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La muchacha estaba pasando una etapa dolorosa. Hacía pocos días la noticia transformó el ámbito familiar. La publicitada quiebra fraudulenta del padre y su huída a otro país, el inquietante desequilibrio de la madre ante este acontecimiento para ella sorprendente, determinó que Catalina como hija mayor atinara a lo elemental y a pesar de la pesadez de la situación fuera afrontando con pragmatismo lo irremediable: de familia poderosa a pobreza extrema. Se fueron a vivir a una pequeña casa en las afueras de la ciudad, alquilada por un amigo de ella. Sólo pudieron llevarse la ropa y las pocas alhajas que su madre guardaba en la mansión. Todo lo demás embargado por la Justicia. Gran número de acreedores pretendieron incendiar el gran caserón, las noticias en los medios eran escalofriantes, estafa millonaria.

Catalina con los pocos pesos que le dieron por la venta acelerada de las joyas, adquirió lo indispensable para habitar la nueva vivienda. Guardó un poco de dinero para la subsistencia de los próximos meses. Elena, su madre, lamento continuo, exclamaciones, vergüenza, soberbia, era una señora atropellada de improviso, sin reacción ante la catástrofe.

Después de los primeros llamados de parientes y amigos, nadie apareció más. Los primos de Catalina se negaban a atenderla. El nombre de Javier Gayaravieta era mala palabra en todo el país y más aún en la gran ciudad.

Ella tenía ese viejo amigo, pero sin recursos, lo conoció tres años atrás en unos festivales católicos, los dos de veinticinco años. Mauricio le dio la idea de ir a ver al Obispo recordando que su padre había efectuado importantes donativos. La última vez, dos meses anteriores a la quiebra, cuatro camionetas 4x4, cero kilómetro. Monseñor no atendió sus llamadas, se negaba.

El único patrimonio de la muchacha era el manejo de dos idiomas y su Licenciatura en Psicología. Lo más grave para ella era su padre, a quién amaba sin límites y por el cual no había perdido en ningún momento su fe, pero pasaban los días, no se reportaba y crecía su angustia; además en la ex financiera los dos hombres de confianza de su progenitor tampoco aparecían.


En la salita de espera, Javier y su mujer escucharon el grito de la enfermera: ¡Despertó!, ¡despertó! Se acercaron a su hija, tenía su rostro muy magullado pero una sonrisa plácida. Después de quince días en coma profundo al ser atropellada por un automovilista asesino que además se dio a la fuga, su estado general era satisfactorio y su pesadilla disipada.

–– ¡Papá, papá! volviste

–– Si hija, me levantaron la interdicción


Enero 2006 Incluido enejericios de Vertientes

Texto agregado el 11-01-2006, y leído por 226 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-06-2006 Me gustan los cuentos ajenos, éste, en verdad, está muy bueno. felicitaciones. bruja
08-05-2006 Me gusta todo el desarrollo, dibujas muy bien la situación, la historia. No me convence tanto el final, estoy de acuerdo con la opinión de josef, se puede sacar mucho más de ese cuento. Es sólo un principio. m_a_g_d_a2000
01-02-2006 Qué bueno escribes!! 5***** sorgalim
12-01-2006 me quedo con mas ganas... Gabrielly
11-01-2006 Buen ritmo y gran manejo del lenguaje. Mis 4 estrellas. Eugenio10
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