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Inicio / Cuenteros Locales / funebrero / Historias que alguna vez me contaron. Hoy: La Ventana.

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Cuando vivía en la Estancia Yapeyú, mi abuela Natividad me sobornaba para que por la tarde rezara el Rosario con ella. No sólo lo tenía que rezar con los misterios correspondientes al día (gloriosos, gozosos y dolorosos), sino que además, venían luego las letanías (que en aquel tiempo encima eran en latín).
El soborno consistía en una barrita de chocolate de taza “Aguila”, antes de rezarlo y el relato de una historia luego del rezo.
Me acuerdo como si fuera hoy de muchas de estas historias, las que iré, de a poco, transcribiendo.
Hoy:

LA VENTANA

Estaba el hombre recostado en su cama de hospital, en esa habitación que hacía ya unos días compartía con aquel otro enfermo.
Habitación sencilla. Pintada de blanco. Con una sola ventana bastante grande por la que entraba la luz. Había también dos sillas. Para los visitantes a cada uno de los dos internados.
Su situación era incómoda, pero no demasiado grave. Esa caída tratando de orientar la antena de televisión en su casa le había ocasionado la fractura del fémur de una de sus piernas y del peroné de la otra. Además algunas costillas y otra expuesta, en el codo.
Pero sí muy incómoda. La inmovilidad era casi total. Y el pronóstico muy poco halagüeño. Por lo menos un mes más en esa habitación.
Pero este pobre tipo, el que estaba sobre la otra pared, sí que estaba jodido. El era un enfermo terminal. Cáncer de pulmón.
Había una diferencia crucial entre la ubicación de uno y otro en la habitación del hospital.
El quebrado estaba del lado en que se ubica la puerta.
El terminal estaba contra la otra pared, es decir enfrente a la ventana.
El que se cayó del techo, por más que hiciera girar las manijas de su cama y se incorporara, no veía más que una deteriorada y, encima torcida, réplica enmarcada de Las Meninas.
El otro, mucho más afortunado, al menos en este aspecto claro, se incorporaba y veía perfectamente lo que había del otro lado de la ventana.
Y para colmo tenía la maldita, o bendita, costumbre de relatarle a su compañero de pieza todo lo que él veía por es ventana.
- Vieras qué hermoso. La plaza está toda bajo un color amarillo que le dan los árboles del otoño. Y bajo ese amarillo, medio dorado, hay tres pibes y dos nenas que no hacen más que darle de comer a las palomas.-
Los relatos variaban día a día y esa ventana había comenzado a convertirse en una obsesión enfermiza para este hombre todo quebrado.
El no sabía muy bien si el enfermo del pulmón, enfermo terminal, lo hacía de bueno o de maldito. Porque por un lado le traía mucha paz escuchar los relatos de los niñitos alimentando a las palomas. Es como que le hacía bien. Pero por otro era cada vez mayor esa especie de desesperación que tenía por poder estar él frente a la ventana. Quería verlo todo por sí mismo.
Y a la vez tenía temor este hombre, porque se daba cuenta que esa desesperación se iba tornando enfermiza, obsesiva. Y hasta peligrosa.

No había sido un buen día ese martes para el enfermo de pulmón. Le habían tenido que colocar respirador artificial. La verdad era que le quedaban pocos días de vida.
Que lo parió, encima de ser desagradable tener que compartir la habitación de un hospital, compartirla con alguien que en cualquier momento se muere ahí mismo, al lado de uno, parece ser mucho peor.
Pero a pesar del respirador su lucidez era asombrosa.
- Hoy lo que veo por la ventana es maravilloso. Ya casi no quedan hojas en los árboles, así que puedo ver el banco de la plaza. El sol ilumina las caras de una pareja que se está besando. Parecen muy enamorados. Y al costado dejaron atado a un perrito caniche toy, muy fino él, que se está olfateando con un perro atorrante y vagabundo. Además pareciera que hay una suave brisa.-
El aprendiz de antenista no llevaba muy bien la cuenta, pero creía que ese debería haber sido el décimo o undécimo relato de las cosas bellas que ocurrían en la plaza y que su compañero podía ver con todo detalle.
Cómo podía ser posible..! Aquél tipo podía disfrutar de todo eso. Se lo contaba, encima sin quedar muy claro si era para hacerle bien o para hacerle sufrir, y él lo que veía era solamente ese odiado, desteñido y encima torcido cuadro de Las Meninas. Todo el día mirando ese cuadro.
Claro, cuando su pobre vecino se muera, seguramente él iría a parar frente a la ventana. Pero si tardaba mucho en morirse..?
Ansiaba cada vez con más desesperación el poder estar frente a esa ventana.
Pero qué horror, se dio cuenta que es como que estaba deseando la muerte de su vecino.
Bueno, morir igual se tenía que morir, era tan grave desear que no tardara mucho..?
Todo era confusión en su mente. Hasta que se quedó dormido.
No por mucho tiempo.
Serían como las dos o tres de la mañana y un sordo ronquido lo despertó.
Ese martes que había quedado atrás no había sido un buen día para su compañero de habitación. Y ese miércoles que despuntaba parecía que iba a ser peor.
Se le había desconectado la cánula que llevaba el aire a sus pulmones.
Y, para colmo, en algún movimiento que este hombre habría hecho, se le cayó y quedó lejos de su alcance el timbre para llamar a la enfermera de turno.
El ronquido era cada vez peor. Se imaginaba, porque en la oscuridad no lo podía ver, un rostro desencajado y desorbitado por sobrevivir.
Bien podría él haber tomado su timbre y llamar a la enfermera.
Es más, se aferró al timbre. Su dedo pulgar estaba a unos dos o tres milímetros del botoncito.
Pero no lo apretó.
Estaba como tildado. Como ansioso. Como que al fin le había llegado su oportunidad.
Al fin y al cabo el otro tenía que morirse. Era su destino. No iba a ser él quien alterara ese destino…
Y no apretó nunca el timbre.

Cuatro y media de la mañana. Ronda de rutina de los enfermeros.
Gran revuelo. Luces que se encienden. Controles con diversos aparatos.
El ronquido había desaparecido.
Cubrirlo totalmente con la sábana y retirarlo con camilla y todo de la habitación fue una operación muy rápida.
Ya se estaba haciendo de día.
Fue muy extraña para este personaje la sensación de encontrarse por primera vez absolutamente solo en la habitación.
Rechazaba por improcedente el pensamiento que cada tanto le acechaba en el sentido de que en sus manos estuvo la posibilidad de, al menos, prolongarle en algo la vida.
No eso en realidad no fue así. Bueno, que se yo…, a lo mejor sí. Pero la verdad es qué…
En eso estaba cuando ingresa el personal de enfermería.
- Mi amigo, parece que va a tener un nuevo compañero de pieza. Es un señor que se recupera de un problema cardíaco. Buena persona. Callada y educada.-
- Así que a usted lo vamos a poner contra la otra pared.-
La sensación que sintió fue semi orgásmica.
Ya está. Total el otro había muerto, qué tanto…
La cosa era que a él lo iban a ubicar frente a la ventana.
No más imaginar. Ahora sería él mismo quien le relataría al cardíaco supuestamente serio y educado las bellezas de la placita. Tenía calculado que, por lo menos, le quedaban unos quince días de convalecencia.
Quizo disfrutar con intensidad la operación del traslado de la cama. Hubiera querido detener el tiempo para que ese traslado durara lo más que fuera posible.
Se habían hecho ya las siete de la mañana. Pleno día.
- Listo caballero. Puede incorporarse, si quiere, pero recuerde que debe hacerlo siempre con mucho cuidado. Lo suyo fue muy serio. En unos minutos le traigo el desayuno-
- Me voy a incorporar, pero de a poquito -, pensaba dentro de sus coberturas de yeso.
No quería apurarse en lo más mínimo. Cuánto había deseado y esperado que ese momento llegara..!
Ya se había olvidado de la muerte de su otrora relator.
Ahora frente a él estaba la ventana, que más que una ventana parecía un ventanal. Y encima con las cortinas corridas.
Muy de a poquito se fue incorporando.
Sus ojos, por primera vez en diez y siete días pudieron traspasar por sí mismos los vidrios de la ansiada ventana.
Del otro lado pudieron ver una enorme y descascarada pared totalmente blanca...






Texto agregado el 12-01-2006, y leído por 138 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-03-2006 Un deleite!!!!! Ciiara
21-01-2006 Excelente relato. Ameno y delator de las miserables debilidades humanas. Un final de colección. Te felicito. peco
12-01-2006 buenisimo...jajaja el final, mis ***** ismoag
 
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