos a otros.
- ¿Cuánto tiempo permanecerá en nuestro país?
- Tres días supongo que serán suficientes.
- Será bienvenida ella y todos los suyos.
- Me alegra saber eso de ti, pues Moglijan se ha refugiado en su habitación, dice que no está de acuerdo y que no saldrá de ahí hasta que ella y toda su gente se marchen. En todo caso, que duermas bien. Dios cuidará de tus sueños, eres una buena hija.
- Pero padre, ¿por qué si es una buena oportunidad, Moglijan que es tu consejero, no te acompaña? ¿No es su obligación?
- Tu sabes, hija, que él es tímido cada vez que alguien viene, me ha servido de muchas maneras, no lo necesitaré, me pidió de corazón que le diera libertad de quedarse en su cuarto. Yo estaré bien, no estaré solo.
- Está bien, papá, lo entiendo.
Willarth la besó nuevamente y caminó hasta la puerta.
- Quisiera – dijo Saia- que abras las puertas del jardín.
- Jamás volverá a ser el mismo jardín, Saia – respondió tristemente- tu madre ya no está para pasearlo y el lago se ha congelado.
- ¿Podrás abrir las puertas mañana?
- Está bien si tú lo deseas.

Saia había buscado de muchas maneras una sonrisa de parte de su padre. Era sólo una niña, pero deseaba devolverle la felicidad que una noche le había arrebatado, quería ver abiertas muchas puertas en aquella casa, como el cuarto de su madre antes de ser la reina, como el cuarto de música, donde estaba el piano, aquel piano, conquistador de Willarth, poseedor de las últimas huellas de la dama de la Casa. Todo. Su madre estaba en todas partes, como un aire enloquecedor, como algo que se deslizaba por todos los rincones, un aire triste, buscando recuerdos. Un aire que la llenaba de vacíos, recordando la desdicha de su nacimiento.
Saia lo sabía todo. Pero jamás lo había comentado. Y Willarth nunca le hablaba de eso.
Ella armaba en su cabeza un rompecabezas infinito, pegaba instantes, recortaba sentimientos, desvanecía sueños, realizaba algunos más. Y amaba deslizarse entre los criados, entre la cocina, el patio, las caballerizas, dejarse enseñar por todos y llegar a escondidas hasta la nieve. Y podía permanecer horas enteras observando, tocando, quemándose las manos entre aquel extraño y hermoso fuego blanco. Podía estar allí toda la vida. No había algo que la deleitara más que estar junto a la nieve, caminando hasta el lago, solitaria, pensativa, sonriente. Y al otro día, tendría todo el jardín para ella. Aquel lugar frívolo, triste, desolador para su padre y hermoso para ella. En el jardín de la casa nunca había gente del pueblo, excepto los que de vez en cuando lo limpiaban, tratando de mostrar lo que alguna vez fue un camino lleno de flores que guiaba la casa hasta el lago y del lago, por toda la orilla, tapando la casa con los inmensos pinos, hasta la Iglesia.


Ahora era Thajla quien guiaría a su pueblo, era una mujer fuerte, inteligente y la gente creía en ella, no hacía falta reconocer al primogénito como legítimo heredero, ella tenía palabra entre sus hijos y era lo mejor.
Su esposo, el rey, no era de aquellas tierras, él pertenecía a las grandes y civilizadas ciudades del norte y accidentalmente viajó hasta lo que ahora era un desierto, allí se vieron, ella, hija del rey, hermosa, morena. Él, perteneciente a otras culturas, blanco, mucho mayor que ella, de distinguidas familias, enamorados por completo, uniendo sangre diferente, dispuestos a todo.
Y aunque Thajla extrañaba considerablemente a su rey, no estaba dispuesta a dejarse vencer, a dejar morir a su pueblo y a sus hijos por el sofocante calor que cegaba a todos.
Ella buscaba, se enfrentaba, luchaba, compraba, vendía y lo daba todo de sí, aunque se le viniesen todos los recuerdos de su vida, incluyendo ese secreto amargo que le cobijaba las cienes, nada era suficiente, porque poco a poco se le fue yendo el país al límite, era algo realmente preocupante.

Había decidido repartir a sus hijos mayores por todo el país para hacer de ellos la representación del rey y a cada uno le tocaba dirigir su pueblo, viajar a otros países y conseguir lo necesario para la sobrevivencia del reino.
Ella permanecía en su Casa, con su hijo menor: Ávalon, quien a pesar sus escasos siete años, conocía toda la historia de sus antepasados, las formas del gobierno, las leyes. Se le hacía fascinante ver y escuchar todos los casos del pueblo que llegaban a la Casa. Le encantaba leer, conocer, estudiar. Pero había algo que no podía compararse con nada: en los días que iba de caza con algunos criados, visitaba un pequeño arroyo con alguna vegetación. Era el más cercano que había del pueblo donde vivía y era la única parte donde había algo verde, verde de verdad. Venía de la primera montaña que lo separaba de otros mundos al norte, muy al norte donde pronto estaría. Y le encantaba permanecer ahí horas, escribiendo, pensando, leyendo. Ese era su lugar preferido y cada vez podía visitarlo con más frecuencia, pues cada vez se hacía más grande, más inteligente y apuesto.
A parte de eso, el niño pasaba las horas del día entre los criados, pero a la vez muy solo. Podría estar en la cocina, en el lavadero, en las pesebreras, en los salones de entrenamientos para los jinetes de la defensa del país, en la biblioteca, junto a su madre, Ávalon podría verse sentado en los amplios corredores de la inmensa casa, cabalgando, o haciendo cualquier cosa que le dijeran.

- ¿Aún quieres acompañarme al país del norte, Ávalon? Le preguntó su madre la tarde del día antes de partir.
- No lo sé. ¿Podría yo servir de algo?
Thajla sonrió.
- Estarás acompañando a tu madre en representación de todo el reino.
- Eso no te servirá de mucho, me quedaré.
- Está bien, regreseré en tres días y espero volver con una sonrisa y un acuerdo.
- ¿Acuerdo? ¿Acuerdo, acuerdo?
- Si, hijo, acuerdo.
- ¿Negociarás?
- Eso espero, Ávalon.
- Iré, iré, iré.
- Esta bien, como quieras.


Saia abrió los ojos súbitamente, sus sueños se dispersaron por toda la habitación, o por todo el mundo, porque nunca regresaron a ella. Sudaba. Estaba nerviosa. Todo estaba bien en su cuarto. Todo estaba bien en su cama y en su mente. La niña se recostó de nuevo tratando de dominar sus pesadillas y relajar su corazón. Pero se le hizo imposible volver al sueño y de pronto escuchó varias carrozas que se aproximaban y el ruido de muchas voces afuera.
-“Thajla”. Pensó y saltó de la cama hacia la ventana, abrió las cortinas, su padre estaba afuera con varios sirvientes, esperando que las tres carrozas pararan. Saia llamó a su criada, quien ya tenía el baño listo y en cuestión de minutos, la niña estaba arreglada y lista para darles la bienvenida a los invitados.
Ella bajó las escaleras con la sutileza propia de una dama, y se paró en la entrada observando a la tan esperada Thajla.
- Ella es Saia, señora. - Dijo de pronto Willarth presentando a las dos mujeres- Hija, ella es Thajla.
Las dos sonrieron con simpatía y todos entraron a la calurosa Casa. Ya Saia había cumplido con presentarse en la bienvenida, ahora partiría al jardín, donde esperaría que la llamaran a desayunar.
La niña caminó rapidamente hasta el corredor final de la casa, cogió un abrigo y abrió las pesadas puertas, dio la vuelta son dulzura e infinita felicidad. Las puertas del jardín estaban entre abiertas. Saia sonrió y caminó hasta que sus manos tocaron el frio hierro, empujó y entró al jardín cubierto de nieve. A todo el fondo estaba la tumba de su madre, con dos ángeles a sus lados y algunas flores.
Había silencio, apenas se escuchaba el viento y el eco de las voces del otro lado de la casa. ¿Cómo era posible que algo tan hermoso como la nieve trajera tantos problemas?
Saia suspiró, abrió los brazos, cerró los ojos y dio una vuelta, luego otra, y otra. Sonrió.
Empezó a caminar lentamente hasta el lago, y luego hasta la Iglesia. Pensaba y sonreía, estaba feliz. Hablaba consigo misma, hablaba con Dios, le daba gracias, le pedía bendiciones, estaba distraída, como cualquier niña y entró a la calurosa Iglesia. Había aún más silencio. Había cientos de velas alrededor y todo tipo de flores.
Saia caminó hasta el altar, se dio la bendición, luego cogió una flor del suelo y dio la vuelta para ir de nuevo al jardín. Cuando levantó su mirada, escuchó un ruido afuera. Su corazón le latió con fuerza, y sus pasos se hicieron más rápidos. Pero cuando salió, no vio nada. Su alma permanecía inquieta y se resignó a la idea de volver al jardín, no había nada que pudiera sorprenderla. Saia empezó a caminar, con la flor en las manos, con la nieve en los hombros, con una sonrisa, llegó al lago, recorrió su orilla, dio la vuelta y fue cuando sus ojos y todo su cuerpo permanecieron intactos, sin señal de movimiento, en silencio, inmóviles. Había un niño observando la tumba de su madre y éste no se había percatado de que Saia lo observaba entre los árboles. ¿Quién era él?
De pronto, Saia escuchó que la llamaban desde la casa, recordó el desayuno y se deslizó entre los árboles hasta el corredor, dio la vuelta buscando al niño, pero no lo vio, entró de nuevo a la casa para desayunar.
La niña se sentó en el comedor al lado de su padre.
Willarth le cogió las manos con afecto.
- Por Dios, hija, estás helada. ¿Estabas afuera?
- Sí señor. Fui a la Iglesia.
- ¿Te pusiste un abrigo?
- Sí señor y guantes.
- Está bien, ten más cuidado la próxima vez.
Thajla sonreía al otro lado de la mesa.
- Le verdad –dijo- es que hace bastante frío, jamás había visto o sentido esto. Tendrá que ir a visitarnos, Willarth, se dará cuenta de la gran diferencia.
- ¿Han venido todos ustedes preparados? ¿No les hace falta nada?
- Al parecer no, gracias. Se lo haremos saber de inmediato, señor.
- Cuanto necesiten.
- Y al que menos le ha hecho falta algo es a mi hijo menor: Ávalon, aquí viene. Está feliz de haber venido. ¿O no, hijo?
Todos los que estaban en la mesa miraron al niño que venía cubierto de nieve.
- Sí, señora.
Saia lo reconoció de inmediato, se sobresaltó y sonrió opacamente.
Ávalon la miró con profunda seriedad y luego se sentó al frente de ella. La niña permanecía callada. Nunca en la vida había jugado ni con niños ni con niñas, nunca en la vida había permanecido con alguno mucho tiempo. Nunca en la vida había conocido amigos, nunca en la vida. De todas maneras, éste tenía algo que le llamaba mucho la atención, no sabía qué era, no sabía nada de él excepto que era el hijo de Thajla y que se llamaba Ávalon y de todas maneras estaba resignada a no conocerlo en ese momento, pues así era su vida.

Los desayunos, los almuerzos, las comidas, los tés y las conversaciones fuera de lo privado fueron los únicos espacios que tuvieron los dos niños para observarse y de vez en cuando sonreírse durante esos tres días.
Nada más.
Thajla regresó a su país con un acuerdo entre las cienes. Los dos países intentarían vigorizar las fronteras, uno con las aguas y otro con las tierras, para así sembrarlas y beneficiar a los dos países. Era lo acordado y ahora todos estaban a la expectativa de que los cielos y los dioses se pusieran de acuerdo para la salvación de la gente.
Ávalon se enderezó en el sillón de la carroza y vio que a su lado derecho había un arroyo que acompañaba casi todo el camino hasta su país. Ese arroyo era el mismo que él solía visitar. Venía del lago, convirtiéndose en un frondoso arroyo. Venía de los hielos. De toda esa magnitud nunca antes vista. Venía de esa niña. Que escondía su rostro cuando sus ojos se encontraban.
- ¿En qué piensas? Preguntó Thajla.
- ¿Llegaremos pronto?, Preguntó Ávalon.
- Sí, pronto. ¿Te has divertido?.
- Ha sido todo nuevo para mí, pero me agrada mucho esa espesura de polvo.
Thajla sonrió.
Wilarth sonrió en su escritorio.
Ávalon sonrió.
Saia sonrió en el jardín.

Y los acuerdos se fueron dando. Y las primaveras de toda la gente también, porque al menos no se estaba aguantando hambre. Y fueron pasando los años. Y los niños fueron creciendo.

- En una semana se cumplen quince años de la muerte de tu madre. Le dijo Willarth a Saia mientras almorzaban.
- También es mi cumpleaños. Dijo Saia seriamente.
Willarth levantó su rostro con tristeza. Ahora estaba apenado y vio como la figura de su adorable hija se levantaba tristemente y se iba al jardín. Siempre había sido así, pero ella nunca había dicho nada. Se habría marchado hasta su alcoba o hacia la biblioteca o hasta la iglesia, sin decir una palabra y con la cara baja.

Willarth mandó llamar a la criada de Saia, a tres consejeros y a una cocinera a su estudio.
-Los he llamado porque quiero hacer algo con el cumpleaños de mi hija.
- Díganos, señor.
- Primero que todo, no le comenten nada ni a ella ni a Moglijan. Quiero que sea una sorpresa, ya bastantes eucaristías hemos hecho en sus cumpleaños. Quiero que traigan flores de todo el país y gente de todo el país. Quiero jóvenes que le ofrezcan mil presentes en nombre de su belleza, quiero conocer el tipo de hombre que debe guiar a este pueblo. Quiero música y comida de todas partes. Quiero damas que la acompañen, quiero luces en el cielo y en la tierra. Quiero verla feliz. Háganle un vestido digno de ella. Quiero una fiesta. Una fiesta sorpresa.
- Si, señor, como usted diga.
- ¡Ah!, Y escríbanle a Thajla.

La noche y todos sus ruidos tocaban el triste lago desde el centro hasta las orillas. Sería tenebroso para cualquier persona que se hallase perdida. Pero no para Saia que ya lo conocía todo de memoria, sus arroyos, sus animales, sus caminos, las formas que tomaban sus lágrimas sobre él. Todo. Esa noche había una luna grande en el cielo, sonriente y luminosa, y unas nubes cargadas de deseos, de recuerdos y de tristeza, y pronto derramarían sus pesadumbres sobre la Casa y sobre los hombros de Saia si no se iba pronto de allí.

Se estaba cansando de leer. Todos los libros interesantes de la biblioteca ya habían tenido sus impactantes ojos encima. La llamada niña se había refugiado en la poesía y en la pintura y a veces en cortos paseos a caballo con su padre y unos criados como nuevas formas de pasar sus horas del día, aparte del inagotable estudio con Giusseppe y sus largas jornadas una vez a la semana con la religión de Moglijan.
Saia se levantó y miró hacia la casa, la estaban esperando, porque ya estaba tarde para el sueño de su padre.

El sol entró por la ventana lentamente, con un sonido casi voráz en los sueños de la joven. Llegó hasta sus manos, calentándolas, subió hasta su pecho y luego hasta su rostro. Ella sonrió al recorrer con la lengua sus labios, saboreándose un nuevo día. Y después de dar unas vueltas, abrió los ojos. Allí estaba parada la criada.
- Buenos días, señorita Saia.
- Mmm, hola. Respondió perezosamente.
- La gente de pueblo ha decido obsequiarle para el día de su cumpleaños un vestido, señorita. Y hoy han venido unos sastres.
- ¿La gente del pueblo?
- Sí, señorita.
- ¿Sabes si mi padre me va a dar algo?
- No, señorita, no se nada.
- Pues bien, estrenaré el vestido en la misa.
- Su baño ya está listo.
- Gracias, gracias, enseguida voy.

El vestido lo hicieron en unos días, hacía resaltar su hermoso rostro, sus delicadas facciones, sus grandes ojos y su cuerpo, perfecto para ella. Se veía hermosa, como toda una mujer, una dama, una princesa, como todo lo que era, como todo en lo que se había convertido. Le habían recogido el cabello con flores de plata y le habían puesto unos zapatos de su madre.
El día de su cumpleaños, bajó temprano al comedor, algunos de los salones que compartían los corredores con el principal estaban cerrados y su padre la esperaba en la escalera para ir a desayunar.
- ¿Cómo amanciste hoy, hija?
- Muy bien, padre, ¿y tu?
- Perfecto, hija, perfecto.
- ¿Por qué están los salones cerrados?
- Están haciendo una limpieza, parece que hay ratas.
- ¿Ratas? Aquí nunca ha habido ratas.
- Pues bien, supongo que el frío las trajo o tal vez no sean ratas, y sea cuestión de limpieza. Pero no pensemos en eso. Hoy es un gran día, Saia. Hoy estás cumpliendo 15 años.
Saia sonrió un poco extrañada, tal vez las palabras de hace una semana lo tocaron en algo, pero de todas maneras, ella no se hacía a ciertas esperanzas, y esperaba pasar otro cumpleaños más en honor a la muerte de su madre.
- Sí, padre.
- Iremos a desayunar, y después nos veremos en la capilla. ¿Está bien?
- Está perfecto. Respondió ella, y caminó cogida de la mano con él hasta el comedor.
- Allí estaban algunos de los sirvientes deseándole un feliz cumpleaños, incluso Moglijan se resignó a sonreírle:
- Es maravilloso ver –empezó a hablar Moglijan- cómo la bóveda celeste, y nuestros astros se unen con nuestra madre Tierra en un equilibrio absoluto para poner a todos estos diferentes animales a su suerte y hacer que vayan creciendo y madurando a través del tiempo. Y sí, apenas se olvida cuando eras una niña inquieta, como si fuera ayer. Hoy amaneciste con más capacidad de razonamiento y todos esperamos que siga creciendo usted, señorita Saia y que traiga buenos frutos a este pueblo necesitado. Que se convierta en la dama de este país y que estas tierras nunca caigan en nombre de su Casa.
Hubo silencio en el comedor, él sonrió silenciosamente y se sentó sin apartarle un ojo de encima.
- Gracias Moglijan. Dijo ella seriamente mientras se organizaba la servilleta.
- Gracias, repitió Willarth, y mandó a servir el desayuno.
Después de ahí, partieron a la capilla, estaba llena de velas y flores de todos los estilos y tamaños. Fue una misa corta, y la tumba de la madre de Saia recibió muchas flores por parte de la gente del pueblo.
Después de ahí, Willarth llevó a Saia al salón de música.
Estaba limpio, sin sábanas que cubrieran el piano, los muebles y los otros instrumentos.
- No sabía qué obsequiarte. Y todos los sirvientes me dijeron que el mejor regalo que podría darte era el abrir todas las puertas de esta casa. Incluso las que estaban llenas de recuerdos de tu madre, pero veo en ti a la mujer que me llenó el alma y mereces tener abierto no sólo las puertas, sino los corazones de este pueblo, pues en verdad, te verás convertida en la Dama del país. Así que de ahora en adelante, podrás recorrer esta casa cuantas veces quieras, esconderte en todos los rincones, divertirte en tu hogar, con todo lo que alguna vez fue usado por tu madre, buscaré a las personas que quieras, si quieres aprender a tocar piano, si quieres aprender a fondo a pintar, bordar, coser, cocinar, lo que tu quieras. Porque esta es tu Casa.
Ella abrió los ojos, tenía el corazón en las manos, el alma palpitante, los ojos llorosos. Estaba feliz.
-Gracias –dijo- gracias, padre, es el mejor regalo que me han podido dar. Y lo abrazó con todas sus fuerzas. Y desde ese momento, empezó a recorrer su casa, cada una de las piezas, salas, cuartos, todo. Su padre aún tenía que terminar de preparar unas cuantas cosas.

Y el sol del medio día fue apartándose y la tarde fue bordeando las orillas del lago, mientras ella sonriente caminaba mirando el agua, estaba muy feliz. Le dio gracias a todo lo existente, tenía todo lo que podía desear, todo lo que podía pedir, al menos era lo que ella creía.
Estaba sentada en un tronco al lado del agua, hacía frío, como siempre, y estaba empezando a nevar. Había cerrado sus ojos y rezado unas cuantas oraciones de agradecimiento a su madre por haberla escuchado, sabía que ella la amaba, desde donde estaba, la observaba e intervenía siendo su madre.
A sus labios y a sus mejillas les llegó la sangre lentamente mientras algunas pocas estrellas tocaban la superficie del agua. Estaba muy distríada como para pensar en los sonidos que la acechaban en medio de la espesura del bosque. Estaba muy distraída como para sentirse observada o admirada por unos ojos voraces en medio de los antiguos árboles.
Pero esos ojos no soportaron verla más en medio de la oscuridad y partieron hacia la luz de la gran luna sombreada ante sus ojos, fue un segundo eterno. Ella se sobresaltó y se paró de inmediato.

Al frente suyo estaba Ávalon, irreconocible el uno ante el otro, pero había una fuerza sobrehumana que los acercaba sin importar el resto del mundo, sin importar nada más. Sin importar cuánto tiempo habían estado sus cuerpos separados, sin importar quienes en realidad eran, ahí estaban sus almas, prisioneras, tratando de buscar salida en los ojos del otro.

Ninguno de los dos tenía palabras. Había algo mucho más profundo que todo eso que los rodeaba.
Pero al fin los sonidos fueron llegando a las mentes de cada uno, los ruidos de la casa, del viento, de sus propios suspiros y respiraciones.
- Perdóneme, señorita, la he asustado. Dijo él.
- No se preocupe. Dijo ella y dio la vuelta, habían sido las primeras palabras pronunciadas ante un jóven. Había sido lo único que se le hubiera ocurrido.
- ¿Podría yo hacer algo por usted? Preguntó él dando un paso al frente.
Ella giró su cuerpo con sutileza.
- Tal vez esa debió haber sido mi pregunta. Respondió y luego sonrió.
- La verdad es que sí.
- Pues dígame.
- ¿Puedo estar con usted? Comprenderé si dice que no, soy un extraño ante sus ojos, señorita.
- Sí, lo es.
En ese momento, llamaron a Saia, la estaban buscando. Y ella dio la vuelta y caminó hacia la casa.
Con cada paso que daba, sentía que se le desprendía un trozo de alma. Estaba temblando. Sabía que él estaba ahí, detrás de ella, observándola. No sabía quién era ni lo que pretendía, no sabía en lo que se había convertido en ese preciso instante como para darse la vuelta y encontrarse con los labios de aquel joven, pero sabía que sería su maldición si no lo hacía.
Él la siguió en silencio y cuando ella dio la vuelta, él se acercó y la besó con fuerza.
- Te amaré toda mi vida. Dijo Ávalon y ella se apartó de él lentamente y después más rápido, entró a la casa y subió hasta su cuarto, donde estaba su criada esperándola.
- ¿Dónde estaba, niña?
- Afuera.
- ¿Te encuentras bien? Estás temblando. ¿Te sientes mal?
- No, no.
- Mira lo que ha mandado a hacer tu padre para ti. Le dijo la señora mostrándole un hermoso vestido rojo encima de la cama.
Saia lo miró, estaba temblando, su corazón no paraba de latir, estaba nerviosa, asustada, feliz.
- Está hermoso. Dijo.
- Pues la verdad no se te nota el entusiasmo, póntelo, él te está esperando en el salón principal mientras yo hago algo por tu cabello.

Unos minutos después, Saia estaba ya lista para entrar al salón, llevaba el vestido rojo y el pelo recogido con unos hilos dorados.
Acompañada por algunos criados, pero sintiéndose totalmente extraña y confusa ante el muundo, abrió la gran puerta antes de bajar las escaleras y se encontró con las sonrientes caras y los aplausos de cientos de personas reunidas en el gran salón.
- Hija mía –dijo Willarth a su lado- ¡sorpresa! ¡Feliz cumpleaños!
Saia sonrió aún sin comprender, toda esa gente estaba ahí reunida por ella y permanecían mirándola, sonrientes y sin dejar de aplaudir.
Ella se dejó conducir por su padre hasta la mesa central, cuando de pronto, vio entre los invitados a Thajla y a su lado, el joven del jardín, quien la miraba aún sin comprender. Saia empezó a temblar, creía que su corazón la iba a delatar frente a su padre que jamás comprendería. Estaba seria, sin quitarle un ojo de encima a aquel joven y pudo recordar su nombre: Ávalon. Sintió pánico.
Ávalon la miró desconcertado, se le hacía fascinante comprender la casualidad que llevaban encima, no lo podía creer. Pero había otra cosa que lo tenía aún más impresionado: la belleza de aquella dama, de aquella señorita que lo observaba asustada. Era hermosa. Y sus labios aún susurraban el beso y mantenían la sangre de aquel en el frío. Estaban solos ahí en ese inmenso salón, sólo se escuchaban sus corazones, sus alientos y sus propias respiraciones, nada más. Se miraban en silencio, sin hacer ningún movimiento, sin decir nada. Él jamás había sentido algo así por alguien, tenían toda la vida para volverse uno solo, para amarse, para estar, y los dos lo sabían ahora que estaban solos en el salón, solos en el mundo. ¿Qué era todo aquello que los estaba consumiendo? ¿Qué era aquel sentimiento ajeno a todo lo existente que no los dejaba estar lejos el uno del otro? ¿Quiénes eran para sentirlo? Ella lo miraba aún incrédula, era como estar libre. Ahora podría compararlo con el niño de siete años. Pero veía mucho más, lo veía como el dios que en su nombre llevaba, pero igual era frágil, era tan frágil para aquel mundo lleno de bestias frías. Saia sentía que tenía que protegerlo, protegerlo de aquel frío que ella tanto conocía y amaba y calentarlo con los besos, con sus brazos y con sus labios, calentarlo con el alma. Protegerlo y cuidarlo de quien se atreviera a tocarlo. Sostenerlo en aquella orilla maligna que le hacía daño.
Él no podía verla a ella como una princesa delicada, callada y sensible, aunque fuera un poco de eso, él la sentía fuerte, inteligente, valiente, tal vez caprichosa, se veía a sí mismo en los brazos de ella y no ella en los brazos de él. La observaba temblorosa y con miedo, pero con los propósitos firmes y constantes. La veía tan hermosa. Resaltándole cada uno de sus movimientos, trayéndole ese sabor propio, ese olor a ella. Esa singular fuerza que llevaba en los ojos. Ese deseo de besarla nuevamente.

Trayéndole los recuerdos de su infancia, de aquella visita hacía unos años, de que así no hubiera sido la hija de Willarth, él la perseguiría toda la vida así viviera tan lejos de él. Así fuera tan diferente a él. Así fuera quien fuera, él sabía que la amaría por siempre. Nació para ella, para adorarla, para perseguirla, para acompañarla, para estar en ese salón y no apartarse nunca de ahí.

- Saia, Saia, hija. ¿Te sucede algo?. - Alcanzó a oír ella desde la lejanía- ¿Saia?. Repitió su padre esta vez más duro y ella llegó de nuevo al salón lleno de gente y a la cara de preocupación de Willarth.
- Estoy bien, padre.
- Pero, ¿no me vas a decir cómo te pareció todo esto?
- Todo está increíble –dijo ella con la cabeza baja mientras se sentaba en la mesa- simplemente increíble.
- Bueno hija – dijo Willarth mientras hacía señas para que empezaran a tocar los músicos y a la gente para que se sentara- sabes que es con todo el cariño, con todo el amor, sólo para ti.
- Gracias, padre.

Ella observó a la gente, había muchas personas felicitándola alrededor, todos sonrientes. Pero ella no sonreía, aún no tenía la cabeza en esa mesa, le temblaban las piernas y no podía creer cómo es que había logrado llegar a sentarse.
Alzó la mirada, al frente suyo estaba Thajla y al lado de ella, bueno, su hijo. Lo miró por un segundo y se le paralizaron las manos, estaba sudando, no creía poder soportar todo ese peso en el alma. Tenía miedo de su padre y de todo lo que le estaba sucediendo. Pero había algo diferente, Moglijan no estaba ahí mirándola como siempre, de arriba abajo, serio, o tal vez con una siniestra sonrisa, esperando cualquier preciso instante para decirle cualquiera de sus sermones o cualquier regaño, le tranquilizaba la idea de que no estaba presente.
Pero había algo mucho más profundo en ese lugar. Ávalon. Ese era su nombre. ¿Cómo había sido capáz de dar la vuelta y de no separarse de él al verlo delante de ella? ¿Cómo pudo haber sido todo tan rápido? Ni siquiera sabía su nombre cuando todo pasó.
- Feliz cumpleaños. Dijo Thajla.
- Gracias. Dijo Saia temblorosa.
- Feliz cumpleaños. Dijo Ávalon.
Ella lo miró a los ojos y sonrió.
- Muchas gracias.
- Tal vez ustedes dos no se acuerdan, pero se conocieron muy pequeños - Dijo Thajla sonriente- Saia, él es mi hijo Ávalon.
- Mucho gusto. Dijo él sonriente.
Saia sonrió de nuevo.

Pasó como una hora tal vez, sus ojos se cruzaban en la mesa y sus labios se movían inquietos. De vez en cuando sonreían, o comentaban algo. Se estaban amando.
Saia recibía obsequios de cientos de personas que venían de todo el país y ofrendas de otros reinos que buscaban su mano, pero ella no pensaba en eso, simplemente decía gracias y regresaba a sus pensamientos. Las palabras de Ávalon retumbaban su mente: “te amaré toda mi vida”, “feliz cumpleaños”, “mucho gusto”, “perdóneme señorita, la he asustado”, todas las palabras. Y el beso. Aquel beso. Jamás imaginó que su “primer beso” fuera de esa manera, tal vez lo estaría esperando hasta su matrimonio. O jamás se habría topado con él sino hasta en sus imágenes en los libros que leía o en las escenas que llevaba en la cabeza, como toda una niña, soñando con un príncipe.

Pero ya no había nada qué hacer. Y ya no le importaba nada, ni Moglijan, ni su padre, pues haría hasta lo imposible por estar con aquel sujeto de lejanas tierras, hijo de Thajla. Aquel sujeto, dueño de su corazón.
El beso. Sus palabras.
Ya no podía más, tenía que estar con él de nuevo, tenían que salir de ahí.
Lo miró seriamente. Él la siguió con la mirada mientras ella se paraba, le decía algo a su padre en el oído y caminaba entre la multitud de gente, se deslizaba entre los vestidos y el baile y daba la vuelta en el balcón. Ávalon la siguió unos segundos después.
Ella caminó más lento esperándolo, bajó por unas escaleras hasta el primer piso, donde ya no se encontraba nadie, sino la espesura de la niebla, el ruido de un arroyo no muy lejano y los animales nocturnos, pisó la hierba con sus zapatillas y lo sintió corriendo hacia ella y tal como había sido el primer beso, él se fue hacia ella rápidamente y ella dio la vuelta sin querer esperar más y sus labios se encontraron por segunda vez en medio de ese frío. Todo fue tan rápido, no soportaban estar más lejos el uno del otro, se mezclarían para siempre, se convertirían en uno sólo, con ese beso estaban selladas sus vidas enteras para siempre. Se amaban, pero no como niños, se amaban como desde toda una vida. No querían soltarse. Estaban abrazados, fuertemente, unidos con un hilo eterno entre las bocas llenas de sangre, el frío era abrumador, se había concentrado en todo ese lugar justo cuando ellos llegaron a besarse. Pero nada importaba, nada, pues ahí estaban para calentarse y tenían toda la sangre fluyendo en sus cuerpos, de ninguna manera podían tener frío.
Todo cesó.
Él la tomó por la cintura y la abrazó con fuerza. Ella rodeó con sus manos el cuello de su amante y permanecieron en silencio unos minutos. Luego escuchó la voz de algunos criados que la llamaban por su nombre.
- Me tengo que ir, dijo.
Dio la vuelta, subió las escaleras y pronto estuvo entre la multitud de invitados que la miraban sonrientes.
- ¿Porqué te fuiste, hija mía? Preguntó Willarth.
- Necesitaba un poco de aire, padre.
- Está nevando, Saia, ¿quereis morir congelada en la fiesta de tu cumpleaños?
Ella sonrió. Y unos instantes después observó a Ávalon que hablaba con su madre.
Las luces de la noche iluminaban las caras satisfechas de todos al terminar la comida, a las parejas bailando y a sus centelleantes vestidos, a los músicos, a los criados. Algunos jovenes se encontraban inquietos por bailar con Saia, pero ella se negaba cuando su padre no se lo reprochaba.
Todos parecían disfrutar de la noche y más aún cuando de repente la música calló y sólo se escucharon los estallidos y el fuego de las luces en el cielo.
Todos corrieron a los balcones a observar tan singular espectáculo jamás antes conocido en esas tierras. Era un obsequio de Thajla. Estaban maravillados y sorprendidos. Era mágico y hermoso.
Ávalon disfrutaba viendo a Saia sonriente y feliz mientras las luces le iluminaban su rostro de plata, mientras la nieve se envolvía en sus cabellos, mientras la noche con todas sus lunas y todas sus estrellas tocaban sus ojos, mientras sus labios de fuego, tan brillantes y tan cálidos recordaban la sangre de un beso. Ávalon disfrutaba ver a su amada y más aun cuando su corazón se detenía un instante mientras ella lo miraba coqueta, tratando de disimular los hechos, y luego se salía de su pecho, intranquilo al recordar las consecuencias que podían llegar después.

Ella se deleitaba con las luces en el cielo y con la sensación de tener dos ojos encima de ella, que la vigilaban y la perseguían y la envolvían en mil pensamientos y le carcomían los sentimientos y la mataban unos segundos, cuando sus miradas se encontraban, en ese silencio de lo inevitable, en ese suspiro, en ese miedo, en ese temor.

Luego los dos regresaron a sus lugares y se encontraron en medio de gritos y alaridos, toda la gente corría y ellos eran guiados a separarse, la gente los apartaba.
Todo era el caos. Los fuegos artificiales habían escapado de las manos de los criados y los encargados de mantener las luces en el cielo y lo único que se oían era los gritos y llantos de la gente, los sonidos siniestros de la pólvora dentro de la casa, los pasos de las personas tratando de huír.
Sólo se veían las caras de todos angustiados, las luces tan cercanas quemando a todos cuantos no estuvieran lejos de la casa, la sangre en el suelo, sobre la nieve, en toda parte. El fracaso.


Hacía calor sobre el cuerpo húmedo de Ávalon, las gotas de sudor se resbalaban por su frente y sus sueños por fin lo despertaron al amanecer.
Estaba temblando y pronto sintió las manos de las criadas sobre él.
- ¿Se encuentra bien, señor?
- ¿cómo sigue?
Él reaccionó y se sentó en su cama lentamente, tenía un fuerte dolor de cabeza y en todo su cuerpo. La herida en su costado no había sanado. Le ofrecieron más bebidas de hierbas, pero él se negó a tomarlas. Sintió ganas de vomitar pero se contuvo, no tenía nada qué vomitar.
Quiso levantarse y salir de esa habitación opaca y caliente para respirar el aire de afuera. Pero tal vez afuera estaba peor, había escasez de agua, frutas y vegetales y no se podía ver casi nada por el polvo que se levantaba sobre el suelo seco.
- ¿Cómo sigues, hijo?- preguntó su madre cerca de él- vine en cuanto me avisaron que habías despertado.
Él casi no podía oírla y la veía cada vez más lejos, cerró los ojos buscando oxígeno, pero se derrumbó de nuevo en la cama.
Estaba enfermo y herido.
Thajla cerró los ojos tratando de no estallar en furia y tristeza, mandó llamar al doctor de nuevo y salió rápidamente de la habitación para esperar el siguiente análisis de la enfermedad de su hijo.
Caminó en círculos unos minutos y recibió más quejas de los habitantes de su pueblo y de ciudades lejanas donde se encontraban sus otros hijos. No podía hacer casi nada.
El doctor salió del cuarto con la cabeza agachada.
- Sigue igual, señora. Dijo.
- ¿Cómo que igual? Le pagué para que viniera hasta acá y curara a mi hijo, no me puede decir que sigue igual, haga algo, ¡usted es doctor!.
- Señora, no hay nada que yo pueda hacer, he hecho todo lo que ha estado a mi alcance para mejorar la salud de su hijo, pero esto nunca antes había sucedido. Esto es nuevo para mí, a parte de estar gravemente herido, parece que estuvo expuesto a toxinas extrañas. ¿Se debe esto a su viaje?
Thajla apretó las manos con rencor.
- Es lo más probable. ¿Cree usted que va a sobrevivir?
- Esperemos que sí.


Pero no había hierba sobre la tierra que mejorara la salud de Ávalon, la herida de la espada en su costado mejoraba poco a poco, pero no había medicamento existente para su enfermedad, nadie podía hacer nada por él.
Nadie más que él mismo y su amor. Su corazón lo estaba matando, el estar tan alejado de Saia lo estaba acabando, no había poder más grande que lo que sentía por ella. Estaba tan consumido en su tristeza que su cuerpo había manifestado esa enfermedad a parte de la herida del accidente. Era incontrolable, tenía pesadillas, despertaba unos instantes para luego derrumbarse ante el muro de su tortura y la realidad que lo envolvía.
Jamás sobre la faz de la tierra había existido semejante poder. El amor estaba en su contra.
Por más que luchara contra esos síntomas, terminaban por vencerlo la pena, la amargura, la pesadumbre, la desdicha, el dolor, el abatimiento y ese tormento de verse lejos de su verdadera felicidad. Era cuestión de tiempo ahora. De vencer sus pensamientos y pensar en lo que debía hacer de ahora en adelante.

Ella no lo vio partir.
Fue impulsada por los criados hasta su dormitorio mientras que limpiaban el desastre y los muertos del jardín. El pueblo incendió algunos árboles y muebles de la Casa en señal de huelga por haber llevado el infierno y la muerte al país con semejante fiesta tan lujosa mientras unos morían de hambre. Otros querían ir a la guerra en contra de Thajla, creían que lo había hecho a propósito para tomarse el reino.
Willarth se dio cuenta de eso demasiado tarde y lamentó tantas pérdidas, se encerró en su estudio semanas mientras trataba de solucionar de alguna manera tantos problemas que se le habían venido encima con la tal fiesta sorpresa para su hija.
No volvió a visitarla por las noches antes de acostarse y ella sentía que en cierta parte, era su culpa, que tal vez ese era el precio por andar soñando besos con desconocidos.
Thajla había mandado a un mensajero con la imponente y triste noticia de que habían cesado las negociaciones por tan espeluznante suceso, pues qué más podría esperarse de tal gobernante, había perdido criados y su hijo se encontraba gravemente herido y enfermo por alguna espada del reino de Willarth. Creía que el que hirió a Ávalon lo hizo con la firme intención de envenenarlo y matarlo, para así empezar a invadir su Casa, por suerte, ella había logrado huír.
Willarth antes de sentir tristeza, sintió rabia por tales acusaciones y dio por terminado las relaciones con ese país para siempre. Lo que había sucedido había sido por culpa de Thajla y su desdichado regalo y en cuanto a su hijo, lo más probable era que había sido herido accidentalmente por uno de los juegos artificiales, pues todas las armas se encontraban fuera del salón y del jardín donde había ocurrido la gran masacre. Y estaba dispuesto a la guerra por sus antiguos territorios de donde Thajla sacaba provecho.


Saia no había pronunciado palabra alguna después de esa noche. Dormía poco y se despertaba en medio de la noche sudando y con horribles pensamientos de muerte y guerra de Thajla y su padre.
No dejaba de pensar en Ávalon y en todo lo que posiblemente le estuviera ocurriendo. Tenía que ir de inmediato al jardín, para dejar perder sus pensamientos en medio de la espesura del hielo del lago y del bosque allá al otro lado del lago, y más allá donde se encontraba su amado. Tenía que huír de su cama y refugiarse en la pequeña capilla donde siempre había velas prendidas y flores de todas las clases.
Saia tenía que correr a la nieve y lanzar sus labios a ella para que la sangre no los reventara, tenía que quitarse los guantes y los zapatos, abrir un hoyo en el lago donde el agua no estuviera muy congelada y meter los brazos y las piernas en medio de la noche.
Apenas parecía suficiente para sus calores, para su temblor, para quitarle esa pena que llevaba en su corazón, para derramarla en llanto en medio de la oscuridad. Su padre le hablaba muy poco, y se enteró de que Ávalon se encontraba grave. Su desdicha fue peor.
De un momento a otro, nueve semanas después de la noche de su fiesta, abrió los ojos en medio de un suspiro. Todo estaba en calma en su habitación, no había tenido pesadillas, más bien empezaba a dormir tranquila varias horas seguidas. Pero había algo que no la dejaba dormir a pesar de encontrarse tan cansada y desorientada. No sabía si era bueno o malo, pero le estaban llegando muchos pensamientos. Tenía que apartarse de su cama y oírlos atentamente, tenía que ir al jardín.
Bajó las escaleras en silencio mientras se ponía su abrigo y en el momento de abrir la puerta trasera, se topó con su padre. Los dos se miraron asustados.
- ¿Qué has estado haciendo últimamente?
- Nada, padre.
- ¿Has sido tu quien ha estado rondando el jardín en la madrugada y en altas horas de la noche?
- Sí, señor.
- ¿Porqué? ¿Qué necesitas de allá que no esté aquí adentro? Sabes muy bien que es peligroso, y más después de lo de... aquella noche. Alguien te puede encontrar y hacer daño.
- Lo siento mucho padre. He tenido pesadillas y en el jardín y en la capilla encuentro paz.
- No has sido la única con pesadillas en esta Casa, no quiero que vuelvas al jardín a éstas horas.
- Pero papá...
Él la miró seriamente.
- No quiero que vuelvas al jardín a éstas horas, por el momento. Despídete ésta noche de la nieve ahí afuera.
- Gracias, padre.

Ella abrió las puertas y salió en silencio. Willarth la miró un segundo por la ventana y luego subió a su cuarto.
Saia caminó más lentamente y empezó a ver el brillo del hielo congelado. No había algo más hermoso que lo que había creado la naturaleza para ella en su jardín. No podía toparse con algo más transparente y puro, la hacía feliz y la tranquilizaba y hacía de la realidad de su desdicha, un amor con esperanza.

De pronto, observó que algo no estaba bien en el ambiente que casi conocía de memoria. Había unas gotas de sangre en la nieve. Saia empezó a recordar los gritos y la sangre el día de su fiesta y su corazón empezó a palpitar con más fuerza. Estaba nerviosa. Estaba temblando y dio un giro con su cuerpo buscando algo que estuviera sangrando. Estaba asustada y a punto de salir corriendo de ahí.
Escuchó la respiración moribunda y agotada de alguien que no pertenecía a ése ambiente. Y trató de buscarlo, pero sus piernas no respondían. La respiración se escuchaba cada vez más cerca de su oído hasta que sintió los brazos de alguien detrás de ella.
Todo paró.
Un instante dilatado en horas y ella con la incertidumbre de su destino, con ese pavor detrás, con ese temblor ante el contorno donde se hallaba. Con todo eso que se le caía encima y con los brazos de alguien en el cuello.
- Silencio. Dijo aquel.
Él le puso la mano en la boca y ella cerró los ojos. Era un hombre y llevaba algo en el rostro, pues su voz salía como de un eco. Saia permaneció en silencio, no estaba dispuesta a cometer algún error.
El hombre se quitó el casco que llevaba puesto, le dio la vuelta a Saia con fuerza y la atrapó en un abrazo mientras la acercaba lentamente a su boca.
Unos minutos contraídos en un solo instante.
Sus cuerpos se encontraban de nuevo después de tanto sufrimiento, sus labios encarnaban el deseo que se tenían el uno al otro, sus salivas se mezclaban entre la brisa y los copos de nieve que empezaban a caer. Estaban atrapados con fuerza en la trampa del amor.
Era Ávalon, besándola con fuerza, como desquitándose con el destino que lo había llevado hasta allí y lo había hecho toparse con tropas, hiriéndolo en un brazo. Como olvidándose de todo y ver resumido su viaje en un solo beso. Ya era mucho. Ya eran uno solo, de nuevo.
Ella lo apartó lentamente temiendo que alguien los estuviese viendo.
- Es peligroso. Dijo.
Y se adentraron más hacia los árboles buscando su refugio.
- ¿Qué hace usted aquí? Preguntó Saia desconcertada.
- La enfermedad se topó con este cuerpo, la intranquilidad con mi alma y usted con mi corazón. Estas semanas han sido el sufrimiento más grande que nunca antes se me habría ocurrido al caer en este amor que me mata. Tenía que verla, Saia, sentirla, perderme en su mirada, en su sonrisa, en esos labios. He encontrado descanso con sólo haberla visto, todas mis pesadumbres han cesado.
Saia agachó la cabeza con pena y felicidad.
- Es muy peligrosa su visita.
- Peligrosa sería si usted me dijera que no ha sentido lo mismo, que no le he hecho falta, que no ha sentido algo de lo que yo he sentido, que no ha pensado en mi, que no me ama.
- Esto ha sido nuevo para mí, Ávalon, no conozco nada de usted, ni de su pueblo, ni de su familia, no conozco los pasos a seguir para una relación como la que estamos llevando, una relación llena de problemas y riesgos, y más ahora que nuestros países han decido acabar con las negociaciones. Es demasiado peligroso.
Ella dio la vuelta pendiente de que nadie estuviese mirándolos y esperando una respuesta por parte de Ávalon.
- Lucharía toda mi vida por su amor y por usted si usted lo aceptase. No me importaría nada de nuestros mundos con tal de tenerla a mi lado, sólo si usted lo decidiese, sólo si usted sintiera lo mismo que yo, pero creo que he venido en vano a romperme el alma, pues usted, Saia, no siente lo mismo. No me queda más que el despedirme y dejarle mi corazón consigo.
Él dio la vuelta tratando de reorientarse a su rumbo en busca de su caballo y ella permaneció en silencio, viéndolo mientras se alejaba. Estaba partiendo, ¿lo dejaría partir como la otra vez, dejándose llevar por la demás gente?
- Pues entonces que nos cueste a los dos lo mismo –dijo ella más duro- porque mentiría si le digo que no he sentido lo mismo y que no lo amo.
Ávalon dio la vuelta y corrió a ella con fuerza. La abrazó y la besó con firmeza y el calor de sus sangres se detuvo un momento para contemplarlos a los dos en medio de ese bosque lleno de nieve.
Su refulgente amor alumbró el lago y toda la oscuridad mientras se consumían en ese ardor.

Permanecieron unos minutos así.
- ¿Cuándo volverás? Preguntó ella.
- En cada oportunidad que pueda, calculo que cada semana de hoy en adelante, no te puedo ofrecer nada más. ¿Me entiendes?
- Claro que si, esperaba menos. Te estaré esperando con ansias. Pero, ¿cómo sigue tu herida?
Él la abrazó.
- La esperanza en el amor que nos une ahora me ha sanado. No olvides nunca, Saia querida, que mi corazón se ha quedado contigo. Visito mucho un arroyo que nace al sur de éste lago, es cuando más pienso en ti y es el único lugar donde mis pensamientos tienen un refugio seguro.
- No lo olvidaré, podrá ser un refugio seguro para los dos algún día.
Él la besó de nuevo y se puso su casco.
- Debo partir ahora, no olvides todo lo que os he dicho ésta noche.
- Está bien, Ávalon.
- Te amo, Saia.
Saia observó como partía su amado y luego caminó hasta la Casa. Entró despacio y en silencio y vio la figura de Moglijan en las escaleras.
- ¿Buenas noches? ¿Buenos Días? ¿Cómo deberé saludarla, señorita Saia?. Preguntó el hombre.
- Buenas. Dijo ella seriamente y caminó hacia él para ir a su habitación.
- ¿Deberé preguntar qué hace una jovencita a éstas horas afuera?
- Me parece que no, señor, si me permite, ¿qué hace un señor a éstas horas despierto y espiando a una jovencita?
- ¡Que modales!. Dijo furioso.
- Permiso. Dijo ella y continuó hacia su habitación.
Sonrió.
Estaba muy feliz. Amaba profundamente a Ávalon y estaba dispuesta a todo por él. Pero no podía apartar la imagen de Moglijan de su mente, todos los sustos que le habían dado en su vida cuando la observaba misteriosamente, tal vez con rabia, malicia, resentimiento o quien sabe qué más. Sería un posible problema para ella de ahora en adelante.
¿Cómo había sido posible que semejante hombre estuviese en la corte de un rey como Willarth?
¿Cómo había llegado a tan alta posición?
Muy dentro de su corazón y sus pensamientos, Saia lo sabía, o al menos una parte, pero no podía recordarlo.
No lo quería cerca, nunca lo había querido. Le repugnaba. Le temía.

Ávalon entró despacio en su habitación después de haber dejado el caballo en el corral y después de haber esquivado toda clase de ruido que le permitiera despertar a alguien o causarle molestias a su madre.
Se empezó a quitar la ropa y de pronto vio la figura de alguien que estaba acostado en la cama y lentamente era iluminado por la luz de una vela.
- ¿Dónde estabas?. Preguntó Thajla.
- Madre...
- ¿Has hecho algo malo? Entras a tu propia Casa como un ladrón, a escondidas y a ciegas.
- No quería despertarte ni provocar incomodidades a nadie.
- Pues por lo menos se te hubiera provocado decirnos dónde ibas a estar y ahorrarnos malestares a todos.
- Lo siento, estaba en el arroyo. Se me pasaron las horas.
Ella se levantó y caminó hacia él.
- Y, ¿Esa herida?.
- Los árboles, madre, me corté subiéndome a uno.
- Es profunda, casi diría que es de una espada, pero hijo, ten más cuidado, podrías encontrar a un enemigo por allá y el que estés solo me preocupa. Te curaré y espero que entiendas mi situación.
- La entiendo, madre. Discúlpame.
- Está bien, Ávalon. Dijo ella y lo besó en la frente.


- Buenos días -Dijo Saia mientras entraba a la habitación de su padre y abría las cortinas- me dijeron que ya habías desayunado, ¿No te molesta tanta oscuridad?, Y decidí venir a visitarte, tengo que hacerte varias preguntas.
Willarth se incorporó en su silla y dejó a un lado sus papeles.
- ¿Qué deseas, Saia? Casi nunca entras aquí.
- Supongo que Moglijan ya habrá venido primero a contarte nuestra leve conversación de anoche.
- Pues lo mismo me preguntó él hace unos minutos, pero decidió que fueras tú quien me contase. Ahora sí, ¿Me vas a decir tú por fin qué sucedió anoche?.
Saia lo miró desconcertada y se acercó a él.
- Creo que tal vez sólo son incidentes pequeños, pues los dos estamos en diferentes posiciones frente a la vida y no veo porqué debas ser tú quien los solucione. Te pido que me disculpes, ya tienes demasiadas cosas en mente como para aguantarte otra en tu propia Casa.
Willarth sonrió.
- Me parece una postura muy correcta, hija mía. Veo que no ha sido en vano tanto sacrificio y tantos años de estudio. Ten en cuenta que Moglijan es un pobre hombre solitario. Tiene otras costumbres y otra manera de vivir la vida, por así decirlo.
- Padre, cuéntame más de él, me es imposible llevar una relación correcta con él sin conocerlo al menos un poco.
- Pues bien –dijo Willarth cruzando sus brazos- es complicado para mí describir la situación de Moglijan, ni yo mismo he logrado definirlo, creo que lleva una gran pena en su corazón. Él vivía lejos, muy al norte, era de una gran familia, su hermano se casó con una mujer de otras tierras algo más cercanas y él fue de visita, según tengo entendido, toda su familia fue asesinada y él fue el único que pudo escapar, refugiándose en este país y pidiendo que no se hablase de su verdadero nombre y que le ocultase lejos de todo, dijo que él me serviría como consejero, había agotado muchos años estudiando y en verdad, es un hombre educado e inteligente. Creo que es muy exigente consigo mismo. Desde eso ha vivido aquí, con nosotros, y ha sabido servirme correctamente, pues no ha fallado ni una sola vez con sus predicciones. Creo, además, que lo que realmente lo desconsuela son sus creencias y sus recuerdos, he oído varias veces que se maldice como “mal hombre”.
- Increíble. -Dijo Saia trastornada- ¿Cuánto tiempo lleva él aquí?
- Vino meses antes de que tu nacieras.
- ¿Cuál es su verdadero nombre?
- Creo que su verdadero nombre es Lujine.

Saia salió de la habitación de su padre y caminó lentamente por los corredores de su Casa. No sabía muy bien qué hacer. Pero no dejaba de pensar en Moglijan, o más bien, en Lujine y su extraña situación. Caminó hasta la biblioteca y buscó hojas y una pluma para escribir.
Le escribiría a Ávalon. Oh sí, a su amado Ávalon. Le contaría cosas de su vida, le describiría sus costumbres, sus anhelos, sus pasiones. Le desearía suerte y le amaría. Eso era lo que quería hacer, tenía mucho tiempo de sobra para hacerlo.

Ávalon, por su parte, se levantó tarde, casi a la hora del almuerzo, se arregló y salió de su pieza hacia el estudio donde se debía encontrar su madre. Abrió las pesadas puertas y observó el interior.
Estaban todos sus hermanos sentados al frente de Thajla.
Hubo silencio.
- Buenos días. Dijo Ávalon.
- Buenos días. Respondió su madre seriamente.
Algunos de sus hermanos sonrieron, pero luego siguieron observando a Thajla.
Ávalon se sentó un poco alejado del resto.
- Me parece increíble que halla decidido hacernos esto – dijo la mujer- ¿qué clase de hombre es? Menos mal no se llegó a nada serio en las negociaciones con él. Sabrán los Dioses dónde habríamos terminado.
- Casaré a Acis, hija de Aalem del sur, madre. –Dijo Norbat- podrá ser una buena posibilidad para nuestro pueblo.
- Norbat, querido Norbat. ¿Amas tú a esa mujer?
- La aprenderé a amar.
- Eso no es suficiente. Respondió Ávalon.
- ¿Qué sabes tú del amor, Ávalon? ¿Qué sabes tú de políticas y de acuerdos por el bien de todo un pueblo?. Dijo Thiago, uno de los hermanos mayores, amablemente.
- Ávalon tiene razón –respondió Thajla- si tan sólo su padre estuviera aquí, jamás permitiría que un hijo suyo se casase por conveniencia y sin amor. Estás buscando tu infelicidad.
- Pero encontraré la felicidad de muchos, madre. Y primero está el pueblo.
- No lo sé, hijo, es tu decisión, es tu pueblo.
- Aún nos preocupa otra situación –Dijo Olokun, el mayor de todos- se ven afectadas otras dos ciudades, los pueblos de Thailac en el oeste y Thévenin al sur. Willarth nos ha hecho el daño más grande, ha cerrado las vías y ha puesto guardias en los límites, ya no tenemos acceso a sus tierras y a sus frutos. Y en el sur, ha prohibído el paso de los comerciantes provenientes de las ciudades del norte. La gente se ha rebelado en contra de nosotros, hasta los mismos soldados.
- Yo propongo – dijo Thévenin- la guerra.
Todos en el salón se conmocionaron y Ávalon se paró nervioso y sin saber qué decir. Obviamente no estaba de acuerdo.
- Hagan silencio por favor. La guerra debe ser hacia fuera, no hacia nosotros mismos. ¡Silencio!. Dijo Thajla con fuerza.
Todos regresaron a sus puestos.
- ¿Qué tienes que decir, Thailac?
- Apoyo la idea de Thévenin, esas tierras son de Willarth, pero siempre les hemos sacado provecho nosotros, es casi nuestro único sustento, creo que lo mejor es dar le guerra por ellas.
- Esto conlleva muchas muertes y sacrificios. -Dijo Ávalon- además, la guerra no sólo va a llegar a éstas tres ciudades, va a llegar a todo el país, las mujeres y niños se desplazarán a otras ciudades, se perderán éstos tres pueblos, quedaremos en guerra con ese país de por vida y ¿cuál será nuestra imagen a los otros países? No considero la idea de guerra. Habrá que hablarse con Willarth una solución más razonable.
- ¿Más razonable? – Dijo Thajla- ¿viste algo de razonable en este hombre al invitarnos a tan lujosa fiesta sabiendo que su gente se muere de hambre, igual que nosotros? ¿Qué ves de razonable en alguien que estuvo a punto de quitarte la vida?
- Esa no era su intención, madre. Las cosas estaban saliendo muy bien antes de que pasara éste altercado, además, fuimos nosotros quienes llevamos los fuegos artificiales como regalo.
- Claro que estaban muy bien. Y menos mal sucedió, pues ya nos estamos viendo las caras y las verdaderas intenciones. Ese hombre lleva consigo toda una corte de perversos, lo he visto. - Dijo con rabia- el regalo nos salió muy económico, pues lo teníamos guardado, como un regalo traído por sus familiares del norte. No veo porque lo defiendes, trató de matarte y de quedarse con el reino.
- No sé a qué se refiere Ávalon, madre, -dijo Olokun- pero estamos listos para la guerra, recuperaremos nuestros cultivos.
- ¿Y es que acaso Willarth no está también preparado? Debe tener miles de hombres a su disposición. -Dijo Ávalon con un aire de esperanza todavía.- ¿jamás hablaron sobre lo que pasó?
- Él no está en disposición de guerra, al igual que nosotros, tiene conflictos internos y tendremos que enfrentarnos algún día, así se sabrá quien es al fin, el más fuerte.
- De eso no se trata... –alcanzó a decir.
- No sé qué tratas de impedir, Ávalon –dijo Norbat- pero ésto pasa y es cuestión del hombre saberse adaptar a las circunstancias de la vida, de la guerra, y del amor.
Todos se pararon y salieron hacia el comedor. Ya era hora de almorzar. Thajla ni siquiera miró a su hijo menor al salir, quien se quedó ahí sentado. ¿Cómo podía ser posible que ahora estaban en guerra con el país de Saia? Oh, su amada Saia, cómo la amaba. ¿Qué haría ahora?
Fue al comedor un instante después. Se sentó al lado de Norbat. Siempre se había llevado muy bien con él, era mayor que él cinco años.
- Hace ya cinco años que partí de ésta Casa. –Dijo cerca de él mientras el resto hablaban aún de la guerra- si, cuando tenía tu edad me encomendaron Ciudad Edessa. Sólo Dios sabe cómo he sido capaz de no fracasar y de sacar adelante mi pueblo. Van a estar muchas cosas en tus manos de ahora en adelante, confía en las enseñanzas de nuestra fuerte madre, ha sabido cómo educarnos para ser grandes gobernantes.
- Ya creo que sí.
- Hablando de otra cosa, Ávalon, ¿has vuelto a saber de aquella muchacha, la hija de Animbaya, la cocinera?
- ¿De Nyomi?
- Sí, de ella. Dijo entusiasmado.
- Pues lo último que supe fue que partió detrás de ti el mismo día que te fuiste a Ciudad Edessa. Robó un caballo de la Casa y se fue. Animbaya suplicó apenada perdón, mi madre lo entendió todo, siempre supo de lo tuyo con ella. Tal vez se sentía identificada.
- Entonces sí fue cierto eso.
- ¿No la viste en Ciudad Edessa?
- Creo que sí.
- Si la querías tanto, ¿porqué no hiciste algo para estar con ella?
- Tenía miedo de que la gente no entendiera que un príncipe se había enamorado de la hija de una cocinera. No permití que la dejaran entrar a la Casa Edessa. No sé de ella nada más.
- ¿Porqué no le preguntas a Animbaya sobre su hija? Tal vez ha sabido algo de ella en estos años.
- No. Lo mejor será dejar las cosas así ahora que me voy a casar con Acis. Maldita sea la hora en la que la perdí.
Ávalon pensó en eso. Ahora tenía muchas cosas que pensar.


Saia respiró profundo, tomó un sorbo de aire fresco e intentó abrir los ojos, pero su pieza estaba demasiado iluminada y lo único que pudo hacer fue dar la vuelta en sus cobijas y sonreír por el nuevo día asoleado que la estaba despertando.
Se dio cuenta que su estómago le pedía comida y su corazón le pedía el de su amado Ávalon, tenía muchas ganas de seguir escribiéndole, y lo iba a hacer tan pronto pudiera. Terminó de desayunar y salió hacia el jardín. No nevaba todavía, pero pronto sí, así que se refugió en la capilla. Rezó sin prestar mucho cuidado, sacó sus papeles y su pluma y se sentó en el suelo para escribir apoyada en una de las bancas.
Sus mejillas de vez en cuando se tornaban más cálidas y rojizas y sus labios llevaban la fuerza y la sangre de la pasión que se concentraba en todos esos puntos que sólo eran estimulados por ella misma y por sus pensamientos hacia Ávalon. Le escribía.
Le contaba con detalle todo cuanto pudiese acerca de su vida entera y de todo lo que escuchase a su padre acerca de las relaciones con “el país de Thajla”. También le expresaba sus anhelos de verle y sus preocupaciones.

Ávalon abrió los ojos con fuerza.
“Saia” pensó. Soñaba con ella. Su corazón palpitaba con fuerza. La necesitaba. La deseaba más que a nada en el mundo. Se levantó y fue al baño.
- ¿Desea bañarse ya? Preguntó una criada.
- Sí. –Suspiró- pero lo haré yo solo. Sal de aquí por favor.
- Sí, señor. Como desee.

Ávalon miró todo su cuerpo desnudo, no dejaba de pensar en Saia. La amaba. Sí que la amaba. Pensó en su cuerpo, en su rostro de plata, en sus ojos grandes y vivos, en sus movimientos, en sus palabras, en su voz. Pensó en sus besos, en sus abrazos, en el valor que tenía. Pensó en tocarla. Pensó en tenerla.
Demoró un poco más en bajar a desayunar.
- Hoy iré a la quebrada. Dijo él.
Thajla lo miró seriamente.
- No quiero que te encuentres con algo peligroso, ve con alguien.
- Preferiría ir solo, madre.
- Yo preferiría volver a ver a mi hijo, no voy a permitir que te vayas a andar por ahí sabiendo cómo andan las cosas en este país, y menos cerca de las fronteras con Willarth.
Ávalon suspiró.
- Nada me pasará.
- Si te sirve, ve con Gungreon o con alguno de ellos.
- ¿A qué horas partieron mis hermanos?
- Muy temprano.
- ¿Habrá guerra?
- Esperaremos.
- ¿Hasta cuando?
Thajla lo miró desconcertada.
- ¿Te sucede algo, hijo?
- Claro que no. –Dijo nervioso- es sólo que me preocupa la situación del país.
- Pues no lo sé, hijo. Sólo te digo que hay que esperar. Mientras tanto, necesito que seas uno de mis mensajeros. Ahora sí tendrás que contribuir en esto.
- ¿Qué debo hacer?
- Viajarás por todo el país, a cada pueblo de tus hermanos – Thajla le tomó la mano a su hijo- te necesito.
Él la miró.
- Daré todo de mí.
- Lo sé.

Ávalon ya había visitado a Saia siete semanas, pero cada vez se hacía más peligroso, pues los campesinos sentían miedo de la guerra y estaban pendientes de extraños visitantes y Moglijan se encontraba muchas veces vigilando los corredores de la Casa.

“Una semana”. Pensó Saia. “El día ha llegado, hoy lo veré, hoy veré a..”
- ¿Me necesitas?. Preguntó Willarth.
- Sí, sí. –Respondió ella- mmm... tu sabes que me gusta mucho la noche, padre.
- ¿Qué me quieres decir?
- Bueno, la verdad es que me dijiste que no podía visitar el lago y la capilla de noche hasta cierto tiempo. Quiero seguir haciéndolo.
Willarth pensó un poco.
- ¿Para qué?
- No sabes padre cómo me harías de feliz si me dejases salir y entrar cuando yo lo desee. Ésta es mi casa también, ¿no?
- ¿A esas horas?
- No es tan tarde, padre, no es muy lejos, si me pasa algo, hay criados muy cerca y con sólo un grito acudirán. Además nadie entra a una capilla para hacer daño.
- Eso crees tú.
- Por favor, padre. Déjame. Aunque sea tan sólo una vez a la semana.
- ¿Una vez a la semana? No lo sé.
- Por favor, padre.
- Enfermarás.
- Claro que no, nunca me he enfermado por la nieve.
Willarth pensó un momento.
- No quiero que te sobrepases con las horas y con el permiso.
- Está bien, padre, gracias, muchas gracias.
Saia lo besó. Aun estaba temprano para recibir la visita de Ávalon. Estaba muy nerviosa. No sabía qué hacer.
- Supongo que –dijo mientras daba vueltas en su cuarto después de la comida- vendrá cansado y con hambre. Sería agradable para él encontrar comida y un refugio caluroso.
Saia bajó las escaleras corriendo y fue a la cocina rápidamente.
- ¿Desea algo, mi niña? Preguntó la cocinera.
- Sí.
- ¿Qué deseas, no acabas de comer?
- No comí bien, tengo hambre. ¿Me puede preparar algo, por favor?
- Claro que sí.
- Espere. Voy a estar en la capilla. ¿Lo podría llevar allá?
- ¿Comerá en la capilla?
- Claro, ¿no lo hacemos todos a la hora de comulgar?
Saia salió de ahí, fue a su pieza por las cartas que le iba a entregar a Ávalon, se arregló un poco, se echó perfume, esperó un rato y luego salió hacia el lago.
Temía encontrarse con Moglijan, pero no lo vio por ninguna parte. Abrió la puerta. Abrió después las otras de hierro y caminó en silencio hasta el lago. Buscó alguna figura que la estuviese mirando, sonrió nerviosa y se inclinó para verse el rostro en el lago. Esperó en silencio. La noche era fría, mucho más fría que las otras.
Los ruidos del bosque y de la poca agua sin descongelar llegaron a sus oídos. El hielo crascitó sus murmullos secos. Ella sintió miedo. Su lago cantaba algo horrible. Sintió que todo el hielo se partía en mil pedazos estrepitosamente.
Saia se levantó con fuerza. Y dio la vuelta.
Ávalon la observaba.
- Me asustaste. Dijo ella.
- Hermosa.
Saia sonrió y se acercó a él.
- Vamos a la capilla.
- A donde tu quieras.
Caminaron en silencio. La comida estaba servida en una mesa pequeña.
- ¿Es para mí?. Preguntó él.
- Claro que sí. Debes estar cansado y con hambre.
- Pues la verdad es que sí.
- Come, come. Aquí estaremos bien.
- ¿Estás segura?
- Si, claro, confía en mi.
Ávalon sonrió y empezó a comer.
Saia caminaba en silencio por toda la campilla, estaba nerviosa. Tal vez algo no estaba bien y ella no quería saberlo. No quería arruinar el momento, quería estar cerca de él, abrazarlo, besarlo, tocarlo, verlo, sentirlo. Sin que nadie más los molestara, sin los mil ruidos afuera y adentro, sin las voces alejadas de gente que iba hacia ellos. Solos.
- Mira –dijo Saia mientras le entregaba un sobre- te he estado escribiendo.
Él sonrió agradecidamente y dejó los platos a un lado.

- La guardaré cerca de mi corazón y la leeré cuando llegue a Casa, porque por el momento – se acercó lentamente a ella- me perderé en ti.
Se besaron apasionadamente durante largo tiempo y luego se sentaron a mirarse el uno al otro. Todo estaba perfecto.
Hablaron de todo lo que les sucedía y rieron. Tenían muchos planes para su futuro.
- Ya es tarde, Saia, tengo que partir.
- Está bien. Lo entiendo. Mi corazón está dispuesto a seguirte, pero deberá esperar.
- Yo te amo. Volveré cuando pueda. Esperaré ocho días para estar contigo.
- Cuídate por favor.
- Lo haré, por ti lo haré.
Se besaron y ella lo vio irse entre las sombras de los árboles.
Dio la vuelta en silencio y empezó a caminar cuando de pronto escuchó muchas voces por donde Ávalon se había ido. Ella se asustó. Caminó rapido hacia el bosque para ver qué estaba sucediendo. Permaneció inmóvil mientras veía varios soldados de su reino, unos a caballo y otros a pie, con antorchas y armas.
-“Lo tienen”- pensó- “Lo van a matar, todo está perdido, mi padre acabará con él, habrá guerra”
Su corazón palpitaba con fuerza, el temor le estaba consumiendo el cuerpo, estaba inmóvil.
-¿Qué está haciendo aquí señorita? Dijo un soldado detrás de ella.
Saia se asustó.
- ¿Qué hago? Ésta es mi casa. ¿Qué están haciendo ustedes?
- Disculpe, tenemos trabajo que hacer, lo mejor es que no vuelva a salir a éstas horas, es muy peligroso, permítame acompañarla hasta la Casa.
- No. ¿Porqué lo voy a hacer?. Ésta es mi Casa, éste es mi jardín.
- Lo siento. Tenemos órdenes del señor Moglijan, sospecha de intrusos.
- ¿Moglijan? Yo soy la hija de Willarth.
- Lo sé, señorita, debo cumplir mis órdenes. Tendrá que acompañarme, quiera o no.
- No. No me toque.

Saia caminó rápido hacia su cuarto. No sabía qué hacer. No sabía si habían capturado a su amado y esperó toda la noche a ver si llegaban con noticias para despertar a su padre. Pero nada sucedió. Al amanecer, después de unas horas de sueño, bajó muy temprano a desayunar.
Su padre estaba ya sentado en la mesa hablando con Moglijan.
- Buenos días. Dijo ella.
- Buenos días. Respondio su padre.
- ¿Sucede algo?. Preguntó.
Él la miró.
- ¿Te sucede algo a ti?
- No, señor.
- Pues a mí tampoco – respondió él y ella suspiró con tranquilidad mientras se sentaba – Excepto, – Saia lo miró y empezó a temblar- Excepto porque Moglijan me acaba de informar que ayer tuviste un altercado con un soldado. ¿Quieres contarme algo?
- No, señor.
- Pues bien, yo sí. Me parece curioso y me decepciona que las enseñanzas de Moglijan sobre el valor de la buena educación y los modales de una dama, sobretodo los modales de la hija del rey sean los que ayer presentaste ante un soldado. Esas eran las órdenes de él y tu no tienes porqué interferir en ellas, mucho menos si son para cuidar del bienestar de ti y del reino. Los campesinos informaron que habían escuchado los pasos de un caballo en el bosque y efectivamente, alguien estaba rondando el lago ayer, pues los soldados lo persiguieron.
Saia estaba fría.
- ¿Y lo atraparon?
- No. Escapó. Pero seguramente está gravemente herido, sino es que ya está muerto.
Saia se quedó paralizada, no lo podía creer. No sabía qué hacer ni qué decir.
- ¿Estás bien, hija?
- Sí, señor. Es que no lo puedo creer.
- Lo sé. Tus salidas nocturnas serán suspendidas. Hay guardias por todo el bosque.
- Pero... yo... ¿ no es mejor que yo visite el bosque con soldados alrededor?
- ¿Crees que están a tu altura? ¿Y si alguno se sobrepasa contigo? Hoy, después del medio día, partiré a un viaje de negocios y no estaré contigo. Le obedecerás a Moglijan hasta que yo vuelva y tal vez te esté haciendo falta más horas de clase de buena conducta con él.
- No, papá, por favor. Sé que me comporté mal, pero no volverá a suceder.
- Yo sé que no volverá a suceder.
- Yo también lo sé. Dijo Moglijan.
Saia desayunó poco y fue a la biblioteca, desde donde se veía parte del gran bosque.
Se sentó junto a la ventana. Estaba desesperada. No sabía qué debía hacer, dio vueltas en la habitación, trató de leer, de escribir, pero no podía sacar de su cabeza a Ávalon y de que tal vez se encontraba en cualquier parte del bosque, agonizando. ¿Se iba a quedar a esperar que le dieran la noticia de que habían encontrado a su amado y que lo habían matado o que ya estaba muerto? ¿Hasta qué punto amaba a Ávalon?
- Hasta la muerte. Dijo con firmeza y fue a su habitación corriendo.
“¿Qué debo llevar? -se preguntó- ropa, sábanas, no debo llevar mucha carga... llevaré algunas medicinas, vendas y comida”
Saia empacó todo, se puso su abrigo y salió de su pieza con precaución.
Vio por una ventana como su padre partía sin despedirse y eso la animó más a huír en busca de Ávalon. Caminó en silencio por el largo corredor y paró en el cuarto de armas de su padre. Entró.
Observó todo sin pestañear y buscó una pequeña espada que su padre le había enseñó a utilizar un día, la guardó y bajó las escaleras traseras. Fue hacia el establo, no había nadie, le puso la silla a su caballo tal y como le habían enseñado, luego fue a la cocina por comida, empacó todo, se montó en su caballo, pidió al cielo por que nadie la hubiera visto partir y se perdió en el bosque, hacia el sur.

- Está ardiendo de la fiebre desde que la encontraron, hace dos noches ya.
- Pero, ¿Han servido las hierbas, no?
- Creo que si, al menos ha dejado de alucinar.
- Va a estar bien muy pronto, ¿Qué clase de guerra hace que una jovencita como ésta salga tan gravemente herida?
- No lo sé. Esperemos que las hierbas sigan haciendo efecto contra el veneno de la flecha, mientras tanto, sigamos trabajando en nuestras labores como monjes.

Los monjes salieron de la habitación donde Saia se encontraba y ella abrió sus ojos de inmediato.
Se sentó lentamente en el borde de la cama y se quitó los pañuelos empapados de aguas de hierbas que tenía en su frente, en su pecho y en su espalda. Le dolía todo el cuerpo. Y empezó a recordar qué le había sucedido.
Al atardecer, cuando ya se hallaba mas o menos lejos de su Casa, -no era tan rápida como Ávalon- fue atacada por sus propios guardias, no tuvo tiempo de quitarse la manta y el abrigo y de volver su rostro hacia ellos para ser reconocida como la hija de Willarth y cayó herida por una colina amarrada a su escarcela, lejos de su caballo.
- He perdido mi rumbo, he fracasado en mi misión –dijo tristemente y empezó a llorar en silencio- ¿Qué debo hacer ahora? Ya se debieron haber enterado de que he escapado de mi Casa, me deben estar buscando, estaré castigada y deshonrada el resto de mi existencia, nada de esto valió la pena. Si por lo menos supiera algo de Ávalon, si por lo menos lo hubiera encontrado o hubiera muerto en el intento. ¿Qué le pasa a mi alma? ¿Porqué estoy pensando en éstas cosas? ¿Qué he hecho de mi vida?
Saia se levantó con firmeza, pero el dolor la derrumbó de nuevo en la cama. Se sentó y miró su ropa a su lado. Se la puso después de un gran esfuerzo, se lavó la cara y se volvió a sentar para descansar y pensar en lo que iba a hacer. Se percató del calor que estaba sintiendo. ¿Estaría ya en el sur?

- No debo dejarme vencer. Si regreso a Casa ya, seré fuertemente castigada y no volveré a saber nada de Ávalon, a menos que lo hayan atrapado y matado. Pero si me arriesgo y voy hasta la Casa de Thajla, sabré de él, si ha vuelto o si no, de alguna manera lo sabré, si se enteran de quien soy, me atraparán, no creo que me maten, mi padre se dará cuenta y creerá que he sido secuestrada y si no, estaré con mi amado o regresaré a mi Casa, para ser castigada, pero sin la duda y sin la incertidumbre de la existencia de Ávalon. Parece que lo mejor que me queda es partir de inmediato hacia la Casa de Thajla, ya he perdido dos noches. Al menos habré salido un tiempo de esa Casa que me estaba matando de aburrición. Bien. Eso haré. ¿Pero como?

Saia cogió su escarcela, no tenía comida, de resto, estaba todo, abrió la puerta y observó el lugar donde se encontraba.
Dos monjes que estaban cerca llamaron a alguien mientras ella caminaba lentamente, pronto llegó un monje.
- Buenos días, señorita. Dijo cortésmente.
- Buenos días. Respondió ella al reconocerle la voz, era alguien que ella había oído en medio de sus pesadillas.
- Se ha vestido usted muy rápido, considero yo. Necesita recuperarse por lo menos una semana.
- No señor. No puedo. Agradezco mucho sus intenciones y las de todos ustedes, pero debo partir urgentemente.
- No, señorita, usted no entiende, no sé cuál es la voluntad que le ha hecho dar tan firmes pasos, pero pronto se sentirá muy mal, necesita descansar y curarse del veneno que aún lleva en el cuerpo.
Saia sonrió.
- Debo partir, por favor, sé que han hecho mucho por mí, pero necesito mi caballo y un poco de comida, no le negarán comida al prójimo, siendo ustedes monjes, ¿Cierto?
- Claro que no.
- Entonces ayúdeme, se lo suplico.
- Su caballo lo encontraron cerca, supongo que ha sido un milagro, por aquí han rondado muchos ladrones y gente que quiere hacer mucho daño, ni siquiera respetan a Dios. Supongo que usted lleva una vida llena de aventuras y que sabe defenderse de ellos, pero aún así me preocupa que una mujer tan joven como usted tenga que vivir de ésta manera. Este no fue el mundo que nos prometió Dios. La daré medicina por si se siente mal. Regrese si lo cree necesario. Espere. ¿Adónde se dirige?
- Al sur. A la Casa de Thajla.
- Pero usted viene del norte, ¿no? Lo digo por su ropa. Y sé que andan en conflictos, no deberá aparentar mucho su condición, ¿me entiende?
- Claro que sí. Me cambiaré antes de partir.
- Está bien, la espero afuera.

Saia montó su caballo y guardó bien la comida dada por los monjes.
- Dígame una cosa antes de partir. Dijo el monje.
- Por supuesto, es lo menos que puedo hacer por ustedes.
- ¿Es la primera vez que viaja al sur?
- Sí. Pero he viajado por otras partes, toda mi vida.
- Ya veo. Esperamos que le vaya muy bien. Cuídese.
- Muchas gracias por todo.
- ¿Podremos saber al fin su nombre? Jamás la volveremos a ver.
- Eso creo. Mi nombre es Saia.

Partió.
Como se había desviado largamente del camino, los monjes le explicaron el mejor para llegar a la Casa de Thajla y el calor del medio día caía fuertemente en sus hombros desnudos. Nunca en su vida había sentido algo así. El cansancio era insoportable, sentía que se desmayaba cada segundo, pero no paraba, debía llegar a donde Thajla antes del anochecer.

Ávalon abrió los ojos. Estaba agotado. Sus brazos le dolían. Se levantó lentamente, se bañó y fue a desayunar.
-¿Dónde estuviste anoche?. Preguntó su madre mientras se sentaba.
- Tú sabes dónde. Respondió.
- No, no lo sé, si lo supiera, no te estuviera preguntando, hijo.
- Cerca del arroyo.
- Gungreon me dijo que te perdiste de su vista.
- ¿Gungreon? ¿Mandaste a Gungreon a perseguirme?
- Él me preguntó si lo hacía y yo le dije que sí, pero que no te dieras cuenta, que simplemente te vigilara sin entrometerse en tus extraños asuntos, que cuidara de ti. ¿Crees que fue incorrecto de mi parte?
- Si, lo fue. Si me hubieras dicho que fuera con él lo hubiera hecho, pero no me gusta que me anden espiando.
- Está bien, lo siento. De todas maneras, no estabas en el arroyo – Ávalon suspiró- dime la verdad, ¿qué es lo que tanto haces? ¿Acaso hay alguna chica por ahí?
- No.
- Está bien. Discúlpame. Son tus asuntos. Sólo te pido que te cuides.
- Mamá, no te preocupes. Me cuidaré. Me gusta estar solo ahí, pienso mucho las cosas, leo, escribo.
- Bueno, creo en ti.

Saia abrió sus ojos, se había quedado dormida encima del caballo y el bochorno de la oscura noche perseguía su cuerpo hasta el cansancio.
- “¿Dónde estoy? Me estoy sintiendo muy mal, no resistiré mucho. Debo llegar rápido a la Casa de Thajla.”
Saia se levantó, bebió un poco de agua y decidió gastar las pocas fuerzas que le quedaban, galopó hasta una colina y paró. Observó su paisaje. La noche había acariciado desde hacía un buen rato las casas de ese valle y entre ellas, la de Thajla. Recordó las palabras del monje: “Sigue el camino del sur, llegarás a una colina y luego a un arenoso valle, la Casa más grande es la casa que buscas”
- “He llegado, Ávalon”
Empezó a bajar en silencio y de pronto escuchó muchos pasos de caballos tras ella.
Saia se bajó del caballo con sus cosas y lo dejó ir. Se escondió en unas rocas calientes.
Al parecer eran guardias. Encontraron el caballo y mandaron advertencias a la Casa. Saia temblaba. ¿Cómo es que había llegado tan lejos? No estaba dispuesta a dejarse atrapar, ¿o sí?.
La joven se puso su manta en el rostro y empezó a caminar en silencio entre las rocas. Nadie la había visto.
Llegó al pueblo y luego a la entrada de la Casa. Habían pocas personas.
Le empezó a dar la vuelta a la Casa de Thajla buscando cómo entrar y llegó a un pequeño monte lleno de piedras y de ramas. Si lograba bajar por ahí, estaba adentro.
Saia estaba fatigada. El extenuante viaje más la herida de la flecha habían dejado atrás el hecho de ser princesa y la habían convertido en toda una aventurera. Pero estaba satisfecha.
Continuó bajando por las piedras calientes, pero una de ellas se deslizó desde arriba, le hizo perder el equilibrio y caer.

Ávalon abrió los ojos en medio de la noche. Estaba sudando y no comprendía porqué su corazón estaba latiendo tan fuerte.
- “Debió haber sido una pesadilla” pensó.
Se sentó en la cama, prendió una vela y caminó hasta el baño para tomar un poco de agua. Las ventanas de éste estaban cerradas.
- ¿Quién habrá cerrado las ventanas? Con razón tengo tanto calor. Dijo.
Dejó la vela a un lado y corrió las largas cortinas, saltó hacia atrás al ver el rostro de Saia temblando en la ventana, estaba sangrando.
- Ávalon.... dijo ella, y de inmediato cayó al suelo desmayada.
Él salió por la ventana hacia el corredor y la cargó en sus brazos, la entró y la acostó en su cama.
- ¿Cómo llegaste, Saia? ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella no respondía. Ávalon fue por agua, le quitó todo el equipaje, la capa y las mantas y le limpió las heridas de la caída y de todo lo que le había sucedido.
Se quedó a su lado asombrado de semejante visita.
- ¿Señor?. Dijo alguien afuera de su puerta.
- ¿Sí?. Respondió aún sin saber que hacer.
- ¿Se encuentra bien? Escuchamos ruidos afuera y su habitación es la única que tiene luz. ¿Ha visto algo extraño?
- No, yo estoy perfectamente. Escuché el ruido de algunas rocas, seguramente por el calor, o algún animal. Descansen. Yo estoy bien.
- Está bien. Avísenos si algo sucede.
Ávalon respiró profundamente.

¿Porqué estaría ella allí?
Abrió sus ojos después de un instante.
- Saia, ¿Qué te ha sucedido?
- Me alegra tanto que estés vivo, Ávalon –dijo sonriendo en medio del dolor- ésta es mi mejor paga a tan agotante jornada.
- Descansa, amada mía, estaré a tu lado, después hablaremos de lo acontecido.
Después de unas horas, Saia abrió sus ojos y lo vio a su lado.
- ¿Porqué has venido?. Preguntó Ávalon.
- El día que partiste, hace tres noches, los soldados atacaron a alguien en el bosque, mi padre me dijo que habría logrado escapar, pero que probablemente ya estaría muerto, porque lo habían herido. Pensé que habrías sido tu y no estaba dispuesta a quedarme en Casa a esperar que me dieran la noticia, decidí partir para saber si estabas vivo.
- Pero, ¿quién te hizo todo esto? ¿Cómo fuiste capaz de llegar? Es increíble.
- Supongo –dijo mientras le acariciaba el rostro- que tuve mucha suerte. Al atardecer, fui atacada por mis propios soldados, caí de una colina y unos monjes me encontraron. La flecha estaba envenenada, así que estuve dormida dos noches. Al despertar, partí de inmediato.
- ¿Monjes?
- Sí, monjes.
- Supongo que fueron los monjes de Cambreax. ¿Les dijiste tu nombre?
- Si, lo hice -Dijo preocupada- no debí, ¿cierto?
- Son muy amigos de tu padre porque viven en tus tierras, además porque tienen la costumbre de avisarle de cuanto visitante pase.
- Necesitaba saber de ti. No podía detenerme ahí. Ya estaba lejos, así que cabalgué a pesar del dolor de mis heridas, a las fueras de aquí habían unos soldados, así que solté el caballo y caminé. Traté de bajar por unas piedras, pero caí. Supongo que me escucharon, porque salieron al patio unos criados, me escondí y luego caminé alrededor de la Casa, sólo había un cuarto iluminado, me acerqué, abriste la cortina, eras tu, te había encontrado.
- ¿Soltaste el caballo?
- Si, ¿también estuvo mal?
- Notarán que es de Willarth, pero no importa, lo que importa es que estás viva, tuviste mucha suerte, ¿porqué corriste ese riesgo, Saia?
- Por ti, Ávalon, estaba desesperada, cada segundo que pasaba era un segundo de intenso sufrimiento. Estaba cansada de estar encerrada, tenía que salir de ahí, buscarte, saber si estabas vivo.
- Te lo agradezco, yo estoy bien, alcancé a escapar, no me hirieron, tomé el camino de regreso, como siempre, alejado de los monjes de Cambreax, alejado de los ladrones afuera de éste valle. En verdad estoy sorprendido, ahora me doy cuenta de la fortaleza que llevas dentro. Es una suerte que nos hayamos encontrado de ésta manera. -La besó- pero, ¿qué vamos a hacer ahora?

Norbat salió de la Casa de Thajla con todo su equipaje a bordo. Había ido con unos regalos por parte de sus familiares del norte y ya era hora de regresar a su Casa, donde lo esperaba su esposa.
- Es muy peligroso lo que están haciendo. Dijo después de un rato.
- Lo sé. Dijo Saia tímidamente.
- Es muy peligroso, pero estoy de acuerdo, no por el peligro que corren miles de personas con la guerra, sino por el amor tan fuerte que vive en ustedes. Es increíblemente fuerte, ahora me doy cuenta de que he sido un cobarde pero creo que lo más razonable es que escapen, que dejen todo y viajen muy lejos, muy al norte, a las grandes ciudades civilizadas, donde nadie pueda encontrarlos, donde nadie pueda molestarlos y puedan tener una familia, sin importar lo diferentes que sean. Yo les ayudaré, los dejaré pasar por mi pueblo, les enviaré una carroza. Piénsalo, yo hablaré con mi hermano.

La carroza dejó a Saia en el bosque. Aún no tenía muy claro qué era lo que iba a hacer para ser recibida por su padre de nuevo, pero siguió caminando y de repente, unos soldados aparecieron y la detuvieron. La llevaron apresada hacia su Casa.
Mandaron llamar a su padre cuando ella llegó y Moglijan apareció de inmediato.
- Señorita Saia, señorita Saia. Déjeme preguntarle algo: ¿Qué estaba buscando usted en la Casa de Thajla, tan al sur?
- Eso sólo lo hablaré con mi padre, dígale a estos hombres que me suelten, no soy ningún criminal, soy la hija de Willarth, soy la princesa de éste pueblo. Dijo fuertemente.
Pero no la soltaron.
- ¿Lo es? – Preguntó Moglijan- una hija de un rey no se comporta así, no se escapa de su Casa, se comporta como una dama y no como un ladrón, saliendo disfrazada, armada y robando un caballo. Una hija de un rey es más inteligente.
- No hable más, Moglijan, usted no es más que un humilde consejero, usted no es nadie para hablarle así a la hija de su rey. Quiero hablar con mi padre.
- Él ya no será más su padre, Saia.
- ¿De qué me está hablando?
- Basta ustedes dos. Dijo Willarth desde las escaleras.
- Pero señor – trató de balbucear Moglijan- habíamos quedado en que...
- Basta he dicho. Suéltenla. Yo seré quien hable con ella.

La soltaron y Saia se acercó a su padre quien la miró decepcionado. Sintió un dolor profundo en su interior. Su padre estaba triste por su culpa. Ya no sabía si lo que había hecho había sido lo correcto y estaba preocupada por su situación. Pero tenía la esperanza de que todo iba a estar bien.

- Dime, ¿qué pretendías hacer en la Casa de Thajla?
- Estaba preocupada por la situación en los dos países, por la guerra que se acercaba por mi culpa. Iba a tratar de hablar con ella personalmente. Sé que estuvo mal. Pero mi corazón estaba triste y necesitaba ayudar en algo.
- ¿ Y qué te dijo ella?
- No nos vimos. No pude llegar. Sentí miedo, había gente rondándome.
- ¿Con quien viniste?
- Sola. No sé cómo pude, pero llegué.
- No te creo nada. ¡Esto no te incumbe! No es tu obligación, es un problema entre Thajla y yo.
- No. Es problema de todos, de los dos países, ustedes no son los perjudicados, es el pueblo.
- ¡Calla!. Tú no sabes nada. ¡Pudiste haber muerto por el veneno de la flecha o por los supuestos ladrones!. ¿Sabes qué es lo que creo? ¡Que tienes un amante!. Moglijan debía responder por ti. Irresponsable, irrespetuosa. No mereces ser hija mía.
Saia se puso las manos en el rostro asustada. Nunca había escuchado algo así por parte de su padre y sentía pánico por la fuerza de su mirada y su voz. Estaba decidido.
- Perdóname, padre.
- Mañana te levantarás temprano, las criadas empacarán tu ropa y una carroza te estará esperando. No te despedirás de nadie, partirás a pagar por el perdón de tu alma al monasterio de La Lorthreax, muy al sur de los monjes que te salvaron. Estarás allá por tiempo indefinido. Nadie te visitará. Sólo podrás escribirnos.
Willarth dio la vuelta mientras Saia tomaba aliento.
- Padre, pero, ¿porqué?
- Y ya no volverás a llamarme así, nunca más.
El alto hombre se perdió entre los muros de la Casa y Saia se deslizó en las escaleras con los ojos y la mente nublados. Aún no comprendía el drástico sentido de la pena que su padre le había impuesto. Suponía que todo había sido culpa de los estúpidos consejos de Moglijan. Lo miró con odio mientras le daba la espalda y desaparecía en los salones. Los soldados también se fueron, ella corrió a su cuarto y se derrumbó en su cama con la garganta seca y con el corazón destrozado, lloró con desprecio e ira.


15 meses, 18 días y 7 horas después, Ávalon abrió los ojos rápidamente mientras se desataba de un horrible sueño. Su cuerpo sudaba por el terrible calor que azotaba su pueblo, trató de tragar saliva, pero tenía la garganta llena de polvo, se movió lentamente en su cama y tomó un poco de agua, cogió un pañuelo, lo remojó y se lo puso en el rostro.
Una imagen de Saia caminó ante sus ojos y él se tendió de nuevo en la cama. La había estado buscando por todos los lugares que conocía y los que no conocía también, pero ella había desaparecido y él estaba cada vez más ocupado. La guerra con el país de Willarth había empezado a marchar en las fronteras, entonces cada vez era más difícil buscar a su amada. Tenía muchos sueños y pensamientos que le consumían el cuerpo, el corazón y la mente y no comprendía qué era lo que había sucedido.
Dio la vuelta en la cama tratando de conciliar el sueño, pero el sol aparecía temprano y hacía los días cada vez más largos. Decidió escribir mientras llegaba su criada a prepararle el baño y se sumergió en sus tristes pensamientos respecto a lo sucedido con Saia, a su amor infinito y a su esperanza.

Al avanzar los meses, cada noche era más imperturbable y la esperanza de encontrarse los dos era menor. Habían agachado sus cabezas y habían decidido moverse por voluntad de otros hacia un fin cada vez más horrible: la guerra.

Ávalon era distraído constantemente por los viajes que hacía por todo el país como mensajero de todos los pueblos de sus hermanos, le había tocado luchar muchas veces y tomar todo tipo de papeles para lograr sus objetivos. Y así pasaba su vida, entre viaje y viaje, dejándose seducir por todas las maravillas naturales de su país, pero nunca por sus mujeres.

- ¿Cuándo pensarás casarte?. Le preguntó Thajla una noche mientras lo acompañaba al establo.
Ávalon sonrió pasivamente.
- No lo sé, mamá. Aún no he sentido esa necesidad, llegará algún día y sabré distinguir a la mujer que deseas para mi.
- Es importante que tu también la desees.
- ¿Sin importar quien sea?
- Tú has dicho que sabrás escoger y yo creeré en que traigas a una mujer que no nos de guerra ni tristezas.
- Si, señora, así será.

Thajla se dirigió a su cuarto y se derrumbó en la cama llorando. Había visto en los ojos de su hijo su más grande secreto y pecado. Veía su rostro y recordaba cada instante de ese humillante paso hacia la penumbra que cada vez le consumía más el corazón. Estaba atormentada, no podía guardar más aquello que la envolvía en lágrimas. Recordó a su esposo, a su amado esposo, sus deseos tan intensos de tener una hija, de casar pronto a sus hijos para verse acompañado de princesas, pero nada de eso había servido, deseaba más que nada a una hija, a una mujer, para traer equilibrio al hogar. “¿Qué hiciste entonces, Thajla?” Se dijo a sí misma en medio del dolor de su alma. “¡Lo engañaste!”.

Al otro día, Ávalon fue llamado a la biblioteca, su madre lo necesitaba.
Entró despacio, la besó y se sentó en frente de ella.
- ¿Me llamaste, madre?
- Sí, Ávalon, te he llamado.

Hubo silencio. Él la miró con ansias, pronto debía partir. Thajla apoyó sus brazos en la firme mesa y lo miró inquisitivamente tratando de ver en su alma aquel pedazo de secreto que la devolvía al sufrimiento. Miró sus manos y se recostó de nuevo, luego cogió su silla y la corrió al lado de él.
- Ha llegado el momento, Ávalon, de que te enteres de algo que tienes derecho a saber, desde hace mucho tiempo. – Él la miró asustado e incrédulo, hubo un corto silencio y ella prosiguió- el señor de ésta Casa siempre había deseado a una niña en la familia, a una princesa. Lo deseaba intensamente y yo, por supuesto también la deseaba, para hacerlo feliz, por eso fue que lo intentamos tantas veces, pero no daba resultado. Fuimos visitados por familiares de él que vinieron del norte y entre ellos estaba Lujine, su hermano. Él empezó a acosarme, siempre había sentido celos pues me amaba en secreto y pretendía estar conmigo después de que tu “padre” muriera, ya había empezado a sentirse enfermo. Pero yo sólo quería hacer feliz a mi esposo, quería darle una hija y ya era obvio que sólo recibíamos hombres por parte de Dios. Decidí estar con Lujine una noche y probar suerte con una niña, él partiría de inmediato. Pero, recibimos a otro hombre, a ti. – Ávalon respiró profundo y se levantó lentamente de su silla, no lo podía creer, había vivido en una mentira toda su vida, no era quien creía que era. Estaba impactado. – Ávalon, escúchame, por favor. –ella se arrodilló a su lado y empezó a llorar- eso no significa que te ame menos, hijo mío. Eso no significa nada, eres hijo de ésta Casa, serás grande igual que tus hermanos, has nacido para ser un hombre en tu país.
- No –dijo él- ¿porqué lo has hecho?
- Perdóname, hijo. Te he causado un daño enorme, pero ya lo sabes. Ya tienes la capacidad suficiente para tomar decisiones. Perdóname.
- Madre, Thajla, me has hecho nadie. ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? ¡soy un bastardo!
- ¡No!, nadie tiene porqué saberlo, seguirás siendo quien eres.
- ¡No!, nadie merece seguir siendo engañado. ¿Dónde está Lujine?
- Le pedí que desapareciera para siempre.
- Lo buscaré. Quiero verlo.
- No, él jamás querrá verte, él es temeroso, quien sabe si esté muerto, nadie de la familia ha sabido de él en años.
- Lo buscaré. Él debe saber quien soy y yo debo saber qué ha sido de él. ¿Porqué lo has hecho, madre? ¿y mis supuestos hermanos?. Si alguien se entera de esto estaré condenado a las sombras para siempre. No merezco todo lo que tengo, porque no soy nadie, madre.
- No, Ávalon, tú has sido bueno con éste país y le has sabido servir como el hijo de ésta Casa, seguirás siendo quien eres.
- No. Me iré de acá. Estoy decidido. Necesito tiempo para pensar.
- ¿A donde irás?
- No lo sé, partiré lejos, trabajaré como un campesino, como debe ser.
- Pero hijo, esto no tiene sentido, quédate conmigo.
- No, Thajla.
- Entonces vete para un pequeño poblado en La Lorthreax, tengo derecho a una pequeña tierra por unos acuerdos que se hicieron para respetar el convento que hay allí. La guerra no te tocará. Llevarás algunos criados y empezarás una nueva vida, como tu quieras. Sé que te hecho un mal terrible, y que mereces quedarte aquí como principe, pero si te quieres ir, allá en el campo estarás bien. Nos seguiremos comunicando, ha escondidas si no quieres que se den cuenta de que eres mi hijo. Yo diré al pueblo y a tus hermanos que te he enviado a las ciudades del norte a estudiar. ¿Te parece bien?
- Sí. Me dedicaré a buscar a Lujine, debo conocerlo. Si hay guerra, iré a la guerra como soldado si me mandan a llamar.
- ¿Estás seguro, Ávalon?.
- Si, es lo mejor. Creo que allí está lo que necesito. Cuidate madre, pronto partiré.
- Cuidate tú, hijo. Te escribiré.


Saia se sacudió entre los sueños y abrió los ojos llenos de lágrimas. Se sentó en el borde de su pequeña cama, tomó un poco de agua y puso su mano en la frente, tenía fiebre, como los primeros días en el convento. Su corazón le latía con fuerza y sus lágrimas resbalaban por su triste rostro.
Al principio todo fue terrible, debía dormir con otras jovencitas y ayudar en todo en La Lorthreax, después de unos meses, empezó a gustarle el hecho de aprender a hacer de todo y luego, la costumbre se apoderó de ella y no encontraba otra manera de distracción que los escritos que secretamente guardaba en sus vestidos. También le gustaba el jardín y la siembra y a veces podía ir caminando casi hasta la colina para ver el hermoso paisaje de unas tierras al parecer sin dueño.
Recordó sus meses allí y sintió tristeza por ver tan lejano el día de su partida. Aún no sabía cuando sería, pero sentía nostalgia y esperanza de volver a ver su nieve en casa, su lago, sus queridos criados, el poder pasar horas con ellos. Ahora por lo menos, tenía un cuarto para ella sola y ya le daban más libertad, de vez en cuando recibía las cartas de respuesta de su padre, ella le escribía mucho.
Observó su ventana en medio de la oscuridad, afuera todo era alumbrado por el tenue brillo de un pedacito de luna que se escondía apaciblemente. Deseó saber de Ávalon. ¿La habría olvidado ya? ¿Qué estaría haciendo? ¿La habría buscado?. Había pasado tanto tiempo ya, que todo cabía dentro de sus posibilidades.

Saia volvió a recostarse. Cerró los ojos buscando la calma, pero de inmediato escuchó un estruendo lejano. Se levantó deprisa y con miedo. Esperó en silencio a que alguna de las otras jovencitas de las otras habitaciones dijera o hiciera algo, pero al parecer, ella era la única en todo el convento despierta. “¿Nos ha llegado la guerra, ya?” pensó.

Al otro día, se levantó tranquila a hacer sus labores sin acordarse siquiera del sonido de la noche. Hicieron la oración de la mañana, fue a la cocina, saludó a todas, se lavó las manos y empezó a hornear el pan.
De pronto, una de las hermanas encargadas de los cultivos empezó a comentar algo.
- Parece que tenemos unos nuevos vecinos, al fin los dueños de las tierras arriba en la colina parecen importarle la situación de la guerra y están construyendo una casa, saben que aquí estarán a salvo por el momento. Dios quiera que cuiden del bosque, que no talen mucho árboles y sean gente buena y para confiar.

Saia comprendió entonces que el ruido pudo haber sido la llegada de los nuevos vecinos. En todo caso, esperaba lo mismo que la monja, que cuidaran del bosque.

Sus labores continuaron durante semanas y los ruidos también. Todas en el convento estaban conscientes de la nueva situación y todas estaban esperando las noticias por parte de las superioras para conocer sin mucho detalle si los vecinos eran buenos o no.

Después de casi ocho semanas de mucho trabajo, la Casa de Ávalon estaba casi terminada. Era pequeña, pero acogedora y él mismo había aprendido mucho de los constructores que pronto partirían y lo dejarían con tan solo 4 criados y 2 criadas. Allí el clima siempre era igual, mucho más frío que en su Casa, pero no tanto como en la Casa de Saia.
Ávalon caminó hasta la colina y miró su nuevo hogar. Se llamaría Carvigne. Luego dio la vuelta y vio un poco más lejos el convento de La Lorthreax. Respiró profundo y sintió tranquilidad.
Empezó a caminar lentamente hacia allí. Había algo que lo guiaba a seguir caminando. ¿Qué haría cuando lo vieran? Tal vez saludaría y pediría disculpas por las molestias ocasionadas por la construcción, pero era demasiado informal llegar sin previa invitación ¿o no?. Debía recordar que ya no era un príncipe, sino un simple hombre proveniente de las ciudades del norte, en busca de un poco de paz.
Siguió caminando entre los pinos y llegó por detrás al convento, avanzó entre los tomates, las lechugas, las cebollas, las calabazas y observó a alguien recogiendo agua en unos baldes. Fue un instante eterno. Él la miró consternado e incrédulo, no había alguien más hermoso sobre la tierra, no había alguien más puro. Ávalon fue alumbrado por sus labios rojos y brillantes, por su largo cabello. Ella era una princesa, ¿qué estaba haciendo allí?.
Saia entró en el convento sin percatarse de su llegada con los baldes llenos de agua. Él la siguió con la mirada aturdido por tan extraño sentimiento que lo invadía. ¿Cómo había sido posible ver en otra persona a su amada Saia?. Ella jamás estaría allí.
- “Me estoy volviendo loco, es imposible que ella esté aquí, no debí venir, ahora la incertidumbre no me dejará dormir de nuevo, ella no está aquí, era otra jovencita”. Pensó con tristeza.
Si nadie lo hubiera visto, habría salido corriendo, pero habían otras jovencitas cercanas y habían mandado a llamar a la hermana superior. Minutos después se encontraba en la oficina de la madre, relatándole la pesada historia inventada de su decisión de partir hacia esas lejanas tierras. Todavía estaba vacilante y confundido por el extraño acontecimiento ocurrido, pero ya estaba completamente convencido de que había alucinado. Dio disculpas por las molestias, agradeció la bienvenida y partió de nuevo lentamente buscando entre las jóvenes que veía, una cara familiar.

La historia fue relatada en el convento y Saia tranquilamente escuchó sin poner mucho cuidado, en verdad. Ya estaba tarde y quería irse a escribir.
Ávalon no pudo comer mucho, tenía ansias e inquietud por el suceso de ese día. Dio muchas vueltas alrededor de Carvigne tratando de encontrar el sueño, luego quizo caminar hasta la colina para observar el paisaje. Sintió ganas de caminar en la oscuridad hasta el convento. Era arriesgado, pero estaba muy intranquilo. Avanzó en silencio hasta unas ventanas, no se acercó mucho, pero se quedó más de una hora esperando alguna señal. Nada iba a encontrar.
Escuchó el sonido de un animal cercano y decidió volver a su Casa. Dio la vuelta y piso unas ramas que crujieron fuertemente.
Saia se levantó. “Ávalon” pensó. Y caminó hasta su ventana. Había alguien allí afuera.
Ávalon se sobresaltó por el ruido hecho y marchó rápidamente hasta Carvigne.
Saia lo vio todo. Vio a su amado entre los árboles. Lo había visto. O entonces, ¿Quién era?.
- “No, no, no, es imposible, él no pudo haber sido, estoy alucinando, tal vez es uno de los criados de los nuevos vecinos que se parece a él. Pero, ¿Qué estará buscando a estas horas en un convento? ¿Estará cazando?”

Los dos trataron de descansar esa noche.


El día siguiente, Ávalon se levantó temprano y salió a caminar, resultando en el bosque junto al convento. Se sentó cerca para observar a todas las jóvenes que salían a la huerta o al poso, pero no vio a Saia.
Volvió pronto a Carvigne, tenía muchas cosas por hacer. Debía responder las cartas de su atormentada madre que siempre le decía que regresara y preguntar por cada uno de sus hermanos. Debía seguir en la construcción de unos posos y establos para los animales que iba a tener. También debía continuar con un poco de lectura y estudio sobre las labores que un campesino como él debía llevar a cabo. Estaba tranquilo y feliz. Pero sentía miedo de terminar su Casa y empezar la búsqueda de su padre y verse confundido por la visión que tuvo en La Lorthreax.

En el convento, Saia pensó en Ávalon todo el día. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Se había acostumbrado a la idea de que muy probablemente no lo iba a volver a ver, pero la noche despertó en ella un profundo sentimiento de ansias, de ilusión, tal vez de felicidad e imaginó todas las cosas que podrían llevarle a su amado a esas tierras. Quiso creer que el destino había querido para ellos el encuentro. Quiso creer en que no había sido un sueño y Ávalon había llegado por ella. Pero esa noche él no apareció y ella pasó la noche en vela entre las lágrimas y la esperanza de saber si aparecería el joven de la noche anterior.

Ávalon visitó el convento de día tres semanas, pero ella nunca apareció ante sus ojos.
Saia no durmió en tres semanas por esperar a aquel hombre que nunca apareció.
Lentamente se fue consumiendo en una tristeza profunda, más profunda que la que había tenido al llegar al convento. No quería estar más allí. Ya no tenía hambre, ya no comía casi nada. Los trabajos le parecían cada vez más difíciles, se empezó a tropezar, a caer. Se desmayaba cada vez más seguido y una fiebre la llevó a la cama.
Las monjas empezaron a preocuparse. Tenían mucha responsabilidad con la hija de un rey enferma. Le dieron durante una semana medicinas naturales, luego medicinas traídas del pueblo y de lejanas tierras, pero Saia no se recuperaba, cada vez estaba peor.
Soñó con Ávalon la semana entera que estuvo acostada, se levantaba sudando de noche y su voz se fue. Estaba cada vez más deprimida. Trataba de escribir, pero no era capaz. Trataba de comer, pero todo lo vomitaba.

- Ésta niña se nos va a morir –dijo una de las hermanas a la hermana mayor- debemos llevarla al pueblo lo más pronto posible, ¡es la hija de un rey!. De pronto tiene un virus y nos lo puede transmitir.
- Para llevarla, debemos pedirle permiso a su padre.
- Pero hermana, usted sabe cuanto demoraría y más si estamos en guerra.
- Nosotras nunca estaremos en guerra. Somos un convento y los conventos no están en guerra, pero entiendo lo que dices. Primero está la vida de ésta niña. Tendremos que pedirle la carroza a nuestro vecino, la nuestra está averiada. Tú, Irene, irás con ella.

Irene le relató la historia de Saia a Ávalon, pero no mencionó el nombre de la princesa. Él de inmediato accedió a prestarles la carroza y mandó a uno de sus criados a organizarla. Pensó que lo normal sería prestarles la carroza y ya, pero quiso acompañar a Irene y a la joven enferma para que no estuvieran solas.
Se montó en su carroza con Irene y fueron al convento para recoger a Saia.
La hermana superior le dio la bienvenida y le dio las gracias. Le explicó que no podría acompañarlos porque no podía dejar el convento en manos de nadie más. Le dijo que tenía plena confianza en él y le dio las gracias. Ávalon caminó entre todas las jovenes tratando de buscar una cara familiar y entró en el cuarto de Saia. Debía cargarla y llevarla de inmediato a su carroza y luego al pueblo.
Cuando entró en la habitación, todas las mujeres se apartaron e Irene le empezó a quitar los paños húmedos a Saia.
Ávalon se acercó con cuidado y luego permaneció un largo rato paralizado, en silencio. No lo podía creer. Era un milagro volver a ver su rostro. Volver a creer en su amor. Era simplemente un milagro el encontrarse con ella, con Saia. Ahora sí no le quedaba la más mínima duda, era ella, y aunque estuviera enferma, se veía igual de hermosa, sus labios tenían la misma intensidad. Él se apoyó en la pared sin quitarle los ojos de encima y las monjas comentaron algo.
- ¿Se siente bien, señor?
- ¿Le sucede algo, joven?

Él no lo podía creer del todo. ¿Qué estaba haciendo ella allí?
Pronto volvió a él el recuerdo de porqué estaba allí y se dio cuenta de que su amada se estaba muriendo. Su corazón latió con fuerza y se repuso de nuevo. Se acercó con miedo y tristeza al verla tan enferma, la cargó con cuidado y salió rápidamente del convento. Irene iba detrás de él con alguna ropa y medicina.
Su carroza no era muy grande, así que él le cargaba los pies e Irene la cabeza a Saia. Demorarían una hora en llegar.
Ávalon admiró de nuevo cada centímetro del cuerpo de Saia. Dio las gracias por volver a verla y pidió con el corazón hecho pedazos para que su amada se recuperara. Pensó también en robarla cuando estuviera sana, ahora podía hacerlo, casi no había peligro.
No había sido una ilusión, ella estaba ahí, a su lado, todo el tiempo estuvieron viviendo cerca, si ella no se hubiera enfermado, tal vez nunca se hubieran visto. Saia dormía pesadamente.
Cuando llegaron, Ávalon la cargó de nuevo y entraron todos a la casa del doctor del pueblo.
Saia abrió los ojos mientras Ávalon la dejaba caer lentamente en la cama e Irene le explicaba todo al doctor y a sus ayudantes. Se sobresaltó al ver una imagen tan viva de su amado, siempre lo veía borroso en sus sueños, pero ahora no sabía si estaba dormida o no. Él la miró y le sonrió.
- Saia, aquí estoy, soy yo, Ávalon. Te vas a recuperar. Recupérate por favor.
Ella levantó la mano para tocarle el rostro, no era capaz de hablar.
- Vas a estar bien, amada mía. Luego hablaremos. Dijo él. Mientras le tomaba las manos con fuerza.
Irene se acercó con el doctor y luego salió del cuarto con Ávalon.

Al atardecer, Ávalon mandó a Irene y al criado que conducía la carroza por comida a las tiendas del pueblo, pues ya se estaba haciendo tarde y todos tenían hambre, y decidió entrar a ver cómo seguía Saia. El doctor los dejó solos.
Ávalon la miro con tristeza, se veía muy enferma. Ella abrió los ojos cuando él se le acercó.
- ¿Cómo te encuentras?. Preguntó él.
Ella aún no lo podía creer, trató de moverse para verlo mejor, pero estaba demasiado débil y no era capaz de hablar.
- ¿Saia? Soy yo, Ávalon, ¿no me reconoces?
Ella levantó su mano para tocarle el rostro y él cerró los ojos con un gesto de infinito apego, puso sus manos en la de ella y la besó.
- ¿En verdad eres tú, Ávalon, o todo esto sigue siendo un sueño?. Dijo con esfuerzo.
- Soy yo, nuestro encuentro ha sido un milagro, pero no hables si no eres capaz, ya buscaremos la forma de curarte, pero tienes que poner de tu parte, no quiero que te pase nada malo.
- Estaba enferma por ti, Ávalon. ¿Cómo llegaste hasta mi?
- Estoy viviendo en Carvigne, tuve que huír de mi pueblo.
- ¿En Carvigne? ¿Y cómo no nos habíamos visto?, tanto tiempo teniéndote cerca...
- Si... Pero ya tendremos tiempo de hablar de eso, tienes que recuperarte, porque cuando lo hagas, quiero que te cases conmigo, quiero que huyamos de la guerra y de nuestras familias, solos, tú y yo, sin nadie más.
- Está bien, Ávalon, iré a donde quieras contigo, me recuperaré, lo juro. Porque te amo.
- Y yo te amo a ti.
Ávalon se acercó lentamente a ella y la besó suavemente en los labios. Sintieron de nuevo esa conexión, fue un acercamiento celestial y se amaron.
Ávalon le compró a Saia todos los medicamentos recetados y el doctor dijo que lo mejor sería conseguir un hotel para los cuatro, pues ella no debía viajar tan tarde en esas condiciones.
Irene se puso nerviosa, pues no había pasado una sola noche fuera del convento siendo monja, pero nada podía hacer.
Ávalon pidió cuatro piezas, comieron y se fueron a dormir, pues partirían temprano.
- ¿Ya se habrá dormido Saia?. Pensó Ávalon. No podía dejar de pensar en ella, cada instante era más difícil esconder sus sentimientos hacia la persona que tan profundamente amaba. Se sentó en la cama aún sin desvestirse. Quería verla, quería darle un beso y verla dormida en sus brazos.

- Quiero verte, Ávalon, una vez más, esta noche. ¿Cómo pretendes que duerma y descanse teniéndote tan cerca?. El destino siempre quiso esto para nosotros, el encontrarnos de ésta manera, sí, ha sido un milagro. Ven a mi, por favor. Quiero ver tus ojos, y tus manos, quiero tus labios, después de tanto tiempo, quiero sentirse cerca de nuevo. Ven a mi, por favor.
Él se levantó, abrió su puerta despacio y caminó hasta el cuarto de ella, abrió la puerta y entró.
La vio tan delicada, esperándolo en silencio. Ella se sentó lentamente en la cama.
- Te estaba esperando, Ávalon.
Él se quedó parado junto a la puerta un rato, observándola. Ya se veía mucho mejor, sus labios y mejillas estaban sonrojadas, tenía el pelo suelto y una pijama blanca.
Caminó despacio.
- ¿Cómo te sientes?. Dijo él.
- Perfecta.
Ella se levantó, lo cogió del cuello y lo besó lentamente. Él la abrazó, le rozó la espalda y luego la cintura. La amaba tanto. Saia besó su cuello mientras él jugaba con su largo cabello.
Se besaron con fuerza y con desespero.
Se quitaron la ropa lentamente, se acostaron y se entregaron el uno al otro con dolor, con fuerza, con pasión y profundo amor.

Él la miró dormida a su lado, la besó, se vistió y fue a su cuarto.
Al otro día hablaron cuando pudieron que ella iría al convento, se recuperaría del todo mientras él planeaba a donde se irían a vivir. Ávalon la visitaría todas las noches y se entregarían todas las cartas.
La madre superior agradeció los servicios de Ávalon y él sonrió en secreto, luego partió hacia su casa.
Cada noche, durante un mes, él la visitaba y se entregaban las cartas por la ventana.
- ¿Cómo estás hoy, princesa mía?. Susurró Ávalon.
- Ya me he mejorado del todo, pero últimamente me he sentido muy extraña, creo que ya llegado la hora de escaparnos.
- Iremos al pueblo de Norbat, él nos acogerá unos días y luego nos iremos lejos, a las ciudades del norte, allí nadie podrá encontrarnos.
- Está bien. Haré todo lo que tú me pidas.
- Pero antes, debo buscar a alguien y es la razón de la partida de mi Casa. Prometo contarte todo después.
- Está bien, vete ya. Te amo.
- Y yo a ti, no sabes cuanto me haces de feliz.

Ávalon cabalgó el día siguiente hasta el pueblo de Willarth, debía buscar a una anciana que había trabajado para su madre y había tenido conocimientos de Lujine. Nadie lo reconoció, pues llevaba traje de campesino y un noble y sucio caballo.
Buscó a la anciana, pero al final del día, después de mucho preguntar, le dijeron que la anciana había muerto hacía pocos meses. Maldijo su suerte y regresó a Carvigne, pero estaba decidido, iba a encontrar a su padre cuando estuviera organizado con su amada Saia, por lo menos para verlo, porque no sabía qué le iba a decir.

Tres noches después, Saia y Ávalon escaparon juntos en una carroza. En Carvigne, dirían que el dueño de la Casa había viajado urgentemente a las ciudades del norte y no sabían cuando iba a regresar.

Willarth se levantó furioso y rompió la carta que había acabado de leer. Moglijan tomó los pedazos mientras su rey caminaba velozmente por los corredores y leyó.
Era una carta de La Lorthreax, necesitaban la presencia del rey, pues su hija había sido secuestrada.
Moglijan corrió hacia Willarth, quien se encontraba preparando todo para la partida.
- Yo me haré cargo de todo este pesado asunto, señor. Deje todo en mis manos.
- Lo haré, Moglijan, sé cómo eres de cuidadoso con los asuntos graves y veo que la guerra es un asunto grave. Quiero a mi hija de vuelta. Me acompañarás a La Lorthreax.
Willarth, Moglijan y un pequeño ejército marcharon de inmediato hacia el convento.
La madrugada tocó las carrozas mientras Willarth entraba al convento seguido por el consejero. Todas las mujeres estaban despiertas y con miedo.
La monja superior habló largamente con Willarth mientras Moglijan y el resto de los hombres buscaban alrededor del convento.
En Carvigne, todos los criados despertaron por el ruido en la puerta de la Casa. Fueron larga y duramente cuestionados, todos sabían lo que debían decir. Nadie comentó nada sobre Thajla ni sobre su hijo, comprendían en cierta parte que correrían un riesgo si decían algo. Revisaron las pertenencias, pero no encontraron nada sospechoso.
Sin embargo, la partida del señor de la Casa hacia las ciudades del norte tenía inquieto a Moglijan. Le habían dicho que había partido antes de la desaparición de la princesa Saia, pero él tenía sus dudas.
En el convento, Moglijan preguntó por la relación que tenían con él e Irene respondió que era un hombre maravilloso, pues las había ayudado en varias ocasiones, y confesaron la enfermedad de Saia y las ayudas prestadas. Willarth enfureció por no conocer nada al respecto y decidió partir para organizar sus ejércitos de inmediato. Pero antes, Moglijan dio la vuelta y preguntó:
- ¿Cuál era el nombre del señor de Carvigne?
- Ávalon. Respondió Irene.

Willarth miró a su consejero con tristeza.
- Moglijan, ¿Qué debo hacer?
Éste alzó la mirada con pánico.
- Usted, señor, vaya a su Casa, organice los ejércitos. Yo iré a la Casa de Thajla, sospecho algo y tengo que buscar información.
- ¿Qué sospechas, Moglijan?
- Cuando lo tenga claro, señor, se lo haré saber de inmediato. Confíe en mí, le llevaré de vuelta a su hija lo más pronto posible.

Moglijan y Willarth partieron en diferentes direcciones.

Norbat abrazó a su hermano en medio de la oscuridad. Nadie podía saber de su llegada y los ubicó en una habitación cercana a la suya.
- Por fin hemos llegado. Dijo Saia mientras ponía sus cosas en el suelo.
- Lamento todos los inconvenientes que hemos tenido, Saia, me gustaría ofrecerte muchas cosas. Pero lo único que puedo ofrecerte por el momento es todo mi amor y un futuro lleno de sueños, pero incierto.
Ella se acercó a él y lo abrazó con fuerza.
- Sólo te necesito a ti, Ávalon. No me importa nada más.
Él la besó y luego quedaron profundamente dormidos.

Después de unos meses, partieron por las amenazas de guerra hacia el norte, sería un viaje largo y duro, pues debían pasar por montañas nevadas sin que ningún ejército se diera cuenta y sin morir de frío.
Moglijan supo de la partida del hijo de Thajla hacia el norte, le pareció curioso que ella quisiera mandarlo a estudiar en medio de la guerra y no lo creyó. Se sentó en su cama de un pobre hotel del pueblo de Thajla a pensar en todas las cosas que posiblemente habían sucedido.
Recordó a Thajla y le latió con fuerza el corazón, siempre la había amado, a la esposa de su hermano siempre había deseado y había enloquecido por tenerla. Y la tuvo, muy a la fuerza, la tuvo. Y después de haberla tenido y de haber huído por temor a su conciencia, la seguía viendo en cada mujer que tenía cerca y había enloquecido de nuevo.
Moglijan se acostó temblando. No soportaba el estar cerca de Thajla. Empezó a sudar y a tener frío en medio del insoportable calor, miles de ideas viajaban por su confusa mente. ¿Dónde podría estar la inquieta Saia?. ¿Quién la habría secuestrado? ¿Dónde estaba Ávalon en verdad?. Lujine, ¿Dónde está tu hijo?. Recordó de nuevo su nombre, Lujine.
Moglijan se levantó de repente y empezó a temblar más y más y a sudar más y más.
- ¿Qué hacía Saia una noche a la semana en el lago cuando salía de su Casa como una ladrona? ¿Quién había sido el misterioso hombre que nunca atraparon ese día? ¿Porqué Saia fue supuestamente a la Casa de Thajla a hablar de paz? ¿A dónde fue Ávalon y porqué? ¿Es el señor de Carvigne... el mismo Ávalon? ¿se vieron en esa fiesta? ¿Se enamoraron y se siguieron viendo a escondidas? ¿Se estaban viendo todo éste tiempo en el convento? ¿Escaparon juntos?.
Lujine cayó al suelo desmayado y se golpeó la cabeza con fuerza. Horas después lo encontró la señora de la posada y llamó a un doctor.

Al llegar a las fronteras entre las ciudades del norte, después de cinco meses de haber escapado, se dieron cuenta de que no estaban dejando pasar a nadie. Habían soldados de Willarth custodiando el paso.
- ¿No lograremos pasar, cierto, Ávalon?. Preguntó Saia con tristeza.
- No esta vez, Saia, perdóname, pero no nos arriesgaremos a perderlo todo. Es mejor que regresemos ahora antes de que nos vean.
- ¿A dónde iremos?. No podemos ir a donde ninguno de tus hermanos, sería muy arriesgado para todos. Habrá guerra de todas maneras, muy pronto, ya que habrán pensado que me han secuestrado.
- Lo se, Saia. Pero no pienso perderte a ti y no pienso perder al hijo que llevas dentro. Volveremos a Carvigne y esperaremos que nos encuentren.
Partieron de inmediato.

Lujine investigó como un espía todos los movimientos hechos por Thajla y por su pueblo. Permaneció largas noches en vela vigilando la entrada y salida de todas las personas. Pensó que tal vez ella era cómplice de su hijo en relación a la idea que le devastaba la mente y que tal vez él iba a regresar pronto con Saia. Pero no había rastros de nada. Como tenía los medios para sobornar a los criados de la Casa de Thajla en secreto, se enteró de cosas significantes y una de ellas era que Ávalon no se había vuelto a comunicar con su madre y ella creía que lo habían secuestrado, además de que el país se estaba preparando para la guerra con Willarth. Ambos países estarían pronto en un serio conflicto.
Pensó largamente sobre donde pudieron haber ido y lo mortificó la idea de dejar escapar los minutos dejando que ellos dos estuvieran juntos.
Sabía que debían estar dentro de los límites de los dos países. Fue a La Lorthreax y a Carvigne, pero no habían rastros de ellos. Envió una carta a su rey.

Willarth levantó su mirada con tristeza, se levantó de la silla y miró a su pueblo por la ventana. En el cuarto estaban varios guardias impacientes, esperando las órdenes.
- Avisen a las pocas personas que quedan en el pueblo que deben partir a nuestros refugios más allá del lago, preparen a los hombres y ubíquenlos en las fronteras, dejen el batallón más grande aquí. Partiremos cuando Moglijan nos diga.
- Sí señor. Respondieron.
- Un momento. También digan que quiero a Thajla con vida, ataquen a sus hijos, menos al menor. Ya veremos Moglijan qué quiere hacer con ellos.

Lujine viajó con sus criados a cada uno de los pueblos de Thajla, buscando escondido y por debajo de todo a Saia y a Ávalon. Había aprendido a viajar sin ser visto por nadie.

Ávalon abrazó a Saia con ternura y la besó en la frente. Estaba pasando el frío, pero aún estaban a dos meses de Carvigne.
- ¿Cómo te sientes?. Preguntó él.
- Estoy bien. Pero creo que nuestro chofer debe estar cansado. Hemos pasado por mucho frío y la comida no ha sido muy buena. Deberíamos hacer algo.
- Él ha sido un buen criado en mi Casa, fuerte y prudente. Le diré que se quede en el próximo pueblo o en el que le quede más fácil para regresar a su casa. Debe estar preocupado por su familia.
- Sí, tu y yo podremos llegar a Carvigne a tiempo para el nacimiento de nuestro hijo y si Dios quiere, antes de que nos toque la guerra, luego hablaremos con nuestras familias. Tendrán que perdonarse y tu y yo podremos vivir en paz en Carvigne con nuestro hijo.
- Espero que todo salga como lo hemos planeado. Solo quiero ser feliz a tu lado y darle un hogar a mi hijo.
- Estaremos bien.
Saia lo besó.

Moglijan se levantó asustado. Había tenido pesadillas y el estruendo de una batalla a lo lejos lo tenía inquieto. No le importaba sino el que Thajla estuviera viva y el poder encontrar a Ávalon y a Saia. La herida de la cabeza le empezó a sangrar de nuevo. El calor era insoportable y estaba intranquilo. La idea de que todo lo que estaba pasando era por su culpa lo lanzó de nuevo al piso. Lloraba en silencio y no paraba de sangrar. Cerró los ojos en medio de un suspiro y regresó de nuevo a las pesadillas.

Saia se despidió cortésmente del chofer y siguió a Ávalon hasta la carroza. Pero el estruendo cercano de una explosión la hizo dar la vuelta con temor.
Ávalon la cogió con fuerza. Y observaron en silencio como el chofer corría buscando a su familia.
- No puede ser. -Dijo él- ésta es Ciudad Edessa, el pueblo de mi hermano Norbat.
- ¿Ya empezó todo?
- Sí. Hemos causado todo esto. No creo ser capáz de abandonarlo en este momento.
- ¿Qué quieres decir?
- Acompáñame, no te debo dejar aquí sola. Debo saber si Norbat está vivo.
- Sí, te seguiré.

Caminaron rápidamente hasta observar lo que estaba sucediendo.
La guerra ya había acabado con ese pueblo.
- ¡No!. Dijo Ávalon tristemente.
La Casa de Norbat estaba destruída. El pueblo estaba en llamas y el criado de Ávalon corría en busca de su familia. Había pocas personas.
Ávalon caminó hasta la entrada de la Casa y vio que habían dos personas adentro.
Entró despacio con Saia y se quedaron quietos para ver lo que sucedía.
Norbat estaba en el suelo y a su lado estaba Nyomi, la hija de Animbaya, la cocinera de la Casa de Thajla.
- ¿Nyomi?. Preguntó Ávalon.
Ella levantó su mirada en medio del llanto.
- Señor, su hermano Norbat ha muerto.
Ávalon se acercó, se agachó con profundo dolor y bajó la cabeza. Saia lo siguió con tristeza. Y permanecieron unos minutos en silencio.
- ¿Qué sucedió?. Dijo Ávalon al fin.
- No estábamos listos y llegó el ejército de Willarth, hace tres noches. El señor Norbat falleció hace unas horas. Yo huí con él herido todo lo que pude. Pero no alcancé a salvarlo. La reina escapó hacia su familia. Perdóneme, señor Ávalon.
- No fue tu culpa, Nyomi, tu amor por él fue lo más grande que pudiste ofrecerle. ¿Tienes a donde ir?
- Sí señor. Mi familia me está esperando en Ciudad Thévenin, parece que la guerra no ha llegado allí todavía y la poca gente que queda aquí partirá hoy.
Ávalon pensó en silencio.
- En el camino del este hay una carroza. Es nuestra. A ustedes les servirá más que a nosotros. Tiene dos caballos, pero tomaremos uno. Llegarán a tiempo, igual que nosotros.
- Pero señor, ella está en embarazo.
- Nosotros estaremos bien. – dijo Saia- no demoraremos en llegar a nuestro destino. Si lo hacemos en un solo caballo, llegaremos más rápido.
- Está bien. Muchas gracias.
- No te preocupes por el cuerpo de mi hermano. Estará bien aquí, en su Casa. Cuando pases por mi Casa para ir a Ciudad Thévenin, entrega ésta carta a mi madre. Y cuando pases por Ciudad Thailac, dile a mi hermano que le haga llegar ésta carta a Willarth. Parte de inmediato. Dijo Ávalon con voz fuerte.
- Sí señor. Lo haré. Muchas gracias por todo.
- Gracias a ti por cuidar de Norbat, él te lo agradecerá.

Moglijan leyó las noticias provenientes de la frontera con las ciudades del norte. Habían visto que un carroza se devolviera, pero no la habían seguido, hacía un poco más de tres meses.
- Ahí estaban ellos. ¡Maldita sea!. Partí de Ciudad Edessa en el momento que llegó la guerra, así que ellos debieron haber llegado allí un poco después. ¿A dónde irán? Deben estar vagando, buscando refugio. Irán a un lugar donde crean que estarán seguros, tienen miedo.
Lujine partió hacia La Lorthreax.

Ávalon cargó a Saia hasta el convento.
- ¿Qué está sucediendo?. Preguntó la monja superior.
- Nuestro hijo va a nacer ya. Necesito que me ayuden. Por favor. Dijo Ávalon mientras entraba.
- Llévenla a la enfermería de inmediato. Dijo la monja.

Caminaron rápidamente por los corredores mientras todas las mujeres salían de sus piezas. Era una noche fría de tormenta y habían llegado justo a tiempo para el parto. Saia se encontraba mal. No había comido ni dormido muy bien durante el embarazo.
Ávalon la descargó con cuidado mientras le quitaban la ropa húmeda y sucia y se quedó a su lado.
Fue un parto largo e intenso. Pero al final, Saia estaba viva y su hijo también. Mientras ella se recuperaba, Ávalon habló largamente con la monja superior, le contó toda la verdad y los planes que tenían, había mandado dos cartas, una para Willarth y otra para Thajla y pronto llegarían a Carvigne para contarles toda la verdad.
- Saia se quedará acá con su hijo mientras se recupera, sé que es una buena muchacha, pero no puedo permitir que usted se quede. Aquí no hay hombres. Regrese a Carvigne.
- Está bien. Muchas gracias. Le prometo que todo volverá a ser como era antes.
- Eso espero. Quiero paz y tranquilidad de nuevo.

Ávalon fue al cuarto de Saia y allí estaba el padre.
- Ávalon – dijo ella con esfuerzo- el padre viene una vez cada semana. Hablé con él y dijo que puede casarnos cuando queramos.
- ¿Nos casará, padre?. Dijo entusiasmado mientras se acercaba.
- Sí. Lo haré. Y también bautizaré a vuestro hijo que no ha nacido bajo el techo del matrimonio.
Al otro día lo hicieron todo. La ceremonia no duró mucho. Aunque Saia y la criatura no estaban bien.
Ávalon besó a su mujer y a su hijo y partió de nuevo. Caminó despacio por el bosque mientras se dirigía a su Casa, agradecido por la suerte que habían tenido de regresar con vida y de ver a su familia viva. Se sintió mal por no haberle podido entregar a Saia todo lo que merecía. Por haber recibido a su primer hijo en medio de tanto dolor y en tan malas circunstancias. Se sintió mal por ser un bastardo. Por huírle a su país y a la guerra por una mujer, por haber permitido que tantas personas murieran, que su hermano Norbat muriera. ¿Porqué todo había sido de esa manera? ¿Por qué se tuvieron que enamorar de esa forma? ¿Porqué no supieron llevar las cosas bien desde un principio?. Sentía arrepentimiento por su egoísmo, por haber perdido su rumbo y haberse dejado cautivar tan instintivamente. Ávalon empezó a llorar en silencio. No podía estar siquiera en la misma casa con Saia. Pero la amaba tanto. Se volvían locos cuando se acercaban y se enfermaban cuando se alejaban. Recordó el comienzo de todo. Hacía ya tanto tiempo. Recordó la fiesta. El primer beso. El susto cada vez que debía salir de su Casa a escondidas para visitarla, el día que ella fue hacia él. ¿Habrá valido la pena todo eso?. Después de todo habían sido felices y habían tenido mucha suerte. Y ahora tenían la responsabilidad de estar juntos como esposos para sacar adelante al pequeño que habían traído al mundo, además de contarles toda la verdad a sus familias.

Al amanecer, Lujine entró con sus soldados a la fuerza en Carvigne. Ávalon fue llevado hasta su padre aún sin poder comprender lo que había sucedido.
- Déjenme solo con el joven. Dijo seriamente.
- ¿Quién es usted y qué quiere?. Preguntó Ávalon con rabia.
- No. Yo seré quien haga las preguntas.
- ¿Porqué ha venido a perturbar mi Casa de ésta manera?
- ¿Es usted Ávalon, hijo de Thajla?. Preguntó Lujine verozmente.
- No.
- Si lo eres.
- ¿Quién es usted?
- Soy Moglijan, consejero de Willarth.
- ¿Qué quiere de mí?
- La verdad. ¿Es usted el hijo menor de Thajla?.
- No. No lo soy. Mire donde vivo. Un príncipe no viviría de ésta forma.
- Entonces usted sabe quien es, sabe que es un príncipe. Curioso, proviniendo de un campesino que vive en el norte y viaja al sur en busca de tranquilidad, conociendo que hay guerra.
- No soy Ávalon, ya se lo dije. Váyase de aquí.
- No mienta más. Acabamos de llegar de La Lorthreax –El corazón de Ávalon latió con fuerza al imaginar qué pudieron haber hecho con Saia y con su hijo- y ya sabemos que usted acaba de llegar con Saia, la hija de Willarth. Pues habían escapado juntos. ¿No es así?.
En ese momento, Ávalon se armó de valor y se lanzó hacia Moglijan con fuerza. Le quitó la espada y le hirió una pierna. Él hizo un gesto de dolor mientras el joven escapaba por la ventana hacia La Lorthreax.

Ávalon corrió con fuerza sin poner cuidado si lo perseguían o no. Bajó la colina y entró por la huerta trasera del convento. Las monjas estaban reunidas en un salón con guardias. Él fue hasta la enfermería y vio que allí estaban dos guardias. Entró y los hirió. Saia se levantó con pánico.
- ¡Ávalon!
- ¡Saia!. ¿Estás bien? ¿No te hicieron daño?
- No- dijo ella mientras lo abrazaba- pero daño nos van a hacer. Mi padre no ha llegado y Moglijan es capáz de hacernos mal. ¡Lo conozco!.
- ¿Dónde está nuestro hijo?
- Irene lo tiene. Y ella está en el salón con las otras monjas.
En ese momento escucharon ruidos en el jardín.
- ¡Llegaron!. Dijo Ávalon.
- Escapemos, Ávalon, Moglijan te matará. Irene cuidará de nuestro hijo, la conozco.
Los dos corrieron por el corredor y salieron por la fuerte principal. Saia estaba débil, pero seguía a su esposo hasta el fin.
Corrieron por el bosque sin parar. Al principio escucharon que los seguían, pero luego no oyeron nada cercano. Sin embargo, continuaron corriendo durante más de dos horas. El calor se empezaba a sentir, y el cansancio y la tristeza.
- Estoy cansada, Ávalon.
- No debemos parar, Saia, debemos llegar por lo menos al arroyo y ya estaremos dentro de las tierras de mi madre.
- No puedo caminar más, estoy muy débil. Dijo mientras caía desmayada.
Él la cargó con fuerza y siguió caminando durante unos minutos más.
Cuando llegaron al arroyo que él solía visitar, la acostó y le mojó el rostro con delicadeza y ternura. Ella despertó y vio a Ávalon con una cara de profunda tristeza dibujada en el rostro.
- Te ves cansado. Dijo ella.
- Lo estoy. Lamento tanto que las cosas hayan resultado de ésta forma. Debí haberte dejado allá, cuidando a nuestro hijo y dejando que el destino me traiga lo que me tenga que traer.
- No digas eso, Ávalon. Tu me has dado mis mayores felicidades y te lo agradezco. Me hiciste vivir. Te amo tanto. Has sido lo mejor en mi vida.
Él cerró los ojos llenos de lágrimas.
- Es verdad la primera frase que te dije, Saia. Te amaré toda la vida.
Se besaron.

Moglijan apareció detrás de ellos con la espada en las manos. Estaba solo.
- Esto no puede ser verdad. Dijo mientras lograba sostenerse en medio del estremecimiento.

Ellos se levantaron con cansancio.
- ¿Qué quiere de nosotros?. Dijo Ávalon.
- Ya lo entiendo todo, señorita Saia, sus salidas nocturnas, su visita al país del sur, sus comportamientos. Pero, ¿Porqué él?. Eso es lo que no entiendo. De todos los hombres y mujeres, ustedes tuvieron que haber caído en esa trampa maligna, en ese capricho intenso que llaman amor. Ustedes no pueden estar juntos. Hay una razón mucho más profunda en todo esto y es el peor castigo que un hombre puede recibir. El peor castigo que he podido recibir por mis culpas.
- ¿A qué se refiere, Moglijan? – Dijo Saia- usted no tiene porqué juzgarnos, usted no conoce nada. Hemos mandado cartas a nuestros padres y estarán pronto aquí.
- No. No estarán pronto aquí. Ya es demasiado tarde.
- Si. Es tarde porque la guerra ya comenzó y porque por culpa nuestra han muerto muchas personas inocentes. Pero vamos a arreglarlo todo y vamos a vivir en paz con nuestro hijo. Dijo Ávalon.
Moglijan se apoyó en su espada al escuchar eso.
- ¿Hijo?. –Preguntó- ¿cuándo?. ¡Es imposible!.
- ¿Porqué lo es?. -Preguntó Saia- ¿No lo vio en La Lorthreax?.
- ¡No!. ¡Yo no vi nada!.

La herida de Moglijan empezó a sangrar de nuevo.
- ¿Un hijo?. ¡Es imposible!. ¡Ustedes no pudieron haber tenido un hijo! – gritó con furia- ustedes no pudieron...
- Pero, ¿Porqué?. Preguntó Saia con miedo. Jamás lo había visto así.
- ¡Ustedes no pudieron!, ¡No pudieron! ¡Porque ustedes son hermanos!

Saia y Ávalon apretaron sus manos con fuerza y luego las soltaron lentamente al ver el profundo sufrimiento de Moglijan. Esperaron unos minutos para entender lo que estaba sucediendo.
Ávalon sacó su espada y se lanzó con furia sobre Moglijan, quien, indefenso, cerró los ojos con pavor mientras temblaba.
- ¡¿Quién es usted?! – Gritó Ávalon con la espada en el cuello de su padre - ¡¿Porqué nos dice eso?!, ¡Responda!, ¡Diga que no es cierto!
- Es cierto... Dijo lentamente.
- ¡No!. Está mintiendo, Ávalon, ¡Está mintiendo!. Dijo Saia con miedo.
- No estoy mintiendo, Ávalon, soy Lujine, tu padre.
Ávalon lo soltó lentamente mientras se le salían unas lágrimas. Y los tres callaron uno instantes.
- Soy Lujine, Ávalon, soy tu padre.
- Sí. – Dijo Ávalon- mi madre me habló sobre un Lujine que era mi padre.
- ¿Qué?. Dijo Saia intranquila.
- Yo amaba a tu madre, a Thajla, como jamás pude amar a nadie más y al ver que no podía tener hijas con mi hermano, se arriesgó a intentarlo conmigo y darle felicidad al rey. Yo juré huír por siempre y eso fue lo que hice. Pero al llegar a la Casa de Willarth, convertido en Moglijan y con una historia sobre mi vida muy diferente, encontré a tu madre, Saia, y con cada movimiento de ella, veía a Thajla y mi mente y mi cuerpo me engañaron y una fría noche, me vi abusando de ella, creyendo estar con Thajla. Pero no era así. Ella nunca dijo nada para que Willarth no sufriera y naciste tú, Saia y ella murió. Y permanecí en la oscuridad, castigándome por mi existencia y mis pecados. Ávalon, tu eres el hijo que siempre quise tener y tu, Saia, mi más profundo pecado.
- Cállese. Dijo Ávalon.
Saia se sentó lentamente. No lo podía creer. Pero todo tenía sentido en su vida ahora que la verdad le había llegado a los oídos de esa triste manera.
- Lo odio, Moglijan. - Dijo Saia- igual que usted me odia a mí.
- Vámonos de acá, Saia. No le hagamos caso a éste loco. Dijo Ávalon con la cabeza agachada.
Lo dos dieron la vuelta y empezaron a caminar.
- ¡No!. ¡Ustedes dos no pueden estar juntos!. Gritó Lujine y se lanzó con la espada hacia Saia.

Fue un instante eterno. Igual a los instantes cuando por primera vez se veían Saia y Ávalon. El joven no reaccionó a tiempo y vio como la espada entraba al cuerpo de su amada Saia.
El medio día se dejó ver ante sus ojos y ante el agua del arroyo. Lentamente el ruido del agua y del sol los hicieron regresar desde lo más profundo de sus pensamientos a la realidad.
Ella cayó al suelo temblando en los brazos de él.
Ávalon miró fijamente los ojos de su padre y lo penetró con ira con su espada, luego regresó a su esposa.
- ¿Este es el fin?. Preguntó lentamente ella.
- No lo sé, Saia.
La princesa empezó a llorar y a sonreír.
- Yo creo que si, Ávalon.
- No te puedo mover, esposa mía, podría herirte más.
- No te preocupes, amado mío. Estaré bien.
- Lamento todo el sufrimiento que te he causado.
- No, no, Ávalon. Fui muy feliz a tu lado. Gracias por todo.
- Te amaré toda mi vida. ¿Ya te lo había dicho, cierto?. Dijo él mientras lloraba.
- Sí, hermano. Dos veces. Te amo. Cuida de nuestro hijo.
- Lo haré, hermana.
Él se acercó a ella, cerró los ojos y la besó en los labios con una tristeza infinita.
Saia cerró los ojos con un gesto de tranquilidad y él se levantó moribundo sin saber que camino tomar. Luego se sentó en una roca a llorar por su triste historia.
Unos minutos después, llegaron los soldados de Moglijan y vieron lo sucedido. Ávalon no tuvo ánimos para explicar nada y se dejó morir entre las espadas que lo atacaron sin pesar.

La noche, sus estrellas y el oscuro eclipse tocaron los tristes ojos de los afligidos Willarth y Thajla, mientras observaban a la criatura en los brazos de Irene, era lo único que les quedaba, porque la verdad nunca la pudieron entender. El niño unió los países y trajo la tranquilidad.

Ellos nacieron para estar juntos. Ellos murieron para estar separados del mundo.
El arroyo nunca murió.











Texto agregado el 15-12-2005, y leído por 168 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-09-2009 largo e interezante mis felicitaciones rza26
03-03-2008 Ey Saia, que raro encontrarte a vos aca, como que estaba leyendo y encontre esto...Es entretenido tu cuento y es dificil escribir tan largo, yo me lo leí impreso, jeje, yo te tengo esa vaina...bacano que pusieras más de las cosas que has escrito...Pero bacana esta vaina. ciertascosas
16-12-2005 Me tardé en leerlo y me pareció muy bueno. El inicio es excelente con mucho gancho. Aunque personalmente me gustan los finales felices, el tuyo es bastante bueno. kone
16-12-2005 Por cierto. Son relativamente pocos los escritos tan largos como el tuyo. Sigue escribiendo asi que me encanta. kone
16-12-2005 Me tardé en leerlo y me pareció muy bueno. El inicio es excelente con mucho gancho. Aunque personalmente me gustan los finales felices, el tuyo es bastante bueno. kone
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