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El miedo escénico no existe para nosotros. ¿La razón? Muy sencilla: casi nunca tenemos escenario. Porque el trabajo de un payaso está entre el público y no encima de una tabla. Yo lo prefiero así por la comodidad que supone no tener que subir escaleras, después de la experiencia que experimentamos experimentalmente [Hache aquí viene el primero:] (no deseamos volver a experimentarla) en una actuación de El Viaje de Ulises. Eran las fiestas culturales de un pueblo y nos contrataron para actuar en la plaza mayor; un escenario altísimo; (más que yo)sin bambalinas ni cortinas ni nada de nada que tuvimos que acotarlo nosotros la misma tarde; y con dos escaleras por supuesto (o mejor dicho: supuestamente); sin luces ni sonido (la función empezaba a las 22:00 y a esa hora no habían llegado, tuvimos que esperar una hora más). Pues resulta, que el señor o señores (o hombre y hombres, o mujer y mujeres, o señora y señoras) carpintero o carpinteros, pusieron por nombre escalera a una rampa de madera de metro ancho y dos de alto, con seis tacos, del mismo material, de tres milímetros de alto y más pequeño que el teclado de ancho. Imagínense, tuvimos que arrastrarnos y escalar por ellas, con el pesado vestuario que portaban (que cursi me ha salido) algunos. Y este año, volvimos a actuar en el mismo sitio pero con niños (¿se acuerdan de los billetes para la cárcel de la primera Crónica?), y en idénticas condiciones. No entiendo cómo habiendo niños inteligentes (son excepciones), hay adultos tan tontos...

Pero bueno que me pierdo como siempre.

Les contaba, que impresiona (a mí al menos) mucho más ver a un actor cara a cara, que cara a pies (por estar en un escenario). Y es que nosotros y todas las personas que utilizan su cuerpo como forma de expresión artística, podemos considerarnos masoquistas. Sí, porque aunque los niños te peguen, te insulten y estés al borde de la depresión, siempre seguimos ahí. Por más que tengamos horribles experiencias (no quiero nombrar el caso del malabarista que le rompieron un diente de una pedrada en la fiesta de un colegio), que quedarán marcadas en la memoria de nuestros personajes para siempre, no nos cansamos de buscar a ese grupo de niños inocentes (yo diría niños a secas) que esperan nuestra llegada como algo mágico. He dicho "niños a secas" porque los niños de ahora (mejor monstruitos) han perdido la ilusión de la infancia, son adultos pequeños. Piénsenlo, por favor, la televisión, los videojuegos, son las nuevas escuelas que educan a los críos de hoy en día. Van a las clases desmotivados, no se relacionan (y si lo hacen, de manera exagerada), sólo piensan en la violencia. Y luego, cuando crecen, se convierten en terroristas, ladrones, incluso políticos, o simplemente, en desgraciados.

Los padres, que casi son los únicos interesados por recuperar la infancia perdida de sus hijos, compran películas de Heidi o Marco (a mí me gustaban mucho); y si eso no funciona, pasan al plan B (el de las películas era el plan A) que somos nosotros. Parece que acabamos siendo la solución de todo, creo que no. Intentamos sacar unas risas de sus caras, pero lo primero que hacen es sorprenderse con el rostro desencajado (acojonados) y hasta que descubren que somos de carne y hueso no se atreven ni a mirarnos. Y aquí llega el meollo de la cuestión, pues se han dado cuenta de la maravillosa y única oportunidad de desfogar todas las iras que tienes hacia sus padres, en nosotros (mejor dicho: en mí). ¿Qué vergüenza, no? Yo la tendría, desde luego.

Recuerdo claramente (estas cosas no se olvidan así como así), un cumpleaños que tuvimos hace algunos meses. Los niños eran muy cortadiiiitoooss cuando llegamos, vieron que les dábamos juego (confianza), y tardaron "cero coma" segundos en atacar; todo esto ante la mirada ilusionada de los padres. Uno de los "asesinos", como no quería jugar, empezó a tirar las botellas de vidrio de los refrescos al suelo, dejando todo perdido de cristales y a lo que las madres presentes se limitaron a decir dulcemente: ten cuidadito. Así que cogí la maleta y decidí nuestra partida en el acto (previa explicación de por qué, siendo yo un niño, tenía agujeros en las orejas; a lo que respondí que se debía a mi afición a los pirsins (o como sea), durante algo más de quince minutos. Y de esta forma, entre lamentos y aplausos, salimos victoriosos y cabizbajos con una idea bastante diferente con la que, ilusionados, habíamos empezado.


Qué peligroso el mundo de los payasos...



Texto agregado el 06-11-2003, y leído por 404 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-02-2004 Si , todos los padres tratan de convertir a su hijos en lo que ellos nunca fueron, ni serán, adultos ejemplares. Muy buena historia. Un abrazo Pinocho
02-12-2003 Besos a la mas bella, sigue eres un amor. gatelgto
11-11-2003 Bello, Bellas las experiencias del artista que con tarima o no, somatando sus zapatos quiere permanecer impasible ante el barullo del mundo externo. Mira, aunque no lo creas, pero que belleza de experiencia pues aunque son malas...para la vida son una reliquea. Son desagradables...pero es nuestra madurez para los tiempos de serenidad y felicidad que nos esperan. Besos. adrianu
06-11-2003 Una realidad que hiere, y tu relato es estupendo nenita bella, siempre nos traes sorpresas.Besitos relinchones Aire
06-11-2003 Si quieres tener un buen éxito en tu vida, ayuda a los demas a sujetarse la careta...mis pekes para ti. maskaraque
06-11-2003 "...Los padres, que casi son los únicos interesados por recuperar la infancia perdida de sus hijos, compran películas de Heidi...", muy bello relato, que saca a flote la cruda realidad, besitos y bienvenida AnaCecilia
 
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