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Mujer del sur

Nací en un pueblo del sur, una lluvia finísima nos acompañaba desde marzo a septiembre, quizás ésta; tímida, pero persistente neblina, era una prolongación de la espuma de las olas del mar de las ciudades costeras. Por un lado estábamos rodeados de cerros, ellos nos acercaban los límites hasta sentirlos al alcance de la mano, este efecto conseguía estrecharnos el mundo, y por otro lado, de frente se nos presentaba un mar siempre inquieto, que por el espacio reducido que ocupábamos nos parecía profundo e inaccesible, lo que no era tan cierto ya que antes de llegar al horizonte era posible distinguir con claridad las instalaciones de una isla vecina llamada Quiriquina, pero eso los habitantes de este pueblo lo veníamos a entender demasiado tarde, generalmente cuando ya no vivíamos ahí.
Las mujeres de este lugar, según recuerdo, tenían en sus ojos estacionada la misma melancolía del ambiente, incluso las más alegres nos regalaban con una mirada que llevaba consigo una promesa de un epílogo plácido, callado, acogedor y permanente. Otras, de naturaleza más reservada, nos llegaban a parecer que en vez de sangre por sus venas reptaba la tristeza, y ellas, sumergidas en un halo misterioso, nos parecían aún más lejanas e inalcanzables.
Ahí, en ese pueblo, descubrí que existían sentimientos que no tenían explicación ( y a lo largo de la vida tampoco), por primera vez, no sé si a los doce o trece años, logré juntarme con una compañera de curso y pude llegar hasta su casa, lo más atrevido que se nos ocurría a los jóvenes de esa época era llevarle los cuadernos, imborrable recuerdo de una ignorada primera cita. Ella, como casi todo el pueblo, vivía en un cerro, Navidad, ir a “dejarla” significaba llegar tarde al almuerzo familiar, lo que en esos lugares no tenía excusa posible, ya que en esos tiempos nada quedaba más lejos que ocho cuadras. Ese día conocí dos nuevos temores: cómo me acercaría un poco más a ella, aunque sin saber para qué, y cómo le explicaría a mi familia el atraso, ya que no me atrevía a contar de mi primitivo intento.
Después de mucho tiempo, y viviendo más al norte, entendí que la lluvia del sur va invadiendo, poco a poco, a las personas y les va impregnando una forma de ser similar al paisaje.
Y ahora te presentas tú, mujer del sur, y develaré ese gran misterio, por fin descubriré el amor que es capaz de entregar la lluvia, sea ésta calmada como en mi pueblo o violenta como en el tuyo.
Y cuando mis brazos encierren tu temblor, te murmuraré lo que siento, y te invitaré a esperar el sosiego, tu sosiego.
Dime, mujer del sur, cuándo traerás de nuevo la lluvia a mi vida, necesito saber si tu mirada es triste o llena de sorpresas como una tormenta inesperada.
Acércate, y acompáñame a humedecer este pasaje desértico.



Texto agregado el 25-12-2005, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-12-2005 guauuuu....asi da gusto ser sureña,esta buenisimo,describes todo justamente,como sabemos los sureños que es.... suerte con esa sureña *5 KARYNNA
 
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