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El calor trepaba nuestros cuerpos ascendiendo apresurado como un susurro del alma atravesando mis sentidos, mientras te veía llegar solo o acompañado por tu primo Marcelo. Y el cielo abría su vientre de cristal que atrapaba todos mis sueños paralelos a tu vida, en la paz de una siesta en que vendíamos revistas para divertirnos o robando margaritas en algún cantero de la cuadra.
La guarida estaba en el techo de una casa abandonada donde el sol bebía las paredes bajo el musgo y la maleza recogía nuestros cuerpos a escondidas. Habíamos formado escalones con restos de madera que nos ascendían al paraíso de la privacidad, allí depositábamos en un cofre los recuerdos, las cartas o envolturas de chocolates que alguna mano enamorada nos había regalado, trofeos que muy pocos sabían de su existencia y el tiempo trasmutaba nuestros rostros cuando algún intruso revisaba el caudal de pertenencias imposibles de igualar. A veces el refugio nos unía las almas en un roce pasajero de miradas que nunca llegaban a ensamblarse, como un juego trasparente y duradero de lealtad hacia nuestros propios sentimientos. Con el tiempo pude comprender la maravilla de esas horas bañadas de una inocencia infinita que aún sigo manteniendo en mi interior. Juntos murmuramos la magia del encuentro brotado entre las horas o sorteamos los silencios que morían en la tersura de mis labios. A veces me acompañabas a la pileta del club en una travesía de varias cuadras alejadas de la casa resguardándome del mundo, otras el tiempo detenía su vida en cada uno de nosotros para contarnos las frases más privadas. Y “la mancha” paralizaba nuestros cuerpos atrapados por una mano amiga que hacía rotar las emociones hacia un próximo “rival” lejos del todo y de la nada. Me veías tan pequeña saltando en la rayuela, extendiendo los colores de mis sueños en el dibujo de la tiza que enmarcaba tu figura, mientras la tarde apaciguaba las siluetas al borde de las casas que nos albergaban con galletas y bebidas. Y tu prístina mirada se internaba en la marea de mi piel que danzaba con tu nombre bajo un eco diminuto de nostalgia gimiendo en la tibieza de los aires. Fui feliz al lado de tus sueños, latiendo temerosa el recorrido de los días que no eran para mí sino distantes abrazados a quien sabe que recuerdos, rozando el eco de tu piel tallada en mi memoria como una inmensa fantasía imposible de plasmar.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 23-01-2003, y leído por 578 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-01-2003 Bue... es hermoso ver como ves la infancia, tan cercana en mi recuerdo. PoetaSuburbano
 
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