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Cuando Don Basilio desenterró la primera pieza, se quedó casi tan helado como las aguas del Río Muerto. Don Mariano, detrás de él murmuraba palabras que sólo el viento llegaba a entender, si le escuchaba de cerca. Una hora después, descubrieron la siguiente, y cerca a la medianoche ya habían extraído el tesoro completo que una legión de españoles había dejado olvidado en una de sus expediciones.
-A dormir, Don Basilio- dijo Don Mariano, mientras limpiaba con un pedazo de tela un puñal de Valencia.
Don Basilio hizo un gesto con la cabeza y se fue a acostar sobre las raíces de un viejo roble. Don Mariano, entretanto, terminaba de pulir la empuñadura. El viejo tenía ochenta y dos años, y todavía era capaz de mantenerse en pie hasta pasadas las doce; sin embargo, el día había sido bastante agitado y alcanzó el sueño en el mismo instante en que sus cabellos canos tocaron el suelo.
Eran huaqueros, pobres diablos, profanadores de tumbas por unas cuantas monedas. Sin embargo, a pesar de llevar setenta y un años haciéndolo, aquella vez Don Basilio y Don Mariano no se infiltraron en ningún nicho. Fue al pasar por el Río Muerto, cuando su propio instinto les advirtió la presencia de un tesoro con todas sus partes enterrado justo bajo sus pies. Y fue, precisamente, el rumor de aquella fortuna, el que despertó al diablo en una noche de luna llena.
Así pues, pasada la medianoche, Don Mariano fue despertado por el instinto. Un muchacho de no más de trece años husmeaba en el campamento. El anciano tomó una rama seca que tenía a la mano y avanzó entre la oscuridad. Lo hizo cautelosamente, tal como lo haría cualquier huaquero, para que el pillo no tuviera tiempo de huir.
-¿Qué quieres tú aquí, chiquillo? ¿Acaso no deberías estar con tu madre a esta hora?
El chico levantó la cara. Tenía aspecto de no haber comido en días. Y aquella expresión de profunda tristeza despertó la compasión de Don Mariano. Dejó caer la rama seca de su mano arrugada y le buscó algo de comer.
-¿Es suficiente?
Al tiempo que el huérfano se embutía la comida, asentía ansiosamente.
-Si quieres puedes dormir acá. Y quedarte por un tiempo. Eres bienvenido.
El muchacho le sonrió.
-Es usted un hombre bueno.
-Gracias a ti, pues.
-De verdad lo es. Ha confiado en mí. Me ha convidado de su comida. Me ha permitido descansar en su sitio. Es usted un hombre bueno. Un hombre grande.
Algo extraño sucedió entonces en el corazón del anciano. Tenía la certeza de que era un hombre bueno, pero nadie se lo había dicho, ni siquiera su compañero de toda la vida, Don Basilio, ni siquiera él, pero seguro que lo era, era de verdad un hombre grande. Las aguas de Río Muerto comenzaron a oscurecerse a esa hora. Así, el corazón de Don Mariano.
-Tengo que irme ahora.
-¿Adónde vas, chico?- preguntó preocupado Don Mariano.
-A casa.
-Antes. Dime tu nombre al menos.
El muchacho se volvió.
-Narciso.
Aunque en verdad se llamaba VANAGLORIA, dijo Narciso porque fue él uno de los primeros que experimentó aquel deseo. Entonces, sólo entonces, cuando hubo dicho aquel nombre falso, se desvaneció, y digo que se desvaneció, porque así lo hizo.
A la una y media, aproximadamente, sucedió la segunda aparición. Era un soldado de guerra, parecía herido. Cuando Don Mariano advirtió su presencia, lo atendió enseguida con las hierbas que él conocía. Demoró un tanto en atenderlo, y nunca preguntó su nombre, aunque éste era AVARICIA.
-¿Es ese tesoro tuyo?- preguntó el segundo diablo llamado AVARICIA.
-No, mío, no. Es de Don Basilio también- rió el viejo.
-Ya veo- murmuró el soldado, mientras contemplaba la fortuna expuesta cerca del río-. Es una suma razonable.
-Ya lo puede ver usted- volvió a reír Don Mariano, al tiempo que ajustaba los vendajes.
-No, no, está claro que es próspera. Lo verá. Claro que, compartida por tan sólo una persona sería lo ideal.
-¿Qué dice usted?- cuestionó con curiosidad el viejo, aunque sabía bien lo que el diablo le había dicho.
-Nada, nada, no me escuche usted.
Sin embargo, el corazón de Don Mariano terminaba de oscurecerse, tal vez por completo, como la noche en que acaecían estos eventos. Sucesos que seguro no acabarían bien, no a ese paso en que iba el diablo.
-Ahora- dijo éste-, debo continuar mi marcha.
-Gracias- apuntó suavemente-. Gracias por todo.
Y, como la primera vez, nadie supo adonde fue a parar. No obstante, no tardó en volver por tercera y última vez. Pero, esta vez, en forma de una anciana descuidada y harapienta, que en el mundo terrenal han bautizado como la IRA.
El anciano le ofreció algo de comer.
-¿No desea nada más, buena señora?
-Nada más- contestó de mala gana la vieja-. Ahora quiero hablar de usted.
-¿De mí, dice usted?
-¡Digo lo que digo porque lo digo!- gruñó impacientemente mientras se levantaba con esfuerzo-. Es usted un hombre tonto, muy tonto. Se deja pisotear como pisotean a las culebras.
-¿Qué dice?- preguntó Don Mariano, confundido.
-¡¿No se haga el desentendido conmigo?!- gritó una vez más la IRA-. Sabe de lo que le hablo. Sabe que ese Don Basilio sólo lo trata como a un gusano. Y lo ha hecho así durante cuarenta y dos años. ¿O me lo va a negar?- terminó mirándolo directamente a los ojos.
Los ojos de él temblaban. Y su voz se había ido a quién sabe dónde. Era cierto, no lo negaría. Había sido tratado como un cerdo. Pero, ¡qué tonto había sido! No podía dejarse pisotear, ¡ya no!
-¿Y qué va a hacer ahora?
-Muerte…-murmuró, porque era como si alguien más murmurara dentro de él, y le soplara lo que tenía que decir.
No sabía que el muchacho y el soldado estaban uno y uno a cada lado de su cabeza, cada uno en un oído, hablando.
-Eso es. Eso es.
Parecía en un sueño, como si todo fuera tan fácil, inmediato. Pero de pronto despertó de aquel sueño.
-Pero no. No puedo hacerlo. Él es mi amigo. Y yo lo quiero. Yo lo amo.
-¿Lo ama?- dijo la anciana IRA como si aquella fuera una palabra que nadie debería pronunciar, un término que le provocaba asco-. ¿Y acaso él lo ama a usted?
No espero que respondiera. Tal vez porque el viejo no podía hacerlo.
-¡No! ¡No lo hace! Lo sabes bien. Y también sabes lo que has de hacer.
Y, por última vez, para don Mariano al menos, el diablo se desvaneció ante sus ojos pardos.
Las manos de Don Mariano temblaban. Sus ojos palpitaban. Respiraba con dificultad. No podía hablar. Su cuerpo entero temblaba. Parecía tener fiebre. Sin embargo, lo único que pudo hacer fue dejarse caer sobre la grama y dormir.
Cuando despertó se había calmado un poco, pero su corazón golpeaba en su pecho basto de oscuridad. Una oscuridad que todavía no era saciada.
Y llevado por un mal sueño, don Mariano tomó el puñal que había limpiado el día anterior y, con la mano llevándolo firme, se acercó a Don Basilio.
-Don Basilio...
Ocultaba el puñal detrás de su espalda. La mano quería temblar, pero no la dejaba.
-Yo lo amo.
Y se le echó en brazos. La hoja de aquel puñal asesino rozó la espalda del anciano. Sin embargo, no la llegó a tocar. Don Mariano dejó caer el puñal. Continuó abrazando al otro.
-Yo también, Don Mariano.
Don Basilio lo acercó aún más contra su pecho.
-Yo lo amo.
Y le clavó el puñal en la espalda.

Texto agregado el 04-01-2006, y leído por 2021 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-01-2006 Es un cuento extraordinario, no dejes de escribir muchos mas. Aurelio aurelio
05-01-2006 Que buena historia. Me tuvo con los pelos de punta de principio a fin. kone
05-01-2006 Que buena historia. Me tuvo con los pelos de punta de principio a fin. kone
 
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