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Cuando llegaba el otoño a Zapala, las hojas caían sin parar. Don Hermosilla decía las palabras que solo los grandes podían decir, mientras barría todo aquel colchón que el Álamo alto y viejo había dejado en la entrada de su proveeduría. Como el frío aparecía de pronto, la gente enseguida se tapaba hasta el cuello con ropa de invierno y las calles se llenaban de percheros caminando a los trabajos.
En el fondo del patio de la casa, estaba el árbol que tanta curiosidad me daba. Dicen que era más viejo que la injusticia y que nunca iba a morir. A mi me gustaban sus ramas largas que salían desde su tronco, sus hojas duras que nunca caían y las semillas que en otoño salían para que las comiéramos cuando hacía frío.
Me desperté temprano. Estaba frío pero no me importaba, tenía mi pulóver tejido a mano. La Nona lo trajo de Mallín de los Caballos donde viven los mapuches, esos que aparecen en el manual de la escuela y cazaban choíques por estas tierras. Lástima que ella se fue muy lejos, no sé adonde.
Pude ver que el sol estaba saliendo de a poco por mi ventana. Me levanté y sentí que el piso era como hielo. Camine lo más rápido que pude hacia la habitación de la Llorona, antes de que me empiecen a doler. El pasillo era largo y fresco, con un techo alto. En el medio de este había una estufa a leña, que el Tío Zezozo había conseguido de un paisano amigo. El calor era lindo, pero siempre me mandaban a buscar leña.
Llegué con el frío en las patas. Pegue un salto y caí encima de la Llorona. Ella empezó a rezongar, le di un beso en su mejilla suave, se la agarré y empecé a estirárselas. Ella me grito y yo me reí.
- ¡Che! ¿Me preparas el mate cocido?
Le pregunte con la panza haciendo ruido
- Pero que pibe vos, a ver si te movés solo como hice yo.
Contesto con los pelos mal peinados
Mientras calentaba la leche y hacía las tostadas con pan casero, yo la miraba. Ella era tan linda. Alta para su edad, flaca pero no como un hilo, pelo lacio y negro como la pomada de los zapatos, piel blanca como la nieve y unos ojos azules como el pozón al que el Tío Zezoso me llevó camino a Quillén.
Dejé de mirarla al instante que una figura golpeo la puerta descascarada de la cocina. Me levante de la silla y fui a abrirla. Sabía que era el Tío porque entraba olor dulzón a pipa. Abrí la puerta y ahí estaba él, un hombre alto de barba graciosa y panza grande de tanto comer asados.
Entró sin saludarme y se fue a hablar con la Llorona. Algo había pasado porque su cara no era la de siempre. La llorona me miro fijo por un rato mientras él le decía algo. Luego el tío se acerco, me sacudió los pelos y se fue. La llorona se me quedo mirando
- Va estar todo bien.
Me dijo, mientras vi una gota grande cayendo por su cara.
No entendí nada, pero sentí que ella iba a volver pronto junto con Él ,que se había ido de acá hace mucho tiempo.
El otoño recién comenzaba y lo único que me gustaba hacer era mirar aquél árbol. Algo mágico tenía a pesar de su forma rara. Al acercarme me sentía bien.
Todavía recuerdo cuando Él se había ido, me prometió que volvería y yo le prometí que cuidaría de su árbol mientras lo esperaba. Los dos queríamos al árbol, nos hacía sentir bien.
Al otro día de que el tío apareció en nuestra casa, Ella volvió de sorpresa. No era la misma de cuando se había ido. El olor que tenía en su ropa era horrendo, el mismo que uno siente cuando lo van a vacunar. Su cara no era la misma, tenía debajo de sus ojos toda la piel como más oscurecida y estaba como más blanca.
Solo extendió su mano, me acaricio la cara y sentí que ya había vuelto.
Desde ese momento ella volvió a vivir con nosotros.
Pasó todo el año y parte de las vacaciones. Que cortas se hacen las vacaciones cuando tenés una buena bici.
Me divertía viendo el árbol, andar en bicicleta por la calle después del almuerzo o salir a buscar hormigueros. Los otros niños, en cambio, gustaban de tirar piedras a cosas y de jugar al fútbol.
Recuerdo que una vez visitando a una pariente en la capital, no podía andar en bici por los autos; me tenía que conformar con la vereda llena de gente que va y viene, sin prestar atención del uno con el otro. Ahí me di cuenta de lo lindo de un “infierno grande”, nombre que le daba la Llorona y que nunca entendí. ¿Porqué infierno si siempre hacía frío?.
Era el comienzo de clases y Ella era otra persona. Había pasado todo el tiempo dentro de su habitación, a veces lloraba y a veces dormía. La casa hace tiempo atrás era diferente, había siempre olor a comidas caseras que Ella preparaba mientras le enseñaba a la Llorona . Ahora la que se hacía la dueña de la cocina era la Llorona, pero siempre rezongando.
También comíamos todos juntos y siempre nos quedábamos hablando después de comer. Me gustaban las historias que Él contaba, mientras prendía la pipa, su pipa negra, largando bocanadas de humo gris oloroso y haciendo que las brasas se pongan más rojas cada vez que soplaba. A veces parecía un trompetista como el de la caja de los discos de la Llorona.
Ahora era diferente, yo lo sabía. Comenzó a salir al mercado con algunas amigas, luego a cocinar de vuelta y la Llorona ponía su mejor sonrisa, algo que nunca hacía ; comenzó a hablar conmigo de las cosas que hacía con mis tareas y de a poco volvía a ser la misma.
Hubo un día en que sus amigas vinieron a buscarla a ella. Era tarde y estábamos por cenar. Querían llevar a Ella al baile festivo del infierno grande. Ella al aceptar, comenzó un desfile de perfumes fuertes como el limón y panzas escondidas. La Llorona tuvo que cuidar la comida de vuelta y rezongando.
Al otro día su cara era rara, más contenta, como la que tenía el Zezozo cuando gano plata en la lotería.
Comenzó a salir más veces y casi todas las noches comíamos solos con la Llorona. Creo que iba a reuniones de Infierno, donde se hablaban de cosas aburridas, mientras tomaban y comían
Un día, era de noche. Yo leía un libro de cuentos de mitología y la panza me hacía ruidos molestos por el hambre de león que tenía. Mientras, la Llorona cosía mi pantalón que había roto con el piñón de la bicicleta. Estábamos esperándola a Ella, que estaba a punto de venir para comer. En eso se escucha la puerta descascarada de la cocina. Salí corriendo al encuentro de Ella. La vi cruzar la puerta del living,, con un brazo largo y grandote agarrado a su mano; algo que siempre deteste sin saber porque. Con cara de contenta nos presento a su amigo el Otro. Enseguida pidió a la Llorona que sirviera lo que había cocinado. Ella lo sentó en la punta, en el lugar que yo no quería que nadie se sentara.
Tenía cabeza de huevo, con un peinado corto y raya al costado, parecido al que me hace la Llorona cada mañana. Pelo medio marrón claro y ojos del mismo color. Era alto, de manos gigantes y cada vez que reía retumbaba todo mientras el humo salía de su boca. Tenía un anillo de color púrpura en su mano izquierda, en el cual había una gran H en el.
No me gustaba que viniera, no me gustaba que se sentará y que comiera nuestra comida, que contaminara nuestro aire con su humo de color blanco con gris; no me gustaba nada de el otro. Pero ella era feliz, su cara ahora sonreía y ese olor a comida casera de los medio días estaba volviendo de a poco.
Pasaron muchos días desde que habíamos conocido a El otro. Una noche, era muy tarde y Ella no había vuelto de su salida. Ese día resulto ser un día de locos. Llorona había encontrado una rata en mi armario. Pego un grito tremendo y salió enseguida a lo de Don Hermosilla a comprar veneno. La ayude a tirar en todo los rincones. Pobre ratita, la que le esperaba.
Habíamos terminado cansados, es por eso que yo ya estaba en la cama y la Llorona cabeceando en el living. Me hacía el dormido, así podía esperar a Ella. Solo pensaba en el árbol y en lo bueno que sería estar abrazado a el.
La descascarada hizo ruido al cerrarse. Escuche el cuero del sillón frotarse y hacer ruidos graciosos. Me levante silenciosamente. El frío comenzaba a congelarme los dedos chiquitos. Corrí como gato a la cocina. Mire por el agujero de la puerta cerrada y pude ver a la Llorona con Ella al lado. La Llorona con su cara de siempre y Ella con una alegría tremenda. Movía sus brazos como si espantara moscas y se divirtiera haciéndolo.
- Pero ese no es de acá, no pertenece acá.
Dijo la Llorona como si algo le disgustara
- No me importa, cuando tengas experiencia lo entenderás.
Contesto Ella con cara triste por un momento.
No entendía de qué estaban hablando, no lo entendía.
En la mañana, después de haber escapado para que no me descubrieran, me levanté como siempre. Fui caminando hasta la cocina evitando el frío, y estaban Ella y el Otro. Reían mucho y tenían sus manos juntas. Como me molestaba eso. Ella me vio entrar y sin preguntarme nada me comenzó a preparar el desayuno. Me senté y miré. Miré a el Otro, con su cara horrenda y pelo como lengüetazo de vaca. Tenia olor a vino, peor que el Tío Zezozo. Vi un bolso gigante al lado de su silla. ¿Para qué será?
Gire la cabeza y vi el árbol. Alto como siempre y con las cabezas a punto de largar sus semillas. En ese momento entró La Llorona. El Otro la quedó mirando como sapo de estanque. Sus ojos se movían al mismo tiempo que La Llorona lo hacía. Me molestaba, me molestaba mucho.
Ella tuvo que volver a su trabajo, decía que lo necesitaba. Pero ahora trabajaría de noche. La Llorona nada alegre porque otra vez me tenía que hacer la comida. Yo la quería mucho, siempre se preocupaba por mí a pesar de que rezongaba.
El Otro, se había quedado a dormir. Ella me dijo que por unos días, cuando le pregunte porqué. Hace mucho tiempo que estaba acá. Todos los días era lo mismo de siempre, llegaba con unos amigos temprano, todos desconocidos con caras largas y descascaradas como la puerta; se fumaban unos cigarrillos y tomaban vino como si no lo hubiesen hecho nunca. Ella volvía del trabajo y lo acompañaba un rato. Luego despedían a la gente y se iban todos a dormir.
El olor en el living era asqueroso. Todo lleno de botellas de vino y los ceniceros estaban llenos hasta el tope. Pobre la Llorona, que cada vez que se levantaba tenía que limpiar eso y prepararle el desayuno a el Otro, que nunca paraba de mirarla.
Una noche tenía la garganta seca, seguro por la fiebre. Me levanté y otra vez el piso me jugaba competencia de aguante. Fui a la cocina a través del pasillo largo, pasé por al lado de la habitación de Ella y ningún ruido se escuchaba. El living un asco como siempre y entré a la cocina. Tomé un vaso y lo llené de agua. Pude ver a través del vidrio que el árbol que estaba lleno de nieve, pero alto y duro como siempre. Volví a mi habitación y antes de llegar a la pieza que estaba al lado de la de la Llorona, escuche que alguien respiraba hondo y rápido. Me acerque a la puerta y escuche también un llanto tapado. Me apresuré y me fui a mi cama pensando que era la Llorona con una pesadilla.
Cumpliendo mis obligaciones, alguien me jugó un mala chiste. Volví totalmente enojado a la casa. Entré golpeando la descascarada, que al cerrarse dejo caer más pintura. Tiré mi maletín sobre la mesa y este golpeo fuerte. En ese momento apareció el Otro con cara de golpeado.
- Porqué haces tanto ruido che, ¿no ves que estoy durmiendo?.
Dijo así como retobado
-Yo entró como quiero, porque esta es mi casa y no la tuya
Conteste más retobado.
- Pendejo de mierda
Grito al mismo tiempo que me hacía dolía la mejilla.
Cuando me iba a dar otra, a Llorona con ojos raros le freno la manota. Giró hacia ella y le metió una peor. Ella se quedo sobandose sus mejillas enrojecidas.
- Ahora haceme la comida que tengo que salir.
La Llorona no dijo nada, el Otro se fue y me clavó sus ojos de sapo. Salí corriendo y me queda afuera un rato. La Llorona empezó a hacer la comida y mientras, de tanto en tanto me miraba por la ventana. Solo me quede viéndolo al árbol, solo eso y nada más.
La comida ya estaba lista como siempre. Sabíamos que ella tal vez venía a comer. Pero la Llorona me preparo una polenta con tuco, mi preferida. El otro solo tenía unos fideos con crema.
Nos sentamos a comer y Ella no había llegado aún. El Otro la miraba, la miraba como sediento de agua. Me volvía cada vez más loco, no lo soportaba. Terminamos de comer y él la seguía mirando, la Llorona esquivaba las miradas. Le dije en ese momento que no la miré más.
- Cállate pibe o te doy.
Me contesto haciéndose el valiente.
En ese momento se escuchó la descascarada abrirse y cerrarse. Era Ella. Salimos corriendo como si nunca la hubiésemos visto. La abrazamos y ella sonrío. Se escucho un grito de dolor en el living. Me quede paralizado. Vi caer a el Otro en el piso de la cocina. Se movía poco y tenía mucha baba en la boca. Ella gritó y corrió a su lado. La Llorona me abrazó y lloraba diciendo
- Va a estar todo bien, va a estar todo bien
















Texto agregado el 23-12-2005, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


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