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Weiss era un asesino. Así de sencillo.
La verdad es que el suyo era un oficio como cualquier otro. Bueno, no exactamente, pero la comparación sigue siendo válida.
Pasó por su breve iniciación, y se convirtió de pequeño delincuente a amenaza para la sociedad en unos meses. Que orgullosa estaría su mamá, ¿no?
Weiss era el tipo más corriente del mundo, uno de esos que abruman con su buena disposición y sonríen con demasiada frecuencia. Más de una persona se sorprendió pensando “pero que buen tipo que es” cuando hacía alguna buena obra desinteresada. Le cedía el asiento a una vieja y era un príncipe. Por favor.
Su primer trabajo fue rápido y eficiente. Un hombre. Un arma. Un muerto. Un montón de billetes. capitalismo en su máxima expresión.
Weiss sentía constantemente el apremio de su interno “homo economicus”, y muy pocas veces lo ignoraba. Era hábil el pillo, siempre se hacía oír con un escándalo interminable, reclamando efectivo a viva voz.
Una llamada por teléfono de un “amigo” (con un contrato de por medio, todo el mundo llega a ser tu mejor amigo en dos minutos). Y otra vez, salir a la noche clara y oscura, sin caminar pasos y sin dejar títere con cabeza.
Pero no es que Weiss fuera un psicópata desquiciado, o cualquier otro desorden que un terapeuta quisiera diagnosticar. Era asesino como un abogado es abogado (terrible comparación, ¿no les parece?), o un panadero es panadero. Nada inusual, ningún trauma de la infancia ni ningún conflicto reprimido. Weiss había sido un niño feliz, parecía recién salido de un cuento de hadas.
Había matado a ancianos, mujeres, niños, discapacitados y todos las demás gamas que hay entre ellos. Personas de cierto renombre y perfectos desconocidos. ¿No le hace sentir bien tanta igualdad en el mundo?
Salía y se mezclaba en la noche, pasando como un poste de luz más, salvo que le faltaba la lamparita semi quemada de sombrero. Weiss no perdía tiempo preguntándose si alguien lo había escuchado, si alguien lo había visto o si había pisado la ramita en medio del bosque. Iba, mataba y venía. Un hombre de ética profesional.
Todos sus clientes (usando el término con ligereza) le hablaban y hablaban de por qué querían ver a alguien muerto. Weiss hacía como que los escuchaba y los dejaba que se justificaran a su gusto. ¿Qué le puede importar el remordimiento a un asesino? Es lo mismo que decir… mejor obviemos el comentario. Otra analogía de abogados sería demasiado.
¿A qué vendrá esta historia de Don Gatillo Alegre? ¿Será una lección abreviada de moralidad? ¿O acaso será una muda advertencia para el ciudadano común? La verdad es que importa poco y nada.
En la vida hay que buscar la felicidad, ¿no es así?

Texto agregado el 30-12-2005, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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