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Wuntz la vio sentaba en un bar con las piernas cruzadas a la perfección y entablando una conversación insignificante con un hombre igual de importante. Ella le hablaba con destreza, conduciéndolo por el empedrado camino que lleva a un momento de sexo, al orgullo inflado de él y a la leve decepción de ella. Le sonreía y cada tanto le tocaba el hombro. El imbécil parecía deshacerse en rubor cuando lo tocaba. Pero era un mal necesario. Esa patética excusa de hombre sabía algo muy importante de alguien muy adinerado que podía hacer que su patrimonio aumentara considerablemente con sólo escribir unas cartas a una devota esposa y madre.
El hombrecillo se levantó de la mesa poniendo mil excusas que no importaban. Ella lo miró alejarse sin decir nada.
Wuntz caminó hacia la mesa y se sentó al lado de ella.
- Cada vez caes más bajo – dijo Wuntz -.
La mujer rió con ganas.
- ¿Ahora me vas a dar lecciones de moral?
Wuntz puso una mano sobre su pierna y le habló al oído.
- Decime la verdad, ¿te vas a ir a la cama con este tipo?
- Sabe algo que me interesa – ella lo miró - ¿Por qué? ¿Me ofreces algo mejor?
Wuntz deslizó la mano sobre la pierna hasta lentamente llegar a un lugar que el pudor de la situación público desaprobaría.
- Puede ser – dijo Wuntz -.
Ella lo siguió mirando. Wuntz movía sus dedos con una calma bastante arriesgada considerando que estaba tocando a la mujer de un hombre que no tardaría en volver.
Ella ni siquiera pestañeaba mientras Wuntz continuaba. La conocía lo suficiente para saber cuando estaba a punto de tener un orgasmo y tuvo que admirar como guardaba la compostura. Apenas movió un poco la espalda. Y tampoco pestañeó.
Wuntz dejó la mano un momento más y después la volvió a subir por su pierna.
- Meritorio – dijo ella -.
Wuntz se levantó y dejó un billete en la mesa. Pasó su brazo por la espalda de la mujer.
- ¿Nos vamos?
Wuntz asintió.
- Ya era hora.
El departamento de Wuntz estaba amueblado con un estilo moderno e impersonal que se ajustaban perfectamente a él. La mujer lo recorrió, rozando los muebles con la punta de los dedos.
- Sos demasiado ordenado – sentenció -.
Wuntz se entretuvo cerrando la puerta. Ella siguió su camino hacia su cuarto. Había estado ahí muchas veces y seguramente estaría muchas veces más. Era una especie de mecánica tradición que compartían. Se veían en algún lado, y ese encuentro fortuito terminaba en el único lugar posible y de la única manera posible.
Cuando Wuntz llegó al cuarto ella ya estaba desnuda. Se besaron con la misma intensidad de siempre, sabiendo perfectamente lo poco que significaba un beso en el pequeño y tortuoso mundo que compartían. Ella le desabotonó la camisa y le sacó el cinturón con un rápido movimiento. Ambos cayeron sobre la cama. Ella volvió a besarlo y se mantuvieron así un momento, sin saber si experimentaban la anticipación o guardaban un momento.
Wuntz siempre había sido bueno en la cama. Ella quería creer que había contribuido, pero sabía que no era así. Los hombres como Wuntz no necesitaban aprendizaje. Wuntz sabía despojarla de su propia voluntad, subyugándola con una fuerza que latía con vida propia. Sentía la boca de él sobre su pecho y entrecruzó sus dedos sobre su nuca. Wuntz movió sus piernas, separando ligeramente las de ella y luego la penetró. Había estado con muchos hombres; algunos por conveniencia, otros por obligación y casi siempre, como una eficaz maniobra de distracción. No la sorprendían sus cansados repertorios, y normalmente dejaba que su cabeza viajara libre mientras gemía al compás del hombre, dándole así una falsa sensación de deber cumplido. Sólo con Wuntz se entregaba completamente al sexo. Tal vez porque era el único al cual le importaba muy poco si ella llegaba a un final placentero.
Ella lo forzaba a entrar cada vez con más violencia, sus piernas marcándole el ritmo. Wuntz sentía como se tensaba cada vez que lo empujaba, viendo como su cuerpo de por sí hermoso adquiría una vitalidad remarcable. Wuntz muchas veces recurría al sexo como una herramienta más de trabajo. Era simplemente un medio para un fin. El lo sabía, y ella también lo sabía. Era por eso que Wuntz la buscaba. El era asesino, ella, estafadora. Eran iguales en su vida y en su trabajo, y ambos buscaban el mismo sexo. No algo romántico ni amoroso, un acto de crudeza sin emoción.
Ella tuvo un orgasmo y unos minutos después la siguió Wuntz. Descansaron sin abrazarse ni besarse. Las cursilerías se las dejaban a los idiotas.
Dejaron pasar los minutos.
Ella se levantó y buscó su ropa.
- Te quedaste bastante tiempo – dijo Wuntz -.
- Es una noche tranquila. No tengo apuro.
- ¿Y el tipo ese?
- Ya te dije que no tengo apuro.
Una vez vestida, María fue hacia la puerta del dormitorio.
- Nos vemos, Wuntz.
- ¿Esa es toda la despedida? – preguntó Wuntz -.
- ¿Qué esperabas? ¿Un beso?
Y después cerró la puerta.

Texto agregado el 30-12-2005, y leído por 91 visitantes. (1 voto)


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21-04-2009 5* JuanDay-
 
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