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Rombos Rojos

La madrugada en aquella jaula parecía interminable. La humedad se trasminaba por lo poros de los ladrillos casi desechos y la ventanita de barrotes de plomo. Viento y brisa, sucumbían en rededor, pegaban justo sobre mi desnudo pecho enflaquecido. A la vez, enronquecía mis casi extintos lamentos de sufrimiento agónico. Mi garganta estaba seca y mi alma también. Mi cabello reseco y largo en extremo era mi único cobijo en aquellos días. La madera de la puerta principal crujía con el vaivén de la ventisca.

De pronto, un ventarrón inesperado produjo que las jaulas que estaban debidamente alineadas y pendientes del techo, aproximadamente a veinte centímetros una de la otra, chocasen unas con otras, los cuerpos indefensos se zangoloteaban dentro de las mismas, en un ir y venir repugnante.

Después, venía el pavoroso vértigo. Se apoderaba de nosotros con amor inexplicable. El mareo y la nausea invadían nuestros cerebros y nuestros estómagos delgados, a tres jaulas de la mía un hombre yacía muerto, consecuencia indiscutible de la desnutrición. Quedaban el Polaco Robinski, el Estadounidense Mark y un hombre de aproximadamente veinte años, el mas joven de todos.

Estábamos ahí, desnudos de pies a cabeza sobre aquella jaula de hierro y ataduras de alambre, esperando que los rayos del sol hicieran su aparición en cualquier momento.

Al día siguiente, un guardia de rostro frió abrió la jaula para que pudiésemos desentumirnos de posición tan incomoda. Aguardo un par de minutos y nos obligo a subir de nuevo a nuestras jaulas. Bebimos una taza de lo que parecía ser una mezcla de masa, agua y sal. Seria nuestra única comida hasta en tanto no saliera el próximo sol.

Suplicamos ante el guardia; ¡Saque por favor aquel cadáver!, este sonrió y su presencia se esfumo detrás de la pesada puerta de madera. No volvió sino hasta el día siguiente. El pútrido olor no cesaba, y destrozaba nuestro sentido del olfato. Aquél lugar se había convertido en una morgue sin darnos cuenta. Mark había fallecido la madrugada de aquel día. Mientras tanto, Robinski comenzaba a tener síntomas de un catarro que irreversiblemente le causó la muerte dos días después.

Me sorprendió la presencia de un nuevo guardia, este vestía de verde y café, y a diferencia del otro, este mostraba una gustosa sonrisa de oreja a oreja, sin embargo, no era una sonrisa pura o sana, parecía provenir de un interior desconcertado o enloquecido, su ojos permanecían inertes, sin parpadeo alguno o gesto que indicara una señal de buena salud mental. Llevaba consigo, una pecera cuadrada de aproximadamente unos cincuenta centímetros por lado. Su interior, llevaba mucho lodo y distintos tipos de plantaciones machacadas. La colocó en un rincón y marchó con rumbo descocido. Toda esa tarde y la noche que le proseguía dormí profundamente, mi fatiga ocasionada por aquel encierro me había debilitado hondamente. Note que de la pecera había crecido un pequeño arbusto que más bien tenia forma de encino maduro, pero en pequeño, debajo de mi había un gran animal parecido a una iguana, esta tena picos bastantes afilados y largos, se peinaba completa de cabeza a la punta de su cola de picos, picos y mas picos. ¿Pero de donde había salido o por donde había entrado?, según estimaciones propias, el mismo guardia la había introducido mientras dormía o había podido meterse por la ventanita de acceso, tal vez así fue, pero surgió de inmediato una nueva interrogante, ¿Quien había fertilizado el encinito? Sabido es de todos, que un árbol no crece de la noche a la mañana tantos centímetros, estas interrogantes permanecieron vigentes durante todo ese día, por lo que decidí no dormir esa noche para averiguar que era lo que realmente había pasado, no obstante de que mi agotamiento era tal, que apenas podía sostener mis parpados abiertos y observar.

Durante toda esa noche, no sucedió nada fuera de lo normal, a excepción de los intentos de lo que parecía ser una iguana para penetrar mi jaula. No hubo quien entrara esa noche, aunque el lugar era oscuro, mi oído se había tornado más sensible y ayudaba a descifrar los sonidos del rededor.

Apareció una vez mas el sol, esta vez el encinito había crecido unos dos o tres metros, sus ramas se retorcían sobre el techo y las jaulas donde reposaban los cadáveres de los que algún día fueron mis compañeros de celda, la iguana mostrase robusta de manera fantástica y había tomado un color verde fluorescente, negro y naranja fluorescente en sus picos, gire mi vista hacia la izquierda y observe un mastodonte afelpado prehistórico dormido profundamente, no despertó en los días siguientes, parecía estar muerto sin estarlo de verdad, sus ronquidos eran tan fuertes que mis tímpanos recibían una vibración tan grave y continua que la sordera se hacia presente al tiempo de la exhalación del mastodonte afelpado.

El ruido de una terrible centella justo al medio día, provoco que me desmayase. Recobre el sentido un día después, abrí los ojos y todo en rededor eran ramas, arbustos y humedad selvática, apenas podía observar con facilidad, el encinito cubría para entonces toda la habitación, había devorado por completo las jaulas e incluso la iguana permanecía atorada entre sus fuertes ramas. No me extrañaba lo sucedido, a pesar de ser bastante extraño. Me ocupaba mas de mí subsistencia, si superaba este encierro, tendría tiempo de buscar explicación a todas estas interrogantes con detenimiento.

Se aceleraba el crecimiento del encino, comenzaba ya a doblar los barrotes de mi jaula, no resistiría más allá de dos horas, al tiempo que trataba de liberarme de las ramas que comenzaban a rasguñar mis pies descalzos, las trompetas de un himno desconocido comenzaron a escucharse sobre los campos verdes de aquel sur que nunca mas recordare, de inmediato el encino dejo de crecer, y todo se devolvía lentamente, presencie el decrecimiento del encinito, la desaparición o aparición según se entienda del mastodonte afelpado, el encogimiento de la iguana, el desdoblamiento de las jaulas, todo se dibujo en tiempo sumamente lento, hasta que todo volvió a su tamaño y forma natural.

Logre soltar las amarras de la jaula y escapar de ella más no de la celda, frente de mi se dibujo un rombo rojo, de tras de mi se dibujo un rombo rojo, a mi costado derecho se dibujo otro rombo rojo, a mi costado izquierdo se dibujo otro rombo rojo, arriba de mi otro rombo rojo, debajo de mi otro rombo rojo, el grito de una histérica vieja dijo:

¡Hemos llegado, aquí es, llegamos, bajan del tren!

El viaje ha terminado, abrí los ojos y constate que todo había sido un mal sueño...


Autor: Carlos Gomez Luna

Texto agregado el 19-12-2005, y leído por 665 visitantes. (0 votos)


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